África Subsahariana Sudáfrica

Sudáfrica, la bomba de relojería del hemisferio austral

Por Alejandro López Canorea*-

Sudáfrica vive un régimen conformado en torno al fin del apartheid, el sistema que segregó en bantustanes (tierras de los pueblos bantúes) a multitud de etnias desplazadas en territorios autónomos o semi-independientes. El equilibrio del país es imprescindible para mantener la estabilidad en el África austral, dado que actúa como pivote regional, al estilo de otros países en distintas épocas como Etiopía, Nigeria o Libia en sus respectivas áreas.

El centro del África austral

El dominio sudafricano de la región durante el apartheid supuso la presencia de un sistema segregacionista y dominado por élites que impusieron su dominación expulsando a numerosos grupos a reservas conformadas para tal fin. Los brazos de Sudáfrica se extendían dentro de su territorio, pero también fuera con la dependencia de Lesoto, Suazilandia (actual Esuatini) y Botsuana de las dinámicas económicas sudafricanas, así como la ocupación de África del Sudoeste alemana (actual Namibia) y la especial relación con Rodesia (actual Zimbabue) contra la insurgencia en África del Sudoeste hasta que el fin del sistema. Primero cayó en el África del Sudoeste –ocupada contra el criterio de Naciones Unidas-, donde la insurgencia contó con el apoyo de Cuba, Angola o Mozambique –tras la independencia de Portugal-; pero después llegaría el turno de Sudáfrica en 1994. El desmantelamiento de los bantustanes abría la puerta a una desestabilización del status quo en la región o a una revolución por las nuevas realidades demográficas sujetas a reparaciones. La realidad social de la nueva Sudáfrica quedaría, sin embargo, lejos de esa promesa de conferencia de derechos a población negra y mestiza a pesar de la hegemonía del partido Congreso Nacional Africano (ANC) de Nelson Mandela.

Mapa de la Unión Sudafricana con el dominio de Sudáfrica sobre el África del Suroeste alemana tras la Guerra Mundial, 1963. Se observa la división de Sudáfrica en 4 provincias y la presencia colonial en los territorios de la región. Fuente: Reddit.

La historia de Sudáfrica explica su intrincada situación mixta contemporánea. El caso de Cabo Occidental es paradigmático de la división que existe en la sociedad sudafricana. Es en la antigua colonia de El Cabo donde surge la identidad afrikáans que, posteriormente, ocuparía el Transvaal, al noreste, tras las guerras bóeres contra el Imperio Británico. La cultura neerlandesa tendría un fuerte peso en ambas zonas desde entonces -los bóers combinan la herencia neerlandesa con el afrikáans y el calvinismo- pero la colonización británica sería el factor determinante en El Cabo.

Posteriormente, el Transvaal sería dividido en varias provincias: Gauteng, Limpopo, Noroeste y Mpumalanga. Gauteng, cuyo nombre viene del sesotho –hablado en Sudáfrica y Lesoto- es la provincia más relevante, donde quedan las grandes ciudades de Pretoria –capital ejecutiva- y Johannesburgo –ciudad más importante de Sudáfrica y capital regional de Gauteng-. Mpumalanga tiene mayoría de población suazi, así como un importante grupo de zulúes, ndebele y sepedi. En Limpopo la lengua sepedi se convierte en mayoritaria, seguida de la tsonga. Por último, el Noroeste es una región resultado de la unión de fragmentos del Transvaal y de El Cabo, quedando una mayoría de población setsuana en la región –con vínculos culturales con la vecina Botsuana, cuya capital se encuentra apenas a 10 kilómetros de la frontera- y otros grupos menores que hablan afrikáans o sesotho.

Y es que la población suazi que vive en Mpumalanga, al norte de Esuatini pero dentro de las fronteras de Sudáfrica, es casi equivalente a la que habita la pequeña monarquía de Esuatini: 1’2-1’3 millones de personas en cada país. Sin embargo, no es destacado el ánimo irredentista salvo por el partido Luchadores por la Libertad Económica (EFF) que apuesta por la unión entre los dos países: no se trataría de una nación suazi con Esuatini y Mpumalanga sino una unión panafricanista directamente entre Esuatini y Sudáfrica. La zona suazi norte, sudafricana, presenta una variante de la lengua suazi distinguible de la del sur, con mayor influencia zulú.

Precisamente el partido EFF va a ser de gran relevancia en Sudáfrica ya que conforma la tercera fuerza parlamentaria, recogiendo desde la izquierda a los descontentos con el partido dominante, el ANC, del que se escindieron sus fundadores. Su programa apuesta por expropiaciones de tierras, nacionalizaciones de sectores estratégicos y una reforma agraria, tratando de cambiar el statu quo que no fue alterado con el fin del apartheid. El marcado nacionalismo negro del movimiento se enfrenta al nacionalismo blanco que funciona en la región de El Cabo, concretamente en Cabo Occidental. El EFF apuesta por un cambio radical en las condiciones de vida tras el apartheid, cuya falta de consecución habría desgastado leve pero crecientemente las bases del ANC, y una revisión del legado colonial.

Y es que el ANC apenas ha logrado redistribuir un 10% de las tierras –lejos de su promesa-, controlada en más de un 80% por los blancos a finales del apartheid. Este fracaso ha ido desgastando al ANC favoreciendo rupturas con los sindicatos y escisiones como el EFF con posiciones más radicales, como las seguidas en Zimbabue, donde se expropiaron todas las tierras heredadas del colonialismo y prácticamente desaparecieron las poblaciones afrikáners. El sector del ex Presidente Jacob Zuma es tan solo el último que ha confrontado con el ANC dirigido por Cyril Ramaphosa, cuya relevancia se abordará posteriormente.

Bantustanes durante el apartheid con el mapa antiguo de regiones en Sudáfrica. Fuente: Wikimedia.

El desgaste del nuevo régimen

Como se ha explicado, entre el mosaico de lenguas y culturas que aparecen en Sudáfrica, destaca el legado afrikáans en Cabo Occidental -donde existe cierta pretensión secesionista- y Cabo Norte –con un gran vacío demográfico-, el xhosa –predominante en Cabo Oriental-, el zulú –con mayor importancia en KwaZulu-Natal-, el sesotho –importante en zonas circundantes con Lesoto como el Estado Libre y Gauteng-, el sepedi –habitualmente confundido con el sesotho pero cuya presencia se encuentra más al norte, en Gauteng y Limpopo-, el setsuana –en torno a la frontera con Botsuana en el Noroeste- y otros como el tsonga, el ndebele o el suazi en torno a la frontera con Esuatini. Se trata de un verdadero puzle lingüístico y cultural.

Pero el equilibrio étnico se ha sostenido en torno al ANC ante la promesa de un régimen que cambiase notoria y definitivamente las condiciones del apartheid en Sudáfrica. Especialmente crítica fue esta situación tras la salida de Nelson Mandela del poder, el primer Presidente posterior al régimen del apartheid y primer Presidente negro –concretamente xhosa de Cabo Oriental-. Y el legado de la lucha contra el sistema segregacionista afloró con liderazgos diversos entre los que han destacado recientemente los últimos gobernantes: Jacob Zuma (2009-2018) y Cyril Ramaphosa (desde 2018).

En 2021 Sudáfrica ha vivido las protestas más importantes en mucho tiempo. Las raíces del estallido residen en el conflicto político-judicial que afectaba a Jacob Zuma, investigado por importantes causas de corrupción en sus gobiernos. Zuma era acusado de haber empleado las instituciones para beneficiar a sus acólitos entre las élites empresariales, incluso modificando sus gabinetes para ello. Ante la negativa del ex Presidente a acudir al juicio, fue condenado a 15 meses de prisión por desacato al tribunal. Zuma consideraba la investigación una farsa destinada a “destruir su legado” como causa política.

Ciertos sectores internos del ANC se enfrentaron a causa de la disputa entre bases favorables a Zuma y seguidores de Ramaphosa. Por ejemplo, los veteranos del brazo armado del ANC durante la lucha contra el apartheid –la Lanza de la Nación- llamaron a “resistir el encarcelamiento de Zuma”, tras los intentos del ANC para disolver las dos facciones de veteranos con el pretexto de buscar la unificación. Ramaphosa acusó a los líderes de los disturbios de buscar una “insurrección popular” para “dañar el Estado democrático”.

Mapa moderno de las provincias de Sudáfrica. Fuente: South Africa Location Map, Nordnordwest, Wikimedia.

El componente regional

Los grandes focos de tensión y disturbios en Sudáfrica en 2021 se concentraron en dos puntos: Durban, KwaZulu-Natal; y Soweto, Gauteng. Aunque los choques se extendían por más zonas de KwaZulu-Natal, el foco de Durban –la mayor ciudad de la región con capital en Pietermaritzburgo- fue el más importante de la provincia.

Curiosamente, las dos zonas más afectadas no respondían con ninguna de las cuatro capitales tradicionales de la región. Esto ocurre porque con la Unión Sudafricana se fomentó la unión repartiendo los poderes del Estado con una sede en cada subregión: Pretoria acogería la capital ejecutiva desde el Transvaal –posteriormente Gauteng-, Ciudad del Cabo la capital legislativa desde el Cabo de Buena Esperanza –posteriormente Cabo Occidental-, y Bloemfontein la capital judicial desde el Estado Libre de Orange –posteriormente Estado Libre-.

El Cabo quedó especialmente marcado por la presencia de los afrikáners, en solapamiento parcial con población anglófona, así como el afrikáans se mantuvo en grandes ciudades de las dos zonas norteñas como Johannesburgo, Pretoria o Bloemfontein. Pero el crecimiento desigual de las grandes urbes llevó a que ninguna de las tres capitales fuera la más importante del país, recayendo este papel sobre Johannesburgo –también en Gauteng-, donde en los inmensos suburbios floreció esa gran desigualdad y pobreza características de los asentamientos urbanos sudafricanos, reflejadas con el mayor índice mundial del Coeficiente de Gini (medidor de desigualdad). Soweto, además de lugar de nacimiento de Cyril Ramaphosa, es el gran exponente de los suburbios de Johannesburgo.

Por su parte, en la provincia de Natal –posteriormente KwaZulu-Natal con el fin del bantustán del apartheid– el crecimiento demográfico ha reproducido las dinámicas generales en el caso de Durban, sin ser ésta capital regional ni estatal. De hecho, la Natal zulú no recibió ninguna de las sedes de poderes institucionales. Sin embargo, lo importante para entender el efecto movilizador sobre esta provincia en esta ocasión fue el componente originario de Jacob Zuma, cuya pertenencia a la etnia zulú encendió los reclamos de cambios reales tras el incumplimiento de promesas de igualdad racial en Sudáfrica desde el fin del apartheid. Zuma nació en la pequeña localidad de Nkandla, al norte tanto de Durban como de Pietermaritzburgo, pero las movilizaciones y disturbios se extendieron por todo KwaZulu-Natal.

La monarquía zulú es una institución política y social indiscutible bajo el reconocimiento constitucional de los líderes tradicionales, aunque no ejecutiva. De modo que el nacionalismo zulú es relevante pero no se ha sublimado con articulación política sustancial: el partido monárquico zulú es la cuarta fuerza sudafricana. Un buen ejemplo de cómo cada grupo poblacional representa una realidad política a nivel regional es que aunque la población zulú supone un 24% de Sudáfrica, la inmensa mayoría (80%) se concentra en KwaZulu-Natal y, en menor medida, en zonas del norte como Gauteng, donde se han vivido protestas contra la detención de Jacob Zuma fuera de su región zulú natal. Todo ello lleva a ver que los zulú, igual que los otros grupos mencionados previamente, viven una notable regionalización post-apartheid. Así Sudáfrica puede ser un país tan heterogéneo pero homogéneamente regionalizado.

La debilidad del ANC es patente dado que siendo el gran partido de ámbito transversal con realidades sociales visibles –y parcialmente enfrentadas- en Sudáfrica, obtuvo sus peores resultados históricos en 2019 desde 1994. El hijo de Zuma, Duduzane Zuma, ya ha expresado su voluntad de presentar una candidatura para la presidencia del ANC y luchar contra “los altos niveles de criminalidad provocados por las condiciones de pobreza y desempleo”, pero sus posibilidades son inciertas dada su falta de experiencia orgánica.

En segundo lugar se encuentra otra fuerza regionalizada: Alianza Democrática (AD). Este partido se considera liberal y tiene especial éxito entre población blanca y mixta, así como en la zona de El Cabo, ya que es donde destacan los grupos anglófonos desde la colonización británica y el desplazamiento de los neerlandeses al Transvaal. El apartheid contribuyó a separar estas zonas blancas frente a las negras del oriente, donde se concentraron los bantustanes, además de en los suburbios de las grandes ciudades donde se podía concentrar población negra como mano de obra, dando lugar a esas grandes desigualdades hoy vigentes. Por todo ello la cuestión étnica ha ido vinculada con la socioeconómica en las protestas y en las reclamaciones políticas post-apartheid. Y con el fin del régimen segregacionista, en Cabo Occidental existe cierta visión favorable a la independencia que pudiera mantener la demografía de la región rica con un gobierno liberal de la AD, ya que es la única región políticamente controlada por este partido. De hecho, según una encuesta de Victory Research, el independentismo en Cabo Occidental habría crecido hasta 12 puntos en un año, alcanzando en julio de 2021 un 48% a favor de convertir la región en un país independiente.

No obstante, aunque el ANC es aún el elemento hegemónico y aglutinador social en el país, se ha abierto una etapa crucial con el debilitamiento del partido en los últimos años, ya sea ante luchas internas, escisiones, la oposición de la AD o un potencial desequilibrio secesionista o irredentista entre grandes desigualdades étnicas y socioeconómicas entre distintos grupos poblacionales.

Concentración de los incidentes en Sudáfrica sobre las regiones de Gauteng y KwaZulu-Natal, 2021. Fuente: Daily Maverick.

El pivote regional

El saldo de muertes en los enfrentamientos de 2021 superó los tres centenares, los detenidos se contaban por miles y el despliegue de militares anunciado fue inaudito en el país: 25.000 efectivos, el mayor desde 1994. Sudáfrica movilizó a todos sus reservistas en el ejército por si se desbordaban los disturbios a un mayor número de zonas o aumentaban sus dimensiones. A pesar del original despliegue de 2.500 unidades, el operativo para sofocar los enfrentamientos dejó en entredicho la posición de Sudáfrica como líder de la región puesto que se retrasó el despliegue de tropas anunciado sobre el norte de Mozambique, dejando a Ruanda como potencia adelantada en el conflicto. Botsuana, siguiendo una política de acompañamiento, también retrasó su despliegue en Mozambique. Junto a Botsuana, otros países que pensaban formar parte del despliegue que Sudáfrica lideraría en el marco de la Comunidad de Desarrollo de África Austral (SADC) serían Angola y Zimbabue.

Pero su posición central en África austral podría quedar en entredicho si Sudáfrica tenía que retrasar aún más su llegada a Mozambique a causa de un conflicto interno. Especialmente crítico sería para Sudáfrica si la inestabilidad de puntos calientes como KwaZulu-Natal y los suburbios de Johannesburgo se unían a la crisis de Esuatini como factores desestabilizadores. Finalmente la crisis sudafricana no trascendió más allá de la gravedad comentada pero quedaba congelada de nuevo la bomba de relojería que la componía: un puzle antropológico interno y externo con desigualdades a causa de una transición inconclusa, una crisis socioeconómica con realidades de desigualdad récord y unas bases del partido central enfrentadas por ambos factores, corrupción y crisis personalistas.

El componente de mezcla étnica tan inmenso de Sudáfrica representa un factor de riqueza cultural si se apuesta por un modelo de convivencia. Pero experiencias como la etíope demuestran que si se prende la mecha nacional, étnica y/o socioeconómica, puede extenderse muy rápidamente. La cuestión nacional zulú y la pobreza de los suburbios ha sido un primer gran aviso pero todos estos componentes tienen un importante potencial en la Sudáfrica de la transición a medias, especialmente si se debilita el partido transversal y empujan los nacionalismos regionalizados que ya existen con perfil bajo.

*Alejandro López Canorea es Antropólogo, profesor y biólogo especializado en gestión de socioecosistemas.

Artículo publicado en Descifrando la Guerra y fue editado por el equipo de PIA Global