Tras el debate Trump-Biden, quizás lo más interesante que se puede hacer es extraer algunas conclusiones y también, por qué no, algunos aprendizajes. Muchos han sido los análisis que se han realizado estos días sobre las más o menos mermadas capacidades cognitivas de Joe Biden, no ya para competir en una carrera presidencial, sino para gobernar. O como la incapacidad de respuesta del demócrata hizo más fácil que un mentiroso compulsivo como Trump pudiera colocar de manera bien sencilla su retahíla de mensajes y eslóganes destinados a recalar en su parroquia, una parroquia, por cierto, cada vez más convencida de sus posibilidades de victoria. Se ha abierto, también, el debate sobre la necesidad de un cambio de candidato en el Partido D00emócrata, ahora que todavía hay tiempo para revertir el desastre.
Desde Europa el debate se siguió con, al menos, igual interés que en EEUU, con programas especiales dedicados a analizar la comunicación política de ambos contendientes. Se es consciente de la relevancia de los acontecimientos que suceden al otro lado del Atlántico y el potencial impacto del resultado electoral de noviembre sobre las relaciones entre EEUU y la UE, pero también sobre el propio desarrollo de la UE. Porque es importante ser conscientes hasta que punto la vieja Europa se siente dependiente, y con razón, de Washington. Del mismo modo que, también es relevante, saber que, para EEUU esta lógica no es la misma. Europa es para el hegemón americano un aliado, sí, pero siempre y cuando dicho aliado sea receptivo a sus propias demandas.
En el actual contexto de enorme inestabilidad geopolítica, en el que una Europa ensimismada se está empezando a dar cuenta que no tiene capacidad por sí sola de incidir de manera sustantiva en el devenir de algunos de los conflictos y guerras que se sitúan en torno a sus fronteras más inmediatas. El horror vacui que le produce el imaginar un escenario en el que EEUU sólo esté a su lado en aquellas cuestiones en le sean beneficiosas le quita el sueño. De hecho, el horizonte en el que se han realizado las elecciones europeas es precisamente este, el de las elecciones norteamericanas de otoño. Y es con la posibilidad de un Donald Trump en la Casa Blanca con la hipótesis sobre la que está trabajando de cara al nuevo ciclo político que ahora comienza en Bruselas.
La idea de un Trump en Washington alteraría de manera sustantiva la política exterior norteamericana, sin embargo, no se sustenta sobre los hechos, sino sobre las percepciones. Si se echa un vistazo a la política exterior norteamericana desde Obama se observa que, con algún matiz, no ha habido cambios significativos en la misma. La orientación geopolítica de EEUU se ha ido desplazando de manera significativa hacia el eje Asia-Pacífico y es ahí donde, los tres últimos presidentes han tenido puesta su atención. Si se compara, por ejemplo, la política hacia Israel o hacia Marruecos de las dos últimas administraciones, se observa que, de nuevo, Biden no cambió una coma de las iniciativas puestas en marcha por Trump, como fue el caso de los Acuerdos de Abraham o el reconocimiento de la soberanía de Marruecos sobre el Sahara. En cuanto al ámbito OTAN y las políticas de Defensa, algo que preocupa sobremanera en Bruselas y en las capitales europeas, es deber recordar que fue ya Obama en la Cumbre de la OTAN celebrada en Gales en 2014, el primero que solicitó, de manera amable pero asertiva, el incremento del gasto militar a sus socios europeos hasta alcanzar el 2% del PIB. Trump volvió a hacer lo propio en 2016 y ahora lo ha vuelto a reiterar. La diferencia entre uno y otro, en esencia las formas y el histrionismo desplegado.
Así las cosas, en realidad donde subyace la mayor preocupación ante una potencial victoria de Donald Trump, tiene que ver con dos cuestiones esenciales, la imprevisibilidad del líder republicano en su toma de decisiones y la continuidad del apoyo en materia de defensa en el marco OTAN. Ambos factores no son menores y, combinados son, además, altamente explosivos. La mayor o menor rapidez y la mayor o menor cantidad de recursos que EEUU pueda enviar después de noviembre al frente ucraniano tendrá un efecto inversamente proporcional al incremento del miedo y a la inseguridad percibida en la UE frente a Rusia.
La certeza de protección norteamericana en materia de defensa es, en realidad, lo que le está quitando el sueño a Europa. Y esto es así cada vez de manera más clara a la luz de los últimos nombramientos de altos puestos en la UE para la presidencia de la Comisión, Alto Representante y Secretario General de la OTAN. Todas las personas que ocuparán estos cargos a partir del otoño tienen algo en común y esto es el haber sido de los líderes más significados en relación con una solución de final de la guerra en Ucrania sobre la derrota inapelable de Rusia. Y para alcanzar ese objetivo es imprescindible el refuerzo de la alianza euroatlántica y la aceleración de la política industrial de defensa europea, o lo que es lo mismo, apostar, al igual que Moscú, por una guerra larga, larguísima.
Es curioso que cuando se mira hacia EEUU y a sus debates electorales se esté pensando en estas cuestiones, y no tanto, en la degradación a la que están llegando las democracias liberales, la crisis de los actores de intermediación política, y en cómo la ausencia de respuestas por parte de las fuerzas políticas convencionales que no han sabido responder a una enorme crisis de cohesión social en Europa, estén siendo desplazadas cuando no sustituidas por fuerzas política de corte antiliberal, cuando no directamente autoritario. Mientras el actual centro político europeo, la única respuesta que ofrece a la ciudadanía es la de seguir incidiendo en el miedo, en la ansiedad y el rearme. Si realmente se piensa que Europa está en riesgo, quizás lo más inteligente sería la defensa cerrada de la democracia y el Estado de Derecho y no el establecimiento de alianzas con n’importe quoi, con tal de continuar con la construcción de la Europa geopolítica a cualquier precio.
*Ruth Ferrero-Turrión, Profesora de Ciencia Política y Estudios Europeos en la Universidad Complutense de Madrid.
Artículo publicado originalmente en Público.es
Foto de portada: Donald Trump y Joe Biden en el primer debate electoral de este 27 de junio de 2024. / Europa Press