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Rusia-Ucrania: la comprensión de lo inevitable y la impotencia de la histeria

Por Hernando Kleimans*. Especial para PIA Global. – Las guerras modernas tienen su componente bélico en una “modesta” segunda posición. El general Valeri Guerásimov, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas rusas y, con seguridad, un genial estratega y teórico militar, basa su doctrina de guerras híbridas en que “en el siglo XXI, se tiende a borrar las distinciones entre guerra y paz.

Las guerras ya no se declaran, y una vez que comienzan, no siguen el patrón al que estamos acostumbrados. El papel de los métodos no militares para alcanzar objetivos políticos y estratégicos ha aumentado, superando en muchos casos significativamente la eficacia de las armas. El énfasis en los métodos de confrontación se está desplazando hacia el uso generalizado de medidas políticas, económicas, informativas, humanitarias y otras no militares, implementadas aprovechando el potencial de protesta de la población”.

Es inquietante la afición de ciertos analistas por encorsetar el conflicto en la Cuenca del Don, Novorossía y Crimea en un inconsistente conteo de bombas y drones. Para poner las cosas en su lugar y para siempre, la cuestión militar en Ucrania está terminada. El régimen ilegal, neonazi y corrupto de la calle Bankova ya no está en condiciones ni de cuidar la seguridad de Kíev. Las fuerzas armadas rusas avanzan a lo largo de un frente de 2.000 kilómetros que se extiende desde las regiones norteñas de Ucrania lindantes con Bielorrusia (conjuntamente con Rusia integrante del Estado Unido y vuelta a ser potencia nuclear): Sumi y Chernígov ya en gran parte ocupadas por las unidades de asalto rusas, hasta Odessa, la perla rusa del Mar Negro todavía en manos de Kíev.

El objetivo primario de este avance incontenible que por semana libera centenares de kilómetros, es cumplir con la orden del presidente Vladímir Putin, en tanto comandante supremo de las fuerzas armadas rusas, de crear una zona “tapón” en la frontera para evitar los ataques terroristas con misiles o drones OTAN sobre las ciudades de las regiones de Briansk, Kursk y Bélgorod.

En el recorrido de esta dinámica línea de frentes, están ciudades hasta ahora ucranianas como Járkov en el norte (capital industrial de la Ucrania soviética), Dniepropetrovsk y Jersón, sobre el estratégico río Dnieper y Nikoláiev, centro de astilleros para el Mar Negro desde la época de Pedro I. Desde allí y desde Vorónezh, por el Don, en el siglo XVII el gran zar llevó sus naves construidas con robles de los bosques del lugar, hasta la Odessa recién reconquistada a los turcos, cuya poderosa flota comandada por Hussein Pashá y alimentada por Francia e Inglaterra, barrió del dominio del Mar Negro, logrando así imponer la presencia rusa en los “mares cálidos”.

Es muy difícil evitar la rotunda afirmación del líder del oficialista “Rusia Unida”, Dmitrii Mevdiévev, vicepresidente del Consejo de Seguridad de Rusia. Este deslumbrante jurista internacional anunció que, de seguir los ataques de Kíev con armamento OTAN, la zona de seguridad se extendería… hasta la frontera oriental de Polonia. ¿Qué haría en esa contingencia el nacionalista historiador Karol Nawrocki, flamante presidente polaco, contrario al envío de tropas a Ucrania y furibundo partidario del reconocimiento por Kíev del genocidio polaco en 1943-1945, a mano de los nazis ucranianos encabezados por Stepan Bandera, convertido hoy en prócer del régimen de Kíev?

Casi en silencio, sin adelantar ningún reconocimiento, ni análisis objetivo, ni bajadas de consignas absurdas, de los grandes medios desaparecieron, además de las ardientes bravatas sobre “lograr la derrota estratégica de Rusia”, “provocar una conmoción interna que termine con el régimen dictatorial” o “desmembrar a Rusia en diez o veinte regiones”, las menciones a sitios de combate en la Cuenca del Donetz o en la margen oriental del Dnieper, Novorossía. Son pocas las menciones sobre Sumi, Volchansk, Kupiansk, Krasnoarmeisk, Kámenskoe o las partes ocupadas que todavía quedan en la margen occidental del Dniéper, en las regiones sureñas de Zaporozhie y Jersón.

Desde luego, ninguna información asoma sobre las grandes resistencias de la población civil en Odessa o en Járkov, ni las batallas que libran las heroicas mujeres de Ucrania Occidental para impedir que los nazis de los servicios de reclutamiento obligatorio arrastren a sus hombres a la guerra. Es común que el grito de recomendación de estas heroínas sea: “cuando lleguen a la línea de combate entréguense prisioneros a los rusos”… Según informaciones oficiales ucranianas, en el primer trimestre de este año desertaron más de 25.000 efectivos, incluyendo unidades enteras, como las selectas entrenadas en campos franceses.

Testimonios más que suficientes son las declaraciones de los prisioneros ucranianos, acerca de la violencia y la incapacidad de los mandos, su grado de corrupción, el abandono y la absoluta dependencia de los dictados de los “asesores” de la OTAN. Algunos mercenarios que lograron salvar su vida (entre ellos colombianos) comparten esa descripción y agregan la falta de pago y la tremenda peligrosidad para sus vidas que significan los enfrentamientos con los comandos rusos.

Como dato de importancia en abono a la teoría de la guerra moderna sustentada por Guerásimov, las tropas rusas nunca despliegan ataques masivos de infantería o de tanques. Se trata de comandos muy bien equipados, muy móviles, con un gran soporte electrónico, que avanzan una vez que las posiciones de defensa de Kíev son barridas por los helicópteros y cazabombarderos de asalto de la aviación (dueña total del espacio aéreo tras la “desaparición” de los F-16 y el colapso de las plataformas “Patriot”), la tremenda artillería rusa (un clásico histórico desde Iván el Terrible) y los tanques T-80 y T-90 (también “desaparecieron” los “Leopard” alemanes y los “Abrams” norteamericanos). Al igual que en la Gran Guerra Patria, son numerosos los corresponsales de guerra rusos presentes en la línea de fuego. Algunos perecieron abatidos por el enemigo. Pero son incontables los testimonios en videos de esas pequeñas y constantes victorias rusas. Nada de eso, por ahora, es reflejado por los grandes grupos mediáticos occidentales.

En el último encuentro ruso-ucraniano en Estambul se acordó la devolución de cadáveres de ambos bandos. Los rusos entregan 6.000 cuerpos. Los ucranianos no dieron número pero, según los cálculos de Moscú, sólo serían… algunos centenares.

La Agencia RIA Nóvosti publica el mapa digital que diariamente registra la situación en la zona de combate. Es lo suficientemente elocuente como para evitar redundar en apreciaciones tácticas. Es irrestricto el acceso al link del Mapa Interactivo de la Operación Especial:

https://ria.ru/20220622/spetsoperatsiya-1795199102.html

Sus referencias están en ruso, pero no son difíciles de entender. Tampoco es nuevo. En la Gran Guerra Patria, las pizarras de los diarios y los partes radiales del Buró de Información detallaban diariamente y con absoluta franqueza, la posición de los frentes de combate. El inconfundible tono del locutor Iuri Leviatán: “Del Buró Soviético de Información…” se convirtió en un audio grabado y atesorado por todas las familias rusas.

Los arrebatos paranoicos de los (con perdón) “líderes” europeos amenazan con represalias ecuménicas que descargarán todas las iras del Olimpo sobre el “monstruoso tirano de las estepas”, sin tener en sus fatrilqueras un maravedí para movilizar tropas de por sí inexistentes. Los seudoestadillos bálticos emiten agudos ladridos de “advertencia” amenazando con cerrar el Mar Báltico y convertirlo en un lago de la OTAN… El objetivo es, además, impedir la libre navegación de tanqueros rusos que, paradójicamente, llevan el GNL hasta España y alimentan ahora a Europa de modo mucho más caro que cuando el gas fluía por los “Nord-Streams”. Bueno, un simple y sencillo entrenamiento planificado de la Flota del Báltico señaló claramente la determinación rusa de defender la libertad de navegación.

Por el extremo sur, la vieja, viejísima Albión que apenas puede con su crisis, pretende renovar el antiguo sueño de Winston Churchill y William Pitt, de convertir el Mar Negro, con las manos de sus aliados otomanos, en otro lago, esta vez inglés, con estratégicas riberas hacia las riquezas del Asia Central. Ahora intentan pasar sus barquitos de guerra por el Bósforo y se encuentran con que el otomano actual, el astuto Recep Tayyip Erdoğan cumple a rajatablas los acuerdos de la Convención de Montreux de 1922, por lo que el paso de esos barquitos por el estrecho resulta ilegal. Mientras esto ocurre, Türkiye consolida su posición de “hub” para el paso de petróleo y gas ruso, azerbaidzhano, kazajo e iraní hacia la sedienta Europa del sur.

Esto explica también por qué países como Hungría, Serbia o Eslovaquia y muy modestamente Italia y Grecia se oponen al enloquecido sueño de escalada bélica de Bruselas. Postura fuertemente compartida por las fuerzas mal llamadas de “ultraderecha” de Francia y Alemania. Con un “petit Buonaparte” apaleado por su esposa y un descendiente de oficiales nazis como Fredrich Merz que ni siquiera tienen las agallas para reconocer su impotencia. Es interesante recordar que hace exactamente 80 años los aliados en la guerra contra el nazismo: Unión Soviética, Reino Unido, Francia y los Estados (U)nidos, firmaban la Declaración de la Victoria y reiteraban su resolución de destruir todo vestigio de nazismo por toda la posteridad. Hoy, sus lamentables descendientes europeos son manejados por dos diosas de la guerra como la insignificante estoniana Kaja Kallas y la fraudulenta Ursula von der Leyen. “No llores como mujer lo que no supiste defender como hombre” le dijo Aixa a su hijo Boabdil tras perder Granada a manos de las mesnadas de Isabel la Católica.

Sin embargo, Guerásimov puntualiza que no es posible seguir pensando hoy en la guerra como el simple enfrentamiento en combate. Por el contrario, la presenta como una actual confrontación entre diferentes sistemas políticos, económicos y sociales. Bueno, nada nuevo si sabemos reconocer los resultados, sin ir más lejos, de la Segunda Guerra Mundial, de China, de Corea, de Vietnam, de las revoluciones anticolonialistas en el Sudeste Asiático y en África. Me refiero estrictamente a los resultados bélicos. No tomo en cuenta los grandes cambios en nuestra América Latina. Sólo que esto hoy se ha vuelto universal. No tienen nada que ver con contextos geográficos, físicos o étnicos.

Vista aérea de un cementerio de Járkov, el pasado 17 de febrero. Narciso Contreras / Anadolu via Getty Images

Volviendo al punto: resultados evidentes y concretos de este nuevo modelo de guerra son: 1) la destrucción del bloque euroatlántico, partido en varios pedazos y con un agudo pronóstico de implosión. 2) La consolidación y crecimiento estable del nuevo orden multipolar, sobre bases de integración y solidaridad. 3)  La toma de posiciones de privilegio tanto en lo político como en lo económico de nuevas potencias como China, la India, Brasil o Rusia, lo que condiciona cada vez más la conducta de la ONU en su carácter de principal organismo internacional destinado a hacer respetar las normas de convivencia del nuevo mundo. 4) el inexorable desplazamiento de obsoletas estructuras monopólicas financieras internacionales erigidas por el imperialismo, por nuevas funcionales a los objetivos de desarrollo del nuevo mundo multipolar. 5) la histérica y fraudulenta resistencia de las líneas de comunicación e inteligencia occidentales ante la aparición de estructuras alternativas tanto en lo social como en lo cultural y ético.

Cuando se profundiza en los resultados de las negociaciones en Estambul, creo que conviene partir del consentimiento de asistir a un parto. Como siempre digo (tres hijos, cuatro nietos) ningún parto es puro, limpio y sin sangre. Pero el resultado es altamente satisfactorio porque aparece una nueva vida. Está asegurada nuestra continuidad como especie. Lo que no significa que a partir de allí todo sea un camino de rosas. Tres hijos y cuatro nietos… ¡mirá si no voy a saber lo que es desarrollarlos! En este caso, que involucra absolutamente a toda la humanidad, la parte nueva impone reglas rabiosamente resistidas por la parte vieja.

El generalísimo Iósif Stalin (¡perdón Bronstein!) decía que el imperialismo se vuelve más agresivo a medida que pierde terreno, recordando que las más peligrosas son las fieras acorraladas. De allí partía para imponer una política dura, sectaria y muchas veces arbitraria. Hoy, estamos ante un imperialismo jadeante, con tremendos problemas y contradicciones internas, con insuperables crisis económicas y sociales y con intentos de superarlas por la violencia o por una artera maniobra de descomposición de la resistencia social.

En su última intervención en el Consejo de Seguridad Nacional Vladímir Putin advirtió, luego de los sangrientos atentados en los ferrocarriles rusos, los intentos de ataque a bases aéreas y el intento de minar el puente de Crimea, que el estado ucraniano actual se está convirtiendo en un estado terrorista. Deja de lado objetivos militares que no puede alcanzar y se lanza a desesperados intentos de terror. No es precisamente a Rusia que podría intimidar con este terror Kíev. Toda la milenaria historia rusa está impregnada de lucha contra el terror. Está claro que su finalidad es sabotear las negociaciones de paz en Estambul patrocinadas por Donald Trump, Erdogan, Lula, Xi, Modi, y el resto de 30 jefes de estado que asistieron en Moscú a la celebración del 80° Aniversario de la Victoria sobre el nazismo que Kíev ahora reivindica. Asistieron pese a las directas amenazas proferidas por Volodimir Zelenski, comediante ilegal, verdadero “okupa” de la residencia de la calle Barkova.

Mientras Trump se desentiende de su anunciado final, este pretendiente del poder no alcanza siquiera a concitar la real solidaridad, práctica, efectiva, de lo que queda de la Unión Europea. Y además, recibe todos los días nuevos mandobles ya no en el pretendido campo de batalla, cada vez menos accesible, sino en cualesquier territorio de las relaciones mundiales. Acaba de ocurrir una vez más en Moscú, donde más de 120 delegaciones de 104 países y 15 organizaciones internacionales (entre ellas los BRICS) deliberaron en el XIII Encuentro Internacional de Altos Representantes curadores de temas de seguridad. En Moscú, pese a los atentados, se discutió la nueva arquitectura de la seguridad global. Es increíble darse cuenta de que, tres años y medio atrás, Rusia propuso estos mismos objetivos a la OTAN y a los Estados Unidos. Rechazados entonces con la altisonancia de quienes pensaban ser triunfadores.

Hicieron falta una guerra, decenas de miles de muertos, economías destruidas, logística mundiales enloquecidas, hundimiento de sistemas y conductas éticas y culturales, para que finalmente el mundo unipolar aceptara esas propuestas. En su momento habíamos dicho: “!Es la dialéctica, estúpido!”

pero… ¡a qué precio!

Hernando Kleimans* Periodista, historiador recibido en la Universidad de la Amistad de los Pueblos «Patricio Lumumba», Moscú. Especialista en relaciones con Rusia. Colaborador de PIA Global

Foto de portada: Las fuerzas rusas avanzan en el este de Ucrania y en Kursk.. Imagen: EFE

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