Colaboraciones Europa

Rusia sufre el terror de la impotencia

Por Hernando Kleimans* Especial para PIA Global. – El domingo 23 fue un día soleado, con temperatura estival. El mar estaba tranquilo, ese mediodía los chicos jugaban en la arena y bajo las “medias sombras” las madres preparaban el habitual almuerzo de playa.

Se conmemoraba además el día de la Santísima Trinidad, según la iglesia ortodoxa, y eso agregaba un elemento más de paz en esa jornada, como dijimos, soleada…

Cinco estampidos secos en el cielo, como un pistoletazo a quemarropa, quebraron el cuadro dominical en Uchkuevka, el popular balneario de la ciudad y puerto de Sebastopol. Cinco misiles ATACMS tácticos, fabricados por la Lockheed Martins, guiados por el dron RQ-4 Global Hawk, todos provistos por los EE.UU. y guiados por la logística satelital del Pentágono, lanzados desde territorio ucraniano, habían sido eliminados por la defensa antiaérea de Crimea.

Sin embargo, uno de ellos alcanzó a detonar sobre el balneario, derramando la bomba de racimo que llevaba en su interior (prohibidas por la ONU). Las mortíferas esferas cayeron sobre los desprevenidos domingueros, matando e hiriendo a cuantos estaban a su alcance. Cinco muertos, de ellos dos niños (uno de dos añitos) y casi 160 heridos, de los que casi 20 de extrema gravedad, entre ellos tres niños.

Que cada uno se imagine las escenas de terror, de impotencia, de dolor, de compasión y de solidaridad que se desplegaron en el lugar. Comerciantes que transformaron su negocio en improvisados puntos de recuperación, choferes de “uber” que dejaron sus recorridos para trasladar sangrantes heridos a los hospitales, madres que salvaron sus hijos cubriéndolos con sus cuerpos. ¡Bah!, nada nuevo desde Guernica o desde My Lai, en Vietnam, desde Yugoslavia hasta Irak. Puede verse en el “Guernica” de Picasso…

Horas más tarde, en Majachkalá, la hermosa capital de Daguestán (una de las repúblicas musulmanas federadas en Rusia) a orillas del Mar Caspio y en Derbent, antigua ciudad daguestana e histórico paso entre los mares Negro y Caspio, un comando terrorista islamista ametralló una iglesia ortodoxa, una sinagoga y un puesto policial, asesinando a mansalva a más de 20 personas.

Es posible considerar estos dos bestiales atentados como golpes terroristas separados. Para quienes desconocen la historia de esta región y además no están al tanto de su actual realidad geopolítica, es comprensible que los analicen de esta manera.

Para quienes, por el contrario, entienden el complejo mosaico caucasiano y sus vínculos estratégicos con el sur ucraniano y las regiones del Donbass y Novorossía, es imposible separar ambos atentados. Forman parte de una misma agresión y ambos tienen el mismo objetivo: debilitar y destruir Rusia y los estados independientes del Cáucaso. Provocar conmociones internas y pánico en plena época turística. Someter toda esa región, secularmente ubicada en los pasos centrales entre Asia y Europa, al dominio del bloque euroatlántico cuyo brazo armado, la OTAN, varias e infructuosas veces intentó cumplir con ese objetivo.

Hace treinta años fue el primer intento en Chechenia. Bandas islamistas extremistas, armadas y financiadas por ciertos países árabes todavía en connivencia con el bloque euroatlántico, intentaron separar esta región de ariscos montañeses y convertirla en plaza de armas en el extremo sur de Rusia. Uno de los principales triunfos de Vladímir Putin fue terminar con un conflicto que costó decenas de miles de muertos rusos y chechenos en dos guerras sucesivas e instaurar en Grozny, la capital chechena, un gobierno nacional, fuertemente independiente y decididamente integrado a Rusia.

El segundo intento se produjo por un costado del Mar Negro que pocos tienen en cuenta. Una vecina de Chechenia: Georgia, la Gruzia rusa, la Iberia trashumante que pobló la Península Ibérica en los siglos IV y VI de nuestra era, soportó inmediatamente después de la caída de la Unión Soviética la primera “revolución de color”, que encabezó Mijaíl Saakashvili, egresado de Columbia y fanático enemigo de Rusia. Situada en el extremo oriental del Mar Negro, es paso obligado hacia el Asia. Así lo entendieron los griegos quienes, además de fundar colonias a lo largo de la orilla norte del Pontos Euxinos, como llamaron al mar, desarrollaron producciones vitivinícolas, de las que hoy han quedado los excelentes vinos de Kajetia. El primer objetivo de la OTAN fue, precisamente, “blindar” Gruzia para enfrentarla con Rusia y armar desde allí agresiones sobre sus territorios.

En 2008 Saakashvili, por entonces presidente de Gruzia, invadió dos regiones autónomas que formaban parte del país: la montañesa Osetia del Sur (Osetia del Norte, la Alania caucasiana, es una de las 24 repúblicas que integran la Federación Rusa) y Abjazia (sobre el Mar Negro). Ambas fronterizas con Rusia. La relampagueante intervención militar rusa impidió la anexión y permitió que ambas regiones se declararan repúblicas independientes.

En febrero de 2014 y con la activa participación de la embajada norteamericana en Kíev y del “exiliado” Mijaíl Saakashvili, los grupos neonazis ucranianos derrocaron al gobierno constitucional de Víktor Ianukovich, quien se había negado a firmar un pacto leonino con la Unión Europea, y tomaron el poder. Desde ese momento, el objetivo del régimen de Kíev, fuera quien fuere su gobernante, ha sido dictado por el bloque euroatlántico, empeñado en transformar a Ucrania en la decisiva plataforma de agresión contra Rusia.

La consolidación del poder neonazi fue sangrienta. En Járkov, su principal ciudad industrial, Zaporozhie, su centro de generación energética, Jersón, antigua colonia griega en la desembocadura del gran río Dniéper en el Mar Negro, en la histórica ciudad y gran puerto de Odessa reconquistado en 1789 a los turcos por el español José de Rivas, almirante al servicio de la emperatriz rusa Catalina la Grande, la resistencia popular al golpe de estado fue salvajemente reprimida.

Crimea fue la primera en levantarse contra el gobierno neonazi y en un referéndum por aplastante mayoría su población resolvió reintegrarse a Rusia. De esta forma, el principal puerto militar de Sebastopol, asiento de la poderosa Flota rusa del Mar Negro, quedó en manos de Moscú y los “visitantes” de la OTAN que lo frecuentaban debieron interrumpir sus “visitas” en medio de grandes manifestaciones que rechazaban su presencia.

Lugansk y Donetsk, las capitales de la región hullera y metalúrgica del Donbass, se rebelaron al golpe y se declararon repúblicas independientes. Sus milicias populares resistieron desde 2014 los ataques de formaciones neonazis como “Azov” o “Sector derecho”, de mercenarios occidentales y de las tropas regulares de Kíev, los incesantes bombardeos a sus ciudades y los terribles bloqueos económicos (al igual que Crimea, el Donbass sufrió el corte del agua y la electricidad por parte de Kíev).

Al final de esta historia, tampoco el bloque euroatlántico y su brazo armado la OTAN han logrado el objetivo inicial de desmembrar Rusia y convertirla en un mosaico de pequeños países dependientes de los dictados de Bruselas y Washington. No lo lograron en el terreno militar, en el económico y tampoco en el político. Crimea y Novorossía se han convertido en pujantes regiones en sectores de la economía rusa como el turismo, el complejo agroindustrial, la minería y la metalurgia.

Pese a la ingente “ayuda” militar y económica, la OTAN no consigue que Kíev revierta la situación en el campo de batalla, sino todo lo contrario. El avance ruso en el norte de la República de Lugansk en dirección a Járkov y en el sur de la de Donetsk en dirección a Odessa es visto por los analistas occidentales como la antesala del fin de Ucrania como el otrora poderoso estado del centro europeo.

El frustrado cónclave convocado recientemente para aprobar el pretendido “plan de paz” de Kíev, en el hotel suizo de Bürgenstock no generó ningún resultado e implicó, para la estrategia del bloque euroatlántico, un claro fracaso en su intento por aislar a Rusia. Por el contrario, en muchos centros de decisión política occidental se analizan seriamente las propuestas de paz planteadas por Putin en vísperas de la conferencia. Ellas prevén el reconocimiento de la situación “en el terreno”, es decir la incorporación de Novorossía, el Donbass y Crimea a Rusia, la desnazificación del régimen de Kíev y la declaración de neutralidad antibloque por parte del gobierno ucraniano que surja. El llamado sería “Aprueben esto antes que sea tarde y ya no tengan qué negociar”

Un importante factor que obligó a estas nuevas reflexiones ha quedado patentizado en los documentos firmados durante la reciente visita de Vladímir Putin a la República Democrática Popular de Corea y a Vietnam. Además de los grandes contratos económicos y comerciales, el punto central fue la declaración de solidaridad y acompañamiento en el caso de agresión por terceros países. Y el adelanto hecho por Putin en el sentido de proveer a ambas naciones de equipo militar pesado. A buen entendedor, pocas palabras bastan. Lo ocurrido en Corea del Norte y en Vietnam bien puede repetirse en Irán, Cuba, Níger y otros países de estrecha relación con Rusia. Como dijo el presidente ruso, si Washington puede armar inclusive con armas nucleares a sus aliados, ¿por qué Rusia no puede hacer lo mismo?

En la propia Kíev las luchas internas son cruentas e incesantes. Otra vez han sido reemplazados altos jefes militares. El ilegal presidente Volodimir Zelensky, cuyo mandato cesó el pasado 31 de mayo, es cada vez más desplazado por su “consejero” Andréi Ermak y en la Rada (parlamento ucraniano) son cada vez más los que piden respetar la constitución y asumir el poder del Estado.

En este marco, el “núcleo duro” de la oficina de la calle Bánkova se ha decidido, resueltamente, por acometer atentados terroristas, como única posibilidad por siquiera estremecer el statu quo y provocar algún tipo de conmoción interna en Rusia. Pero, además, esto tiene el mismo sello criminal que tenían los últimos y desesperados movimientos del Tercer Reich, en abril de 1945: una maldad histérica. Mijaíl Podoliak, eterno “consejero” de la Oficina Presidencial de Zelensky, afirmó: “en Crimea no hay y no pueden existir ‘playas’, ‘zonas turísticas’ y otros signos ficticios de ‘vida pacífica’. Crimea es un territorio extraño ocupado por Rusia, donde se desarrollan acciones de combate y una guerra plena… Se trata de un gran campo y depósito militar, con centenares de directos blancos militares, que los rusos intentan ocultar con sus civiles quienes, a su vez, son ocupantes”…

Coordinada hábilmente por sus mentores del bloque euroatlántico, la decisión individual del régimen neonazi de Kíev ha dejado de ser “un simple ataque terrorista” para convertirse poco a poco en una estrategia del terror que ya abarca todo el “cinturón caucasiano” del Mar Negro. El ataque con misiles sobre la playa de Sebastopol coincide táctica y estratégicamente con el fusilamiento de la iglesia ortodoxa y el templo judío en Daguestán y con los “altercados” en la frontera entre Rusia y Gruzia. Además de sembrar el terror y provocar eventuales protestas internas en Rusia, también esta acentuada táctica intenta generar conflictos religiosos e interraciales. En la región eternamente han convivido judíos con musulmanes y católicos. Siempre se entremezclaron rusos con tártaros, tribus montañesas del Cáucaso e incluso restos de ancestrales colonias griegas. Esa mezcla siempre ha funcionado como argamasa que permitió enfrentar unidos las agresiones externas: turcos, ingleses, franceses y alemanes se estrellaron permanentemente en estas regiones contra la resistencia de sus ocupantes. Intentar su división mediante el terror es desconocer esta historia.

Es altamente preocupante que esta ceguera tanto del régimen neonazi como de sus aliados islamistas y de sus mentores euroatlánticos termine por transformarse en otro paso de una escalada muy peligrosa que puede conducir al holocausto nuclear. Hay ya centros políticos europeos que han comenzado a considerar la propuesta de paz de Putin con un grado mayor de sensatez y madurez, incluyendo a Emmanuel Macron, el presidente francés que ahora da marcha atrás con sus llamados a mandar tropas de la OTAN a Ucrania y dice que quiere conversar con Putin sobre diferentes aspectos de la seguridad europea. Putin ya expresó que no tiene inconvenientes, siempre que la conversación contenga elementos concretos de negociación.

Este miércoles, el secretario de Defensa de los Estados Unidos, Lloyd Austin, ha mantenido una conversación telefónica con su colega ruso, Andréi Beloúsov, para definir la importancia de mantener abiertas líneas de comunicación directa que hasta el momento estaban cerradas. La última vez que los ministros de Defensa de ambos países se comunicaron fue el 15 de marzo de 2023. Pese a que desde Washington continúa la tendencia a agudizar el conflicto, esta comunicación a iniciativas de Austin debe considerarse también como un intento por distender una escalada sumamente peligrosa, en referencia a la cual Rusia ya anunció que revisará su doctrina de defensa nacional, en lo que hace a la posible utilización del arma atómica.

Aunque Serguéi Lavrov, el imponente y eficaz ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, apuntó a la “incapacidad occidental” para aprehender la nueva situación en los ámbitos claves de la realidad internacional. Dijo que “esta conclusión la extraemos no simplemente en un plano vacío, sino partiendo de décadas de relaciones luego de la caída de la Unión Soviética”. Lavrov, tras señalar que “la esperanza es lo último que se pierde”, advirtió que “en cualquier momento los países occidentales pueden renunciar a sus obligaciones y no sólo eso: pueden además declarar la guerra, incluyendo la económica”.

Una situación crítica en la economía y la implicancia de las elecciones de noviembre próximo en el panorama político estadounidense han hecho pensar a la dirigencia norteamericana que la agudización del conflicto puede terminar por “volcar” su resolución hacia las posiciones del bloque euroatlántico. En este contexto se inscribe la decisión norteamericana de enviar al régimen de Kíev elementos radiactivos para su “inutilización” pero que con los que es posible construir una llamada “bomba sucia”.

 Se trata de un contenedor con isótopos radiactivos y una carga explosiva. Cuando se activa la carga, el contenedor se destruye, el relleno radiactivo se expande como una onda de choque y crea la contaminación del terreno en grandes áreas. En las actuales condiciones del régimen de Kíev, es impensable suponer que está en disponibilidad de fabricar algo así en su territorio. Queda sobreentendido quién y cómo puede encargarse de su realización.

Resultan curiosas, por decirlo suavemente, las decisiones del Tribunal Penal Internacional, creado por el Estatuto de Roma que no cuenta con el reconocimiento de las grandes naciones, que ahora solicita la captura del ex ministro de Defensa Serguei Shoigu y del jefe del Estado Mayor General Valeri Guerásimov, bajo la acusación de crímenes de lesa humanidad en Ucrania. Contra acusaciones que no están respaldadas por ninguna prueba, el TPI ni ha pestañeado por los constantes atentados criminales contra civiles perpetrados por el régimen neonazi de Kíev y mucho menos contra los ataques terroristas en Sebastopol y Daguestán.

Por otra parte, Moscú ha recibido muestras de solidaridad y acompañamiento por parte de casi todos los estados asiáticos, árabes y africanos. Algunos países de nuestro continente latinoamericano también le han expresado lo mismo. En algunos casos, como quedó fijado en las conversaciones mantenidas por Putin con sus colegas de Kazajstán, Kasim-Yomart Tokáev y de Türkiye, Recep Tayyip Erdoğan, se ha definido coordinar acciones concretas contra la delincuencia terrorista. Con Tokáev, en particular, se establecieron propuestas en este sentido que serán presentadas en la próxima cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCSh) a celebrarse el 3 y 4 de julio en Astana, la capital kazaja.

En lugar de autoproclamas por el Premio Nobel de Economía, quizá sería bueno recordar que la Argentina tiene dos Premios Nobel por la paz: Saavedra Lamas y Pérez Esquivel. En ambos casos por gestionar la resolución de conflictos bélicos. Tal vez el punto crítico se encuentra en la decisión y valentía que hay que tener para desembarcar de una beligerancia extemporánea y riesgosa que nos alía con los agresores y asumir una posición concordante con la enorme “Mayoría Global”, que condena no sólo los criminales atentados terroristas, sino también la continua oposición del bloque euroatlántico a los intentos de paz del nuevo mundo multipolar.

Hernando Kleimans* Periodista, historiador recibido en la Universidad de la Amistad de los Pueblos «Patricio Lumumba», Moscú. Especialista en relaciones con Rusia. Colaborador de PIA Global

Foto de portada: Duelo en Uchkuevka, Sebastopol (foto RIA Nóvosti)

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