Europa

Rusia-OTAN: el camino hacia ninguna parte

Por Igor Ivanov* –
Hace unos días, Jens Stoltenberg, Secretario General de la OTAN, anunció la expulsión de varios diplomáticos de la Misión Permanente de la Federación Rusa ante la Organización.

La única justificación que la OTAN pudo reunir para ello fue la tradicional retórica de las supuestas «actividades malignas» de Rusia en los Estados miembros de la OTAN. Como suele ocurrir, nunca se aportaron pruebas o ilustraciones de tales actividades. Es casi como si los dirigentes de la OTAN trataran sistemáticamente de destruir todo lo que Moscú y Bruselas han construido para reforzar la arquitectura de seguridad europea mediante esfuerzos conjuntos durante las dos últimas décadas.

Consejo OTAN-Rusia 2002 WikiWand

Rusia puso en marcha su Misión Permanente ante la OTAN en 2003 tras la creación del Consejo OTAN-Rusia (NRC) el 28 de mayo de 2002 en Roma. Anteriormente, el embajador ruso en Bélgica había actuado también como embajador no residente de su país ante la Organización. La creación del Consejo OTAN-Rusia constituyó un acontecimiento trascendental, como demuestra el hecho de que los Jefes de Estado y de Gobierno de todos los países miembros de la OTAN, así como el Presidente de la Federación Rusa, se reunieran en Roma para firmar la Declaración «Relaciones OTAN-Rusia: una nueva calidad» en una ceremonia oficial.

Por casualidad, estuve presente en esa ceremonia en Roma. El ambiente era muy animado y los dirigentes se mostraban bastante optimistas sobre las perspectivas del nuevo modo de cooperación entre Rusia y Occidente. Los presentes en aquel memorable acto acogieron unánimemente el nuevo mecanismo, mientras que el Presidente de Estados Unidos, George W. Bush, subrayó que si se dejaba de lado a Rusia, la alianza fracasaría a la hora de resolver los problemas a los que se enfrenta el mundo en el nuevo siglo y de responder a los nuevos retos de seguridad en la región euroatlántica y más allá. Jean Chrétien, Primer Ministro de Canadá, señaló que la OTAN estaba «abriendo un nuevo capítulo en el fortalecimiento de nuestros lazos con Rusia», y subrayó que la forma más segura de responder a los retos del siglo XXI sería coordinar los esfuerzos de la comunidad internacional en general. Y concluyó: «Ya era hora de que Rusia participara en el proceso».

Reuters. 2009

Por su parte, el Presidente Vladimir Putin dijo que Rusia esperaba que «la Declaración de Roma fuera una solución sólida para trabajar con un espíritu cooperativo y constructivo y no una mera declaración de intenciones». Continuó diciendo que Rusia y la OTAN tienen una historia tensa; sin embargo, ambos habían hecho verdaderos progresos, cambiando el paradigma «de la oposición al diálogo, de la confrontación a la cooperación». La Declaración de Roma, argumentó el dirigente ruso, no era más que el comienzo de los esfuerzos por llegar a unas relaciones fundamentalmente diferentes.

Aunque la razón por la que ambas partes acordaron hace dos décadas la creación del Consejo OTAN-Rusia y la medida en que el nuevo mecanismo conjunto resultó ser un agente de cambio para la situación militar y política en el Atlántico europeo (y en todo el mundo) siguen siendo objeto de persistentes especulaciones, creo que sería difícil refutar la idea de que los viejos shibboleths de la guerra fría necesitaban ser revisados en medio de la evolución de las circunstancias en los albores del nuevo milenio. En primer lugar, esto tenía que ver con cuestiones de seguridad. Por aquel entonces, los políticos occidentales de mentalidad sobria se dieron cuenta de que Rusia no era ni mucho menos lo que suponía una amenaza para la paz mundial y la seguridad internacional. El primer plano lo ocupaba ahora un nuevo conjunto de retos globales, como el terrorismo, los riesgos de proliferación de armas de destrucción masiva, la inmigración ilegal y las crisis regionales, sin que ninguna nación -incluso las más grandes y poderosas entre las potencias- pudiera contrarrestarlos por sí sola. Rusia fue la primera en enfrentarse al reto del terrorismo global. Siguiendo los pasos de Rusia, esta amenaza envolvió a Estados Unidos y otros países en su forma más cruel y dramática.

De acuerdo con la Declaración de Roma, Rusia y los Estados miembros de la OTAN se comprometieron a cooperar como iguales en áreas de interés mutuo. Los miembros del Consejo, actuando a título nacional y de forma coherente con sus compromisos y obligaciones colectivas, acordaron adoptar decisiones conjuntas y asumir la misma responsabilidad, individual y colectivamente, de las decisiones que se aplicaran. En el Consejo se crearon unos 25 grupos de trabajo y comités para fomentar una cooperación significativa en áreas críticas.

Tras una reunión con el Secretario General de la OTAN, George Robertson, en noviembre de 2002, el Presidente Vladimir Putin ofreció la siguiente visión de las relaciones de Rusia con la OTAN: «Nunca antes hemos planteado la cuestión de nuestra participación de pleno derecho en la OTAN. Tampoco nos planteamos hoy esa cuestión. Si nuestra relación, si nuestra cooperación se desarrolla de forma tan positiva como ahora… Y si la OTAN como alianza se transforma en la implementación de reformas institucionales… Y siempre que nuestra cooperación esté en consonancia con los intereses nacionales de Rusia, es decir, que veamos que este marco puede servir como herramienta para perseguir nuestros propios intereses… Entonces nuestra cooperación con la OTAN seguramente cambiará para abarcar una mayor implicación y participación».

El ministro de Exteriores ruso, Sergey Lavrov, en Bruselas. | Afp
El ministro de Exteriores ruso, Sergey Lavrov, en Bruselas. | Afp 2011

Han pasado unos 20 años desde la creación del Consejo OTAN-Rusia. ¿Podemos considerar este experimento como un éxito? Tanto un «sí» como un «no». Por un lado, todos pudimos comprobar que el diálogo y la cooperación eran, de hecho, posibles. A lo largo de los años, los grupos de trabajo conjuntos ofrecían decisiones cuya aplicación se ajustaba a los intereses fundamentales de ambas partes. Entre ellas se encontraban la lucha contra el terrorismo, el compromiso con el dossier de Afganistán, la mejora de la cooperación militar y técnica, el control de armas en Europa, así como otras cuestiones.

Por otra parte, también descubrimos que los viejos estereotipos estaban profundamente arraigados en las mentes de algunos estrategas de Occidente que todavía creen que Rusia es el factor principal e indispensable para cimentar la «solidaridad occidental». De lo contrario, ¿cómo se explica que los dirigentes de la OTAN hayan optado por congelar todos los procedimientos y contactos del Consejo con Rusia, en contra de lo estipulado en la Declaración de Roma, que prevé la celebración de una sesión urgente del Consejo OTAN-Rusia en casos como los brutales conflictos de Osetia del Sur o Ucrania?

El único acercamiento de la OTAN a Moscú a día de hoy es expulsar a todo el personal que pueda de la misión rusa en Bruselas. El propósito de todo esto no es difícil de adivinar. La OTAN se está preparando afanosamente para su próxima cumbre, que se celebrará en 2022 en Madrid. En esa cumbre, la OTAN planea aprobar una nueva estrategia para la alianza para hacerla «aún más fuerte».

Jens Stoltenberg, secretario general de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Foto: Shutterstock

No será una tarea fácil tras la desastrosa retirada de la alianza de Afganistán, por lo que ha estado dando pasos para cambiar la atención y buscar un adversario cuya presencia justifique la continuidad de la organización, así como otro aumento de los presupuestos militares de sus miembros. Las declaraciones individuales dejan claro que el nuevo marco conceptual debería devolver a la OTAN a su antigua retórica de acercarse a Rusia (y a China) como una amenaza.

Al parecer, la alianza prefiere dar un adiós definitivo al Consejo OTAN-Rusia para la próxima cumbre. Esto explica por qué están tratando de provocar una respuesta de Moscú, que definitivamente se producirá en un futuro próximo, y que probablemente afectará tanto a la misión de Rusia ante la OTAN en Bruselas como a la Oficina de Información de la OTAN en Moscú. Parece obvio que la única manera de que una organización internacional sea eficaz es si eso es lo que quieren todas las partes, en los hechos y no en las palabras. Si la OTAN, por la razón que sea, ha decidido que ya no necesita el Consejo OTAN-Rusia, debería encargarse de desmantelarlo.

Por muy miope y peligroso que pueda ser un paso así por parte de la OTAN, esto no borra de la agenda la cuestión de cómo sería la arquitectura de seguridad euroatlántica en el futuro. Los nuevos retos y amenazas siguen minando todo el sistema de seguridad internacional. Por tanto, la hazaña de entablar un diálogo pleno y equitativo entre Moscú y Occidente sobre toda una serie de cuestiones de estabilidad estratégica es más relevante que nunca. En las circunstancias actuales, la ausencia de ese diálogo está plagada de riesgos demasiado elevados para todas las partes. Sin duda, estos problemas pueden taparse y dejarse supurar bajo la superficie. ¿Pero por cuánto tiempo?

*Igor Ivanov, Presidente del Consejo de Asuntos Internacionales de Rusia (RIAC), Ministro de Asuntos Exteriores de la Federación Rusa (1998-2004)

Artículo publicado en RIAC.

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