Sin embargo, un cataclismo inesperado como la pandemia sacó a la luz los fallos sistémicos que debilitaron la hegemonía de Estados Unidos de una manera equivalente al efecto que el accidente nuclear de Chernobyl desnudó en 1986 las falencias de la Unión Soviética y se convirtió en el preámbulo de su implosión y posterior disolución.
Si alguien estaba en condiciones de percibir la decadencia de Estados Unidos a partir de la experiencia del caso Chernobyl y de las consecuencias que eso planteaba como ventana de oportunidad, ese era el presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin.
Es cierto que desde su llegada al poder, y tal vez antes, el Kremlin había puesto una ficha en Donald Trump. En su libro “La trastienda de Trump”, el ex teniente coronel de la KGB, Daniel Estulin afirma que la inteligencia rusa había vaticinado con varios años de antelación la llegada a la Casa Blanca de un outsider de la política con ciertos rasgos nacionalistas, capaz de oponerse a la globalización financiera impulsada desde Wall Street por demócratas y republicanos. Rusia consideraba que un eventual triunfo de Hillary Clinton en las elecciones que perdió frente a Trump, hubiera empujado al mundo a la Tercera Guerra Mundial para licuar las deudas de la crisis financiera en la que estamos inmersos, mediante la guerra es la única receta con la que cuenta el capitalismo en recesión que, además ya no tiene espacio para seguir expandiéndose.
Trump, nunca logró articular un proyecto alternativo y sus tropelías minaron el autoproclamado liderazgo estadounidense y colocaron a ese país al borde de una implosión que no excluye los riesgos de su escisión. Para Rusia y para Putin, que tuvieron que sobrellevar la humillación de la autodisolución de la Unión Soviética, el hundimiento de Estados Unidos era tan imposible como lo era el del Titanic.
Más allá de los lugares comunes que pueblan habitualmente las noticias, la Rusia postcomunista y el particular régimen del presidente Putin, su nacionalismo, su crítico desdén y desconfianza hacia Occidente y los valores occidentales no se comprenden si no se analiza la forma y los motivos que llevaron a la autodisolución de la URSS por sus propios dirigentes. Vladimir Putin reconstruyó el Estado y ahora, con el rápido desarrollo de tres vacunas de excelencia vio la oportunidad de acabar con el trauma nacional de los rusos: la humillación de los ´90.
Para recuperar el prestigio científico perdido en Occidente, apeló a las reminiscencias del momento de gloria de la carrera espacial, y recurrió al factor sorpresa -ganándole de mano a los laboratorios occidentales-, y lanzó en agosto de 2020 la Sputnik V como su nueva herramienta geopolítica: de “soft-power”.
De este lado del Atlántico, Cristina Fernández de Kirchner avizoró el fin del unilateralismo y el comienzo de un multilateralismo por el que ella había bregado desde hace años y que la había convertido en una figura antipática para Washington. El temprano reflejo de Argentina de acudir a Rusia en busca de vacunas lentamente se propagó por la región y se convirtió en la posición de un número creciente de países latinoamericanos, que han vuelto su mirada a Rusia y China en lugar de buscar vacunas en los grandes laboratorios occidentales, por las facilidades que les han dado y la rapidez con las que les han suministrado las dosis. En una región donde el número de contagios y muertes por el coronavirus ha tenido un costo tan alto, los gobiernos han acudido no a donde puedan, sino donde los ayuden a solucionar más rápido el problema de salud que enfrentan.
La pandemia del coronavirus le ha dado la gran oportunidad a Rusia y China de expandirse en toda la región de una manera rápida y sin obstáculos, en condiciones que nunca tuvieron desde que iniciaron su estrategia de expansión e influencia a finales de los 90, provocando que la lucha geopolítica con esas dos naciones, se haya convertido nuevamente en un tema de interés estratégico en Estados Unidos.
En 2015, por ejemplo, el general John Kelly, en ese entonces comandante del Comando Sur, responsable de las operaciones militares para Centro y Sudamérica, dijo que desde 2008 Rusia ha buscado incrementar su presencia en la región mediante la propaganda, armas, ventas de equipo y comercio, como parte de una estrategia para minar el liderazgo de Estados Unidos y desafiar su influencia en América Latina. Con sus vacunas, Rusia ha consolidado su relación con Cuba, Venezuela y Nicaragua, y reforzado sus vínculos con México, Brasil, Argentina y Colombia.
De forma acelerada, los dos países han ampliado sus relaciones en América Latina, lo que no pasó desapercibido en Washington. En septiembre del año pasado, el teniente general de la Fuerza Aérea, Michael Plehn, ex subcomandante del Comando Sur, dijo en la conferencia anual de Defensa, que los acuerdos políticos opacos de Rusia y China en América Latina amenazaban con desestabilizar la región si no estaban alerta los países, al ser potencias que no comparten los mismos valores de las democracias occidentales ni apuestan por los mismos principios.
El viejo escenario de la Guerra Fría, se ha reinventado, aunque los incentivos de los latinoamericanos son muy superiores hoy a los que fueron antes. La salud y la vida de millones están en la balanza política, la vacunación en la prioridad estratégica de los gobiernos para consolidarse y preservarse.
Al menos 10 países latinoamericanos han recibido las vacunas rusas Sputnik V, y otro tanto las chinas Sinovac y Sinopharm. Naciones como México, cuyo portafolio de vacunas original sólo contemplaba dos occidentales y una china, voltearon rápidamente a Rusia y ampliaron sus compras a China, cuando Pfizer y AstraZeneca, sus principales apuestas, tuvieron problemas de abastecimiento y dejaron de suministrar las dosis prometidas en los tiempos pactados. Junto con México, las otras grandes economías latinoamericanas, Brasil, Argentina y Chile, vieron en las vacunas rusas y chinas la gran alternativa en sus planes de inmunización, cuyo ritmo, objetivamente hablando, no podría haberse logrado de haber circunscrito a las vacunas de los grandes laboratorios occidentales como la principal opción.
Al gobierno de Estados Unidos no le gusta lo que está sucediendo en América Latina, pero sus márgenes de presión son estrechos. Mientras Rusia y China sigan cumpliendo sus suministros, su presencia crecerá ante la frustración y alarma en Washington, que en la geopolítica de las vacunas anti-Covid, va perdiendo terreno.
Notas:
* Editor del canal informativo de Telegram “Pandemias y Vacunas”
Fuente: www.nodal.am