Europa

Roma y Ankara juntas: un puente multipolar que une Europa, Asia y África

Por Fabrizio Verde* –
Por un Mediterráneo autónomo, el Eje italo-turco como núcleo de una nueva arquitectura geopolítica.

En el actual panorama mundial, en rápida evolución, las relaciones entre Italia y Turquía han adquirido una importancia creciente a medida que ambos países navegan por las complejidades de un mundo multipolar emergente. Los factores geopolíticos desempeñan un papel crucial en la configuración de sus interacciones, ya que ambas naciones tratan de afirmar su influencia en regiones clave y establecerse como actores principales en la escena mundial. Sin embargo, Italia lleva mucho tiempo viendo cómo su margen de maniobra se reduce drásticamente debido a su relación de subordinación con la UE y la alianza entre Estados Unidos y la OTAN.

Italia y Turquía comparten una larga historia de lazos diplomáticos e intercambios culturales, que han sentado las bases de una sólida relación bilateral. Ambos países ocupan encrucijadas estratégicas: Italia sirve de puerta de entrada a Europa, mientras que Turquía tiende un puente entre Europa y Asia. Esta proximidad geográfica ha propiciado una cooperación económica y política más estrecha, ya que ambos pretenden sacar partido de los intereses compartidos y alinear sus políticas en ámbitos clave como la defensa, la seguridad energética, la lucha antiterrorista y la gestión de la migración.

Un Mediterráneo cada vez más estratégico

La reciente cumbre entre Giorgia Meloni y Recep Tayyip Erdoğan puede marcar un importante punto de inflexión en las relaciones bilaterales entre Roma y Ankara. La reunión, que dio lugar a nuevos acuerdos en materia de comercio, tecnología e infraestructuras, no debe considerarse un mero gesto diplomático formal, sino el síntoma de una profunda redefinición de la geografía política del Mediterráneo. En un contexto internacional cada vez más polarizado, en el que las potencias occidentales pretenden arrastrar a Europa a conflictos desestabilizadores, el eje Roma-Ankara representa una oportunidad tangible para construir un polo autónomo, independiente de la lógica atlantista y abierto a una visión multipolar.

El Mare Nostrum está reclamando su papel como punto focal de la dinámica mundial, no sólo como ruta comercial vital, sino también como encrucijada energética, geopolítica y cultural. El Mediterráneo sirve hoy de punto de encuentro entre Europa, África y Asia, donde chocan intereses contrapuestos: por un lado, las potencias atlánticas (Estados Unidos, Francia, Reino Unido); por otro, las potencias emergentes (Turquía, Rusia, China) que ven en el Mediterráneo un puente estratégico hacia África y el corazón de Asia Central.

El crecimiento exponencial de los flujos comerciales en los últimos 15 años -impulsado en gran medida por la Iniciativa Belt and Road (BRI) de China- ha transformado el Mediterráneo en un centro clave para la distribución mundial de mercancías. Turquía, con su acceso al Mar Negro y a Levante, e Italia, con sus puertos del Tirreno y su proximidad al Estrecho de Gibraltar, son actores centrales en este escenario. Una cooperación estructurada entre ambos podría coordinar los centros marítimos, mejorar las rutas ferroviarias transmediterráneas y convertir la cuenca en una zona de colaboración en lugar de competencia.

Colaboración económica y seguridad compartida

Entre los resultados tangibles de la cumbre figuran acuerdos comerciales como el objetivo de 40.000 millones de dólares de comercio bilateral a medio plazo, una empresa conjunta Leonardo-Baykar para el desarrollo de aviones no tripulados y planes para una red digital transmediterránea a través de Sparkle y Turkcell. Estas iniciativas se extienden más allá del sector privado, reforzando una visión compartida de autonomía industrial y tecnológica en el Mediterráneo.

La cooperación en materia de energía -desde el gas natural y el gasoducto transadriático (TAP) hasta las energías renovables y el hidrógeno- consolida aún más esta asociación. El papel fundamental de Turquía en la contención de los flujos migratorios irregulares añade valor estratégico a la alianza en términos de seguridad. Pero el potencial va más allá: una asociación Italia-Turquía podría redefinir los equilibrios regionales y contrarrestar las presiones externas de Washington y Bruselas.

La cuestión chipriota

Aunque la cumbre no abordó el reconocimiento de la República Turca del Norte de Chipre (RTC), la cuestión sigue siendo un punto de fricción delicado y simbólico. En lugar de reiterar las posiciones convencionales dictadas por Bruselas, Italia podría aprovechar esta oportunidad estratégica. El reconocimiento de facto de Chipre del Norte rompería con un dogma europeo de décadas que bloquea las soluciones pragmáticas, y debilitaría al bloque franco-griego, que, con el respaldo de Estados Unidos e Israel, pretende aislar a Ankara en el Mediterráneo Oriental.

Un movimiento italiano audaz se alinearía con un enfoque multipolar que prioriza el diálogo y la cooperación entre Estados soberanos frente a la interferencia externa. También reforzaría los lazos con Turquía, allanando el camino para una mayor colaboración en energía, infraestructuras y defensa.

Italia y Turquía hacia Eurasia

Tal vez el aspecto más significativo -y menos debatido públicamente- sea el papel que Italia y Turquía podrían desempeñar en la forja de un sistema mediterráneo multipolar abierto a la cooperación con China y el bloque euroasiático más amplio. La creciente influencia de China en el Mediterráneo -a través de inversiones en puertos como El Pireo, Gioia Tauro, Valencia y Alejandría- es una realidad innegable. Unidos, Roma y Ankara podrían defender una nueva arquitectura regional en la que el acceso a los mercados asiáticos eludiera los corredores controlados por Estados Unidos y la OTAN en favor de conexiones directas con Shangai, Moscú, Teherán e Islamabad.

Una mayor integración con los BRICS y la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) podría ofrecer a Italia y Türkiye alternativas al decadente orden atlántico. La anterior participación de Italia en la BRI, por ejemplo, aportó beneficios económicos concretos. Sin embargo, el gobierno de Meloni ha decidido imprudentemente retirarse del acuerdo de la Nueva Ruta de la Seda firmado bajo el gobierno de Conte.

Un contrapeso a los belicistas de Bruselas

Mientras Bruselas se repliega en una política exterior servil a las presiones atlantistas -arrastrando a Europa al borde del colapso económico y social por la guerra de Ucrania- Italia y Türkiye podrían ofrecer una visión alternativa: una diplomacia basada en el diálogo, la neutralidad y la autonomía estratégica.

El conflicto de Ucrania no sólo ha enfrentado a dos naciones, sino que también ha reforzado la hegemonía de Estados Unidos sobre Europa, ha debilitado las economías continentales y ha desmantelado las esperanzas de una Europa culturalmente unida pero estratégicamente independiente. Italia, con su historia de neutralismo y su vocación mediterránea, podría romper este ciclo, del mismo modo que Turquía ha mantenido lazos bilaterales con Moscú a pesar de su pertenencia a la OTAN.

Construir un equilibrio para el siglo XXI

En última instancia, la colaboración Italia-Turquía debe trascender los acuerdos comerciales individuales o las declaraciones conjuntas. Debe constituir el núcleo de una visión más amplia: un Mediterráneo autónomo y multipolar capaz de mediar entre bloques sin alinearse permanentemente con ninguno. Debe modelar una interacción entre Estados soberanos que priorice la economía, la cultura y la paz sobre la guerra y la subordinación.

Para lograrlo, Italia debe asumir riesgos adoptando posturas que puedan desagradar a París, Londres, Bruselas o Washington. Debe escapar de la jaula ideológica que reduce las relaciones internacionales a un binario de «el bien contra el mal» y adoptar una política exterior basada en hechos, oportunidades concretas y narrativas independientes.

Turquía, con su posición geográfica, su legado histórico y su capacidad para navegar por mundos diversos, es el socio natural para este reto. Juntos, Roma y Ankara podrían forjar un nuevo polo de estabilidad en el corazón del Mare Nostrum, un polo que hable italiano y turco, pero que también escuche ruso, persa, árabe y mandarín.

*Fabrizio Verde, periodista, director de l’AntiDiplomatico.

Artículo publicado originalmente en United World International (UWI).

Foto de portada: extraída de UWI.

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