Lo forman sobre todo los lantánidos, que incluyen el cerio, el samario, el holmio o el europio, entre otros. La importancia geopolítica de estas “tierras” se explica por su alto valor comercial y porque más del 80% de su producción procede de China. Aunque Australia, India, Canadá, Brasil o Rusia también tienen grandes yacimientos, el gigante asiático cuenta con una clara ventaja geoestratégica y económica al exportar la mayoría de estos materiales contando solo con el 40% de las reservas.
Desde teléfonos móviles y ordenadores, pasando por coches híbridos, hasta armas y equipos médicos, requieren de tierras raras para su fabricación. La clave en parte está en sus grandes capacidades magnéticas. Por ejemplo, debido al cada vez más reducido tamaño de los dispositivos electrónicos, elementos como el iterbio y el terbio, con una alta conductividad eléctrica, permiten un mayor almacenaje. Asimismo, energías renovables como la eólica también dependen de ellas, pues la infraestructura de los aerogeneradores sería inviable con grandes motores fabricados con otros materiales.
Sin embargo, el coste de extraer las tierras raras es muy alto. Además, estos minerales pueden estar contaminados por elementos radioactivos como el uranio, con sus riesgos para el medioambiente. Por ello se les considera tierras “raras”, pues son complicadas de encontrar en estado puro y de extraer. Con todo, son más abundantes que otros elementos como el oro y la plata, aunque se encuentran en yacimientos más dispersos.
Además de la riqueza de sus depósitos, la hegemonía de China en el mercado de las tierras raras se explica por su laxa regulación medioambiental y laboral, lo que le permite extraer más y a menor coste. China no tiene intención de perder su dominio y está poniendo en marcha inversiones en minas fuera de su territorio, como el proyecto Kvanefjeld en Groenlandia para construir una instalación en colaboración con una empresa australiana. La isla cuenta con uno de los depósitos de tierras raras más ricos del mundo, que también despertó el interés de Estados Unidos, cuyo presidente entonces, Donald Trump, intentó comprar el territorio sin éxito en 2019.
Consciente de su dependencia frente a China, Estados Unidos está buscando otras alternativas. Su única mina en activo, Mountain Pass, en California, fue la mayor productora del mundo hasta 1980. Pero ahora se enfrenta a crecientes dificultades en la extracción, por lo que la mayor parte de sus tierras raras son exportadas a China para su procesamiento y así abaratar costes. No obstante, EE. UU. llegó a un acuerdo en 2019 con Australia, con un sexto de las reservas mundiales, para ubicar allí una instalación de procesamiento. La Unión Europea también está intentando dejar de depender de las tierras raras chinas, un 98% de las que compra importa del extranjero. La UE presentó en 2020 un plan para estimular su propia industria y lograr ser autosuficiente. Como alternativa para obtener tierras raras también se ha valorado reciclar productos fabricados con estos elementos, pero el alto coste del proceso lo hace inviable.
Las tierras raras, cuyo consumo actual es el doble que hace veinte años, también contribuyen a la relación tensa entre China y Estados Unidos, más al tener en cuenta que fabricar armas y otros aparatos tecnológicos depende de estos materiales. La sombra de la guerra comercial se cierne sobre las grandes potencias cada vez que China amenaza con restringir las exportaciones de tierras raras, cuya demanda crecerá mientras su producción sea indispensable para fabricar bienes tan diversos.
Artículo publicado en El Orden Mundial.
Foto de portada: Peggy Greb (Wikimedia).