La cuestión de los modelos de desarrollo es un eje clave de los debates, análisis y disputas que desencadenó esta situación de profundización del caos sistémico mundial a raíz de la pandemia en curso. La COVID-19, estrechamente ligado a los patrones de acumulación, producción y consumo capitalistas en su fase neoliberal y globalizada (debido a métodos agroindustriales de gran escala que generan el caldo de cultivo para esta sucesión acelerada de epidemias por zoonosis), ha puesto sobre la mesa para el gran público lo que hasta entonces se discutía sólo en ciertos ámbitos más circunscriptos: la magnitud de la crisis civilizatoria en que nos encontramos.
Lo que está en cuestión ya no es sólo un sistema mundial que polariza, concentra y desiguala creciente y alarmantemente la riqueza, el poder y las condiciones de vida de pueblos, naciones, clases, géneros y grupos sociales (como si fuera poco…), sino un patrón de desarrollo que ha puesto en juego la pervivencia de la humanidad misma y de gran parte de la vida en la Tierra. Para fundamentar someramente esta afirmación cabe enumerar: crisis del agua (se prevé su escasez en crecientes regiones del planeta a mediados de este siglo), extinción creciente de especies y destrucción de biodiversidad, sucesión acelerada de epidemias en este siglo (SARS, H1N1, Ébola, Sars-Cov-2) y otras que ya se anuncian como potenciales nuevos focos, el calentamiento global en constante crecimiento, el déficit ecológico en aumento (dado por la huella ecológica humana, que desde 1970 excede la biocapacidad planetaria), fundamentalmente y entre otros factores.
Es así que los llamados a efectuar cambios estructurales en el modo en que se desarrollan las sociedades contemporáneas toman cada vez más fuerza y resonancia, con variadas implicancias políticas y estratégicas: desde el llamado indigenista por el Buen Vivir/Vivir Bien y los planteos intelectuales proponiendo un “posdesarrollo” o alternativas al desarrollo, el debate actual por un Green New Deal en el progresismo del Norte global (tanto en su faz popular vía Sanders e intelectualidad crítica, como en su faceta globalista de “capitalismo verde”) y que ha sido recuperado también en nuestras latitudes en clave nacional-popular, hasta el llamado del Papado de Francisco, apoyado en movimientos populares, sindicales e indígenas del mundo, por el cuidado de la “casa común” y la dignificación de los descartados del sistema. En nuestro país, los movimientos populares han sido punta de lanza para plantear planes alternativos de desarrollo (como el Plan de Desarrollo Humano Integral o el proyecto Tierra, Techo y Trabajo), incorporando la dimensión ambiental pero desde las necesidades de las grandes mayorías excluidas de nuestra sociedad.
Por su parte, las élites del poder mundial tienen también sus propios proyectos para hacer frente a perspectivas tan complejas, y, dando cuenta de la validez de la idea de Jameson acerca de que es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo, plantean sus formas del clásico “cambiar algo para que nada cambie” a través de diversas formas del mito tecnocientífico como salvación: Cuarta Revolución Industrial, transhumanismo, colonización de otros planetas, etc. (lo cual no excluye la reedición de los viejos anhelos malthusianos de reducción de la población mundial en las periferias).
Por otro lado, y por supuesto, no es sólo de carácter ambiental la crisis actual sino integral del sistema mundial en su conjunto: de la economía-mundo capitalista, del orden mundial y la hegemonía angloamericana occidental, de la globalización neoliberal. Ante el ascenso de Asia-Pacífico como nuevo polo dinámico de acumulación desde los años ’70 y de China como principal potencia económica mundial, se vuelven esenciales a futuro las cuestiones del carácter del régimen de acumulación y el proyecto estratégico chino[1], el cual ha propuesto una novedosa “globalización con características chinas” ante el repliegue nacionalista antiglobalista de los EEUU de Trump.
En nuestro país y región resulta fundamental, por otro lado, que estos debates se den de manera situada para nuestras realidades periféricas, dependientes, subalternas y con alarmantes situaciones del denominado “subdesarrollo” (pobreza, malnutrición, desempleo, precarización laboral, desigualdad, etc.). En tiempos de cierta tendencia a que los debates se polaricen en antinomias rígidas que obstaculizan la integración de perspectivas en pos de soluciones integrales (el caso más reciente fue, con respecto al tema de los criaderos de cerdos chinos, desarrollismo vs. ambientalismo), se busca esbozar aquí algunas claves para un posible abordaje del debate de modelos de desarrollo para la pospandemia en clave de tensiones creativas de los procesos de liberación (o de transformación social en sentido popular).
Retomando en ello a García Linera, se concibe que tales tensiones no se resuelven en un sentido u otro, sino que en conjunto constituyen fuerzas productivas motoras de los procesos transformadores, en este caso en torno a las problemáticas del desarrollo. Se trata, a su vez, de un conjunto de desafíos para el gobierno “frentetodista” argentino, y también para una eventual “segunda oleada” nacional-popular a nivel regional que apunte a recuperar la integración regional autónoma –imprescindible para todo proyecto de desarrollo soberano-, la cooperación sur-sur y la construcción de planes estratégicos con pretensión de superación del ciclo posneoliberal de la primera década y media del siglo en curso.
Desarrollo/posdesarrollo
El problema es por demás complejo, y la forma misma de pensar, nombrar y analizar el asunto no escapa al mismo. La equívoca noción de desarrollo presenta un carácter polisémico que lo vuelve un significante vacío en las agendas académicas, científicas y políticas contemporáneas. La cuestión de los modelos o estrategias de desarrollo refiere a la pregunta sobre las sendas de crecimiento socioeconómico, distribución de la riqueza, proyecto y horizonte societal.
Sin embargo, en tanto noción gestada bajo la reorientación geopolítica imperial estadounidense al término de la Segunda Guerra Mundial, desde los orígenes de su instalación y difusión masiva, tanto en las academias como en la política y el sentido común, el desarrollo fue visto como sinónimo de modernización, progreso, entrada en la era industrial y convergencia con los países “desarrollados” (en términos de nivel de vida y de consumo, o bienestar, según sus parámetros culturales). Esta noción de desarrollo y los imaginarios que conlleva han revestido, predominantemente, un carácter economicista, etno -y andro- céntrico, normativo y prescriptivo (si bien se ha dado toda una serie de reformulaciones posteriores en la ONU y las academias para trascender esas características: desarrollo sostenible, sustentable, humano, etc.).
Ante ello, aparecen las búsquedas por ir más allá del desarrollo, en términos del paradigma epistémico, filosófico y científico subyacente del desenvolvimiento de las sociedades contemporáneas: desde una cosmovisión antropocéntrica hacia una socio-biocéntrica; desde las ontologías dualistas de la modernidad occidental (mente/cuerpo, individuo/sociedad, naturaleza/cultura) a ontologías relacionales con raíces en otras matrices civilizatorias; desde concepciones lineales, uniformes y acumulativas del tiempo, la historia y la materia hacia paradigmas complejos, inter y transdisciplinares; desde la lógica del lucro, la ganancia, el crecimiento y la acumulación como cimiento de la vida social hacia paradigmas más comunitarios y equilibrados entre seres humanos y demás formas de la vida.
Ante este complejo panorama y escenarios de transición, resulta fundamental la articulación compleja entre descolonización, desconexión de las tendencias globales (financieras, económicas, tecnológicas, académicas, científicas, etc.) y despatriarcalización, articulados con los desafíos de des-extractivizar, nacionalizar, diversificar y complejizar las economías, articulando diversas formas productivas y de propiedad para ampliar la presencia nacional/regional (empresas públicas, público-privadas, pymes, de economía o producción popular, etc.). La transición energética pos-fósil debería enmarcarse en este cuadro integral, y también la cuestión de la tecnología, la cual debe ser conveniente, adecuada y/o social, no “de punta”.
La idea del decrecimiento de la economía mundial no parece viable ante la puja constante entre capitales y potencias sin un fortalecimiento del sistema internacional y el multilateralismo. Aunque, claro está, no a la manera globalista con comando de las transnacionales y sus formas de institucionalidad y proto-estatalidad supranacional, sino con eje en las fuerzas multipolares y pluricéntricas, y el diálogo o alianza de civilizaciones. Algo de esto reclama Francisco en su reciente encíclica Fratelli Tutti, reforzando sus ideas de la cultura del encuentro, el entablado de puentes y el hermanamiento humano frente a los desafíos comunes, en tiempos de auge del chovinismo, la xenofobia, el racismo y el cierre de fronteras. Resultan similares las últimas proclamas de Perón en favor de un universalismo organizado, como alianza de la humanidad en defensa de la Tierra y en contra del suicidio colectivo que conlleva el capitalismo global.
Modernidad/transmodernidad
Concepto clave para todo el imaginario desarrollista, la modernización refiere al mito eurocéntrico de la Modernidad, explicada a partir de procesos europeos como el iluminismo, la Revolución Industrial y la Revolución Francesa como una emancipación de la humanidad, gracias a la Razón y a una progresiva secularización y desencantamiento del mundo. El capitalismo, hermanado de origen con la modernidad, fue el primer sistema económico que detonó esa profunda transformación tecnológica que fueron las revoluciones industriales, y que utiliza la tecnología y la ciencia como mediaciones necesarias de su crecimiento. Por lo cual, en la dimensión económico-social, modernidad refiere a grado de complejidad y diferenciación interna.
Es por ello que, dado que la globalización significó la mundialización de la ley del valor, la “modernización” de ciertas actividades económicas es clave en términos de incorporar complejidad (económica, institucional, organizacional). Ello representa un eje fundamental para la soberanía y autonomía nacional, a la par que conlleva mayor formación en conocimientos, educación, ciencia y tecnología en las poblaciones. La industria sigue jugando un papel clave en ello y en el poderío económico mundial, por lo cual no puede desatenderse; en todo caso, el debate es cómo, con quiénes, con qué tecnologías, estándares y controles ambientales, impactos sociales y ecológicos se llevará a cabo. Ha quedado de manifiesto claramente que la agenda ambiental llegó para quedarse y debe estar contemplada integralmente en todo proyecto de desarrollo.
Pero las modernizaciones alternativas que se han llevado a cabo desde proyectos contrahegemónicos no pueden seguir sosteniendo las lógicas civilizatorias de la modernidad occidental capitalista, que han puesto a la humanidad, el planeta y la vida frente al desafío de la sostenibilidad (Antropoceno/Capitaloceno). Por ello, no puede desatenderse el carácter imprescindible del cambio civilizatorio, de modo de asentarse en una economía para la vida -más allá del desarrollo-, un proceso de liberación que será necesariamente nacional, popular y latinoamericano, y un proyecto de transmodernidad como única salida a la crisis civilizatoria.
Estado/movimientos sociales
La situación en que ha colocado la pandemia de COVID-19 al mundo es muy delicada, pero como toda crisis, abre también una oportunidad. A raíz de la pandemia, los mismos otrora adalides de la desregulación y liberalización neoliberal en los centros han debido adoptar giros nacionalistas y estatistas, erosionando los imaginarios y horizontes de sentido en materia política en el mundo occidental (y occidentalizado). Aparece la oportunidad, pues -si bien es por demás compleja, dada la relación de fuerzas-, de afianzar la presencia del Estado nacional, como representación de la colectividad, en áreas estratégicas para nuestra vida común, con el fin de hacer frente a los nuevos peligros y amenazas que asedian a la humanidad.
Un Estado empresario que dirija, conduzca, planifique, discipline y regule el rumbo económico. Lo cual demanda, a su vez, una estrategia de desarrollo productivo integral en pos del cambio estructural de la matriz productiva, una ampliación de la presencia nacional en los resortes estratégicos de la economía y una coalición de fuerzas político-sociales que respalde e impulse estas transformaciones: movimiento de trabajadores (sindicalismo tradicional más el nuevo sindicalismo de la economía popular), pymes, cooperativas, empresas recuperadas, con la “densidad nacional” en el horizonte.
Sin embargo, la transformación social no alcanza sólo “por/desde arriba” (vía Estado) sin su componente “por/desde abajo” (movimientos sociales). Se hace patente la necesidad de trascender las perspectivas tecnocráticas y elitistas para la dirección y administración del Estado y las políticas públicas, a la par que el proceso debe estar enraizado en la fuerza social que garantiza el sostenimiento y profundización del proceso de liberación o transformación: el poder popular.
Tal enraizamiento implicaría que los sujetos sociales organizados tengan participación en el diseño y la planificación de la política pública y los planes estratégicos. Son estos actores, de hecho, quienes han planteado programas audaces para trasformaciones estructurales en el modelo de desarrollo en nuestro país, en pos de desconcentrar, descentralizar, federalizar y repoblar el territorio, bajar la escala urbana, articulando justicia social con justicia ambiental.
Tiempos y horizontes: coyunturales/estructurales
En último lugar, aparece la necesidad de recuperar el pensamiento estratégico desde, para y por el sur global/las periferias, para poder hacer frente en forma inteligente a las avanzadas capitalistas e imperialistas y de sus proyectos de futuro. Un punto central remite a las fases y los tiempos de los procesos de autonomía y desconexión, y las transiciones planteadas hacia paradigmas que vayan más allá del desarrollo. Ello implica articulaciones virtuosas de táctica y estrategia, combinación de política concreta (relaciones de fuerzas, factibilidad, pragmática, etc.) con horizonte político o utópico, el cual refiere a la integralidad del proceso transformador.
En tiempos de aceleración a todo nivel, a raíz de la revolución tecnológica en curso, y de las emergencias en que ha sumido a nuestro país y región la doble crisis desencadenada por los proyectos neoliberales periféricos y la pandemia, lo urgente se solapa con lo importante. A su vez, el imperialismo y las clases y grupos dominantes redoblan sus avanzadas para desgastar, tumbar o desterrar a los proyectos populares. Pero la complejidad y la magnitud de la crisis en que nos encontramos dan cuenta de la imperiosa necesidad de atender y viabilizar las cuestiones que se han planteado. Existen condiciones favorables para ello, así como actores y fuerzas sociales para garantizarlo.
Sobre el autor
Julián Bilmes es sociólogo por la UNLP y becario del CONICET en IdIHCS (UNLP-CONICET).
REFERENCIAS
[1] Se recomienda para ello el Boletín “Transiciones del siglo XXI y China” del Grupo de Trabajo China y el mapa del poder mundial de CLACSO, y los debates de esta red intelectual en términos generales.