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Por qué la democracia perfecta de Países Bajos se ha vuelto ingobernable

Por Sebastiaan Faber* –
Desesperados con la clase política, los neerlandeses se decantan por el centrismo. Pierde la izquierda. La ultraderecha recoge casi un tercio del voto, pero es difícil que vuelva a gobernar

El hombre que, con toda probabilidad, será el próximo primer ministro de Países Bajos comparte un detalle personal con el rey Guillermo Alejandro, quien, llegado el momento, le tomará juramento: ambos tienen pareja argentina. El monarca se casó en 2002 con Máxima Zorreguieta, hija de un exministro de Videla. Rob Jetten, el joven líder de D66 –el partido liberal progresista que acaba de salir ganador en las elecciones parlamentarias–, vive con Nicolás Keenan, un jugador olímpico de hockey nacido hace 28 años en Buenos Aires.

Jetten (pronunciado Yéten), que cumplió 38 en marzo, lleva toda su vida profesional en la política. Entró hace quince años como concejal por D66 en la ciudad de Nimega, es parlamentario desde 2017, y entre 2022 y 2024 fue ministro de Asuntos Climáticos en el último gobierno de Mark Rutte (que hoy lidera la OTAN).

Cuando Jetten se estrenó como líder de D66, en las elecciones de 2023, perdió 15 de sus 24 escaños. Dos años después, el partido se ha recuperado: contados casi todos los votos, se le pronostican 26 escaños de los 150 disponibles, con lo que compartiría el primer puesto con el Partido por la Libertad (PVV) del ultraderechista Geert Wilders, que, en cambio, encaja una pérdida de 11 escaños.

En el panorama holandés, D66 representa desde su fundación hace 59 años un liberalismo de cariz progresista, frente al liberalismo más derechista del VVD, partido liderado por Rutte hasta hace un año. Históricamente, D66 ha luchado por derechos puntuales como la legalización de la eutanasia o el derecho de elegir al alcalde. Es un partido institucional: su militancia, que suele tener estudios superiores, está muy integrada en las capas administrativas del Estado, incluida la judicatura. De hecho, en los últimos años el partido se ha convertido en el blanco preferido de los ataques de populistas de derechas, que lo asocian con el Estado profundo. Lo que diferencia a D66 de los otros partidos de perfil progresista –socialdemócratas, socialistas o poscomunistas– es que carece de raíces ideológicas. Esto ayuda a explicar su veleidad crónica y su debilidad a la hora de resistir los cantos de sirena de la derecha.

En esta campaña, sin embargo, Jetten apostó expresamente por liberar a D66 de su estigma elitista, ocupando posiciones más pragmáticas –entre otras cosas, adoptó un discurso más derechista sobre la inmigración– con un eslogan que suena a “sí se puede” (“Het kan wél”) pero cuya traducción idiomática más exacta sería “Por más que digas que no podemos, a mí me parece que es factible”.

Jetten también se atrevió a disputarle el patriotismo a la derecha. Un par de semanas antes de las elecciones, compareció en el congreso de su partido delante de un vídeo gigantesco con una bandera neerlandesa ondeante. La escena fue tan chocante para las y los militantes que Jetten tuvo que tranquilizarles y explicarles que la bandera no tiene por qué ponerles incómodos, ya que pertenece a todos los holandeses.

Fue tanto más atrevido el gesto porque una semana antes, una protesta ultraderechista en La Haya –donde los manifestantes hacían el saludo nazi y portaban banderas holandesas, incluida una versión antigua usada por el partido fascista holandés durante los años treinta y cuarenta– había terminado con un ataque directo a la sede de D66 en la ciudad. La comparecencia televisiva, momentos después, de un Jetten indignado y visiblemente consternado contribuyó a generar respeto por él entre los votantes.

El éxito electoral de Jetten es sin duda notable. Aun así, la victoria de D66 es relativa, y no solo por tener que compartir el podio con Wilders. En lo que va de siglo, ningún partido ha ganado las elecciones de Países Bajos con un número tan bajo de escaños. De hecho, las elecciones del 29 de octubre confirman dos de las tendencias que han complicado más la formación de gobiernos estables: por un lado, la fragmentación cada vez mayor del paisaje político (en estas elecciones participaron 27 partidos, de los que 15 han logrado entrar al parlamento, gracias a un sistema electoral perfectamente proporcional); por otro, la volatilidad cada vez mayor del electorado. Los parlamentarios que entran tienen cada vez menos experiencia y sus líderes se muestran cada vez más nerviosos por la posibilidad de decepcionar a sus votantes. Así, si antes bastaban dos o tres partidos para formar un gobierno mayoritario, hoy se necesitan al menos cuatro; si antes solían bastar un par de meses para cerrar un acuerdo de coalición, las últimas negociaciones han tardado mucho más. Los gobiernos, en cambio, duran cada vez menos.

Además de D66, los otros grandes ganadores de las elecciones de esta semana son los cristianodemócratas del CDA, que han pasado de 5 a 18 escaños –acercándose, como D66, a los 20 que ganó en 2021–. Los del CDA estrenaban un nuevo líder, Henri Bontenbal, de la misma generación que Jetten (tiene 42 años), un tipo amable de Rotterdam que centró su campaña en una llamada a la “decencia” y a la “tranquilidad” como respuesta al caos político de los últimos años. Su éxito fue posible, ante todo, por el espectacular desplome de Nuevo Contrato Social (NSC), un partido fundado en 2023 por un miembro del mismo CDA que, ese mismo año, ganó 20 escaños. El joven partido no tardó nada en despilfarrar su crédito político. Primero, escandalizó a sus votantes al entrar en una coalición con Wilders. Poco después, perdió a su carismático líder y fundador, que se retiró de la política después de sufrir una crisis nerviosa. Esta semana, el NSC se ha borrado del mapa.

Wilders, por su parte, tampoco tiene mucho que celebrar. Si su enorme victoria electoral de hace dos años –37 escaños– sorprendió a todo el mundo, esta vez es el gran perdedor con “solo” 26 diputados. Es el precio que paga –eso sí, tal vez menor del esperado– por haber provocado la caída del gobierno en junio. Aunque la coalición incluía a su partido, él tuvo que renunciar a la presidencia del gobierno y contentarse con un papel parlamentario después de que sus compañeros de coalición se negaran de plano a aceptarle como primer ministro. La idea era evitar la vergüenza de tener a un populista xenófobo –un impresentable, vamos– como líder político del país. Pero el tiro les salió por la culata. Desde la relativa libertad de diputado, Wilders no paró de dedicarse a su pasatiempo favorito: lanzar cócteles molotov contra la clase política, sin excluir a sus propios ministros. Después de solo once meses, en junio, tiró la toalla y retiró su apoyo a la coalición, forzando la convocatoria de nuevas elecciones.

Desde entonces Wilders, que tiene 62 años, luce un aspecto cansado y desganado. Incluso la campaña la hizo solo a medias. Se excusó de la mayoría de los once debates alegando desinterés y amenazas de muerte (lleva viviendo muchos años bajo protección policial).

Esto no impidió que recibiera la mejor pregunta de toda la campaña. No la hizo un periodista sino un chaval de unos once años, llamado Casper. El momento ocurrió en el debate organizado el pasado domingo por el Noticiero Joven (un popular programa diario de la televisión pública donde se presentan las noticias de forma comprensible), en el que los líderes de seis partidos se sometieron al escrutinio de unos cuarenta niños y niñas. “Usted habla con bastante frecuencia sobre el neerlandés”, le dijo el chaval a Wilders“¿Pero a quién se refiere exactamente con ese término?”.

Fue brillante la pregunta porque todo el mundo comprendió de inmediato que Wilders –cuyo programa electoral propone “reconquistar” un país amenazado por la “islamización” y quien algunos días antes, en otro debate, había gritado “¡Si paseas por el centro de Rotterdam un día cualquiera, te crees que estás en Marrakech!”– no la podía contestar honestamente sin revelarse como un racista empedernido. (Durante la campaña, el partido de Wilders ha diseminado burdas imágenes generadas por IA que se imaginan una utópica Holanda aria o, en modo distópico, a hordas invasoras de personas racializadas.)

Ante un público infantil, Wilders no se atrevió a ser honesto. “Para mí”, contestó, “el neerlandés es, en el fondo, dicho de forma sencilla, una persona con un pasaporte neerlandés”.

“Y sin embargo”, intervino la presentadora, “algunos niños, incluso aquí en el plató, se sienten molestos por lo que usted ha dicho sobre los musulmanes o sobre los neerlandeses de ascendencia marroquí”. “No tengo un problema con los musulmanes porque sean musulmanes”, contestó Wilders. “El problema lo tengo con una religión, la ideología, que hay detrás: el islam”. La respuesta no reconfortó a nadie.

La derrota de Wilders –que, a pesar de todo, ha acaparado más del 17 por ciento del voto– no significa, por cierto, que la ultraderecha quede debilitada. En comparación con hace dos años, de hecho, el total de diputados de ultraderecha en el parlamento crece por uno. Lo que ocurre es que los votantes que han abandonado a Wilders han pasado a reforzar a otros dos partidos ultras: JA21 pasa de 1 a 9 escaños y el Foro por la Democracia (FvD) –cuyo líder Thierry Baudet, filósofo y pianista, ha sido relevado por Lidewij de Vos, una joven bioquímica y violinista– pasó de 3 a 7 escaños.

JA21 se presenta como una alternativa más seria que Wilders. Cuenta con al menos dos diputados carismáticos –Joost Eerdmans e Ingrid Coenradie– que no solo carecen del punto de chifladura paranoica que siempre ha acompañado a Wilders, sino que también han abandonado la pátina progresista y de justicia social que Wilders mantenía para con los “neerlandeses de verdad”. (Por ejemplo, siempre ha abogado por mejorar el acceso a la sanidad.) JA21, en cambio, representa una ultraderecha dura, racional, desprovista de toda piedad hacia los desfavorecidos, sea cual sea su etnia o nacionalidad.

El otro gran perdedor de estas elecciones es la izquierda socialdemócrata, que se presentó, precisamente, con un mensaje de solidaridad. La fusión del partido laboral con los Verdes (PvdA/Groenlinks), pasó de 25 a 20 escaños, una pérdida que subraya la paulatina derechización del país. La decepción entre sus fieles es descomunal. Su líder, Frans Timmermans, un político veterano de 64 años que como eurocomisario logró negociar el Pacto Verde, no ha tardado en presentar su dimisión, reconociendo que no ha sabido conectar con el electorado. Ha sido sin duda el candidato más preparado –es un experto en política internacional y habla siete idiomas– pero su estilo de abuelo moralista y sabelotodo no ha dejado de producir rechazo. Los partidos de derecha, por otro lado, lograron demonizarlo como dirigente desquiciado de una izquierda peligrosamente radical. Esos mismos partidos, seis semanas antes de las elecciones, aprobaron una estrafalaria moción parlamentaria, presentada por la ultraderecha, que pedía identificar a “Antifa” como organización terrorista.

Entre las formaciones que votaron a favor estuvo el VVD, el partido liberal de Mark Rutte, hoy liderado por Dilan Yesilgöz. Sin duda, es la formación que mejor ilustra la derechización de la política neerlandesa. Aunque no se le ocurriría a nadie tildar a Rutte de progresista, él siempre supo mantener cierto equilibrio entre las alas derecha e izquierda de su partido. Yesilgöz, que tiene 48 años y emigró a Países Bajos como hija de disidentes kurdo-turcos, ha dado un volantazo, acercándose sin tapujos a posiciones mucho más duras, con el obvio objetivo de atraer a los votantes de ultraderecha. Durante la campaña, Yesilgöz no paró de expresar su preferencia por un gobierno de centroderecha, exagerando su distancia con los socialdemócratas.

Si Wilders se presentaba como salvador del país, los demás partidos se han concentrado en salvar el sistema político, que sufre su mayor déficit de legitimidad desde la Segunda Guerra Mundial. En los meses posteriores a la caída de la última coalición, alguna encuesta situaba la confianza de la población en la política en un 4 por ciento. (Hoy, encuestas más fiables la sitúan en un 30 por ciento.) El gobierno cuya forja costó siete meses –“el más derechista nunca formado en la historia del país”, como decían con orgullo sus representantes–, tardó once en caer. Y las elecciones de 2023 fueron, a su vez, convocadas porque cayó el gobierno anterior; este costó formarlo casi diez meses y sobrevivió 19. ¿Cómo fiarse de una clase política incapaz de garantizar la gobernabilidad?

Mientras tanto, se acumulan las crisis sin resolver, algunas falsas y otras auténticas. Entre las falsas destaca la de los solicitantes de asilo (convertidos en chivo expiatorio por la derecha); entre las auténticas, una dolorosa crisis de vivienda –el déficit crónico de casas asequibles solo ha servido para disparar los precios aún más– y una crisis medioambiental cuyos dos mayores causantes –la industria pesada y la agricultura intensiva– cuentan con poderosos lobbies que han logrado bloquear cualquier intento de reforma auténtica. La crisis medioambiental, a su vez, ha impedido la expansión del parque de viviendas.

Sobre el papel, el sistema electoral neerlandés es perfecto. Ya que no cuenta con ningún mecanismo que privilegie a los partidos mayoritarios, está diseñado para las coaliciones. Pero como tal, depende de dos factores –cierto nivel de confianza mutua entre los partidos y cierta voluntad de hacer concesiones para ponerse de acuerdo– que han disminuido notablemente en los últimos años. Si se mantienen los pronósticos actuales –el conteo final no se certificará hasta el 7 de noviembre– la aritmética para formar gobierno se presenta endiablada. La coalición de centroderecha que prefiere el VVD de Yesilgöz, que, como todos los partidos principales, ha excluido volver a aliarse con Wilders, solo llega a 75 escaños –faltándole uno para la mayoría–. La solución más lógica en vista de los resultados sería una coalición liberal-democristiana (D66, VVD y CDA) a la que se sumen los socialdemócratas de PvdA/GroenLinks. Por un lado, va a ser difícil que Yesilgöz se preste a un gobierno tan moderado. Por otro lado, sería una aventura muy arriesgada para un PvdA/GroenLinks descabezado y desilusionado.

*Sebastiaan Faber, Profesor de Estudios Hispánicos en Oberlin College. 

Artículo publicado originalmente en Contexto y Acción.

Foto de portada: Rob Jetten celebra los resultados de las elecciones. / X (@RobJetten).

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