Las elecciones presidenciales celebradas el domingo en Nicaragua fueron calificadas por el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, como una «pantomima» en una declaración que hizo pública ese mismo día. Describió al actual presidente Daniel Ortega como «no diferente de la familia Somoza que Ortega y los sandinistas combatieron hace cuatro décadas». Biden también prometió que «Estados Unidos, en estrecha coordinación con otros miembros de la comunidad internacional, utilizará todas las herramientas diplomáticas y económicas a nuestro alcance para apoyar al pueblo de Nicaragua y exigir responsabilidades al gobierno de Ortega-Murillo y a quienes facilitan sus abusos». Esto puede interpretarse como una amenaza de intensificar la Guerra Híbrida de su país contra Nicaragua.
Objetivamente hablando, Estados Unidos está fabricando otra crisis en Nicaragua. La primera de gran envergadura que se recuerda fue cuando el ex presidente Reagan apoyó a los «Contras» antisandinistas durante una guerra de poder que duró una década. Ese conflicto se libró con el pretexto de que Nicaragua podría representar otra «ficha de dominó» cuya «caída» en manos de los rebeldes socialistas podría desencadenar una reacción en cadena en el resto de América Latina y el Caribe. En el contexto actual, esos temores no son creíbles, pero eso no impidió que el ex presidente estadounidense Trump pusiera en marcha los engranajes de la inminente crisis que su sucesor parece dispuesto a empeorar.
El contexto estratégico ha evolucionado desde entonces, lo que exige algunas aclaraciones analíticas.
En primer lugar, el motivo que se sospechaba originalmente para esta guerra híbrida -detener los supuestos planes de China de construir un canal transoceánico- ya no es relevante, puesto que nunca se produjo ningún avance tangible en este sentido. En segundo lugar, la motivación principal en la actualidad es destruir a todos los países regionales de la autoproclamada «esfera de influencia» de Estados Unidos que no se pliegan a su voluntad hegemónica. Tercero, esta es la última de una serie de campañas de cambio de régimen hemisférico que puede describirse como «Operación Cóndor 2.0». En cuarto lugar, Nicaragua ha resistido hasta ahora la campaña de presión previa de Estados Unidos, por lo que está previsto que se intensifique en el futuro. Y quinto, esta intensificación podría suponer graves amenazas para su estabilidad.
Si la campaña de presión que Estados Unidos planea adelantar en coordinación con sus vasallos regionales no logra debilitar la «Seguridad Democrática» de Nicaragua (tácticas y estrategias de Guerra Híbrida contra las amenazas de la Revolución de Colores que se implementaron antes de las elecciones para evitar ese escenario de cambio de régimen), entonces no se puede descartar que vuelva a recurrir a la guerra cinética por delegación. La vecina Honduras, que está bajo el control de un líder instalado por Estados Unidos, podría volver a desempeñar fácilmente su papel histórico de apoyo a dichas fuerzas. Cualquier desestabilización significativa de Nicaragua podría desencadenar una crisis de refugiados que podría extenderse rápidamente por toda la región y empeorar la ya existente.
También existe la posibilidad de que la guerra híbrida de Estados Unidos contra Nicaragua se convierta en una lucha por delegación de influencia con Rusia, que tiene relaciones estratégicamente más sustantivas con ese país que China. Un artículo de 2019 titulado «Rusia y Nicaragua: Progress In Bilateral Cooperation» ofrece un resumen detallado de los avances más importantes en sus vínculos durante las últimas décadas. Revela que las relaciones, especialmente en la dimensión militar, se fortalecieron ampliamente en los últimos 10 años. Teniendo esto en cuenta, Moscú podría decidir apoyar a Managua durante cualquier crisis venidera mediante el suministro de emergencia de más armas y quizás otras formas de apoyo como asesores.
Estados Unidos podría beneficiarse cínicamente de ese escenario, al menos en cuanto a la óptica que pretende proyectar a las audiencias nacionales y extranjeras. Sus gestores de la percepción podrían ampliar sus narrativas de miedo sobre Rusia presentándola erróneamente como un «apoyo a un dictador canalla en contra de la voluntad democrática de su pueblo». Esto también podría explotarse como pretexto para ampliar la presencia militar regional de Estados Unidos, lo que serviría para distraer de su reciente y humillante retirada de Afganistán. También podría ejercerse más presión contra los aliados cubanos y venezolanos de Nicaragua, con el pretexto de responder a su ayuda potencialmente similar a la de Rusia a ese país.
Si esta es una de las motivaciones para intensificar la guerra híbrida de Estados Unidos contra Nicaragua tras las últimas elecciones en ese país, los observadores pueden concluir que lo más probable es que esté dirigida por la facción neoconservadora de sus burocracias militares, de inteligencia y diplomáticas permanentes («estado profundo»). Están obsesionados con «contener» a Rusia y se oponen en principio a los esfuerzos de algunos de sus colegas más pragmáticos por negociar con ella un llamado «pacto de no agresión» para regular responsablemente su rivalidad. Si consiguen empeorar esta Guerra Híbrida y provocar algún tipo de apoyo militar ruso a Nicaragua como respuesta, podrían sabotear los incipientes avances en ese frente.
Queda por ver, por supuesto, qué forma adoptará esta campaña de presión intensificada y si Rusia responderá a ella con algún tipo de apoyo militar significativo a Nicaragua, pero todo parece ir en esa dirección general teniendo en cuenta la última declaración de intenciones hostil de Biden. Lo que esto demuestra es que está continuando con la política de su predecesor de derrocar a los gobiernos regionales independientes, que a su vez se construyó sobre los avances que Obama hizo en este sentido. Estados Unidos nunca permitirá que se desarrollen pacíficamente gobiernos independientes dentro de su llamada «esfera de influencia». Exige el pleno cumplimiento de sus exigencias hegemónicas bajo la amenaza de una guerra híbrida si se niegan.
*Andrew Korybko es analista político estadounidense radicado en Moscú.
Este artículo fue publicado por OneWorld.Press. Traducido y editado por PIA Global.