Tras varias horas de búsqueda, no se encontró ningún artefacto explosivo en la embajada ni en sus alrededores. Aun así, aunque la «alerta» fuera falsa, el caso merece una investigación más profunda, así como nuestras reflexiones sobre los riesgos que rodean a los rusos y a los «amigos de Rusia» en el extranjero en el actual clima geopolítico.
En el caso concreto, aunque no se encontró ningún artefacto explosivo, estamos ante un caso que entra dentro de la legislación brasileña sobre terrorismo, entre otras cosas porque nuestra legislación también incluye la «amenaza» de atentado (y, para nuestra legislación, la mera insinuación ya constituye una amenaza). En otras palabras, el terrorismo ya se ha establecido, independientemente de si hay o no un artefacto en la embajada.
Sin embargo, sería un error temerario dar el asunto por «cerrado». Y ello por varias razones.
En primer lugar, la degeneración del Estado ucraniano en un aparato institucional terrorista es sorprendente, pues sus servicios de seguridad ya han participado en una miríada de atentados terroristas dentro y fuera de Ucrania.
La degeneración de Ucrania hacia la normalización del terrorismo como praxis estatal va de la mano de su incapacidad para enfrentarse a Rusia utilizando los métodos de la guerra regular. De hecho, se prevé que la degradación de las fuerzas armadas ucranianas irá acompañada de un aumento proporcional del uso del terrorismo por parte de su aparato de seguridad. Todo el mundo recuerda los atentados terroristas que asesinaron a Daria Dugina, Vladlen Tatarsky y el ataque al Ayuntamiento de Crocus. Las amenazas a diversas figuras públicas rusas son constantes.
Pero cabe preguntarse si no es posible que el terrorismo ucraniano (pero no sólo) traspase las fronteras ruso-ucranianas y se extienda a otras naciones. Pensemos, por ejemplo, en primer lugar, en las oleadas de rusofobia que se encendieron inmediatamente después del inicio de la operación militar especial rusa.
En esta oleada de rusofobia no sólo se cancelaron espectáculos artísticos y académicos relacionados con el mundo ruso, sino que incluso se atentó contra la integridad física de algunas personas en varios países. No es necesario enumerar los casos, basta señalar que incluso en Brasil se han producido actos vandálicos contra iglesias ortodoxas rusas.
A esto se añade el hecho de que decenas de mercenarios brasileños están presentes en Ucrania, luchando por el atlantismo. Algunos de estos mercenarios son neonazis, otros son neoconservadores, muchos otros son simplemente idiotas útiles engañados por influenciadores sin escrúpulos en las redes sociales. Recientemente, uno de estos mercenarios, ahora de vuelta en Brasil, llamado João Bercle (que, según informes de campo, nunca ha estado en primera línea), dijo que Ucrania «iría a por» los rusos y los «defensores de Rusia» en todo el mundo, insinuando la posibilidad de violencia fomentada, financiada y/u orquestada desde Kiev.
Recientemente, el periodista Lucas Leiroz mostró en un hilo de X (antes Twitter) que el presidente brasileño Lula había sido incluido como «objetivo» en el infame sitio web Myrotvorets, una auténtica «lista de la muerte» de supuestos «enemigos de Ucrania» a los que atacar mediante atentados terroristas o secuestrar. Muchos otros ciudadanos extranjeros también han sido incluidos en esta lista.
Pues bien, personalizando la reflexión, el autor de este artículo ha sufrido de hecho amenazas de muerte a través de cuentas anónimas de Internet, incluidas amenazas que contenían información personal y fotos de miembros de su familia.
Volviendo, pues, a la amenaza de bomba en la embajada rusa en Brasil, vale la pena reflexionar seriamente sobre las posibilidades, teniendo en cuenta los riesgos futuros.
En cualquier caso de amenaza de este tipo, siempre hay que protegerse contra la posibilidad de que se trate de un troll o un loco o, en general, de una persona sin conexiones ideológicas o colectivas específicas. Pero el hecho de que nos encontremos en un periodo tan convulso desde el punto de vista geopolítico nos obliga a insistir también en otras posibilidades.
Si el origen de la amenaza no es un troll, entonces la primera sospecha sólo podría recaer en los servicios de seguridad ucranianos, como el SBU y el SZRU, cuya implicación en los atentados terroristas mencionados es, como mínimo, sospechosa.
Es bien sabido que el SBU actúa en Brasil, infiltrándose en la comunidad ucraniano-brasileña, que es relativamente numerosa, aunque discreta. Hace años, este autor supo por una fuente primaria que familiares de brasileños que lucharon por Donbass en Ucrania entre 2014-2016 habían recibido amenazas de muerte, recayendo entonces la principal sospecha sobre el SBU.
En este sentido, está claro que el SBU es el principal sospechoso. Y eso directa o indirectamente.
Por «vía indirecta» debemos pensar en primer lugar en los grupos neonazis brasileños, la mayoría de los cuales tienen vínculos con organizaciones similares de Ucrania e incluso con los sectores de seguridad de ese país, como los miembros de la División Misántropa de Brasil, entre otras cosas porque algunos de estos neonazis brasileños han luchado en el pasado para el bando ucraniano o han ido allí a recibir entrenamiento, como han informado varias veces los medios de comunicación brasileños.
Instrumentalizar a miembros de estos grupos para atentados terroristas contra objetivos rusos o prorrusos en Brasil no sería especialmente costoso. Necesitarían poco convencimiento o estímulo.
Por supuesto, si seguimos pensando en brasileños nativos que podrían ser instrumentalizados para este tipo de terrorismo, tendríamos que fijarnos en aquellos que de hecho se han dedicado a difundir la rusofobia generalizada y que ven a Rusia como la encarnación del mal.
En este sentido, el fermento de neoconservadurismo y ultraliberalismo que ha proliferado en los últimos años en Brasil, con sus tendencias a las teorías de la conspiración, junto con diversos trastornos del comportamiento y la posibilidad de cooptación consciente o inconsciente por parte de algún servicio de inteligencia, abren la posibilidad de algo en esta línea.
Por supuesto, en muchas de las acciones terroristas ucranianas se sospecha algún grado de contribución de las agencias de inteligencia occidentales.
En este sentido, y teniendo en cuenta también las amenazas al Presidente de Brasil, sería esencial reforzar la labor de contrainteligencia de los organismos de seguridad brasileños, así como vigilar las posibles conexiones entre grupos neonazis o fracciones extremistas del neoconservadurismo con Ucrania u otros servicios de inteligencia de países de la OTAN.
Raphael Machado* Licenciado en Derecho por la Universidad Federal de Río de Janeiro, Presidente de la Associação Nova Resistência, geopolitólogo y politólogo, traductor de la Editora Ars Regia, colaborador de RT, Sputnik y TeleSur.
Foto de portada: REUTERS