Tras cinco días de enfrentamientos armados entre Tailandia y Camboya que dejaron al menos 36 muertos, la mayoría civiles, y más de 300.000 desplazados, ambos países alcanzaron un acuerdo de alto el fuego gracias a la decisiva mediación de Malasia, actual presidente de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN).
El anuncio de la tregua fue hecho desde Kuala Lumpur por el primer ministro malasio Anwar Ibrahim, quien lideró personalmente las negociaciones junto a sus homólogos, Hun Manet de Camboya y Phumtham Wechayachai, primer ministro interino de Tailandia.
Este acuerdo no solo pone fin a una sangrienta escalada fronteriza, sino que también reafirma el compromiso de la ASEAN con la resolución pacífica de los conflictos internos, a pesar de las crecientes presiones externas que buscan desestabilizar la región.
Una guerra inducida, una paz regional
La reciente escalada militar entre Camboya y Tailandia —centrada en una antigua disputa territorial— amenazaba con transformar un litigio bilateral en un punto de ruptura regional. Con más de 200.000 desplazados en solo cinco días y un creciente sentimiento nacionalista en ambos países, el riesgo de una guerra prolongada se volvía inminente.
Sin embargo, lo que verdaderamente encendía las alarmas era el interés de potencias extrarregionales en aprovechar el conflicto para frenar los avances de integración del Sudeste Asiático y contener, en particular, el crecimiento de China como eje económico de la zona.
A pesar de que el expresidente Donald Trump intentó adjudicarse públicamente el éxito de las negociaciones de paz entre Camboya y Tailandia, lo cierto es que Estados Unidos estuvo más interesado en prolongar el conflicto que en resolverlo, buscando agitar un nuevo foco de inestabilidad en la vecindad inmediata de China.
Washington vio en la escalada una oportunidad para tensar el entorno estratégico del gigante asiático, instalando otro escenario de confrontación en el Sudeste Asiático. Sin embargo, fue la ASEAN, liderada por Malasia, junto al respaldo diplomático discreto pero firme de China, quienes verdaderamente desactivaron la crisis, apostando por la estabilidad regional y la autodeterminación de los pueblos asiáticos.
El intento estadounidense de capitalizar la paz no es más que cacareo vacío, frente a un proceso donde la diplomacia regional demostró estar a la altura de los desafíos globales.

Malasia, un actor firme regional
La figura de Malasia como mediador clave no es casual. Bajo el liderazgo de Anwar Ibrahim, el país ha adoptado una política exterior marcada por la defensa de la soberanía regional, la no injerencia y la resolución pacífica de controversias.
Su papel reciente denunciando las infiltraciones del Mossad por apoyar a Palestina ya había posicionado a Kuala Lumpur como una voz ética dentro de ASEAN. Ahora, su éxito como negociador de paz entre Camboya y Tailandia consolida su estatura diplomática.
“La región debe resolver sus conflictos internamente, sin prestarse a ser campo de batalla de otros”, declaró Anwar en la conferencia de prensa conjunta que marcó el fin de los enfrentamientos.
La tregua alcanzada refuerza una idea clave: el Sudeste Asiático no está dispuesto a dejarse arrastrar por dinámicas de guerra impuestas desde el exterior. La estabilidad de la región no solo es crucial para sus propios pueblos, sino también para la economía mundial, debido a su papel central en las rutas comerciales y en el desarrollo industrial global.
Con conflictos abiertos en Ucrania, Gaza, el conflicto en Taiwan y el Sahel, una guerra en el Sudeste Asiático habría representado una catástrofe global. La paz alcanzada hoy no solo evita una tragedia mayor, sino que envía un mensaje de madurez política y autonomía frente a las potencias que aún intentan dividir para reinar.
Aunque la tregua representa una victoria diplomática significativa, la disputa fronteriza entre Camboya y Tailandia sigue sin resolverse del todo. La historia, los reclamos territoriales y los intereses cruzados seguirán latentes.
Sin embargo, el Sudeste Asiático ha demostrado que puede manejar sus propios desafíos, sin necesidad de seguir guiones escritos en Washington, Pekín o Bruselas. En una era de tensiones globales fabricadas, esta tregua representa no solo un acto de paz, sino un gesto de dignidad soberana.
Tadeo Casteglione* Experto en Relaciones Internacionales y Experto en Análisis de Conflictos Internacionales, Periodista internacional acreditado por RT, Diplomado en Geopolítica por la ESADE, Diplomado en Historia de Rusia y Geografía histórica rusa por la Universidad Estatal de Tomsk. Miembro del equipo de PIA Global.
*Foto de la portada: Reuters