El presidente venezolano, Nicolás Maduro, ha sido recibido este lunes en Brasilia con honores de jefe de Estado por su homólogo brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, que nada más asumir el poder restableció las relaciones con el Gobierno chavista y reabrió la embajada. Ambos mandatarios tuvieron esta mañana una reunión a solas, otra con asesores y un almuerzo oficial en la víspera de la cumbre de presidentes sudamericanos convocada por Lula para el martes en la capital de Brasil.
La cita, presentada como un retiro informal para que los mandatarios intercambien ideas sobre cómo integrar la región más allá de las divisiones ideológicas, supondrá también el fin del aislamiento diplomático de Maduro, sumido en el ostracismo durante la etapa ya cerrada en la que Brasil y otros vecinos reconocían a Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela.
Maduro es el primero de los jefes de Estado en llegar a Brasilia para la cumbre. Aterrizó el domingo por la noche junto a su esposa, Cilia Flores, tras ocho años sin pisar Brasil. Pero su encuentro bilateral con Lula solo se ha confirmado con poco más de tres horas de antelación. Cuando el ultraderechista Jair Bolsonaro alcanzó el poder, una de las primeras medidas fue romper relaciones con el chavismo, prohibir la entrada de Maduro y reconocer a Guaidó como interlocutor —en la estela de Estados Unidos, la Unión Europea y decenas de Gobiernos más—; el izquierdista Lula se estrenó invitándole a su toma de posesión, a la que no asistió, y retomando la relación bilateral con intercambio de embajadores.
La expectación por la presencia de Maduro en esta reunión de mandatarios es enorme porque hace años que no participa en un cónclave así. El pasado enero, el presidente de Venezuela canceló en el último minuto su asistencia a la cumbre de la Celac (la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) por temor a las protestas con el argumento de que había “planes extravagantes diseñados por extremistas de la derecha” para atacarlo y hacer descarrilar el evento. El líder chavista vuelve a ser reconocido internacionalmente como un mandatario legítimo, incluso por EEUU, que lideró la campaña para aislarlo pero autorizó a la petrolera Chevron a retomar operaciones en Venezuela en un momento de precios disparados por la guerra de Ucrania.
La Presidencia de Brasil ha informado en una nota que el cara a cara entre Lula y Maduro “también será la ocasión para que los presidentes hablen sobre los procesos de diálogo interno en Venezuela, con miras a la realización de las elecciones de 2024″.
Ambos países mantienen relaciones diplomáticas desde 1842, aunque solo definieron la frontera en 1905. El comercio bilateral, que ahora es de 1.700 millones, alcanzó su máximo hace una década, con 6.000 millones, cuando era presidenta la sucesora de Lula, Dilma Rousseff.
Muchos años han transcurrido desde la última vez que los jefes de Estado de los 12 países del cono sur se reunieron. Para el encuentro del martes no hay agenda definida. La única ausencia anunciada es la de la presidenta Dina Boluarte, que no puede abandonar Perú por razones constitucionales y enviará al primer ministro. Sin ella, será un retiro multicolor en lo ideológico pero netamente masculino.
Se espera que a lo largo del día vayan llegando a la capital brasileña Alberto Fernández (Argentina), Luis Arce (Bolivia), Gabriel Boric (Chile), Gustavo Petro (Colombia), Guillermo Lasso (Ecuador), Irfaan Ali (Guyana), Mario Abdo Benítez (Paraguay), Cha Santokhi (Surinam), Luis Lacalle Pou (Uruguay).
Tras unos años en que la polarización política y la crisis venezolana, con un éxodo migratorio y el reconocimiento de un presidente interino, generaron enormes recelos y divisiones profundas en América del Sur, Lula intenta poner el contador a cero. Su idea “es retomar el diálogo, que quedó muy truncado en los últimos años. Quiere reactivar la integración sudamericana, pero antes los mandatarios deben identificar los mínimos denominadores comunes y a partir de ahí retomar la cooperación” para afrontar “problemas globales, regionales e individuales”, según explicó en una comparecencia la secretaria para América Latina y el Caribe del Ministerio de Exteriores, la embajadora brasileña Gisela Padovan. El presidente Lula quisiera que los mandatarios intercambien pareceres con franqueza y piensen en términos de Estado, no de Gobiernos, para que las relaciones entre los vecinos no queden a merced de resultados electorales, un objetivo tan ambicioso como abstracto.
De la mano de Lula, Brasil ha regresado a la Celac y a Unasur (La Unión de Naciones Suramericanas), que llegó a tener 12 miembros pero se ha convertido en un club que al momento tiene solo siete miembros, está paralizado y sin agenda. Cuando la derecha venció en varios países de la región, sus presidentes se unieron en Prosur (el Foro para el Progreso de América del Sur).
Lula vuelve a posar su mirada en Sudamérica tras visitar EEUU, China, la Unión Europea, entre otros aliados, e invertir buenas dosis de su músculo internacional en intentar mediar en la guerra de Ucrania. Brasil insiste en que el encuentro de presidentes es un punto de partida, un cónclave para que los jefes de Estado sudamericanos reflexionen juntos en confianza sobre cómo incrementar la integración regional, a través de qué mecanismos, a qué ritmo y con qué prioridades.
Este artículo fue publicado por El País. Editado por PIA Global.
FOTO DE PORTADA: Ricardo Stuckert.