Es tanto lo que se ha escrito sobre su vida y su muerte que tal vez resulte redundante retornar sobre las circunstancias precisas que aquel 9 de octubre de 1967. Ese día el Che llegó al fin de su vida en las entrañas del continente que había caminado como quien recorre su barrio, reconociéndose en cada rostro sufriente y en cada rebelde que porta la fortaleza de enfrentar las injusticias cotidianas.
De algún modo resulta necesario indagar en los diferentes elementos y razones que han determinado el hecho real y concreto de que el Che viva en el corazón de los pueblos de nuestra América y sea una presencia palpable que se manifiesta como un rugido desde las vísceras de un inmenso territorio.
Muchas veces uno se ha preguntado por el significado del Che en estos tiempos; por el contenido real que lo constituyó y que a lo largo de los años el sistema ha intentado edulcorar en vano, a pesar de los millonarios mecanismos que a tal fin utilizó.
El Che ha sido en todos estos años, miles de libros, películas, canciones, murales, tatuajes o remeras. Y lo seguirá siendo. Ello es inevitable. Los poderosos de este mundo cada día más maltrecho, gastan sus energías tratando de caricaturizar una imagen que los desborda y ante la cual no tienen sustancia para contrastarlo. Muchas veces, y con razón, se ha destacado como uno de sus legados fundamentales el ejemplo de su conducta. Tal vez ello se haga aún mucho más visible y notorio en tiempos áridos en relación a los valores éticos que la postmodernidad ha tratado de desdibujar de la conciencia de los pueblos.
El Che ha continuado su peregrinaje sin desmayo por los caminos pedregosos y por las selvas oscuras de Nuestra América. Nada ha podido detener su paso y su erupción en cada expresión de rebeldía ante las injusticias que nos acosan.
No hay ninguna duda que el Che fue ejemplo de modestia y honestidad, tanto como ministro de Industrias o como presidente del Banco Central de Cuba antes de regresar a la lucha guerrillera. Los hombres y mujeres que se inspiran en el Che, y especialmente los jóvenes de todo el mundo, sienten repugnancia por la corrupción, los privilegios y la política dubitativa y calculadora, que acaba siendo solo un instrumento de intereses elitistas.
El Che fue la dignidad de poner el pecho a las circunstancias por adversas que estas fueran. Sus circunstancias, en aquel octubre de 1967, fueron los proyectiles del Imperio que no perdonan y no escatiman de ningún modo en brutalidad sanguinaria para sofocar cualquier intento de transformación de nuestras sociedades.
Esas fueron las circunstancias concretas de sus últimos momentos vitales. Y a pesar de ello, y aunque pueda sonar romántico, es posible decir que esos proyectiles fueron incapaces de matar. Solamente se ensañaron con un cuerpo cansado de mil batallas, cercado y ajetreado por el asma, pero de ninguna manera pudieron matar el significado real del ejemplo del Che a lo largo de sus cortos e inmensos 39 años.
Nadie debe dudar de que el Che sigue vivo, muy a pesar de aquel espectáculo horroroso, de la exposición a la que fue sometido, propia de lacayos sanguinarios al servicio de un imperio, que en su intento por mostrar el poderío y la respuesta ante cualquier otro intento de rebelión, mostraron su verdadero rostro. Su capacidad destructora de los sueños libertarios, de arrasar sin dudarlo con aquellos que se erijan en constructores de alternativas realmente al servicio de los pueblos, destrozando vidas y proyectos en defensa de sus mezquinos intereses.
Expusieron su cuerpo como un trofeo, y ese trofeo acabó convirtiéndose en una inmensa bandera que en cualquier rincón inhóspito del planeta sigue flameando como símbolo de todos aquellos que conservan la capacidad de luchar y soñar. De los que se atreven y no bajan la cabeza porque sienten como propio el sufrimiento de cualquier ser humano en cualquier lugar de la tierra.
El Che sigue vivo aunque pretendan congelarlo y dejarlo inmóvil en una foto. Allí anda y allí andará, pegado a los que sufren y a los que luchan. Su lucha y su entrega no fueron en vano, como pregonan muchos desde ciertas comodidades pequeñoburguesas. Su caída, en aquel octubre lejano, fue solo un instante doloroso para lo más noble y digno de los pueblos del mundo.
El Che, aquella mañana en La Higuera boliviana, comenzó a nacer. A multiplicarse por millones y a irradiar una esperanza que abrazó y contagió irremediablemente. A convertirse en guerrilla insurgente en los montes y en las ciudades. A renovar la esperanza cotidiana con cada intento de construcción de alternativas que coloquen en el centro de todo, a los hombres y mujeres de nuestra patria grande.
Sufrimos derrotas y aquí estamos, levantando nuestra voz, porque tal vez como ha dicho Álvaro García Linera ese sea nuestro destino “Luchar, vencer, caerse, levantarse, luchar, vencer, caerse, levantarse. Hasta que se acabe la vida”.
A 54 años de su cobarde asesinato vemos con dolor que los pesares y las injusticias por las que dedicó su existencia se han profundizado a niveles inimaginables. A la marginación social y la dependencia se le adosa la desmesurada destrucción de la naturaleza que pone en riesgo la vida misma en el planeta.
Muchos analistas, supuestamente serios, rieron cuando en 1992, y durante la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo, en Río de Janeiro, Fidel Castro afirmó:
“Una importante especie biológica está en riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva liquidación de sus condiciones naturales de vida: el hombre. Ahora tomamos conciencia de este problema cuando casi es tarde para impedirlo. Es necesario señalar que las sociedades de consumo son las responsables fundamentales de la atroz destrucción del medio ambiente. Ellas nacieron de las antiguas metrópolis coloniales y de políticas imperiales que, a su vez, engendraron el atraso y la pobreza que hoy azotan a la inmensa mayoría de la humanidad. Con solo el 20 por ciento de la población mundial, ellas consumen las dos terceras partes de los metales y las tres cuartas partes de la energía que se produce en el mundo. Han envenenado los mares y ríos, han contaminado el aire, han debilitado y perforado la capa de ozono, han saturado la atmósfera de gases que alteran las condiciones climáticas con efectos catastróficos que ya empezamos a padecer.
Los bosques desaparecen, los desiertos se extienden, miles de millones de toneladas de tierra fértil van a parar cada año al mar. Numerosas especies se extinguen. La presión poblacional y la pobreza conducen a esfuerzos desesperados para sobrevivir aun a costa de la naturaleza. No es posible culpar de esto a los países del Tercer Mundo, colonias ayer, naciones explotadas y saqueadas hoy por un orden económico mundial injusto.
La solución no puede ser impedir el desarrollo a los que más lo necesitan. Lo real es que todo lo que contribuya hoy al subdesarrollo y la pobreza constituye una violación flagrante de la ecología. Decenas de millones de hombres, mujeres y niños mueren cada año en el Tercer Mundo a consecuencia de esto, más que en cada una de las dos guerras mundiales. El intercambio desigual, el proteccionismo y la deuda externa agreden la ecología y propician la destrucción del medio ambiente.
Si se quiere salvar a la humanidad de esa autodestrucción, hay que distribuir mejor las riquezas y tecnologías disponibles en el planeta. Menos lujo y menos despilfarro en unos pocos países para que haya menos pobreza y menos hambre en gran parte de la Tierra”.
Los padecimientos de los pueblos por los que el Che vivió, luchó y murió, se han ampliado de manera dramática configurando un escenario de tal complejidad que solamente podremos sortear apelando a la unidad de nuestros pueblos, superando todas las limitaciones que nos han sido impuestas a lo largo de la historia para evitar que podamos constituirnos en una gran nación.
El Che nos convoca siempre y es un faro para no perder jamás el rumbo.
Aventurero, médico, guerrillero, Comandante revolucionario, dirigente de la primera Revolución Socialista latinoamericana, funcionario que funciona, ejemplo de coherencia y altruismo hasta las últimas consecuencias.
El gran Julio Cortazar supo escribir:
Yo tuve un hermano
que iba por los montes
mientras yo dormía.
Lo quise a mi modo,
le tomé su voz
libre como el agua,
caminé de a ratos
cerca de su sombra.
No nos vimos nunca
pero no importaba,
mi hermano despierto
mientras yo dormía,
mi hermano mostrándome
detrás de la noche
su estrella elegida.
“Usted va a matar a un hombre” le dijo a su verdugo aquella mañana de un octubre instantes antes de recibir las ráfagas de fusil que lo derribarían.
Tal vez, sólo tal vez, no se imaginó que aquellos disparos y aquella aseveración a los ojos de un miserable criminal, serían la semilla que haría brotar por siempre la esperanza y los sueños de libertad y justicia para todos y para siempre.
Y te seguimos viendo brotar Comandante…, amigo!
*Alberto Miguel Sánchez es historiador y colaborador de PIA Global.