La presidencia de Donald Trump ha desencadenado aceleración de las inercias de una serie de crisis simultáneas que incluyen violencia política, desobediencia civil, militarización gubernamental y fracturas profundas en las élites de poder.
El 14 de junio con el asesinato de la congresista demócrata Melissa Hortman y su esposo, perpetrado por un atacante trumpista disfrazado de policía en Minnesota, Estados Unidos experimentó una escalada dramática en la violencia política. Horas antes, el senador John Hoffman y su esposa resultaron heridos en un ataque similar perpetrado presuntamente por el mismo autor. El gobernador Tim Walz confirmó que se trató de “un tiroteo por motivos políticos”, marcando un punto de inflexión en la escalada de violencia contra funcionarios electos.
La captura posterior del sospechoso Vance Boelter no ha mitigado el impacto social y político de estos asesinatos, que representan la materialización de las tensiones extremas que atraviesan el país. Estos acontecimientos han generado una crisis de seguridad que trasciende las divisiones partidarias y amenaza la gobernabilidad. La violencia directa contra legisladores representa un salto cualitativo en la crisis estadounidense, evidenciando que la polarización ha alcanzado niveles que ponen en riesgo la continuidad del sistema institucional.
Las protestas en Los Ángeles iniciadas este principio de mes, expresan lo más visible de los ejercicios de desobediencia civil migratoria en respuesta a las redadas masivas del ICE. Con más de 20,000 personas congregadas en las manifestaciones y 561 arrestos documentados hasta el 15 de junio, estas protestas han marcado un punto de inflexión en la resistencia civil a las políticas migratorias de Trump y a la gobernabilidad en general.
La desobediencia civil se ha extendido más allá de Los Ángeles, alcanzando múltiples ciudades estadounidenses en lo que constituye un movimiento nacional aún no articulado orgánicamente de resistencia. Las manifestaciones han incluido desde protestas pacíficas hasta episodios de violencia urbana, y enfrentamientos con las fuerzas estatales policiales y militares, evidenciando la profundidad del conflicto social. Los manifestantes han adoptado en general tácticas de resistencia defensiva, incluyendo bloqueos de espacios públicos sin autorización y resistencia pasiva a las órdenes de dispersión, aunque algunos episodios han escalado hacia enfrentamientos directos con las autoridades y los cuerpos represivos.
La administración Trump respondió con el despliegue de 700 marines y la Guardia Nacional en Los Ángeles, implementando toques de queda y medidas de emergencia. Esta militarización de la respuesta a la protesta civil representa una escalada significativa en el uso de la fuerza federal contra manifestantes. Los gobernadores y alcaldes locales han instado al gobierno federal a retirar las tropas y detener las redadas, creando un conflicto directo entre niveles de gobierno que evidencia fracturas profundas en la cohesión social y el acuerdo político sobre gobernanza estadounidense, particularmente en estados con grandes poblaciones migrantes como California.

El desfile militar y simbolismo autoritario
El desfile militar del 14 de junio, que coincidió con el 79º cumpleaños de Trump y los 250 años del Ejército estadounidense, representó una demostración de poder militar sin precedentes desde los años 90. El evento incluyó tanques, tropas y una salva de 21 cañonazos en Washington D.C., cumpliendo un deseo largamente acariciado por Trump.
El desfile se realizó en un momento de crisis nacional extrema, simultáneamente con las protestas de Los Ángeles, los asesinatos políticos en Minnesota y el despliegue de tropas federales para sofocar disturbios civiles, y en el contexto de una guerra pero en Asia occidental entre Israel e Irán que de cualquier modo y más allá de su voluntad lo involucra. Esta sincronía temporal ha generado críticas sobre el uso propagandístico del poder militar en un contexto de represión interna. Distintos analistas políticos han criticado el evento como una imitación de regímenes autoritarios del siglo pasado.
Durante el desfile, Trump envió mensajes amenazantes al exterior declarando que “Si amenazas a EU, nuestros soldados irán tras de ti”, utilizando la plataforma militar para proyectar fuerza tanto interna como externamente. La celebración militar contrastó dramáticamente con la realidad de tropas federales desplegadas para controlar protestas civiles en Los Ángeles, creando una paradoja donde el mismo aparato militar celebrado en Washington estaba siendo utilizado para reprimir manifestaciones ciudadanas en California.
Un párrafo aparte merece la calamitosa coreografía militar de un ejército y un pueblo con costumbres de desfiles donde pocas formaciones e las que marcharon en el desfile pudieron mantener un paso limpio y sincronizado, pareciéndose más a un grupo de reclutas que a soldados profesionales.

La ruptura Trump-Musk y fractura tecnológica
La ruptura entre Donald Trump y Elon Musk representa uno de los episodios más significativos en la relación entre poder político y tecnológico en Estados Unidos. Esta fractura, tiene múltiples dimensiones que revelan tensiones estructurales más profundas en la tecno oligarquía.
El conflicto se originó fundamentalmente por diferencias sobre el proyecto fiscal de Trump, que Musk calificó como una “abominación repugnante”, argumentando que incrementaría peligrosamente el déficit presupuestario. Esta disputa fiscal reveló diferencias ideológicas fundamentales sobre el rol del Estado y la gestión económica, temas que trascienden la relación personal entre ambos.
Las consecuencias inmediatas han sido significativas. Las empresas de Musk han experimentado volatilidad en los mercados, con Tesla perdiendo valor bursátil considerablemente tras el estallido del conflicto público. Trump ha amenazado con “graves consecuencias” si Musk apoya candidatos demócratas en las elecciones de medio término de 2026, evidenciando la profundidad del conflicto.
Esta ruptura señala una fractura más amplia en la relación entre el poder político tradicional y las élites tecnológicas. La tecno oligarquía, representada por figuras como Musk, había encontrado en Trump un aliado para sus intereses, pero las diferencias sobre los alcances de la guerra comercial, relocalización, provisión de insumos, política fiscal, regulación y contratos gubernamentales, han evidenciado que estos intereses no siempre convergen. La profundidad de esta ruptura sugiere que las élites tecnológicas ya no pueden considerarse como un bloque monolítico alineado automáticamente con determinadas posturas políticas, representando un reordenamiento significativo en la estructura de poder estadounidense.
La economía estadounidense presenta indicadores mixtos en 2025, manteniendo fortalezas en sectores tecnológicos y de servicios mientras enfrenta desafíos significativos relacionados con la inflación, el déficit fiscal y las tensiones comerciales internacionales. El proyecto fiscal de Trump, que generó la ruptura con Musk, busca implementar recortes de impuestos significativos y quita de subsidios que, según críticos, podrían aumentar sustancialmente el déficit público.
Los conflictos entre el gobierno federal y diversos gobernadores estatales han intensificado las tensiones del pacto confederal estadounidense, particularmente en temas como inmigración, políticas fiscales y regulaciones ambientales. Algunos estados han adoptado posturas de resistencia activa a determinadas políticas federales, creando un escenario de federalismo conflictivo que recuerda a crisis históricas del sistema estadounidense. La tensión entre el poder federal y estatal se ha agudizado con políticas controvertidas que generan resistencia a nivel local, mientras las instituciones republicanas experimentan crisis sin precedentes con cuestionamientos constantes a la legitimidad de procesos electorales, instituciones judiciales y medios de comunicación.
Estas crisis simultáneas – violencia política letal, desobediencia civil masiva, militarización de la respuesta gubernamental y fracturas en las élites – proyectan una imagen de inestabilidad que afecta profundamente la posición geopolítica estadounidense. La capacidad crecientemente limitada de Estados Unidos para ejercer como hegemón global el liderazgo moral y político internacional se ve aún más comprometida cuando utiliza tropas federales contra manifestantes civiles mientras celebra desfiles militares mediocres, pero en la pretensión de copiar viejos experimentos autoritarios.
La fractura entre las élites estadounidenses se combina ahora con una crisis de legitimidad interna que complica la formación de políticas exteriores coherentes.
La profundidad de estas fracturas sugiere que Estados Unidos se encuentra en un momento de redefinición fundamental de su estructura de poder interno, con implicaciones críticas para su posición geopolítica global. La capacidad del sistema político estadounidense para procesar estas tensiones sin fragmentarse definitivamente será crucial para determinar no solo la trayectoria futura del país, sino también la posibilidad del orden internacional que Estados Unidos ha liderado durante décadas y que la evidencia histórica está exponiendo su fin.
Dr. Fernando Esteche* Dirigente político, profesor universitario y director general de PIA Global
Foto de portada: Engdao ; photoschmidt / stock.adobe.com.