Nuestra América Nuevas derechas

Las ruinas del neoliberalismo alimentan a la extrema derecha

Por Ana Carolina Evangelista*- La nueva derecha se instala como reacción a las ruinas que genera todo este proyecto, y va contra sí misma.

En 2018 ya nos preguntábamos cómo las fuerzas de extrema derecha llegaban al poder por la vía electoral. ¿Qué estaba ocurriendo en ese momento y qué sigue ocurriendo, no sólo en Brasil, para que esto ocurra? La mera viabilidad electoral del entonces candidato Jair Bolsonaro era algo incrustado en una lógica mucho más estructurante y sistémica de lo que una simple lectura tradicional de nuestra realidad podría explicar.

Brasil es un escenario más de la ola ultraconservadora que golpea a Estados Unidos, Reino Unido, Polonia y Hungría, no sólo como la emergencia de un populismo de extrema derecha que ha cobrado vigor internacional, sino también de la corrosión de las estructuras democráticas “desde dentro”, sin la ruptura de un golpe. Se trata de fuerzas contemporáneas de extrema derecha que, en las democracias liberales, llegan al poder a través de las urnas. El fantasma de la derecha ultraconservadora seguirá rodeando las elecciones en Portugal, Francia, Hungría, Estados Unidos y Filipinas.

Para entender las posibles direcciones que tomarán los partidos, movimientos y líderes de extrema derecha, es fundamental comprender sus orígenes y singularidades. Recurro aquí a una pensadora central para este entendimiento, la filósofa y politóloga Wendy Brown, profesora de la Universidad de California, Berkeley. Su trabajo sobre los orígenes de la extrema derecha puede incorporarse al debate brasileño, especialmente en el contexto de las elecciones de este año.

Si autores como Pierre Rosanvallon, en Francia, o André Singer, aquí en Brasil, hablan de “dedemocratización” para hacer frente al avance del populismo de derechas combinado con el autoritarismo, Brown se refiere a lo que llama “política antidemocrática”, un tipo de política que surge de las “ruinas del neoliberalismo”, por utilizar la feliz expresión convertida en uno de sus principales libros.

El punto central de su razonamiento es que el triunfo exacerbado del neoliberalismo ha provocado la deformación de la propia utopía neoliberal. Justo cuando triunfa y produce sus mayores efectos, se equivoca. De los escombros -las ruinas- de esta sociedad que el proyecto neoliberal no logró desmantelar completamente, surgen las actuales deformaciones contra el propio proyecto, y que están en la base de los gobiernos antidemocráticos y de la política antidemocrática en general.

Como recuerda Brown, el neoliberalismo pretendía que tanto el mercado como la moral gobernaran y disciplinaran a los individuos, maximizando la libertad. En sus palabras, “los individuos y las familias serían pacificados políticamente por el mercado y la moral, y subsumidos por un Estado autónomo y autoritario pero despolitizado”. Hemos vivido durante décadas bajo esta lógica en muchos países.

En Brasil, el debate se centró en gran medida en las medidas económicas resumidas en el llamado Consenso de Washington, que incluía la prescripción de recomendaciones a los países latinoamericanos: desregulaciones, reformas fiscales restrictivas, apertura comercial y reducción del Estado. Pero van más allá y se refieren también a los principios, las prácticas, las políticas y las formas de gobernar; era una orden, repitámoslo, de carácter financiero y también moral. Era, o es, no sólo una política, sino una ética, nos recuerda Brown. Pasando por varias dimensiones de la vida, no sólo la económica.

Tal y como lo definió uno de los exponentes del neoliberalismo, el economista y filósofo austriaco Friedrich Hayek, desde la lógica del mercado conviene configurar el Estado, la moral y el derecho. Donde había solidaridad social e igualdad, las familias se hacían responsables de la educación moral y social de los individuos. En este contexto, la moral tradicional ocupa un lugar central. Los mercados y la moralidad se basan en una ontología común: uno depende del otro.

Estamos hablando de un capitalismo exacerbado, o desenfrenado, desregulado, con total libertad y autonomía de los mercados -para muchos, esta autonomía a tal nivel fue la responsable de la crisis financiera de 2008. Todo ello unido a la promoción de los valores familiares, especialmente los cristianos, occidentales y blancos. Desde el apogeo de la era Reagan-Thatcher en la década de 1980 hasta el final del siglo XX y el comienzo del siglo XXI, hubo una ola devastadora de aumento del capital, desregulación del capital financiero, represión del trabajo, demonización del estado de bienestar, asalto al igualitarismo y maximización de las libertades individuales.

Este proyecto -económico, social y político- no logró, en los términos del análisis de Brown, desmantelar completamente lo que pretendía. En el lugar del “sueño neoliberal”, por tanto, quedan escombros y ruinas. De ahí surgen las actuales deformaciones que están en la base de una especie de amplio apoyo a gobiernos y prácticas antidemocráticas. ¿De dónde viene esto? ¿Surgió de repente? ¿Qué veíamos antes de 2018?

Observando la realidad norteamericana, el autor dirá que, dentro de una democracia liberal capitalista, surge algo que debería parecer opuesto a ella: el nacionalismo, el conservadurismo cristiano, el racismo y el masculinismo blanco. En el caso brasileño, muchos de estos elementos son estructurales para la constitución de nuestra democracia, largamente inacabada.

La nueva derecha se instalaría allí, como reacción a las ruinas que genera todo este proyecto, y va contra sí misma. Las respuestas, por tanto, vendrían en forma de restricción del alcance del poder político democrático, de ampliación del alcance de la moral tradicional, de un programa político-moral destinado a proteger las jerarquías tradicionales y el mercado, de negación de la idea misma de lo social y, finalmente, de importantes dosis de nihilismo y resentimiento.

Como las medidas y las políticas preconizadas por el neoliberalismo no han cumplido lo que prometían, queda encontrar culpables. En palabras de Brown, “esto significaba gritar contra el Estado Islámico, contra los inmigrantes ilegales, contra los mitos sobre la discriminación positiva y, sobre todo, culpar al gobierno y al estado del bienestar de la catástrofe económica, trasladando astutamente la culpa de Wall Street a Washington porque el gobierno arregló el desaguisado rescatando a los bancos mientras dejaba a la gente corriente en la estacada”.

En el páramo posterior a 2008 vimos surgir una masa de descontentos, principalmente de clase media, blanca y cristiana. Un vasto grupo que antes estaba en alza perdió ingresos, pensiones, propiedad privada y puestos de trabajo en favor de una economía basada en el capitalismo financiero, rentista, pero en ruinas. El castillo de naipes se derrumbaba, mientras esta misma masa de descontentos era bombardeada por mensajes, comentarios y análisis de la derecha, en la televisión y en las redes sociales.

Brown sintetiza el problema utilizando el binomio “el obispo y el banquero”: por un lado, el “obispo” (valores familiares y morales); por otro, el “banquero” (mercado, autonomía). Ni unos ni otros fueron capaces de apaciguar ese descontento y la precariedad de las condiciones materiales. Sólo quedaba culpar a los inmigrantes, grupos con escasa representación económica, social y política o beneficiarios de las políticas de inclusión. La reacción al neoliberalismo adquirió un perfil “rebelde, populista y repulsivo”, según sus palabras. Surgió un nuevo populismo de extrema derecha. Resentido, rencoroso, enojado y vengativo.

Una de las características de este populismo de derechas, o de esta política antidemocrática, es la permanente política de la venganza: atacar a los acusados de destronar las estructuras que prevalecían -las feministas, los multiculturalistas, los globalistas y los ecologistas. Cualquier parecido con el gobierno de Jair Bolsonaro no será mera coincidencia. Otro rasgo es un populismo de redención del pasado, un pasado idílico para algunos, donde había orden, control, protagonismo. O, en palabras de Brown, “un pasado mítico de familias felices, íntegras y heterosexuales, cuando las mujeres y las minorías raciales conocían su lugar, cuando los barrios eran ordenados, seguros y homogéneos, y la heroína era el problema del negro, el terrorismo no estaba en su territorio, y cuando el cristianismo hegemónico y la blancura constituían la identidad manifiesta, el poder y el orgullo de la nación y de Occidente”.

Los líderes populistas de derecha, a partir de la década de 2010, se convertirían en los defensores de lo que quedaba de esos fundamentos y prometerían restaurarlos. O qué decir de los eslóganes e ideas-fuerza típicos de estos líderes, como “Make America Great Again” (EEUU), “France for the French” (Francia), “Take Back Control” (Brexit) y “Our culture, our home, our Germany” (Alemania). Como bien resume Marina Lacerda, politóloga brasileña y estudiosa de la obra de Brown, “si los hombres blancos no pueden apropiarse de la democracia, no habrá democracia“. Si los hombres blancos no pueden gobernar el planeta, no habrá planeta”. Una síntesis que encuentra fácilmente eco en la realidad brasileña.

¿Qué explicaría la adhesión de los estamentos populares a este proyecto? Como argumenta Brown, y sintetiza Marina, para los que se sienten “dejados atrás”, los valores tradicionales proporcionarían protección contra las dislocaciones y pérdidas que décadas de neoliberalismo han generado para las clases medias y trabajadoras. Lo que la socióloga Christina Vital llama “retórica de la pérdida” y la politóloga Flávia Biroli llama “moralización de las inseguridades”. Para Brown, por ejemplo, los evangélicos se han identificado profundamente con Donald Trump debido a su experiencia compartida de ser despreciados por las élites culturales y atacados por las fuerzas mundanas, en particular las procedentes del mundo académico. Es una asociación directa entre evangelismo y resentimiento, entre evangelismo y antiintelectualismo, en el caso americano.

La promesa de recuperar un mundo que ya no existe -pero que siempre ha existido para una parte de la población- crea una base extraordinaria para el autoritarismo: un mundo estable, seguro y homogéneo organizado por valores cristianos y patriarcales. Al igual que Trump, Bolsonaro ha aprovechado muy bien estos anhelos en medio de las ruinas. Trump no fue reelegido, pero el trumpismo no fue derrotado tras la elección de Joe Biden. Y en Brasil, ¿cómo será?

*Ana Carolina Evangelista es analista política e investigadora del Instituto de Estudios de la Religión (Iser).

FUENTE: Revista Piauí.

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