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Las prácticas neocoloniales y la igualdad digital global

Por Oleg Barabanov*- En las condiciones del siglo XXI, las prácticas que los expertos califican de neocoloniales suponen algo más que los problemas habituales y generalizados que limitan el desarrollo socioeconómico.

Lograr la igualdad global y garantizar el derecho al desarrollo son dos de los problemas clave a los que se enfrentan la política y la economía del mundo moderno. La brecha entre el Norte y el Sur, entre el «Occidente colectivo» y el resto de la humanidad persiste, a pesar de todos los esfuerzos por superarla durante el medio siglo que siguió al colapso del sistema colonial. Reducir esta brecha es ahora uno de los elementos importantes de los Objetivos de Desarrollo Sostenible propuestos bajo los auspicios de la ONU. En cualquier caso, muchos expertos se muestran pesimistas sobre la posibilidad de alcanzar estos Objetivos en la próxima década. Así, puede resultar ser una utopía más: bonita y que atrae la atención de la opinión pública mundial, pero irrealizable en la práctica.

Por lo tanto, el desequilibrio entre el Norte y el Sur persiste en la desigualdad de acceso a los recursos, a la inversión, a la tecnología y, lo que no es menos importante, en la desigualdad de oportunidades para el desarrollo del capital humano y de las infraestructuras sociales. Todo ello hace que, en ocasiones, el término «neocolonialismo» siga utilizándose tanto en los debates de expertos como en los políticos. No ha desaparecido en ninguna parte en el medio siglo transcurrido desde su aparición.

En este contexto, la actividad de ciertas estructuras internacionales, en las que los países en desarrollo están ampliamente representados y donde su voz se escucha mejor, es especialmente importante. Entre ellas figuran el G20 y los BRICS, así como numerosas estructuras regionales. En el marco de los BRICS se está formando un sistema propio de valores y principios políticos encaminado a lograr la igualdad mundial y el derecho y el desarrollo. Un enfoque similar se ha planteado bajo la actual Presidencia india del G20.

En las condiciones del siglo XXI, las prácticas que los expertos califican de neocoloniales suponen algo más que los problemas habituales y generalizados que limitan el desarrollo socioeconómico. También presentan nuevos aspectos. Uno de ellos es el climático y medioambiental. Ya hemos prestado atención a ello anteriormente. Los países del mundo en desarrollo, que históricamente han contribuido mínimamente a la contaminación atmosférica antropogénica, ahora, bajo la influencia de restricciones medioambientales cada vez más estrictas y costosas, pueden convertirse en víctimas de la política climática mundial. A menudo se oyen argumentos según los cuales, cuando los países del «Occidente colectivo» desarrollaron su base industrial, no pensaron en absoluto en el medio ambiente, y son ellos los únicos responsables del cambio climático antropogénico. Sin embargo, al imponer medidas restrictivas a todo el mundo, en realidad están privando a los países más pobres del mundo del derecho al desarrollo so pretexto de preocupaciones medioambientales. Por lo tanto, el tema de la desigualdad medioambiental sigue siendo extremadamente agudo. De nuevo, a menudo se oyen los términos «neocolonialismo del carbono» o «neocolonialismo climático». A pesar de que el principio de «responsabilidades comunes pero diferenciadas» en la lucha contra el cambio climático se promueve a nivel oficial a través de las organizaciones internacionales, los países en desarrollo siguen temiendo que las prácticas reales no se ajusten a él.

Esto se manifiesta de dos maneras: en primer lugar, la provisión de fondos de ayuda financiera por parte de los países desarrollados a los países en desarrollo para el cumplimiento de la agenda climática es lamentablemente insuficiente. En segundo lugar, las tendencias a limitar o detener el uso de combustibles tradicionales (petróleo, carbón y leña) pueden, si se aplican incondicionalmente en los países en desarrollo, aumentar la pobreza y la miseria de la población local. Lo mismo ocurre con los programas para reducir las emisiones de metano, que pueden afectar a la ganadería de los países pobres. Por eso, los países en desarrollo expresan cada vez más sus temores en relación con las plataformas climáticas bajo los auspicios de la ONU, y en el G20 y los BRICS.

Otro aspecto importante de la desigualdad es la brecha digital entre el Norte y el Sur. El término «neocolonialismo digital» no es raro. La esencia del problema es que uno de los retos clave a los que se enfrenta la comunidad mundial en política digital es la desigualdad de acceso a la infraestructura digital entre países desarrollados y en desarrollo, entre ricos y pobres. La clave aquí es el desequilibrio en los recursos que los países desarrollados y en desarrollo pueden destinar a este ámbito. El elevado coste del acceso a soluciones tecnológicas adecuadas y la falta de voluntad de las empresas transnacionales para aplicar el principio de innovación abierta y patentes abiertas perpetúan esta desigualdad. Al mismo tiempo, muy a menudo en el ámbito digital se da una situación real de monopolio de determinadas soluciones, plataformas y servicios.

Todo esto refuerza la dependencia de los países pobres con respecto a los ricos. Por lo tanto, repetimos, muy a menudo se puede escuchar el punto de vista de que esta situación se percibe como «neocolonialismo digital». Esto puede convertirse en la principal forma de neocolonialismo en el siglo XXI. También existe el grave peligro de que esta brecha digital mundial no haga más que aumentar en un futuro próximo, también porque está previsto que una cantidad significativa de recursos (y ayuda financiera de los países ricos a los pobres) se dirija principalmente a la transformación ecológica. Esto puede dejar la agenda digital fuera de foco en el contexto de la solidaridad global. No es casualidad que el Primer Ministro indio, Narendra Modi, llamara especialmente la atención sobre esta desigualdad al presentar el programa de la Presidencia india del G20. Según él, aquí se necesita «un cambio de mentalidad fundamental que beneficie a la humanidad en su conjunto». Sin conseguirlo, será prácticamente imposible garantizar de forma efectiva la igualdad de acceso para todos a las Infraestructuras Públicas Digitales, así como alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible como consecuencia de ello.

Si hablamos de posibles mecanismos para resolver este problema, la cuestión clave está relacionada con la falta de financiación y el desequilibrio de riqueza en el mundo entre países desarrollados y en desarrollo.

Una de las soluciones podría ser por analogía con la política climática, donde los países desarrollados ya se están comprometiendo a apoyar financieramente la transición verde de los países en desarrollo. Por lo tanto, se propone establecer un principio similar para que los países desarrollados proporcionen ayuda financiera específica a los países más pobres para garantizar la igualdad de acceso efectivo a los servicios digitales y la transformación digital. El mencionado principio de «responsabilidades comunes pero diferenciadas» (CBDR) formulado para la política climática debería extenderse a la política digital global.

Otro tema importante en este contexto es el problema del acceso a las patentes y la tecnología. Parece necesario promover activamente el principio de las innovaciones abiertas y las patentes abiertas en el ámbito digital para garantizar que todos los países puedan acceder por igual a la tecnología digital más avanzada. El tema de la innovación abierta, que antes se percibía generalmente como una ilusión utópica, se desarrolló durante la lucha contra el Covid-19. En aquel momento, muchos políticos y expertos hablaron de permitir el acceso abierto a las patentes para la producción de vacunas contra el coronavirus, debido a la urgente necesidad de promover el bien común de la humanidad. Sin embargo, nada fue más allá de las palabras y los llamamientos.

Todo esto hace que los pasos propuestos para superar las prácticas de la brecha digital global sean también bastante utópicos. Sin embargo, sin su aplicación, será prácticamente imposible resolver este acuciante problema. Así pues, los epítetos sobre el neocolonialismo digital nunca desaparecerán de nuestras vidas. Para evitar que esto ocurra, según Modi, es realmente necesario un cambio fundamental en la visión del mundo. Aunque esta frase en sí parece ahora utópica.

*Oleg Barabanov es Director de programas del Club de Debate Valdai (desde 2015), сoordina los programas profesionales sobre Global Commons, Global Alternatives; Director Académico del Instituto de Estudios Europeos de la Universidad MGIMO (desde 2015); Profesor de la Academia Rusa de Ciencias (desde 2015).

Artículo publicado originalmente en el Club de Debate Valdai.

Foto de portada: Brecha digital. ONU

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