Colaboraciones Nuestra América

Las expectativas rusas con el nuevo gobierno de Lula

Por Borís Perius Zabolotsky*
El mundo en el que Lula gobernó Brasil de 2003 a 2011 ya no existe, y el ex/nuevo presidente de Brasil tendrá que hacer grandes concesiones si quiere asegurarse el control.

El futuro de las relaciones entre Brasil y Rusia depende en gran medida de la capacidad de Rusia para resistir la presión occidental que enfrentará Lula da Silva durante su nuevo mandato, así como de la incapacidad diplomática de Occidente para construir un diálogo fructífero con Brasil.

Las elecciones presidenciales en Brasil han despertado gran interés en el mundo y atraído mucha atención. Fueron calificadas como «las más importantes de las últimas décadas». En una tenaz contienda, el ex presidente del Brasil, Lula da Silva (Partido de los Trabajadores), derrotó a su oponente, el actual presidente Jair Bolsonaro (Partido Liberal). Nunca antes en la historia el país se había enfrentado a tal escenario de polarización política y violencia. Esto ocurre en el contexto de la pérdida de protagonismo de Brasil en el escenario internacional en los últimos años y de la búsqueda de su lugar en un mundo cada vez más complejo e inestable.

Las relaciones ruso-brasileñas se caracterizan históricamente por períodos alternos de extrañamiento y acercamiento. Estados Unidos y su papel en América Latina siguen siendo factores constantes que influyen en esta dinámica. Por lo tanto, el acercamiento entre Moscú y Brasilia y su distanciamiento es un reflejo directo de los cambios políticos e ideológicos en la agenda internacional.

El actual gobierno de Jair Bolsonaro también ha seguido esta tendencia. En los primeros años de gobierno del Partido Liberal, hubo un sesgo notable hacia los Estados Unidos. Brasil se alineó automáticamente con las políticas de Washington bajo Trump. Durante este período, se convirtió en uno de los principales aliados de EE. UU. fuera de la OTAN y desmanteló los principales proyectos de integración regional de gobiernos anteriores, subordinando su liderazgo regional a la agenda de la OEA. Además, Brasil renunció a su condición de país en desarrollo cuando decidió solicitar su ingreso en la OCDE. Otro aspecto que caracteriza este alineamiento inicial de Bolsonaro hacia Occidente fue el apoyo a un tratado de libre comercio entre el MERCOSUR y la Unión Europea. En este sentido, los primeros años del gobierno de Bolsonaro se caracterizaron por intentos de adaptación al sistema euroatlántico, contrarios al carácter reformista y competitivo de los países BRICS. Mientras tanto, bajo los gobiernos del Partido de los Trabajadores, la participación en los BRICS fue vista como una herramienta para aumentar el perfil internacional de Brasil y una forma de impulsar cambios en las estructuras occidentales de gobernanza global. Paradójicamente, al comienzo del gobierno de Bolsonaro, el grupo BRICS perdió su importancia en la agenda política exterior de Brasil, convirtiéndose sólo en una plataforma para el comercio bilateral.

BRICS

La diplomacia rusa reaccionó de manera bastante profesional al cambio en la política exterior de Brasil y trató de involucrar a Bolsonaro en asociaciones bilaterales con Rusia. Esto fue facilitado por el relativo aislamiento del presidente de Brasil, luego de la derrota de Trump en las elecciones estadounidenses. El Kremlin reconoce a Brasil como un socio importante en América Latina que no puede perderse por intemperancia. En cualquier caso, Brasil sigue siendo un aliado indispensable en la construcción de un mundo multipolar.

El pragmatismo y el liderazgo regional de Brasil durante el mandato de Lula ayudaron a sentar las bases de una relación estratégica entre Brasil y Rusia. Ahora esto se vuelve aún más relevante: frente a las sanciones occidentales contra Rusia, Brasil está llamado a desempeñar un papel importante que puede beneficiar a ambos países. Por estas razones, Rusia no está interesada en el debilitamiento del Brasil y su subordinación a la política estadounidense.

En este sentido, es importante señalar que la administración Lula se caracteriza por iniciar una serie de proyectos de integración que han limitado y/o reducido la influencia de América del Norte en la toma de decisiones de América del Sur. Estas decisiones fueron recibidas favorablemente por los rusos.

Pero el mundo en el que Lula gobernó Brasil de 2003 a 2011 ya no existe, y el ex/nuevo presidente de Brasil tendrá que hacer grandes concesiones si quiere asegurarse el control.

Esto dificulta la restauración del papel regional brasileño – ahora Lula debe prestar más atención a la política interna. Los problemas económicos que enfrenta Brasil y el dominio de la oposición en el Congreso obligarán al presidente a buscar apoyo e inversiones externas. Esta situación podría conducir a una mayor interferencia de EE. UU. y la UE en la política exterior de Brasil, lo que limitaría la participación de Brasil en los intentos de desafiar las estructuras neoliberales y occidentales de gobernanza global.

La posición oficial de Brasilia sobre el conflicto en Ucrania seguirá siendo pragmática bajo Lula. Así lo demuestra la votación en la ONU de Brasil, gobernada por el gobierno del Partido de los Trabajadores, durante el golpe de estado de 2014 en el “Maidan” de Kíev. Es poco probable que Lula adopte una postura más asertiva y apoye a cualquiera de los lados del conflicto, ya que Brasil necesita importar fertilizantes de Rusia y, al mismo tiempo, depende mucho del comercio con EE. UU. y la UE. La posibilidad de un diálogo entre Zelensky y Lula también es poco probable. El presidente electo de Brasil es considerado «persona non grata» en el gobierno ucraniano por señalar la responsabilidad de Ucrania en la situación actual, pero Bolsonaro también es criticado por la neutralidad de Brasil. En este tema, Zelensky y Occidente lograron unir enemigos acérrimos como Lula y Bolsonaro, lo que llevó a la movilización de las élites políticas brasileñas, lo que claramente no es propicio para un cambio de posición hacia Ucrania.

Así, el futuro de las relaciones entre Brasil y Rusia depende en gran medida de la capacidad de Rusia para resistir las presiones occidentales a las que será sometida Lula da Silva durante su nuevo mandato presidencial, así como de la incapacidad diplomática de Occidente para construir un diálogo fructífero con Brasil.

Borís Perius Zabolotsky* es Co-fundador y vicepresidente de la Organización Juvenil Ruso-Brasileña, Profesor Asociado de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul

Este informe fue publicado por el Club Valdai, principal “thint tank” ruso, cuyas reuniones concentran la participación de principales figuras políticas y económicas de Rusia y de otros países. Traducción y adaptación Hernando Kleimans

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