Su trascendente importancia, empero, fue marcada por su propia realización y por el declarado espíritu de franca benevolencia que exhibieron sus protagonistas. Una clara declaración de principios y una firme evidencia de recuperación de un diálogo fundamental para la humanidad.
Pero ciertamente hay ganadores y perdedores. Aunque en este caso hay perdedores más perdedores que otros.
Como en todo juego de cartas, el que gana es habitualmente el que se hace pie. Queda claro que Rusia se quedó con la partida: arrollador avance en la línea de fuego del Donbass y regiones fronterizas ucranianas, descomposición forzada del régimen de Kíev, enormes maniobras navales en el Báltico y en el Mar de China (con China, la India, Irán, etc.), grandes abrazos con Corea del Norte y con Vietnam, pacto militar con los países del Sahel, eventual colocación en “el Caribe” (recordar 1962), además de los ya instalados en Bielorrusia, de los misiles de medio alcance “Oreshnik”, crecimiento económico al 4% anual, fraternidad total con los BRICS en crecimiento, monopolio de combustibles con la OPEP+, inminente monopolio de alimentos con la Bolsa de Cereales BRICS… Contra eso la mano opuesta arriesga y canta porque sabe que, si no lo hace, pierde. Ahora, esa mano tiene: ruptura de la OTAN, crisis económica, suplantación del dólar, pérdida de mercados, obsolescencia militar (en equipamiento y en instrucción para la guerra moderna), debilidad ante China, la India, Indonesia, países árabes, Brasil, etc.
Dicen que Trump, a insistencia de sus todavía aliados europeos, provocó de urgencia esta cumbre porque supuso que Putin aceptaría las condiciones de paz que proponía: cese el fuego, negociación de territorios y chau, con lo que Washington quedaría liberado de Kíev y que se arreglen los arruinados europeos… Se equivocó. Putin fue a Alaska “de paso”, casi porque le quedaba “a mano”. De ida y de vuelta mantuvo reuniones con las autoridades de las regiones del Lejano Este ruso, visitó plantas industriales, estuvo con chicos que inauguraron un estadio de hockey, etc. Un programa de trabajo ya previsto que “incluyó” la cumbre con su vecino tras el estrecho de Behring.
Como dije en un breve augurio pre-cumbre, la reunión no duraría las 6-7 horas previstas porque Rusia ya había puesto sus condiciones hacía rato. Había, además, definido el principal temario de la reunión: el relanzamiento de las relaciones económicas. Por eso es por lo que fue Kirill Dmítriev, el relacionista empresarial del Kremlin, encabezando un importante grupo de empresarios rusos. Porque había que comenzar a hablar allí, en Alaska, sobre explotaciones conjuntas de tierras raras, el trabajo conjunto en el Ártico (entre otras cosas supone la prestación de servicios por parte de los rompehielos atómicos rusos, únicos en el mundo, a cambio del levantamiento de las sanciones por parte de los EE.UU.), crudo, uranio, fertilizantes o industria aeronáutica, entre otras tareas concretas de extrema importancia para las economías de ambos interlocutores.
“Ganó Putin”, reconoce la mayoría de los mismos medios occidentales que antes de la cumbre proclamaban la imposición de un cese el fuego en el Donbass y sostenían a ultranza el triunfo de Zelensky sobre la “sangrienta dictadura” rusa. No es así, estimadas y estimados. Por ahora, es el sentido común el que frenó un conflicto que amenazaba (y aún lo hace) con el cataclismo nuclear. Es la sensata asunción (con condicionantes, claro) de que el viejo mundo unipolar ya no es el hegemónico y debe renunciar a su agresión al nuevo orden multipolar y respetar el derecho internacional.
Esta es la única explicación a las declaraciones posteriores de Trump, reconociendo la reintegración a Rusia del Donbass, Novorossía y Crimea. Este reconocimiento, tácitamente, implica también la aceptación de Rusia como uno de los más exclusivos interlocutores en el nivel de superpotencias.

Esto quedó advertido por algunos “pequeños” detalles de la presencia de Putin en Alaska:
- Los dos aviones presidenciales se detuvieron casi nariz contra nariz y los líderes sincronizaron su descenso (signo simbólico: Putin bajó casi corriendo los escalones de la larguísima escalera. Trump lo hizo cansinamente). Algo inédito en este tipo de protocolos, pero revelador del inicio de relaciones directas y sin esquemas preconcebidos.
- Nadie recordó la captura sobre Putin ordenada por la Corte Penal Internacional, ente con escasa representatividad en todo el mundo y a la que ni Rusia ni los Estados Unidos reconocen.
- Trump esperó a que Putin se acercara por la alfombra roja para saludarlo con aplausos.
- No se abrazaron, pero fueron varios apretones de mano y un breve diálogo en inglés (Putin lo domina aceptablemente) donde el líder ruso remarcó la directa vecindad entre su país y los Estados Unidos: “nos separan sólo 4 kilómetros de agua”.
- Aunque aguardaban los dos autos presidenciales, Putin dejó su “Aurus” y aceptó el convite. Ambos viajaron juntos en “La Fiera” (el Cadillac de Trump) hasta la base Elmendorf-Richardson. Fueron los primeros once minutos de tete-a-tete…
- No se respetó para nada el programa formal. En lugar de la reunión a solas, hubo otra “ampliada” compartida, por Rusia, por el canciller Serguei Lavrov y el asesor presidencial Yuri Ushakov y por los EE.UU. por el secretario de Estado Marco Rubio (vive su hora estelar) y el enviado especial Steven Witkoff (artífice del relanzamiento de relaciones).
- No hubo conferencia de prensa sino sendas intervenciones presidenciales ante las decenas de atónitos periodistas de todo el mundo, inmersos en una previa y gigantesca ola de especulaciones, que no alcanzaron siquiera a hacerse escuchar con sus preguntas.
- Tampoco hubo desayuno de trabajo ni almuerzo compartido. El saludo final, en un corredor, fue cualquier cosa menos protocolar.
- Luego, antes de subir a su avión, Putin a solas visitó el memorial donde descansan los restos de los aviadores soviéticos que perecieron durante la Segunda Guerra en los vuelos transportando equipos y armamentos de land lease que se cumplían entre Alaska y Vladivostok. Con toda parsimonia fue persignándose y depositando ramos de rojas rosas sobre cada monolito, Por último, dialogó con el arzobispo Alexei, jefe de la Iglesia Ortodoxa en Alaska, a quien le entregó un ícono de la Asunción de la Virgen, regalo del patriarca de la iglesia rusa Kirill.
En su tradicional estilo de charla directa, el titular de la Casa Blanca, en su comunicación posterior a la cumbre con Zelensky y los seudo líderes europeos que lo sostienen, los comprometió a todos con el anuncio de un acuerdo: el mejor modo de concluir el conflicto en Ucrania es el tratado de paz y no un simple cese el fuego. Esa será la única argumentación que Trump, Vance, Rubio y Witkoff expondrán ante Zelensky y sus adiestradores europeos este lunes, en la audiencia que les concedió.
A propósito de ello, para refrescar un poco la nota, aporto dos historias aparentemente mínimas, pero de una elocuencia demoledora.
1.- El canciller alemán Metz comentó en sus redes sociales que había impartido a Zelensky instrucciones sobre cómo comportarse en la Casa Blanca, cómo vestirse (en recientes reuniones europeas este comediante enano calzó unas zapatillas con un gran talón para parecer más alto) y cómo hablar. Quería evitar el bochorno de la anterior reunión, cuando Trump y Vance vapulearon al ilegal habitante de Bánkova y lo echaron de Washington.
2.- El primer ministro húngaro Víktor Orban, estrecho amigo de Trump y en la práctica su mandatario ante la Unión Europea criticó en un reportaje radial las rusofóbicas y belicosas declaraciones de Úrsula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, y soltó: “¿Cómo va a darme ella a mí instrucciones? ¡Es mi empleada! ¡Yo le pago el sueldo!”
Dmitri Anatólievich Medviédev, otro “suave”, vicepresidente del Consejo de Seguridad Nacional y líder del oficialista “Rusia Unida”, afirmó que lo principal de la cumbre fue que ambos interlocutores descargaron sobre Ucrania y la Unión Europea la responsabilidad por el logro de futuros resultados en las negociaciones de paz.
Medviédev subrayó la posibilidad abierta tras la cumbre de mantener, al mismo tiempo, operaciones militares y negociaciones sin las condiciones previas que trataron de imponer Kíev y sus aliados. Destacó el restablecimiento de un mecanismo pleno de encuentros entre Rusia y los Estados Unidos, en el nivel más elevado y con una agenda propia, sin ultimátum ni amenazas.
La “coalición de deseosos” que domina la Unión Europea: Francia, Gran Bretaña, Alemania, Polonia, algo de Italia y muy poco de España, en cambio, emitió una declaración luego de la cumbre y antes de viajar a la Casa Blanca. Ella dice:
- Europa continuará con la presión de las sanciones sobre Moscú (Úrsula ya anunció el 19° paquete para septiembre).
- Kíev debe recibir “garantías de seguridad sólidas como el hormigón armado” y adoptar independientemente decisiones sobre los territorios.
- Rusia no debe bloquear la integración de Ucrania a la UE y a la OTAN y tampoco son aceptables limitaciones en este sentido.
- Los políticos europeos “están dispuestos a trabajar” con el titular de la Casa Blanc y con Vladímir Zelensky sobre la preparación de una cumbre tripartita Moscú-Washington-Kíev.
Sin embargo, hace unas horas el comediante de la calle Bankova se negó siquiera a tratar un acuerdo de paz y el reconocimiento territorial y también rechazó las garantías de seguridad que, según Witkoff, le fueron recientemente ofrecidas tras la cumbre por sus participantes.
El restablecimiento de las relaciones entre Rusia y los Estados Unidos ha sido, quizá, el principal tema tratado en Anchorage. Además de los vínculos diplomáticos, absolutamente dañados por la administración Biden, la recomposición atañe de modo principal al costado económico. En la reunión, Putin ya tuvo un pequeño gesto anunciando que el giro comercial entre ambos países había aumentado en un 20%. “Parte de cero -dijo- pero ya es algo”.
El menú es muy ambicioso y muchos de sus ingredientes se remontan a una época anterior al conflicto que desató un vendaval de absurdas sanciones y retiros empresarios que ahora tratan, con perdida elegancia, de volver. Las condiciones para estos “relocantes” obviamente no son las mismas. Pero están y ya son centenares los que integran la fila. Recuerdo un viejo gag de un clásico del cine soviético, cuando alguien ponía peros a subirse a un taxi porque no tenía la lucecita de rigor. “¿Qué quiere -dijo el taxista- la lucecita o viajar?” … Aunque no tengan toda la razón porque las apariencias también juegan su rol, son muchos los que priorizan el contenido y no las formas del proceso.
Una de las grandes conclusiones de la cumbre -armada y organizada en tiempo récord, lo que demuestra que había una decisión anticipada- ha sido el retorno a ese supremo nivel del diálogo. Putin siempre lo propuso y ahora es Trump el que la acepta. Existe, entonces, una conexión inextricable entre la forma y el contenido en la política mundial, al igual que los negocios.
Irina Alksnis, comentarista de RIA Nóvosti, escribió: “Esta noche, el mundo presenció el resurgimiento del estilo elevado de la política internacional de la mano de dos superpotencias. Fue hermoso, elegante y significativo, no sólo en apariencia, sino también en esencia”.
Este nivel, se ve a ojos vista, está muy lejos de la chabacanería y miserabilidad de los actuales seudo dirigentes europeos. Mientras Dmítriev y su amigo Witkoff planean, además del delicioso espumante ruso al mercado norteamericano, el cese de las sanciones a cambio de que los rompehielos atómicos rusos le allanen el camino por el Ártico al comercio estadounidense, Úrsula (descendiente de un poderoso empresario textil alemán en la Rusia decimonónica) porfía en cerrar cualquier provisión energética rusa a una economía europea sedienta y sin recambio.
Claro que, para esa vieja y descangallada Europa, Rusia tiene una respuesta algo más contundente, de dedicación completa: su poderío militar ahora reconocido por todo el mundo. Líder en las nuevas tecnologías de drones e inteligencia artificial, detentadora de los “Oreshnik” y otros nuevos portadores atómicos como el “Burevéstnik”, innovadora en el arte y la ciencia de la estrategia militar, Rusia mantiene firmemente la iniciativa estratégica y convierte cada vez en más transparente la posibilidad de que, si no se negocia ahora, Kíev y sus mandantes conserven algo por lo que negociar.
Las fuerzas armadas rusas se han convertido, de hecho, en el principal interlocutor de este conflicto. El final es irreversible y cercano. El dilema del régimen de Kíev es si llegará a tiempo para evitar la debacle total a la que ha condenado a Ucrania o si todavía tendrá alguna mano tendida. Pero eso ya no es un tema de la alta política mundial, cada vez más cercana al cambio de épocas. Apenas si es un asunto temporal y casi doméstico condenado a ser liquidado.
¡Ah!, me olvidaba. El canciller ruso Serguei Víktorovich Lavrov, poeta y músico, además, se presentó en la cumbre con una remera que ostentaba la inscripción, en grandes letras, de “CCCP”. En ruso, “CCCP” es “Союз Советских Социалистических Республик». En castellano, “URSS” es “Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas”. Un país dizque inexistente desde 1991… La intencional vestimenta, además de causar un revuelo en el mundillo político y diplomático de la cumbre (en la reunión con Trump y su equipo, Putin chanceó: “¡Imperialista!” le dijo a Lavrov), fue de inmediato tendencia en Rusia y la prenda, fabricada en una modesta planta de la siberiana Cheliábinsk, agotó sus existencias en horas… Para el ruso, nada hay como la historia…
Hernando Kleimans* Periodista, historiador recibido en la Universidad de la Amistad de los Pueblos «Patricio Lumumba», Moscú. Especialista en relaciones con Rusia. Colaborador de PIA Global
Foto de portada: atlanticcouncil.org/

