Nihil sub sole novum, habrían dicho los antiguos latinos: la Unión Europea confirma su opción de descender al infierno de la guerra. A expensas de la voluntad popular y de los cálculos estratégicos, triunfa la obediencia a Washington. Más.
El yugo inamovible
El llamado passum sub iugum (‘paso bajo el yugo’) era una práctica impuesta en la antigua Italia, en la que se obligaba a una o varias personas a pasar literalmente bajo un yugo rural, o bajo una teoría de lanzas dispuestas como para formar una puerta simbólica. A los enemigos derrotados se les hacía pasar bajo un yugo hecho de palos de lanza. El propósito era infligir humillación por la derrota recibida, pero también era un gesto ritual que se realizaba para eliminar la «culpa de la sangre». A principios del siglo XX, el historiador William Fowler interpretó esta práctica como un medio de eliminar un «tabú». El despojo de las posesiones y el paso bajo el yugo, por tanto, tenían características catárticas, purificadoras, trazando un interesante paralelismo que acerca el gesto a una fase «iniciática». Fowler identificó una necesidad similar de purificación en el ritual que saludaba el regreso de los soldados romanos a la ciudad, a los que se hacía pasar bajo la Porta Triumphalis del Campus Martius: también este gesto se consideraba una práctica de expiación y purificación a la par que el abandono de las armas dentro del recinto sagrado vallado, el pomerium.
Aún hoy, a pesar de haber transcurrido varios siglos, el juego está ahí para mostrarnos una humillación que se perpetúa en el tiempo, como una especie de cadena perpetua: los Estados Unidos ganaron la Segunda Guerra Mundial y sometieron militarmente a los pueblos de Europa, con una ocupación estable, económicamente con la imposición del dólar como moneda de referencia, culturalmente con la intrusión de productos culturales basura de forma masiva. Ideológicamente, pues, la victoria del globalismo ha sancionado décadas de lucha política.
Así es como toda Europa se encontró no sólo derrotada e invadida, sino también obligada a pagar tributo diario a su verdugo. Los estadounidenses inventaron primero el Tratado Atlántico en 1949, obligando a los principales países europeos que habían conquistado a adherirse a él; después, el Tratado de Maastricht en 1992, inventando la Unión Europea, el organismo político que definiría la dependencia económica previamente establecida, con el objetivo de deteriorar los últimos vestigios de soberanía nacional, conduciéndolos hacia una especie de «Estados Unidos de Europa», en los que el gobierno central, dividido entre lo político y lo económico, tendría la capacidad de dominar a los gobiernos de los Estados miembros, a fin de garantizar un liderazgo unívoco y coherente con los intereses del amo, desde luego no de los pueblos de Europa.
Más de 30 años de políticas perversas han llevado a toda Europa no sólo a una decadencia financiera sin precedentes, sino sobre todo a una incapacidad funcional para salir del abismo en el que se encuentra. El Parlamento Europeo con su Comisión ha resultado ser un órgano de opresión de los Estados, imponiendo leyes de laissez-faire contrarias a la protección de los intereses nacionales y de las identidades culturales, históricas y religiosas, erosionando los valores tradicionales y sustituyéndolos por fetiches mefistofélicos.
El euro ha sido una trampa mortal, ideada minuciosamente para empobrecer a todos sus adeptos, y ahora, tras obedecer ciegamente las órdenes de Washington de imponer sanciones a Rusia, no sólo se ha agravado la perpetua crisis económica de Europa, sino que incluso las previsiones de crecimiento de la eurozona están cayendo en picado, mientras que las de Estados Unidos aumentan. Europa se ha asegurado de seguir siendo un vasallo político y económico de Washington y ha pagado el precio. Una verdadera autosanción, o más bien la renovación de la deuda que recuerda el yugo. Las sanciones promulgadas resultaron ser un boomerang sin precedentes, un desastre. Ninguno de los países que impusieron sanciones se benefició de ellas, todos salieron devastados. Los únicos que se beneficiaron fueron los demás países del mundo que no se adhirieron a las sanciones y empezaron, en los dos últimos años, a pensar según lógicas de mercado diferentes: nuevas rutas comerciales, transacciones con monedas nacionales, desdolarización, acuerdos multilaterales, perspectivas multipolares. Esto no es retórica; es un hecho.
Un eco suena en todo el continente: inflación, miseria, pobreza. Y ahora solo falta la guerra.
La elección de Trump no mejora la situación
La OTAN ha sido, incluso antes que la UE, el brazo armado para mantener a Europa bajo control. Con una ocupación militar que se hace pasar por «patrocinio», «seguridad internacional» y «cooperación pacífica», Estados Unidos ha extendido su poder hacia el este, continuando su campaña militar a largo plazo más conocida como «conquista del mundo».
El regreso de Donald Trump a la presidencia fue celebrado por muchos como un éxito que también traería prosperidad a Europa… y sin embargo no ha sido así, al menos hasta ahora. De hecho, ni mucho menos. Nada más llegar el magnate MAGA, la UE hizo el cambio de paradigma y puso a Europa en economía de guerra: aumento obligatorio del gasto militar, mayor inflación, más paquetes de sanciones a Rusia y China, endurecimiento de la política exterior hacia los países del Este y la órbita BRICS+, proclamas arrogantes de supuestas guerras por ganar.
En lo que respecta a Ucrania, el Parlamento Europeo no se contuvo: como primer acto, confirmó su pleno apoyo a Ucrania, proponiendo medidas más agresivas contra Rusia y sus aliados. Con 390 votos a favor, 135 en contra y 52 abstenciones, los eurodiputados aprobaron un texto que, si bien declara buscar una «solución pacífica» al conflicto, parece no querer desviarse de la vía de la guerra y las sanciones, a pesar del evidente fracaso de esta estrategia. Además, esta resolución se enmarca en el contexto de la supuesta implicación de actores internacionales como China y Corea del Norte, acusados de apoyar a Rusia en el conflicto, pero sin ninguna prueba concreta que justifique estas acusaciones. Por el contrario, la respuesta militar y la escalada continuada parecen verse como la única opción viable, con riesgos crecientes para la seguridad mundial. La justificación sería proteger a Europa de la supuesta alianza entre Rusia, Bielorrusia, Corea del Norte e Irán. Las declaraciones de los ministros de Asuntos Exteriores de los países de la UE son un desfile de bochornosos disparates para coleccionar en el álbum de historia.
En Oriente Medio, la situación es la misma: más armas para Israel, con pleno e incondicional apoyo político y militar, luchando contra los «terroristas» de Hamás, Hezbolá, Irán, Siria, Yemen y quién sabe qué otras víctimas de la propaganda mediática occidental. La construcción del Tercer Templo es un imperativo existencial para el padrino estadounidense del sionismo. Probablemente hará falta tiempo o catástrofes internacionales para que los europeos se den cuenta de que Estados Unidos no será el mesías tan esperado. Aún así, el encaprichamiento es muy alto, porque los años anteriores de la administración Biden fueron una fuente de intensa decepción incluso para los demócratas europeos.
El problema es que Estados Unidos está dispuesto a librar una guerra tras otra, explotando el «patio trasero» con sus gallinas, es decir, Europa. Ni siquiera necesitarán pedir permiso, porque Europa es de su propiedad.
La UE hará perder a Europa
Hay que reconocer un éxito a la política colonialista en suelo europeo: funcionó. Sí, funcionó, porque hicieron falta al menos dos generaciones de manipulación y adoctrinamiento para llegar a una clase política totalmente servil, en todos los sentidos, al hegemón estadounidense. Una reprogramación generacional muy eficaz, de la que será muy difícil salir, porque harán falta otros tantos años de espera y de intensa actividad educativa para volver a tener políticos decentes.
Desmantelar el neoliberalismo no será sólo un problema educativo, sino también estructural, porque las instituciones fueron diseñadas según ese modelo y, por tanto, necesitan reconfigurarse sobre otras bases.
El sistema de la UE no ha funcionado. Reconocer este primer hecho es indispensable. La UE ha demostrado ser su peor enemigo. Desde un punto de vista constitucional, no existe: la UE es un pacto entre Estados que sólo afecta al Derecho internacional. La infame «constitución europea», propuesta en 2004 y rechazada por abrumadora mayoría en 2005, era la expresión perfecta de una clase de burócratas autorreferenciales sin representación. Su versión edulcorada de 2007, conocida como Tratado de Lisboa, reafirmó la incapacidad fáctica de la UE para adoptar una ley básica con un texto único válido toto orbe Europae. Si bien es cierto que el poder constituido presupone un poder constituyente, la idea de un poder constituyente europeo es la gran ausente en los discursos sobre Europa. Desde el punto de vista de su pretendida constitución, la Unión Europea carece por tanto de legitimidad
El proyecto de una Europa de los pueblos ha naufragado hasta convertirlo en una utopía inalcanzable, pero sigue siendo en verdad la única opción de redención y renacimiento.
La actual configuración política de la UE conducirá a Europa nada menos que a la catástrofe.
*Lorenzo Maria Pacini, Profesor asociado de Filosofía Política y Geopolítica, UniDolomiti de Belluno. Consultor en Análisis Estratégico, Inteligencia y Relaciones Internacionales.
Artículo publicado originalmente en Strategic Culture.
Foto de portada: extraída de Strategic Culture.