¿Por qué hubo que enterarse por el diario The New York Times de que la megafarmacéutica Pfizer exigía a muchos países que “aporten activos soberanos, incluidas sus reservas bancarias, edificios de embajadas y bases militares como garantía contra juicios” que pudiesen sobrevenir a causa de problemas con sus vacunas antiCovid?
¿Por qué leerlo en un diario estadounidense mientras el coro de pseudo periodistas cipayos aquí le daba espacio a la presidenta del principal partido opositor, Patricia Bullrich, para que muy suelta de cuerpo mintiese: “Lo único que pidió Pfizer fue un seguro de caución, que es algo razonable”? (dixit).
¿Por qué ahora hay que leer en el mismo periódico que la estrategia de la ultraderechista Keiko Fujimori en Perú es dejarle el camino dinamitado al líder campesino y maestro rural izquierdista, Pedro Castillo, para que no pueda gobernar, que se desate el caos y sobrevenga un golpe de Estado o gobierno autoritario de derecha?
Da muchísima bronca. Pero es así. La prensa hegemónica nativa (argentina y latinoamericana) oculta, miente, tergiversa, genera climas desestabilizadores (la carta golpista de los escritores, artistas y otros, publicada hace poco con el indudable auspicio de los grandes medios, no sólo está plagada de flagrantes mentiras sino que insta sin medias tintas a no respetar la voluntad de las urnas. Y hay que informarse por medios alternativos o extranjeros.
Es una realidad insoportable, pues eso solamente ocurrió en dictadura. Pero es así. No fueron pocos los teóricos de la comunicación que ya a mediados del siglo XX advirtieron que esto ocurriría.
Mientras la neofascista Keiko Fujimori, un “símbolo imponente de la élite peruana” -la define The New York Times- e hija del dictador y genocida Alberto Fujimori entretiene a la junta electoral con decenas de denuncias de fraude “sin pruebas”, la clase dominante, los militares retirados, jueces y ex jueces, neonazis que ya mataron a un campesino seguidor de Castillo golpeándolo con palos con clavos e hirieron a varios más, los voceros del ultraliberalismo planetario como Vargas Llosa, y la mafia fujimorista que sigue manejando resortes de poder desde la cárcel (con Vladimiro Montesinos a la cabeza), van creando el clima social perfecto para que el legítimo ganador de las elecciones no pueda gobernar.
“(Ella) es un peligro para la democracia”, dijo el politólogo peruano Eduardo Dargent a The New York Times, y calificó a Fujimori como parte de una creciente “derecha global negacionista”. “Creo que al final Keiko dejará el escenario”, proyectó, para subrayar: “Pero ya se ha construido un escenario muy complicado para el próximo gobierno”.
El diario neoyorquino, en un extenso artículo firmado por Mitra Taj y Julie Turkewitz y publicado este domingo 4 de julio, describió así a quienes iban llegando a la última concentración derechista: “Se presentaron a la manifestación por miles en rojo y blanco, los colores de su movimiento de derecha, intercambiando teorías de conspiración y hablando siniestramente de la guerra civil; algunos blandiendo escudos con cruces destinadas a exaltar la herencia europea”.
¿¡Qué es eso!? Lo explicaron: “Un grupo de jóvenes con chalecos antibalas y cascos marcharon con escudos improvisados pintados con la Cruz de Borgoña, un símbolo del imperio español muy popular entre quienes celebran su herencia europea (ver foto central de esta nota). Un hombre, en tanto, mostró lo que parecía un saludo nazi”.
Esto es lo que quiere el Nobel de Literatura Vargas Llosa en el gobierno de Perú, porque “una victoria de Castillo sería una catástrofe. Eso es evidente para la inmensa mayoría de los peruanos, especialmente para los peruanos de las ciudades y los peruanos que están mejor informados”, lo citó el periódico estadounidense en el artículo titulado “Reclamaciones de fraude, no probadas, retrasan el resultado de las elecciones en Perú”.
Claro, los “no informados”, los que viven en zonas rurales, en la región andina, en la periferia, votaron a un líder campesino y maestro de primaria con ideas marxistas y estatistas. “Esos”, para Vargas Llosa y el Perú rico y blanco, no valen nada… ¡Bienvenidos a la ultraderecha latinoamericana que por fin se sacó la careta!
Este martes 6 de julio se cumple un mes de la elección y “nadie se ha presentado para corroborar las denuncias de fraude de la señora Fujimori; los observadores internacionales no han encontrado evidencia de irregularidades, y tanto Estados Unidos como la Unión Europea han elogiado el proceso electoral”, cuentan las periodistas de uno de los diarios más prestigiosos e influyentes del mundo, sino el más.
“Pero las afirmaciones de Fujimori no sólo han retrasado la certificación de un vencedor, sino que han radicalizado a elementos de la derecha peruana de una manera que, según los analistas, podría amenazar la frágil democracia del país”, siguen.
Y añaden: “Muchos en Perú han señalado que las afirmaciones de Fujimori se hacen eco de las hechas por Donald Trump en 2020 y por Benjamin Netanyahu en Israel este año. La diferencia es que las instituciones democráticas de Perú son mucho más débiles, lo que deja al país más susceptible a una creciente agitación, un golpe de Estado o un giro autoritario”.
“En Perú, quienes piensan que la elección fue robada se concentran en las clases altas de la capital, Lima, e incluyen a ex líderes militares y miembros de familias influyentes. Algunos han pedido abiertamente una nueva elección, o incluso un golpe militar si el señor Castillo toma posesión”.
Como un tal Marco Antonio Centeno, 54 años, administrador escolar, que pidió un golpe “sólo por un momento, hasta que los militares puedan decir: ¿Sabes qué? Nuevas elecciones”.
Las afirmaciones electorales de Fujimori también han elevado el perfil de jóvenes activistas de ultraderecha como Vanya Thais, de 26 años, quien dijo que “los políticos de derecha y la comunidad empresarial no habían adoptado una postura lo suficientemente dura en los últimos años. ‘Pero esos días terminaron. Este movimiento llegó para quedarse’”, desafió.
La ultraderecha se extiende en Argentina y en América Latina. ¿Hasta dónde se la dejará llegar?
*Carlos Altavista es periodista del sitio 90lineas.com, donde fue publicado este artículo originalmente.