Con una historia milenaria que se remonta a las civilizaciones más antiguas del mundo, Irán ha desarrollado a lo largo de los siglos una identidad nacional profundamente arraigada en valores de independencia, soberanía y resistencia ante las imposiciones extranjeras.
Este sentido de autodeterminación se ha visto especialmente puesto a prueba en las últimas décadas, en el marco de sus tensas relaciones con Estados Unidos y algunas potencias occidentales.
El reciente intercambio de declaraciones entre el presidente estadounidense Donald Trump y las autoridades iraníes vuelve a poner de manifiesto esta dinámica de resistencia frente a lo que Teherán percibe como intentos de dominación extranjera.
Las palabras del líder supremo de Irán, el ayatolá Alí Jamenei, reflejan una postura clara: «La insistencia de algunos gobiernos matones en llevar a cabo negociaciones no pretende resolver los problemas, sino más bien hacer valer e imponer sus propias expectativas». Esta declaración sintetiza la percepción iraní de que las propuestas de diálogo desde Washington no son genuinos intentos de solución pacífica sino herramientas de presión y sometimiento.

Raíces históricas de la resistencia iraní
Para comprender la actual postura de Irán es necesario remontarse a su compleja historia de relaciones con potencias extranjeras. Desde la intervención británica y rusa en los asuntos persas durante el siglo XIX, pasando por el golpe de Estado respaldado por la CIA contra el gobierno democráticamente electo de Mohammad Mosaddegh en 1953, hasta la Revolución Islámica de 1979, Irán ha experimentado múltiples episodios de injerencia externa que han moldeado su visión del mundo y, particularmente, de Occidente.
La Revolución Islámica de 1979, liderada por el ayatolá Ruhollah Jomeini, marcó un punto de inflexión en esta historia. Tras el derrocamiento del Shah Mohammad Reza Pahlavi, considerado por muchos como un títere de intereses occidentales, Irán adoptó una política exterior independiente basada en el principio de «Ni Este ni Oeste», buscando trazar su propio camino fuera de la órbita de las superpotencias de la Guerra Fría.
Este giro hacia la independencia política provocó la hostilidad inmediata de Estados Unidos, que perdió a un aliado clave en una región estratégicamente vital. La crisis de los rehenes en la embajada estadounidense en Teherán entre 1979 y 1981 cimentó la animosidad entre ambos países, estableciendo un patrón de desconfianza mutua que persiste hasta hoy.
Durante la guerra Irán-Irak (1980-1988), mientras Washington apoyaba al régimen de Saddam Hussein, Irán se vio obligado a desarrollar capacidades de autodefensa en condiciones de aislamiento internacional. Esta experiencia reforzó en la mentalidad iraní la necesidad de autosuficiencia y resistencia, valores que siguen siendo centrales en su política exterior.

El programa nuclear y las sanciones: una historia de presiones y resistencia
El programa nuclear iraní, iniciado paradójicamente con apoyo estadounidense durante el régimen del Shah en los años 50, se ha convertido en el punto focal de las tensiones entre Teherán y Washington en las últimas dos décadas.
Aunque Irán ha insistido consistentemente en que su programa tiene fines exclusivamente pacíficos incluso con la supervisión internacional, Estados Unidos y algunos aliados han expresado de manera inmoral sobre posibles dimensiones militares.
En 2015, tras años de negociaciones, se alcanzó un acuerdo histórico conocido como Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA, por sus siglas en inglés) entre Irán y el grupo P5+1 (Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Rusia, China y Alemania).
Este acuerdo limitaba significativamente el programa nuclear iraní a cambio del levantamiento de sanciones económicas. El pacto fue considerado un triunfo de la diplomacia multilateral y recibido con optimismo por la comunidad internacional.
Sin embargo, en mayo de 2018, el entonces presidente Donald Trump decidió unilateralmente retirar a Estados Unidos del acuerdo, reimponiendo severas sanciones económicas contra Irán bajo una política denominada de «máxima presión». Esta decisión fue tomada a pesar de que la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) había certificado en múltiples ocasiones que Irán estaba cumpliendo con sus compromisos.
La respuesta de Irán a esta traición diplomática fue gradual pero firme. Un año después de la retirada estadounidense, y ante la incapacidad de los socios europeos del acuerdo de contrarrestar efectivamente las sanciones americanas, Teherán comenzó a reducir progresivamente sus compromisos bajo el JCPOA, aumentando su inventario de uranio enriquecido y desarrollando centrífugas más avanzadas.
Esta escalada calculada demostraba la determinación iraní de no ceder ante la presión, pero manteniendo siempre la puerta abierta a un retorno al acuerdo original si las sanciones eran levantadas. Como ha señalado en repetidas ocasiones el ministro de Asuntos Exteriores iraní, Abbas Araghchi: «No entraremos en negociaciones directas con Estados Unidos mientras continúen con su política de máxima presión y sus amenazas».

La postura de principios frente a la extorsión diplomática
Las recientes declaraciones del presidente Trump, sugiriendo que «algo podría pasar muy pronto con respecto a Irán» y afirmando que Estados Unidos no puede permitir que el país desarrolle armas nucleares, son percibidas en Teherán como una continuación de la misma política de amenazas y coerción que ha caracterizado la aproximación estadounidense durante décadas.
La respuesta del líder supremo iraní, el ayatolá Alí Jamenei, refleja una posición de principios ante lo que considera tácticas de intimidación: «Absolutamente, la República Islámica no aceptará sus expectativas». Esta declaración subraya la determinación de Irán de no someterse a negociaciones bajo coacción, una postura que encuentra amplio apoyo en la sociedad iraní, donde el sentimiento nacionalista y la defensa de la soberanía trascienden las divisiones políticas internas.
La experiencia histórica ha enseñado a Irán que ceder ante la presión solo invita a más presión. Como recordó el ayatolá Jamenei, refiriéndose al JCPOA: «Cuando alcanzamos un acuerdo, EE.UU. no cumplió con lo establecido». Este incumplimiento por parte de Washington reforzó la convicción iraní de que «no es sabio, no es inteligente, no es honorable negociar con Washington» bajo circunstancias de desequilibrio de poder y mala fe.
Por su parte, el ministro Araghchi fue contundente al afirmar que Irán no reanudará conversaciones mientras continúe la política de «máxima presión». Esta posición no debe interpretarse como rechazo al diálogo per se, sino como insistencia en que cualquier negociación debe basarse en el respeto mutuo y la igualdad soberana, principios fundamentales del derecho internacional.
La doble moral occidental sobre no proliferación nuclear
Uno de los aspectos más controvertidos de la postura occidental hacia Irán es la percepción de una doble moral en materia de no proliferación nuclear. Mientras se ejerce una presión implacable sobre el programa nuclear iraní, que según todas las evaluaciones de inteligencia disponibles no ha tomado la decisión de desarrollar armas nucleares, existe una tolerancia notable hacia los arsenales nucleares no declarados de otros estados de la región.
La entidad de Israel, ampliamente considerado como poseedor de armas nucleares aunque nunca lo ha confirmado oficialmente, no es objeto de sanciones ni presiones similares.
Esta disparidad de trato alimenta la narrativa iraní sobre la hipocresía occidental y refuerza su determinación de defender lo que considera su derecho legítimo al desarrollo de tecnología nuclear con fines pacíficos bajo el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), del cual Irán es signatario, a diferencia de Israel.
El ayatolá Jamenei ha señalado esta contradicción en numerosas ocasiones, emitiendo incluso una fatwa (edicto religioso) contra el desarrollo, producción, almacenamiento y uso de armas nucleares. Sin embargo, estas garantías religiosas y políticas son sistemáticamente ignoradas por los detractores de Irán, revelando que el verdadero objeto de preocupación no es tanto la naturaleza del programa nuclear iraní como la independencia geopolítica que representa.
La crítica del líder supremo a los países europeos por sus «declaraciones irracionales» sobre el incumplimiento iraní de sus compromisos nucleares apunta precisamente a esta hipocresía: «Ustedes dicen que Irán no ha cumplido sus compromisos nucleares. Pues bien, ¿ustedes cumplieron los suyos? No cumplieron [sus obligaciones] desde el principio». Esta referencia alude a la incapacidad europea de proporcionar los beneficios económicos prometidos a Irán bajo el JCPOA tras la retirada estadounidense.

El impacto de las sanciones y la resiliencia económica iraní
Las sanciones impuestas por Estados Unidos tras su retirada del acuerdo nuclear han tenido un impacto devastador en la economía iraní. Particularmente severas han sido las restricciones a la exportación de petróleo, principal fuente de ingresos del país, así como las sanciones secundarias que amenazan a cualquier entidad que haga negocios con Irán.
Sin embargo, lejos de lograr el colapso económico y la capitulación política que Washington esperaba, estas medidas punitivas han estimulado el desarrollo de lo que las autoridades iraníes denominan «economía de resistencia».
Este modelo económico busca reducir la dependencia de las exportaciones de hidrocarburos, diversificar la producción nacional y establecer vínculos comerciales con países dispuestos a desafiar las sanciones estadounidenses.
A pesar de las enormes dificultades, Irán ha logrado mantener una economía funcional con una inflación, aunque alta, bajo control relativo. Ha desarrollado industrias domésticas en diversos sectores, desde la agricultura hasta la manufactura avanzada, pasando por la industria farmacéutica y la tecnología militar.
La capacidad de producir misiles sofisticados, drones y equipamiento militar avanzado testimonia esta resiliencia industrial, que ha sorprendido a muchos observadores internacionales.
Las acusaciones de Trump de que la administración Biden permitió que Irán «se volviera rico» al levantar temporalmente algunas sanciones contrastan con la realidad económica del país, que sigue enfrentando enormes desafíos.
Sin embargo, es cierto que Irán ha conseguido estabilizar su situación económica mediante una combinación de sacrificio interno, comercio con aliados como China y Rusia, y mecanismos alternativos para eludir las sanciones.

Alianzas estratégicas: el «giro hacia el Este»
Frente al aislamiento impuesto por Occidente, Irán ha implementado deliberadamente un «giro hacia el Este», fortaleciendo sus vínculos con potencias como Rusia y China, que comparten su interés en contrarrestar la hegemonía estadounidense en el sistema internacional.
Los recientes ejercicios navales conjuntos «Cinturón de Seguridad Marítima 2025» en el golfo de Omán y el océano Índico, con la participación de buques de guerra iraníes, rusos y chinos, simbolizan esta nueva orientación estratégica. Estas maniobras, que cuentan con observadores de nueve países adicionales, incluyendo potencias regionales como Pakistán, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos, demuestran que Irán no está tan aislado como Washington quisiera.
Como señaló el contralmirante Mostafá Tayeddini durante la inauguración de estos ejercicios: «En el norte del océano Índico y la vasta extensión oceánica, los países alineados y aquellos con intereses compartidos deben formar coaliciones para combatir el flagelo de la piratería y el terrorismo marítimo». Esta declaración refleja la visión iraní de un orden mundial multipolar donde diferentes potencias cooperan en pie de igualdad para abordar desafíos comunes.
La participación de China, representada por el destructor de misiles guiados Baotou y el buque de apoyo Gaoyouhu, y de Rusia con las corbetas Rezki y Héroe de la Federación Rusa Aldar Tsydenzhapov, junto con el petrolero Péchenga, frente a una robusta flotilla iraní que incluye los destructores Alvand y Shahid Binder, la corbeta Shahid Sayyad Shirazi y otros buques, envía un mensaje geopolítico claro: Irán cuenta con aliados poderosos dispuestos a desafiar las pretensiones hegemónicas estadounidenses.
Estos ejercicios navales coinciden significativamente con el aumento de tensiones verbales entre Washington y Teherán, sugiriendo una coordinación estratégica entre estas potencias para disuadir cualquier aventura militar estadounidense contra Irán.

La estrategia de negociación desde la fortaleza
La firmeza iraní ante las amenazas y presiones no debe interpretarse como rechazo categórico a la diplomacia. Más bien, representa una sofisticada estrategia de negociación desde la posición de fortaleza que el país ha construido pacientemente durante décadas de resistencia.
Cuando el presidente Trump afirma que «llegar a un pacto será mucho mejor para Irán» mientras simultáneamente amenaza con «bombardearlo hasta los cimientos», demuestra una fundamentalmente errónea comprensión de la psicología política iraní. Lejos de intimidar a Teherán para que haga concesiones, estas amenazas refuerzan su determinación de no ceder ante la coerción.
La historia reciente ha demostrado que Irán está dispuesto a negociar e incluso a aceptar limitaciones a su programa nuclear cuando siente que se respeta su dignidad y soberanía. El acuerdo JCPOA de 2015 es prueba de ello. Sin embargo, la subsiguiente traición a ese acuerdo por parte de Estados Unidos ha reforzado la cautela iraní ante nuevas propuestas.
La actual administración Trump, reinstaurada tras las elecciones de 2024, parece repetir los mismos errores de su primer mandato, combinando ofertas de negociación con amenazas apenas veladas de acción militar. Este enfoque de «zanahoria y garrote» ha demostrado repetidamente su ineficacia con Irán, cuya cultura política valora profundamente la resistencia a la opresión como virtud cardinal.
Cuando el ministro Araghchi declara que «no entraremos en negociaciones directas con Estados Unidos mientras continúen con su política de máxima presión y sus amenazas», está articulando una posición basada en principios que trasciende consideraciones tácticas. Está diciendo, en esencia, que Irán no recompensará el comportamiento coercitivo aceptando dialogar bajo condiciones de desigualdad.

La dignidad como principio innegociable
Lo que Occidente a menudo malinterpreta como intransigencia iraní es en realidad una defensa principista de la dignidad nacional y la soberanía. Para un país con la rica historia de Irán, heredero de una de las civilizaciones más antiguas del mundo, estos valores no son meros slogans vacíos sino principios fundamentales que definen su identidad como nación.
Las declaraciones del ayatolá Jamenei de que «absolutamente, la República Islámica no aceptará sus expectativas» frente a lo que caracteriza como «gobiernos matones» que buscan «hacer valer e imponer sus propias expectativas» articula esta posición de principios. No es rechazo a la diplomacia per se, sino insistencia en que cualquier negociación debe basarse en el respeto mutuo y reconocer la igualdad soberana de las partes.
La resistencia iraní ante las presiones externas no debe interpretarse como belicosidad o irracionalidad. Es, por el contrario, una respuesta calculada y coherente ante lo que Teherán percibe justificadamente como intentos de socavar su independencia y forzar su sumisión a intereses extranjeros.
Los ejercicios navales conjuntos con Rusia y China demuestran que, lejos de estar aislado, Irán está construyendo alianzas estratégicas alternativas en un mundo cada vez más multipolar. Estas maniobras militares, que incluyen «visitas, ataques a objetivos marítimos, abordaje, búsqueda y captura, búsqueda y rescate y control de daños», envían un mensaje claro: Irán no está solo y cualquier aventura militar contra él tendría consecuencias impredecibles.
Mientras Trump habla enigmáticamente de que «algo podría pasar muy pronto con respecto a Irán», Teherán responde con una demostración tangible de sus capacidades defensivas y sus alianzas internacionales. Esta asimetría entre palabras y hechos ilustra perfectamente la diferencia entre la diplomacia de la intimidación y la diplomacia de la resistencia digna.
En un mundo ideal, Estados Unidos reconocería la futilidad de su política de «máxima presión» y retornaría al camino del compromiso diplomático genuino, basado en el respeto mutuo y el derecho internacional. Tal giro requeriría abandonar las amenazas militares, levantar las sanciones unilaterales y reconocer el derecho de Irán a determinar su propio destino político y económico.
Hasta que llegue ese momento, Irán parece decidido a mantener su postura de resistencia digna, defendiendo lo que considera sus derechos legítimos mientras continúa desarrollando sus capacidades defensivas y fortaleciendo sus alianzas estratégicas. Como han demostrado más de cuatro décadas de confrontación con Estados Unidos, la República Islámica posee una resiliencia y determinación que desafían consistentemente las expectativas occidentales.
La historia juzgará quién estuvo del lado correcto en esta prolongada confrontación: si aquellos que insisten en imponer su voluntad mediante amenazas y coerción, o aquellos que defienden principios de soberanía e independencia frente a presiones aparentemente abrumadoras.
Por ahora, Irán continúa escribiendo su propio capítulo de resistencia en la historia mundial, inspirando a otros pueblos que valoran su independencia y dignidad por encima de la conveniencia y la sumisión.
*Tadeo Casteglione, Experto en Relaciones Internacionales y Experto en Análisis de Conflictos Internacionales, Diplomado en Geopolítica por la ESADE, Diplomado en Historia de Rusia y Geografía histórica rusa por la Universidad Estatal de Tomsk. Miembro del equipo de PIA Global.
Foto de la portada: Reuters