Este año, una ola de protestas ha arrasado África y las explicaciones no han logrado captar con precisión su esencia .De hecho, hay algo distintivo en esta temporada de disturbios y protestas en comparación con otras “olas” anteriores, por ejemplo las que se dieron a partir del 2010 con la Primavera árabe y que abrieron el camino a las siguientes oleadas callejeras en diferentes regiones del continente.
Se podría decir que África no ha experimentado expresiones de insatisfacción con los gobiernos en esta escala y alcance geográfico desde los movimientos de independencia de los años 1950 y 1960. Nigeria es el último país donde se han producido manifestaciones masivas, que sólo este año han ocurrido en Kenia, Senegal, Uganda, Togo y Comoras. Sin olvidar las manifestaciones en Níger, Burkina Faso y Malí en apoyo a los gobiernos de transición tras los golpes de Estado en la región desde 2022.
Sin embargo y más de las similitudes que podemos encontrar entre esta “nueva era de protestas” y las ya mencionadas, existen grandes diferencias, muchas de ellas de claro tinte epocal y por supuesto que tiene que ver con el avance de la tecnología y su aplicación.
Una de las primeras características que podemos señalar como distintiva es que estas protestas son orgánicas y tienen un liderazgo central limitado. En el pasado, estos movimientos solían estar impulsados por la oposición política, los sindicatos o las organizaciones de la sociedad civil. Esta vez, los jóvenes descontentos, armados con cuentas en las redes sociales y quejas compartidas, están al frente, movilizándose primero y organizándose después. Las protestas de #rejectthefinancebill en Kenia o #EndSARS en Nigeria, por ejemplo, se improvisaron antes de consolidarse plenamente en un movimiento social.
Otro rasgo distintivo es que las demandas de los manifestantes han pasado de ser cuestiones aisladas a una reforma sistémica. Históricamente, la movilización se centraba típicamente en reclamos específicos: derogación de impuestos, prestación de servicios, lucha contra la corrupción y represión política o policial. Hoy, los manifestantes están enojados con todo el sistema en sí. Si tomamos los ejemplos anteriores en Kenia y Nigeria podemos observar que las medidas tomadas, por los presidentes Bola Tinubu en Nigeria y William Ruto en Kenia, fueron apenas la chispa que avivó el fuego juvenil en las calles. La austeridad –que se ha convertido en un símbolo de la sensación de desesperanza de los jóvenes– es un síntoma de un sistema político-económico roto que necesita un reinicio en lugar de una reparación.
La Generación Z parece estar en la vanguardia de las manifestaciones. Su actitud nihilista se debe a expectativas insatisfechas y a la desconfianza en el sistema político. Criados en la era digital y expuestos a problemas globales, participan en un activismo viral, fomentan con mayor facilidad la solidaridad transfronteriza y buscan cambios inmediatos y de impacto. Eso hace que sus protestas sean más visibles e influyentes y su capacidad de movilización más astuta.
Para la generación Z, el contrato social se ha roto, si es que alguna vez se cumplió. Factores tanto de corto como de largo plazo han contribuido a ello. Los presidentes entrantes de Kenia y Nigeria hicieron promesas de campaña, pero una vez en el poder cumplieron con lo contrario. Tanto Ruto como Tinubu han pedido al ciudadano medio que soporte las penurias mientras las élites políticas hacen alarde de su riqueza. Esto no es ajeno a otras regiones del continente, aquí podemos también incluir, como ejemplo certero, a la magra elección del ANC sudafricano donde una juventud pos apartheid no se siente interpelada por la política del partido fundado por Mandela y en su escasa participación en las urnas se puede ver el descontento con las políticas de Ramaphosa. Otro ejemplo, en este caso positivo o en favor de un candidato, es el caso de Senegal, donde una mayoría de jóvenes vieron en Ousmane Sonko el líder que los representa.
Causa y efecto
Esta dicotomía de estilos de vida se ha convertido en un pararrayos de ira en una era en la que las redes sociales y las poblaciones conocedoras de la tecnología han acercado a los ciudadanos a los políticos. Las ostentosas exhibiciones de riqueza junto con los salarios estancados, el alto desempleo, la creciente inflación y las respuestas gubernamentales ineptas han erosionado aún más la confianza entre el Estado y los ciudadanos. El descontento se ha extendido incluso a la oposición política, a la que muchos consideran cómplice de mantener el statu quo o simplemente jugando a las migajas. Por este motivo señalamos que el agotamiento del sistema político parece ser la verdadera mecha que enciende el fuego callejero.
Una sucesión de crisis ha provocado una clara falta de optimismo. Después de la crisis financiera mundial, se impuso la narrativa positiva de un «África en ascenso», impulsada por los eurobonos baratos, el regreso de la diáspora, el alto crecimiento y la inversión, y la primera Copa Mundial de fútbol de África en 2010. Los millennials y la generación X en África creían que sus vidas mejorarían materialmente. En cambio la Generación Z no ha experimentado este optimismo, sino que ha ido dando tumbos de un predicamento a otro. De las promesas de crecimiento a ver que su futuro es cada vez más parecido, incluso peor, que al pasado de sus padres y abuelos.
El efecto acumulativo de años de estancamiento económico, desde el brote de ébola y la caída de los precios de las materias primas hasta la COVID-19, las múltiples guerras, el cambio climático y una crisis mundial del costo de la vida, ha dado como resultado una década sin mejoras visibles y con pocas esperanzas. El crecimiento demográfico del continente y el aumento de la población juvenil han superado la capacidad de sustentación de la política clientelista, lo que ha puesto de manifiesto las debilidades del sistema. Se ha acabado la paciencia y los jóvenes africanos están tomando el asunto en sus propias manos. Entonces, ¿estamos a punto de una primavera africana y de un contagio más amplio?
*Beto Cremonte, docente, profesor de Comunicación social y periodismo, egresado de la UNLP, Licenciado en Comunicación social, UNLP, estudiante avanzado en la Tecnicatura superior universitaria de Comunicación pública y política. FPyCS UNLP.
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