Este es el caso del aporte realizado por el profesor Daniel Martínez Cunill* de quien compartimos una síntesis de su ponencia “La política como instrumento civilizatorio o la guerra como recurso geopolítico extremo”
Coyuntura mundial y crisis global
La coyuntura internacional está marcada por una aguda crisis económica mundial y por una globalización agotada y obsoleta. El creciente enfrentamiento entre EEUU y la UE con Rusia y China, configura un escenario complejo ante el cual los gobiernos progresistas no estaban preparados para responder. Y aunque estén a favor de un mundo multipolar, carecen de una propuesta propia para insertarse en ese nuevo modelo.
Los mercados globales, de por si antidemocráticos, no están dispuestos a que cambien las reglas del juego y las fuerzas progresistas no siempre tienen un programa adecuado para modificar el entorno económico. Mientras buscamos una alternativa que contribuya a una reconfiguración multipolar equitativa, nuestros enemigos de clase están recurriendo a un arsenal híbrido cuyos objetivos últimos son conservar la hegemonía que están perdiendo y que seamos los más desfavorecidos los que paguemos el costo de su naufragio.
Así entonces, el recurso de la violencia resulta ser una vez más la norma y no la excepción. En el análisis geopolítico de esta crisis resulta vano y ocioso preguntarse por qué los adversarios visibles de los conflictos que sacuden el mundo recurren a la guerra. Nuestra tesis es que lo hacen porque resulta funcional a sus objetivos de dominación o porque reaccionan en defensa de los espacios adquiridos, con independencia de los costos que terceros países deban pagar.
Estamos ante la histórica afirmación de Clausewitz que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”, pero también podemos incursionar en el tema desde la inversión de los términos que hace Foucault: “La política es la guerra continuada por otros medios” (M. Foucault. Entrevista, 1977).
No se trata de un juego de palabras. Frente a situaciones como la guerra de Rusia contra Ucrania, o las peligrosas provocaciones de la administración Biden en Taiwán, que aspiran a arrastrar a China a una situación similar. Se trata de analizar qué relaciones establecen y, al mismo tiempo, qué cambios se van produciendo en esos conceptos en la medida en que son el resultado de acciones y reacciones. La guerra y la política interactúan y se condicionan mutuamente en una dialéctica de poder.
Las grandes potencias y sus bloques de aliados son el resultado de relaciones de fuerza concretas que han surgido en un momento histórico de la guerra. Así entonces, la política se convierte en el medio destinado a mantener ese equilibrio y, cuando los equilibrios amenazan romperse, se recurre nuevamente a la violencia.
Hoy nuevamente la guerra reemplaza a la política para reestablecer las relaciones de poder y dominación que se daban previamente y que la crisis económica mundial acentuada por la pandemia del Covid-19 hizo que se alteraron al punto de que las grandes potencias se sientan amenazadas.
Una evidencia adicional de que el sistema democrático y el llamado Derecho Internacional, del cual hacen tanta gala los diversos sistemas, no es útil para solventar estos niveles de conflicto global. Una sociedad fundada bajo la violencia, entendida esta como fin en vez de como medio, termina inevitablemente produciendo violencia.
La amenaza de más guerras, la crisis de los granos básicos y los anuncios de próximas hambrunas y el incremento del desempleo traen de regreso el viejo eslogan de Lenin: ‘paz, pan y trabajo’. Pero para el neoliberalismo la idea parece ser que, si no te moriste por la falta de recursos sanitarios, ahora te matará el hambre. Y para ello, el recurso de la guerra y la recuperación de privilegios por la fuerza son la solución.
El mundo vive una crisis orgánica
El mundo vive una crisis orgánica, en un sentido gramsciano, y urge tomar conciencia del momento en que vivimos y actuar en consecuencia, definiendo una estrategia que nos permita construir un horizonte transformador frente al retorno de corrientes fascistas y autoritarias.
Y estas afirmaciones no son invenciones nuestras, derivan de la cínica confesión de un peón del ajedrez mundial: “Cuando Estados Unidos marca el rumbo, la ONU debe seguirlo. Cuando sea adecuado a nuestros intereses hacer algo, lo haremos. Cuando no sea adecuado a nuestros intereses, no lo haremos” (John Bolton, Ex consejero de Seguridad Nacional de los Estados Unidos). No muy lejos está un cartel de propaganda de Rusia, que afirma: “Putin no inicia las guerras, las termina”. La realidad se está encargando de poner en duda ambas afirmaciones.
Hay una corriente de análisis que quiere interpretar este conflicto desde la perspectiva, errónea, de encontrar en la Rusia actual los residuos de la URSS y su visión de lo que era el socialismo. Así, en automático, es de rigor ponerse del lado de Putin que estaría luchando contra el capitalismo. Solo que Rusia, hoy también está convertido en un país capitalista y se desvanece la tesis. Tampoco es acertado plantear que se trata de una guerra inter imperialista, porque Rusia está lejos de ser el imperio que fue. Otra cosa es que esté dentro de las aspiraciones estratégicas de Putin.
En lo que respecta a China, se reclama a si como capitalista en lo económico y de un ideario socialista en el terreno político y social. Sobre esas bases, ampliamente demostradas en el impresionante desarrollo chino, la conducta de Xi Jinpig, en materia de política exterior deja claro que no dejará abandonada a Rusia, aunque tampoco respaldará incondicionalmente todas sus decisiones.
Moscú y Beijín, presionados por la guerra y la crisis global del capitalismo que incluye a ambos, están en una carrera por establecer un nuevo orden geopolítico, desmarcándose del dólar y de los organismos crediticios de Occidente. Así escuchamos que “El obsoleto modelo unipolar está siendo reemplazado por un nuevo orden mundial basado en los principios fundamentales de justicia e igualdad, en el reconocimiento del derecho de cada Estado y nación a seguir su propio camino soberano de desarrollo”, según manifestó el presidente Vladimir Putin.
Parte fundamental de la actual reflexión consiste en saber el carácter que asumirá la anunciada multipolaridad que será fruto de una reconfiguración mundial. Es verdad que avanzamos hacia una reorganización política de la sociedad global. También los es que la reestructuración de la economía mundial es imprescindible. Lo que queda por definir son dos temas vitales: ¿será una versión remozada y actualizada del capitalismo o por fin se asoma en el horizonte la opción socialista?
Hasta aquí las corrientes mayoritarias apuntan a dar oxígeno a una versión del capitalismo, que promete corregir sus excesos de acumulación y explotación a cambio de sobrevivir como sistema. Ahora bien: ¿Y qué opinamos los que seguimos creyendo que un mundo mejor es posible? ¿Queremos un mundo dividido en un área-dólar y otra área-yuan-rublo? o aspiramos al socialismo como única, real y legítima respuesta al fracaso del capitalismo neoliberal.
La prometida multipolaridad podrá dar origen a una nueva redistribución de los mercados, a nuevas áreas de control y reequilibrar la hegemonía, pero jamás dará satisfacción a las reivindicaciones más sentidas de nuestros pueblos ni abrirá las puertas a la equidad y la justicia social. La reconfiguración de la economía y los sistemas globales no traerán la paz a la humanidad, solo una tregua, hasta que una nueva guerra se desencadene para nuevamente reiniciar el ciclo.
Así entonces, sumarse a una ilusa corriente de partidarios de un capitalismo progresista (Stiglitz) es contribuir a darle oxígeno y posibilidades de recuperación a un sistema que, de llegar a triunfar en ese intento, no tardará en dejar caer su voracidad sobre los más débiles y desposeídos del mundo. Resulta incomprensible que algunos pretendidos internacionalistas nos quieran hacer entonar nuevas estrofas que digan “abajo los pobres del mundo, de rodillas los esclavos sin pan”.
En reflexiones colectivas rescatamos una vez más a Gramsci y su noción de lucha política que se concentra fundamentalmente en alterar las relaciones de fuerza, y no en la toma de instituciones (sea por las urnas, por las armas o una combinación de ambas).
Este viraje nos demanda actualizar y mejorar las formas de organización y enfrentamiento en el plano social, político e ideológico; relevar la participación del campo popular, su cultura y sus intelectuales. Más importante aún, redefinir el partido en tanto componente esencial de las clases subalternas y no como una vanguardia externa a la cual tal vez hemos sobrevalorado en su papel.
Creemos que Gramsci propone la formación de una voluntad política colectiva, autónoma de las fuerzas dominantes y radicalmente democrática, que sea capaz de construir una nueva sociedad desde el momento mismo en que enfrenta al orden social que quiere transformar y no posponerlo para después. Estamos con esas tesis, por ejemplo, porque no debemos dejar en manos de plebiscitos el futuro de la paz en Colombia o de una Constitución luminosa y esperanzadora en Chile. Debe ser la fuerza de los pueblos y no las instituciones arcaicas las que determinen nuestro derecho a un mundo mejor.
Una nueva visión territorial del mundo
En los últimos tiempos se ha replanteado una nueva visión territorial del mundo vinculada al impresionante crecimiento de China que se posiciona entre las dos potencias más poderosas del mundo. Con la diferencia de que demuestra un vertiginoso crecimiento en todas las áreas y avanza rumbo a ser la principal superpotencia en las próximas décadas. Por el contrario, su rival estadounidense asiste a una constante declinación de los componentes que le valieron ser considerada la primera potencia mundial.
La doctrina de “Una sola China” en peligro
El progresivo alejamiento, por parte de sectores cada vez más influyentes del gobierno de Estados Unidos, de la doctrina de “Una sola China”, ocurre en momentos en que Xi Jinping busca un tercer mandato. Mientras Washington y Beijing tensan fuerzas, se hace necesario tomar medidas pragmáticas de distensión para espantar el riesgo de un conflicto armado.
Las relaciones chino-estadounidenses ya se encontraban en una espiral negativa desde que las presiones económicas hicieron que Joseph Biden y su gobierno se dedicaron a tejer una red de alianzas hostiles para acorralar a China.
Como era de esperarse, Beijín multiplicó las maniobras militares en los mares de China Oriental y Meridional. Sin embargo, sus vínculos bilaterales no se habían deteriorado al punto de tornar imposible todo diálogo de alto nivel sobre el cambio climático o sobre otras cuestiones vitales. Como prueba de ello, los presidentes Biden y Xi Jinping discutieron esos temas durante su videoconferencia del 28 de julio.
Es imperativo que las dos potencias retomen las discusiones sobre las medidas que permiten reducir el riesgo de un conflicto violento. Estados Unidos debería comprometerse a que sus buques de guerra no transiten más por el estrecho de Taiwán. Se debe hacer todo lo posible para impedir que esta nueva configuración genere un conflicto armado.
De no mediar una visión que lleve a una alternativa de equilibrio estratégico, se abrirán más los riesgos de repetir la emboscada provocativa en la que cayó Rusia en Ucrania, solo que esta vez la capacidad de respuesta de China haría que el conflicto escale a nivel de armamento nuclear táctico y luego a la conflagración total.
La política debe imponerse sobre las opciones militares. Una tercera guerra mundial podría hacer verdad la frase de que la cuarta guerra mundial se haría con piedras.
Notas:
*Sociólogo, especializado en las RRII de América Latina y el Caribe y asesor del Partido del Trabajo de México, PT.