El último fin de semana el mundo occidental se vió shockeado por las imágenes que llegaban desde la costa de Melilla, enclave español en territorio africano. Allí, un grupo de personas que buscaba atravesar el vallado que separa Marruecos de la ciudad española era recibido con violencia por las fuerzas de seguridad marroquíes. La represión alcanzó hasta el momento un saldo de 37 muertos y, así como generó estupor, también recibió halagos de parte del presidente español Pedro Sanchez, quien agradeció al gobierno de ese país por la “extraordinaria cooperación” y felicitó a las fuerzas de seguridad por el buen trabajo.
Pocos días después se conoció la noticia del hallazgo de unos 50 muertos en un camión de carga en San Antonio, en el estado de Texas, al límite de la frontera con México. Según se sabe hasta el momento, las víctimas estaban intentando cruzar la frontera para llegar a suelo estadounidense y solicitar asilo. Sin embargo, las altas temperaturas sumado al hacinamiento y al encierro dentro del vehículo produjeron la muerte de varios de sus ocupantes.
Ambos hechos están vinculados. Si bien por un lado la causa de la muerte fue la represión policial y por el otro la falta de condiciones mínimas para la supervivencia, lo cierto es que ambos hechos comparten la misma raíz. Tanto en el continente africano, en Asia y también en América Latina, miles de personas intentan todos los días atravesar la frontera con Europa y Estados Unidos para dejar atrás la pobreza y alcanzar una vida mejor. Con algunas diferencias dependiendo de cada contexto, las situaciones que los desplazados deciden dejar atrás son la pobreza extrema vinculada a la falta de oportunidades, la violencia por parte del estado y grupos paramilitares y la destrucción ambiental de sus comunidades.
Estas realidades son el resultado de la intervención -directa o indirecta- de occidente en estos países, ya sea con operaciones militares, golpes de estado y otras estrategias de guerras no convencionales con el fin de que se preserven los intereses de los países centrales y sus empresas en estos territorios. Así lo detalla el informe del Instituto Watson de la Universidad Brown, según el cual las guerras posteriores a los atentados del 11 de septiembre de 2001 “han desplazado por la fuerza a al menos 38 millones de personas” en lugares como Afganistán, Irak, Pakistán, Libia o Siria.
En América Latina la situación es similar. La aplicación de la doctrina Monroe para el control y saqueo de los recursos naturales del continente por parte de Estados Unidos es el principal motivo por el cual la miseria y la violencia son la realidad de la gran mayoría de los países de la región. Desplazados de sus países ante la falta de oportunidades, miles de personas ponen en riesgo su vida y la de sus familias al emprender la odisea hacia el norte, donde diariamente se encuentran con la hostilidad de las fuerzas de seguridad y de los gobiernos aliados al imperialismo.
Con la llegada de la pandemia de Covid-19 y el aumento creciente de las oleadas de desplazados, la situación pasó a ser abordada ya no como una crisis migratoria sino como una amenaza a la seguridad nacional de los países destino. Para justificar la excepción se adopta un discurso de combate a las mafias, infiltradas y controladas por los grupos de desplazados a quienes resulta inminente desarticular.
Bajo esta lógica, no resulta extraño el hecho de que se impulse la firma de acuerdos cuyo objetivo final es la contención a cualquier costo. Tal es el caso de los acuerdos de cooperación entre España y Marruecos, un acercamiento del Ejecutivo de Pedro Sánchez al régimen de Mohammed VI, a través del cual España reconoce la soberanía de Marruecos sobre Sahara Occidental a cambio de que la monarquía marroquí disponga de toda su estructura de seguridad para contener la llegada de desplazados a los enclaves europeos en territorio africano.
Otro acuerdo es el que firmaron la Unión Europea y Turquía en 2016, donde ambas partes acordaron que todas las personas que llegaran irregularmente a las islas del Egeo, incluidas las solicitantes de asilo, serían devueltas a Turquía. Tanto este país como Marruecos suelen utilizar su posición para presionar a los países europeos en cuestiones que son de su interés. En el caso marroquí, el reconocimiento por parte de España del territorio de Sahara Occidental. En el caso turco, la inclusión de grupos separatistas kurdos en la lista de terroristas.
Un caso similar es la iniciativa impulsada desde Estados Unidos denominada “Quédate en México”, a través de la cual los solicitantes de asilo deben permanecer en suelo mexicano a la espera de una respuesta. En los últimos meses, ambos países trazaron un plan de acción a través del cual EEUU se comprometió a enviar recursos para garantizar condiciones mínimas a los desplazados que llegan desde todo el continente. Al mismo tiempo, el gobierno de Joe Biden dispuso un aumento de 65.00 millones de dólares del presupuesto para seguridad fronteriza de cara a 2023 con el fin de militarizar aún más la ya blindada frontera con México.
El pacto firmado entre EEUU y España en la última cumbre de la OTAN, celebrada los días 29 y 30 de junio en Madrid, da cuenta de un abordaje específico y enfocado en la crisis migratoria. Según establece el documento, “ambos países tienen la intención de colaborar en un enfoque integral para la gestión de los flujos migratorios irregulares que garantice un trato justo y humano de los migrantes. Ambos países también prevén coordinar esfuerzos para abordar las causas fundamentales de la migración irregular y trabajar para fortalecer las vías legales, con especial énfasis en los países de América Latina y el Caribe. España y Estados Unidos reconocen igualmente la importancia de una cooperación permanente en respuesta a los retos de la migración irregular en la región del norte de África”.
Si bien el texto refuerza la idea de garantizar un trato justo y humano a los migrantes, las palabras de agradecimiento de Pedro Sanchez para con las fuerzas de seguridad marroquíes, que mataron 37 personas en el vallado de Melilla, anula esta iniciativa. De lo que en verdad se trata es de blindar las fronteras para garantizar que, aún con la continuidad de la política de saqueo, las consecuentes oleadas migratorias puedan ser expulsadas con violencia y sin culpa de las fronteras de Estados Unidos y Europa.
Un detalle que no pasó desapercibido es la diferencia de abordaje en relación a los refugiados ucranianos tras la operación militar rusa en el este del país. Al contrario de lo que sucede con quienes llegan desde el sur, los desplazados ucranianos han cosechado una gran solidaridad por parte de Europa y Estados Unidos, quienes abrieron sus fronteras para recibir a las víctimas de la guerra.
Si bien es notorio el racismo que transborda este abordaje, por ser los ucranianos más parecidos con los europeos y estadounidenses que los latinos, los africanos y asiáticos, también resultan ser una víctima conveniente. La recepción de brazos abiertos viene de la mano con el envío de armas de parte de Europa y la OTAN a Ucrania para repeler a las fuerzas rusas y, con ello, garantizar la continuidad de la guerra hacia el este europeo.
En la medida que la situación mundial empeore y se profundicen las desigualdades, las masacres como las de San Antonio y Melilla se volverán cada vez más habituales porque serán cada vez más las oleadas de desplazados que habrá que contener. De lo que se trata es de justificar la violencia con discursos como el combate a las mafias y al terrorismo que amenazan la seguridad nacional de las potencias occidentales.
*Ana Dagorret, periodista de internacionales, colaboradora de medios populares de Argentina y Brasil.
Artículo publicado en ARG Medios.