La democracia brasileña ha sido una de las más perjudicadas con el avance de los gobiernos de derecha. Desde las movilizaciones de 2013, pasando por el golpe parlamentario contra la presidenta Dilma Rousseff en 2016 y el impedimento de la candidatura de Luis Inácio Lula Da Silva en 2018, culminando en la elección de Jair Bolsonaro ese mismo año, tanto la calidad de vida de millones de personas como la actividad democrática en el país se han deteriorado profundamente.
En el libro El colapso de la democracia en Brasil, de la editorial Expressão Popular, el profesor de Ciencia Política de la Universidad de Brasilia Luis Felipe Miguel hace un recorrido sobre los motivos que llevaron a esta crisis, las responsabilidades de la izquierda y los mecanismos institucionales utilizados por la derecha para perjudicar el avance democrático y el combate a la desigualdad social. En diálogo con PIA Noticias, Miguel expone esas cuestiones.
“En América Latina, en los países del sur en general, en Brasil en particular, lo que tenemos es un equilibrio, una correlación de fuerzas muy hostil a la clase trabajadora, muy hostil a los dominados de forma general, de manera que cuando conseguimos un arreglo que sea formalmente democrático, ese arreglo nace de un tipo de negociación en donde parece que para mantenerlo y que no sea destruído por algún tipo de acto de fuerza de las elites, de la clase dominante, hay que garantizar que esa democracia no va a ir muy lejos”.
“En el caso de Brasil lo esencial es mantener un nivel altísimo de desigualdad social. Tenemos una elite que es alérgica a la igualdad, algo que viene de nuestra formación histórica. Tenemos una burguesía que es heredera del esclavismo y que siempre tuvo una posición muy subordinada en los intercambios internacionales. Entonces, cómo es una burguesía que no tiene autonomía, la distinción social que el consumo ostentatorio da es muy importante para mantener su imagen alta”.
Teniendo en cuenta dicho contexto, Miguel sostiene que en Brasil y en la región existe lo que denomina como democracia autolimitada. “Es una democracia donde los más interesados en ese sistema, que son las clases populares, son educadas para limitar sus manifestaciones y saber de antemano que el horizonte de transformación social es restringido”.
El autor hace referencia al Partido de los Trabajadores y apunta que durante su gobierno se sacrificó el proyecto político del partido para alcanzar una transformación efectiva posible.
“El Partido de los Trabajadores inicialmente tenía una visión que apuntaba para una transformación bastante radical de la sociedad brasileña, una propuesta de una democracia muy activa, muy participativa, de organizar una sociedad con una intensa participación popular permanente, rompiendo bastante con esa división del trabajo político que tenemos hoy donde el pueblo es llamado a votar cada cuatro años y después se espera que obedezca las órdenes de los gobernantes”.
“Lo que observamos en la historia del PT es que hubo un desencanto progresivo de la dirigencia del partido en cuanto a la posibilidad de hacer efectiva esa transformación radical. Lo que existió fue un cambio a partir de una lectura de las posibilidades que ofrecía la realidad. Y eso no fue sólo el PT ni en Brasil, creo que esa fue una cuestión general de la acción política. Tenemos un conflicto entre nuestro ideal de realización a largo plazo y las necesidades urgentes, las cuestiones que hay que resolver acá y ahora”.
“El partido llegó a la conclusión de que era mejor abrir mano de ese ideal de transformación radical y hacer cambios puntuales pero que resolvieran las necesidades más urgentes, básicamente la cuestión de la seguridad alimentaria. Esa fue la opción, la opción de conquistar un poco en relación a aquel ideal que se tenía, pero era un poco que significaba mucho en la vida de las personas más pobres. Fue esa la apuesta. Claramente el PT optó por intervenir en la realidad aunque fuera abriendo mano de un proyecto más amplio que existía inicialmente”.
El autor expone que si bien al principio el acuerdo político con las elites fue lo que permitió avanzar en ciertas conquistas, a partir de determinados movimientos y decisiones de gobierno se empezaron a montar las condiciones para el golpe parlamentario de 2016.
“Los cambios que los gobiernos del PT implementaron, aunque hayan sido tan cuidadosos para evitar un enfrentamiento directo con los privilegios de las elites brasileñas, desencadenaron una dinámica que cambió algunos aspectos de la vida nacional, principalmente la relación entre capital y trabajo”.
“Las medidas de transferencia de renta que el gobierno puso en acción tienen como primer efecto la reducción de la vulnerabilidad de esa fuerza de trabajo, que empieza a poder negociar un poco mejor las condiciones en las que se va a vender para los empleadores. Y eso afecta también a la clase media brasileña, que también se aprovechaba de una mano de obra disponible para trabajar a un valor irrisorio”.
“Es un sector que trabajaba por muy poco y que las políticas de transferencia de recursos de los gobiernos del PT hicieron con que tuvieran posibilidades de negociar mejor y que inclusive con el aumento de la oferta de empleo fueron cambiando de área de trabajo. Eso perjudica a la clase media y esos sectores se empiezan a sentir incómodos”.
“A su vez, cuando asume Dilma, ella creyó que podía intervenir un poco en la política económica, perjudicando al capital financiero. Al mismo tiempo ella empezó a querer combatir algunos esquemas de corrupción que estaban arraigados en el Estado brasileño y empieza a despedir aliados políticos que aparecen vinculados a denuncias de corrupción, algo que Lula prefería sostener porque sabía que precisaba de ese apoyo porque es así que la política brasileña funciona hace décadas”.
“También hay cuestiones de la postura personal de Dilma y el hecho de ser mujer en un ambiente muy machista, lo que ya generaba problemas, porque ella no tenía el espíritu para esa camaradería con la elite política porque es una persona más formal. Creo que eso es anecdótico, lo principal es que ella se metió con los intereses de las elites y comenzó a ganar la antipatía de un sector importante de la burguesía brasileña y de la elite política”.
“Cuando empieza a haber manifestaciones en 2013 en Brasil porque una parte de las bases de los gobiernos del PT va a la calle exigiendo más de los servicios públicos, ahí la derecha vio que tenía condiciones de revertir sus múltiples derrotas y empieza a ampliar la carga contra Dilma, es decir, estaba insatisfecha por los cambios que estaban ocurriendo y vio también que existía una insatisfacción popular que podía capitalizar para su lado”.
Miguel apunta que a lo largo de este proceso se dio una redefinición de los términos del debate público en el país, una de las cuestiones fundamentales para impulsar el golpe de 2016.
“El discurso que la derecha lleva a las calles e impone tras el comienzo de las manifestaciones en 2013 es un discurso que rompe con ese consenso que imaginábamos que existía, es un discurso que va a presentar a los derechos como privilegios”.
“Los derechos sociales impiden que la sociedad meritocrática se establezca. Las políticas sociales de los gobiernos del PT van a presentarse como el incentivo a la pereza, como premio a los vagos, todo ese discurso que exilia cualquier posibilidad de solidaridad dentro de la sociedad. Es el manual del neoliberalismo.”
“Ese discurso gana resonancia entre las clases medias, para quienes el discurso de la meritocracia es muy cómodo porque permite que justifiquen moralmente su lugar en relación a los pobres. Pero también gana resonancia en sectores populares, que son aquellos que perdieron los derechos laborales, perdieron cualquier sentido de pertenencia de clase y fueron tomados por la idea del emprendedorismo individual. Entonces eso gana las calles y es un discurso que reubica el debate político brasileño en un nivel que creíamos haber superado.”
En esta redefinición de los términos del debate público, además de la elite política hubo dos actores que contribuyeron: los medios de comunicación y la justicia.
“Tenemos siete grandes grupos que controlan el 98% de la información a la cual el público brasileño tiene acceso. Y son todos grupos alineados con los partidos de derecha, todos marcados por el antipetismo”.
“A partir de la primera mitad del gobierno de Lula comienza el discurso de la corrupción de los gobiernos del PT. Y no es que no haya habido corrupción durante los gobiernos del PT pero hubo corrupción en todos los gobiernos de la república brasileña. Lo que sucede es que durante los gobiernos del PT había un entendimiento de que enfrentar la corrupción llevaría a la imposibilidad de gobernar y esa era una apuesta realista”.
“Hubo una intención de singularizar la corrupción como si fuera atributo de la izquierda, y eso fue una invención de los medios de comunicación. A su vez en ese momento hubo un crecimiento de las nuevas tecnologías, de nuevas formas de comunicación, de las redes sociales principalmente. Y la extrema derecha fue muy competente para ocupar esos espacios, no sólo en Brasil, ese es un fenómeno a nivel mundial”.
“Estaba la televisión insistiendo con el discurso de la corrupción de los gobiernos del PT. Las radios también, que tienen un público más fragmentado y una visibilidad menor porque son más pulverizadas, entonces las radios llevan ese discurso para las cuestiones morales, donde los gobiernos del PT estaban llenos de criminales y buscaban diseminar la ideología de género y terminar con la familia. Y las redes sociales llegando a divulgar mentiras de lo más absurdas. Hubo un proceso de masacre contra el PT y contra la izquierda promovida por los medios de comunicación y un impedimento completo a cualquier debate mínimamente informado. Por otro lado también se dio la naturalización de la extrema derecha. Entonces esos actores de extrema derecha que surgieron fueron alzados como interlocutores legítimos en el debate público”.
“A esta situación hay que sumarle una tercera pata: el aparato represivo del estado que es la justicia, la policía y el Ministerio Público. Tenemos procuradores y jueces de primera instancia con un poder gigante y sin rendirle cuentas a nadie. Y eso fue usado por jueces y procuradores extremadamente ideologizados y con una visión muy fuerte de la derecha. Ellos están empapados por ese sentimiento meritocrático más reaccionario”.
“Tuvimos un poder judicial y sus órganos accesorios como el Ministerio Público y también la Policía Federal actuando para criminalizar a la izquierda. El símbolo de todo eso es el ex juez Sergio Moro, que no se ubicaba como juez sino como perseguidor, como justiciero. Él termina condenando a Lula por corrupción en un proceso marcado por las urgencias políticas, motivo por el cual Lula no puede presentarse en 2018”.
“Lula fue preso contra la constitución, porque el texto determina que solamente podía ser encarcelado una vez que se agotaran todos los recursos y el Supremo Tribunal Federal, presionado por las Fuerzas Armadas, decidió que la constitución no valía en el caso de Lula y que sería preso antes de agotar todos los recursos. Lo que nos muestra esto, que también es un mensaje para el campo popular y los sectores de izquierda, es que no podemos confiar en que tenemos un conjunto de instituciones que garantizan el funcionamiento de ciertas reglas”.
De cara a la disputa electoral de octubre de este año, el autor de El colapso de la democracia en Brasil advierte que tanto la violencia de parte de los partidarios de la actual gestión, como la apuesta de la izquierda de conformar un frente con sectores que ya se demostraron hostiles refuerzan la crisis actual.
“Bolsonaro hace mucho tiempo que optó por el camino de tensionar al máximo la política brasileña con amenazas permanentes de dar vuelta la mesa, de no respetar el resultado de la elección, amenazas de golpe. Yo creo que hasta el momento él no tiene la capacidad de llevar eso a la calle. Pero es claro que eso aumenta la tensión y aumenta también la agresividad de su base militante”.
“A su vez el ex presidente Lula ya señaló con claridad su intento de ir por un camino híbrido en el cual él compone con la derecha y hace gestos a la izquierda. Eso se explica en términos de garantizar cierta estabilidad en el tercer mandato de Lula. Se sabe que esa alianza no rinde votos pero sí puede garantizar que no se intentaría inmediatamente un nuevo golpe contra el gobierno de Lula. Yo creo que esa opción está equivocada.”
“Mi interpretación es que la izquierda brasileña, al seguir ese camino, está dejando de entender las lecciones que nos dejó la historia reciente. Vamos a caminar de nuevo sobre la idea de una democracia autolimitada y ese es el punto. Lo que se está vendiendo es la idea de que no se darán los enfrentamientos necesarios para ir cambiando la correlación de fuerzas y así ir ganando fuerza para promover cambios más profundos paulatinamente.”
“Es un camino estoy bastante convencido de que a mediano plazo implica que vamos a encontrar los mismos impases que encontramos en la década pasada y vamos a estar nuevamente sin fuerza para garantizar la profundización de la democracia y del combate a la desigualdad social en Brasil. Infelizmente yo veo la reproducción del mismo camino de extrema prudencia que a mediano plazo no es capaz de garantizar la estabilidad prometida”.
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