El 2022 fue para la Unión Europea un año de alto voltaje. Pero el 2023 se prevé incluso más turbulento. La recesión técnica llama a las puertas del bloque comunitario, la escasez energética amenaza con convertirse en una realidad punzante y los europeos cierran el ciclo legislativo actual bajo la sombra del Catargate, el auge populista y la fatiga bélica.
Durante el arranque del año que acabamos de dejar atrás los tambores de guerra ya resonaban con fuerza. El 24 de febrero se consumó la temida invasión de Rusia a Ucrania. Y el resto es historia: el mundo entero vivió en sus carnes las consecuencias colaterales del conflicto mientras las bombas no cesaban de caer sobre el país que lidera Volodimir Zelenski.
Con más del 10%, la inflación ha superado por primera vez los dos dígitos en la Eurozona. La economía europea se contrajo en 2022, pero no llegó a la recesión, un escenario que se prevé para el primer trimestre del 2023. Para contener los precios astronómicos de la luz, de los combustibles o de los alimentos, la UE ha tomado algunas medidas sin precedentes como imponer un tope al precio del gas, aprobar sanciones al petróleo ruso o poner en marcha exenciones a la exportación de fertilizantes. Pero la situación económica, según anticipa el propio Fondo Monetario Internacional (FMI), será peor durante los 12 meses que tenemos por delante que en los que dejamos atrás.
La guerra en Ucrania seguirá siendo la prioridad número uno de la UE para 2023. Se espera que Zelenski participe en la cumbre europea de febrero en Bruselas. Sería la segunda ocasión que el mandatario sale de Ucrania desde el inicio de la guerra, tras su paso por Washington donde se aseguró la entrega de misiles Patriot. Si el 2022 fue el año de la guerra, la ambición es que el 2023 sea el de la paz. Kiev ha lanzado la idea de celebrar una cumbre de paz en la ONU durante el próximo mes, pero el escenario base con el que parte Bruselas es que la guerra continuará, será larga y se prolongará hasta al menos el segundo semestre del año, cuando España asumirá la Presidencia del Consejo de la UE.
El otro frente que se abre en el marco de la guerra en el territorio bajo la bandera de las doce estrellas es el hartazgo por la guerra. No solo entre algunos Gobiernos occidentales, sino entre una sociedad civil que ve cómo todo se encarece mientras los salarios se estancan. Algo que se ha escenificado con intensas en las principales capitales europeas.
Como principal reacción a la invasión de Vladimir Putin, la UE ha impuesto nueve paquete de sanciones destinados a castigar los sectores estratégicos de Rusia. Pero los últimos datos recopilados por el portal Político demuestran que a pesar de las medidas punitivas, el intercambio comercial entre los países europeos y Moscú no solo no se redujo, sino que se incrementó el año pasado.
«Lo que necesitamos en un alto al fuego inmediato, conversaciones de paz ya y paz», ha señalado este lunes Zolan Kovacs, portavoz del Gobierno húngaro. El Ejecutivo de Víktor Orbán ha amenazado con bloquear las últimas listas restrictivas, pero ha terminado cediendo. Sin embargo, este combo de hartazgo social y político, de oposición magiar y de resultados menos eficientes de las sanciones harán muy difícil que la Unión mantenga el ritmo y la presión punitiva a Rusia durante los próximos meses.
Destellos de desabastecimiento energético
Sin embargo, el gran desafío será la crisis energética. Bruselas ha salvado los muebles este invierno. Las reservas de gas están llenas casi al 100% y no hay riesgo real de escasez en el presente. Pero lo más difícil está por llegar. La Comisión Europea estima que para la próxima primavera habrá en la UE un déficit de 30.000 millones de metros cúbicos de gas. Los europeos han soltado el yugo de dependencia energética con Rusia disminuyendo sus compras un 80%, pero encontrar mercados alternativos que sean suficiente para reemplazar la demanda está siendo complicado. Y la apuesta de las energías renovables es insuficiente y a largo plazo.
A todo ello se unen los flecos pendientes que colean con fuerza. La deriva autoritaria de Polonia y Hungría; el veto de Turquía a la entrada de Finlandia y Suecia a la OTAN; el huracán electoral que tendrá parada obligatoria en España, Finlandia, Chipre y más que probable en otras capitales con inestabilidad política como Bulgaria.
La incertidumbre general llega en suelo europeo en un momento de crisis de credibilidad en las instituciones comunitarias con el Catargate en plena ebullición. El mayor escándalo de corrupción en el Parlamento Europeo amenaza con hacer tambalear las relaciones de la UE con los países implicados, que son de momento Catar, Marruecos y Mauritania. La Hungría de Orbán y las fuerzas populistas ya aprovechan para sacar rédito de este escándalo y calientan así la maquinaria para las elecciones europeas de mayo donde las fuerzas de extrema derecha, de unirse, podrían convertirse en la segunda familia más importante de la Eurocámara.
*María Zornoza, periodista.
Artículo publicado originalmente en Público.
Foto de portada: Ilustración de una bandera desgarrada de la Unión Europea junto a billetes de euros, el pasado 7 de septiembre de 2022. —DADO RUVIC/REUTERS.