El debate en curso sobre los centros de poder en las relaciones internacionales ha recibido un nuevo impulso con los acontecimientos iniciados en Ucrania el 24 de febrero de 2022. Independientemente de cómo termine la crisis actual, está claro que la situación mundial ya no será la misma. La ruptura fundamental entre Rusia y Occidente ha destruido casi por completo las relaciones constructivas, lo que ha tenido un impacto natural en la economía mundial, que se prevé que se estanque.
El entorno internacional y la reestructuración del sistema financiero y económico ruso dependerán en gran medida del comportamiento de actores como China, India, ASEAN y Oriente Medio en el nuevo entorno. Bajo la presión de EE.UU. y sus aliados, no les será fácil desarrollar plenamente las relaciones comerciales y económicas con Rusia debido al riesgo de sanciones contra empresas de terceros países por trabajar con los sectores de la economía rusa sometidos a sanciones. Por muy tectónica que sea esta evolución, no debe ser el único punto de partida del análisis.
A.V. Kortunov ha señalado en repetidas ocasiones que el principal reto que definirá las relaciones internacionales en el siglo XXI no será la lucha por el liderazgo entre Eurasia y el Atlántico, sino la brecha Norte-Sur, es decir, el aumento de las diferencias económicas, tecnológicas y sociales entre los países en desarrollo y los desarrollados. El centro del Sur global, el continente africano, según las estimaciones de I.O. Abramova, a finales de este siglo no sólo determinará el panorama demográfico del mundo y la demanda económica, sino que también tendrá un impacto significativo en los valores y los impulsos del desarrollo global.
El rápido crecimiento de la población en un contexto de pobreza persistente, la escasez de recursos alimentarios e hídricos, la actitud consumista de los agentes externos, el cambio climático… son los requisitos previos para una migración masiva asociada no sólo a las dificultades socioeconómicas de los países receptores, sino también a las amenazas epidemiológicas y terroristas para los países desarrollados. Suponiendo que un Sur global ficticio desafíe al Norte, cabe suponer que en algún momento Estados Unidos y China se encontrarán en el mismo lado de las barricadas y tendrán que trabajar juntos para crear condiciones de habitabilidad en los países subdesarrollados con el fin de asegurar su progreso.
Sin embargo, si se examina la cuestión desde la perspectiva del determinismo geográfico, se pueden extraer conclusiones algo diferentes. Se sabe que sus fundamentos como requisitos previos para el surgimiento de la geopolítica fueron establecidos por los antiguos pensadores griegos, en particular Tucídides, Aristóteles y Heródoto, que vieron la dependencia entre la posición geográfica del Estado y sus políticas. J.Bodin y Montesquieu, J.-J. Rousseau, H. Hegel y otros destacados filósofos consideraban el factor geográfico como un modelo importante, si no determinante, del sistema político y del lugar del Estado en el mundo.
La distancia y el sólido escudo del Atlántico y el Himalaya aíslan a Washington y Pekín de las amenazas directas que suponen las tendencias africanas y les permiten centrarse en la competencia económica, tecnológica e ideológica entre ellos. Aunque varios países de América Latina y el Sudeste Asiático forman parte del Sur global, el potencial de amenaza a medio plazo no es comparable al del continente africano, con su enorme crecimiento demográfico y sus condiciones socioeconómicas y climáticas. Ciertamente, África no sólo conlleva peligros para los agentes externos, sino también una serie de oportunidades diversas.
El informe de la ONU, que encuestó a 1.970 migrantes de 39 Estados africanos que llegaron a 13 países europeos de forma ilegal, afirma que la gran mayoría de los encuestados volvería a realizar el peligroso viaje y no se dejaría disuadir por ninguna dificultad. Y sólo el 2%, comprendiendo toda la gama de amenazas, se abstendría de intentar emigrar a Europa. Para el 66% de los encuestados, la perspectiva de mejorar los ingresos no fue el factor decisivo, pero para el 41% fue la motivación económica la que se convirtió en el factor decisivo, y el 62% de los encuestados indicó su insatisfacción con el régimen político de su país.
Esta sociología parece haber impulsado el debate en Estados Unidos. Por ejemplo, John Themin sugiere que las autoridades estadounidenses inicien una reforma del Consejo de Seguridad de la ONU para que África pueda desempeñar un papel más importante en él, y también que los líderes democráticos africanos (no sólo los jefes de Estado) participen más activamente en actos como la Cumbre de la Democracia de J. Biden. Por un lado, las propuestas no parecen novedosas y apuntan inequívocamente al cultivo de una contraélite leal. Pero, por otra parte, Estados Unidos es obviamente muy consciente de que a largo plazo África determinará uno de los vectores significativos del desarrollo de la política internacional, y es necesario tomar hoy las medidas necesarias para no perder las oportunidades de su influencia.
A la protección geográfica de Pekín y Washington frente a los riesgos directos que emanan de África, se puede añadir un factor político -el socialismo con especificidad china prevé maniobras para limitar al máximo la afluencia de extranjeros al país (recientemente ha afectado no a refugiados o migrantes, sino a profesores extranjeros), la democracia estadounidense de Donald Trump también demostró la capacidad, si fuera necesario, de utilizar herramientas para limitar drásticamente la oleada de visitantes no deseados de países latinoamericanos.
La Unión Europea ha tenido muchas más dificultades en este sentido, y en 2014-2015, cuando cientos de miles de refugiados llegaron a Europa, los gobiernos de varios países de Europa Central y Oriental expusieron sus precarias posiciones respecto a la idea de democracia liberal. Esto resultó ser un reto no sólo para el efímero concepto de los valores occidentales, sino también para la unidad de la Unión Europea. Aunque los países de la UE están mostrando su solidaridad en el contexto de la crisis ucraniana, incluso en la cuestión de la acogida de refugiados, ya hay señales de preocupación por parte de algunos países. Basándose en las tendencias sociales y climáticas actuales, no es difícil predecir una nueva y mucho más fuerte oleada de migrantes africanos en un futuro previsible.
La UE es el principal objetivo de los flujos migratorios procedentes del continente africano, que evidentemente aumentarán en paralelo a su crecimiento demográfico. Por otra parte, la división Norte-Sur es evidente desde hace tiempo y es probable que cobre fuerza. Pero el determinismo geográfico y las peculiaridades de la gobernanza política de China y Estados Unidos les hacen observar los mencionados procesos desde fuera, centrándose en la competencia entre ellos. Pekín se encuentra en la situación más conveniente, basada en la combinación de circunstancias geográficas y políticas, especialmente teniendo en cuenta las perspectivas de cooperación con Rusia en el contexto de la ruptura de las relaciones económicas con Occidente.
Europa, tradicional aliada de Washington, es actualmente un polo de poder mundial, si no de pleno derecho, sí de considerable interés para China, que reside principalmente en el potencial científico y tecnológico de sus países más desarrollados. La crisis ucraniana, al haber puesto de manifiesto lo efímero de cualquier norma y acuerdo establecido, ha hecho que se ajuste el futuro de las relaciones internacionales. China se ha encontrado en la indeseable situación de tener que maniobrar entre poder seguir una política independiente y minimizar los costes de las sanciones por el comercio y las inversiones con Rusia.
Una mayor inversión china en el continente africano, combinada con una política que no busque maximizar sus propios beneficios sino mejorar las condiciones de vida de la población autóctona, podría influir en la fidelidad de la Bruselas liberal a la China socialista.
La bipolaridad Este-Oeste y la ruptura Norte-Sur no sólo coexistirán en el panorama internacional del siglo XXI, sino que complicarán los procesos mundiales, ya caracterizados por un dinamismo sin precedentes, la ruptura de puntos de referencia y la violación total de normas y acuerdos.
*Artículo publicado originalmente en el Consejo de Asuntos Internacionales de Rusia (RIAC).
Natalia Pomosova es Doctorada, Profesora Asociada del Departamento de Estudios Orientales Modernos de la Universidad Estatal Rusa de Humanidades.
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