El telón de fondo, que bien puede ayudar a entender un poco lo ocurrido, estuvo signado por la triple crisis que corroe los cimientos de la sociedad peruana hoy: la crisis sanitaria, la crisis de la corrupción y la crisis política. Estos factores incidieron de manera decisiva para que la ciudadanía busque caminos que abren interrogantes en la perspectiva. Ahora, los analistas del proceso peruano se preguntan qué fue lo que ocurrió, y qué habrá de suceder más adelante.
RESULTADOS INCIERTOS Y PARCIALES
Lo primero que salta a la vista son los escasos porcentajes logrados por los candidatos, aún los más votados. Es la primera vez que un fenómeno así ocurre en el Perú. Podemos citar antecedentes: en los comicios de 1990, Vargas Llosa en primera vuelta logró el 27% y Alberto Fujimori el 24%. El tercero en discordia, Luis Alva Castro -el candidato del gobierno de entonces- obtuvo el 20% de los sufragios. En total, 71% del electorado se definió por ellos, y sólo Alva logró un sufragio mayor –porcentualmente- que el alcanzado por el ganador de la primera vuelta del 2021.
El 2016, la cosa no fue excepcionalmente distinta. Keiko logró 32% en la primera ronda y PPK el 21% en tanto que Verónica Mendoza acumuló el 18%
De los sufragios, porcentaje similar al que hoy la ONPE le adjudica al ganador de la contiende del 11 de abril de este año.
Esto se explica, por cierto, por el escepticismo del electorado, por la desconfianza que genera en el país “la clase política”, y por la incapacidad de la misma de interesar a las grandes mayorías nacionales. En este marco ha primado la confusión y se ha impuesto una suerte de voluntad instintiva de las masas que quieren que “esto” cambie, aunque no necesariamente sepan con precisión cómo debiera esto suceder. Agobiados por la economía, acorralados por la Pandemia, y virtualmente abandonados por el Estado; los pobres del Perú -casi la mitad de la población- buscaron un salvavidas sin pensar mucho en el capitán del barco
Pero el resultado, que es incierto, se complementa con el hecho que es parcial, porque responde tan sólo a una primera decisión -la primera ronda electoral-. Habrá que esperar el desenlace del 6 de junio, para observar el comportamiento de los electores.
LA CRISIS DE LA IZQUIERDA
Lo que salta a la vista, sin embargo, es la situación de la Izquierda. En estas elecciones, como no había ocurrido desde 1985, cuando Alfonso Barrantes era el líder de IU; la Izquierda Peruana asomó realmente como una alternativa de Gobierno y de Poder. No obstante, su división logró en primera vuelta más votos que el “tío frejolito” en su confrontación con Alan García. Allí, como se recuerda, Barrantes obtuvo el21% de los votos; pero hoy la suma de Castillo y Verónica supera un no desdeñable 26%.
Se puede -y se debe- debatir el fenómeno de la división. Pero éste finalmente, tiene sólo una explicación: la Izquierda, durante 25 años –más precisamente entre 1990 y el 2015- tuvo una línea electoral, pero no una línea política. Se preparó obcecadamente para participar en elecciones, hizo alianzas electorales, llegó a acuerdo, suscribió plataformas y lanzó mensajes. Pero todo ello en un marco electoral y con propósitos también electorales. En los hechos, renunció a su trabajo político.
Esto generó en el Perú un fenómeno: un proceso social que marchó por su cuenta y que se expresó en duras luchas, como Conga, Bagua, las Bambas o Tía María; y una expresión electoral que marchó sin fortuna en todos los comicios nacionales entre ese año, y el 2016. Es verdad que a partir del 2017 se pudo observar una cierta recuperación de esa catalepsia política, pero ese fruto, aún no ha madurado.
La división entonces, asoma ahora como expresión de dos tendencias. La primera –personificada en Pedro Castillo- simboliza a “los de abajo”. Y la segunda, está compuesta por una amalgama de corte netamente electoral. Mientras la primera fue creciendo “de a pocos”; la segunda se fue desdibujando en la medida que iba retrocediendo ante el acoso de la reacción. Este retroceso sólo puede atribuirse a su precaria consistencia política.
Verónica Mendoza hizo, en general, una buena campaña. Sobre todo, muy fatigosa y estresante, sacrificada y hasta heroica. Como se podría decir en términos deportivo, “dejó todo en la cancha”, y no mereció perder. Eso ocurrió porque no hizo goles, y más bien dejó que se los hicieran.
Sufrió los ataques más duros de la reacción. La acorralaron, y la arrinconaron a su gusto y cuantas veces quisieron hacerlo. Ella, al comienzo puso resistencia, pero poco a poco, fue cediendo. De una “alternativa roja”, como la llamaron al inicio, pasó a semejar una “alternativa rosa”. El color, pasó a Castillo.
¿Cuáles fueron los retrocesos más significativos? Veamos: le exigieron que respetara al Banco Central de Reserva y no tocara a su ínclito Presidente; que no “se metiera” con la inversión Privada; que respetara escrupulosamente el Programa económico vigente; que se rindiera ante el rol de la empresa privada, Finalmente lograron que -poco a poco- fuera retrocediendo: se reunió con empresarios para “dar garantías” a su inversión, dejó de hablar del BCR; y hasta tomó como ejemplo las recetas del Fondo Monetario Internacional en un esfuerzo por poner en evidencia su extrema mezquindad.
En el caso de Venezuela, fue más o menos lo mismo. Y ocurrió en tres tiempos. Al comienzo admitió que se trataba de “un régimen autoritario”. Después, concedió: “es una dictadura”, Y, por último, capitulo: “yo estoy en contra de esa dictadura”.
Ella cargó con todo el peso de las agresiones del enemigo, Le dijeron de todo. Incluso, le trucaron fotos con Abimael Guzmán, para descalificarla. Le dijeron “terrorista”, en su cara pelada En cambio la derecha no se metió para nada con Castillo. No lo criticó, ni lo atacó. Ni siquiera lo tomó en cuenta. Para ella, simplemente, no existía. El enemigo, era Verónica. Pero, aun así, Castillo se cuidó de no ofrecer flancos. Cuando le dijeron que Venezuela era una dictadura, respondió lacónicamente: “No”. Y cuando le pidieron que explicara su opinión, dijo dos cosas: tiene parlamento y hay Oposición. Nada más.
Por eso Castillo hizo su campaña “por la sombra”, “caleta nomás” se podría decir. Y cuando quisieron golpearlo, ya era tarde. Marchaba primero en las encuestas que ni siquiera podían publicarse. Eso ocurrió en las 72 horas antes del 11 de abril.
EL ENEMIGO, ES EL FASCISMO
El resultado electoral del 11, puso en evidencia lo que días antes, el 5 de abril, dijera el Centro de Estudios “Democracia, Independencia y Soberanía” –el CEDIS-. El peligro aquí, es el fascismo. Hoy, con inusitada desfachatez, se levantar como “la alternativa democrática” para “salvar al Perú del extremismo”. Y su abanderada –según los indicadores de la ONPE- será Keiko Fujimori. Su sueño, es nuclear a toda la derecha y hacerse del Poder a cualquier precio. Y su propósito, es restaurar el régimen Neo Nazi de Alberto Fujimori en lo que se dio en llamar “La Década Dantesca”.
No están, sin embargo, ante un reto fácil. La suma de los votos de la derecha “no les alcanza”. Sumamos, Keiko, Hernando de Soto y López Aliaga, llegan al 36%. En cambio, la gran alianza anti fujimorista que la realidad le impone al país. Se sitúa en un 44% sumando los porcentajes de Castillo, Verónica, Lezcano y Forsyth
Incluso, a nivel parlamentario, la suma de las “bancadas” que podría digitar el fascismo, llega a 51 de un total de 130; en tanto que un bloque unido de fuerzas anti fascistas, arribaría sin mayores problemas a 65, lo que le daría incluso mayoría parlamentaria absoluta.
El tema de fondo radica en que realmente se entienda que Keiko Fujimori no representa sólo a la derecha tradicional. Encarna la más peligrosa y siniestra amenaza fascista que se cierne sobre la sociedad peruana. Para cerrarle el paso a Keiko, la Izquierda y el pueblo en el 2016, no tuvieron más alternativa que votar por Pedro Pablo Kuczynski. Hoy, no tendrán otro camino, sino cerrar filas con Pedro Castillo. No hay rutas intermedias.
Es posible que, por lo menos en un primer momento, esto no se entienda. Habrá quienes prefieran votar en blanco, o simplemente no votar. No faltarán estructuras y Partidos que opten por “dejar en libertad” a sus adherentes para que “voten por quien quieran”. Pero ambas opciones, objetivamente, beneficiarían al fascismo. La derecha no se abstendrá de votar, ni lo hará “en blanco”. Cerrará filas con Keiko aunque vomite más tarde.
La campaña contra Castillo será brutal. Lo acusarán de todo y le inventará las perversiones más siniestras. Lo acusarán de Senderista y de Terrorista. Y tratarán de mimetizarlo con Abimael Guzmán y los suyos. Trucarán fotos, revelarán “evidencias”, inventarán eventos, falsificarán documentos. Todo, antes de perder la posibilidad de saborear la pera en dulce que les asoma cercana.
EL UNICO CAMINO, ES LA UNIDAD
El único modo de contrarrestar esto, es construir la unidad. La iniciativa debe tomarla por cierto el propio Castillo, pero debe encontrar receptividad y apoyo. La base deberá ser un programa básico -no una “hoja de ruta”- que registre la voluntad unitaria, y un discurso creador y constructivo.
Se dice que la historia pone sobre los hombros de las personas las tareas más difíciles, y ellas tienen el deber de encararlas.
Este es el caso. Sin mezquindad alguna y sin prejuicios, hay que asumir una decisión concreta: cerrar el paso al fascismo constituye para los peruanos de hoy, un deber esencial.
Notas:
* Colectivo de redacción de Nuestra Bandera
Fuente: Resumen Latinoamericano