El boicot masivo a las últimas elecciones legislativas tunecinas, tanto en primera como en segunda vuelta, con una abstención cercana al 90%, ha convertido al populismo de Kaïs Saïed en un populismo sin pueblo. Y, lógicamente, el eslogan del presidente tunecino, «el pueblo quiere», debería transformarse en «el pueblo no quiere».
En cualquier otro país, el Jefe de Estado habría sido sensible a tal desconocimiento, a un rechazo tan significativo del voto como herramienta de expresión cívica, y se habría cuestionado a sí mismo. No es el caso de Kaïs Saïed, a quien no parece haberle inquietado, que no escucha a nadie y que se aferra, cueste lo que cueste, a la puesta en práctica de su populismo, peligrosa y dogmática.
Regionalismo y Tribalismo
Este proyecto casi mesiánico tiene dos componentes. El primero, el económico, lo encarnan las empresas comunitarias, koljoses que no dicen su nombre. Para Kaïs Saïed, estas organizaciones son la panacea: permiten reactivar la economía y reducir el desempleo. La segunda parte, por su parte, es política.
Se basa en el proyecto presidencial de “Nueva construcción” -una gobernanza invertida que exige el ejercicio del poder a nivel regional y local- que muchos comparan con los soviets de la extinta URSS o con las coordinaciones populares de la Jamahiriya de Muammar Gaddafi. Un proyecto que corre el riesgo de despertar los demonios del regionalismo y el tribalismo.
Nuevo orden mundial
El mesianismo del presidente tunecino no se detiene en las fronteras de Túnez. Kaïs Saïed quiere cambiar el orden mundial. Desprecia y castiga al FMI, a las instituciones financieras internacionales y a las agencias de calificación a las que vilipendió en su discurso en Washington, el 16 de diciembre de 2022, con motivo de la cumbre Estados Unidos-África. “Los remedios propuestos por los círculos financieros y monetarios internacionales no son remedios”, dijo en ese momento. Es más bien una marca con hierro candente, o incluso explosivos que pueden encender la pólvora. Las clasificaciones publicadas de vez en cuando se basan en números. Los seres humanos no son meras estadísticas.
Al margen de la cumbre, Kaïs Saïed agregó una capa a esto en una declaración a la agencia TAP: “Las soluciones a los problemas de Túnez no pueden ser resueltas únicamente por cifras, ni por el FMI ni por ningún otro fondo. Ninguna parte extranjera puede imponernos sus propias soluciones o alternativas”. Mismo ataque en regla dirigido contra la globalización, que se “autodestruye”, el presidente tunecino afirmó no querer ver a su país “aparecer entre sus víctimas”.
Unos días antes en Riad, Arabia Saudita, donde se realizaba la cumbre chino-árabe, el presidente tunecino volvió a declarar: “Nuestros pueblos [árabes y chinos] han pagado un alto precio por la globalización, que en nada ha cambiado la realidad del mundo. Qué importa que todo el planeta reconozca que la globalización ha transformado la faz del planeta, Kaïs Saïed sostiene lo contrario.
Más allá de la demagogia contenida en esta frase, hay por parte del número uno tunecino un desconocimiento flagrante de la economía y las relaciones internacionales. Creer que los chinos, como los árabes, han pagado un alto precio por la globalización es completamente absurdo. China es a la vez uno de los principales protagonistas y uno de los mayores beneficiarios de la globalización. Mejor aún, es gracias a la globalización que Pekín se ha vengado de la historia y, sobre todo, de las potencias occidentales que la saquearon durante más de un siglo. Un saqueo que afectó incluso al Palacio de Verano, el palacio imperial de Pekín, en 1860.
Ingenuidad, utopía y megalomanía
Sin la globalización, China no se habría recuperado y convertido en la potencia económica que es hoy. Todo esto escapa a Kaïs Saïed. Ya el 7 de octubre de 2021, un episodio anterior ilustró su deseo de cambiar el orden mundial. El Jefe de Estado recomendó entonces a las agencias calificadoras modificar sus criterios de calificación, lo que sería más político que científico. Al recibir al presidente de la Autoridad de Mercados Financieros, recordó a las agencias de calificación que los tunecinos no son alumnos de los que serían maestros.
A través de sus declaraciones en Túnez, así como en Riad y Washington, el presidente tunecino sugiere que el cambio depende de las instituciones financieras internacionales y las agencias de calificación, no de él. Estimó el 20 de enero que «el pueblo es el único capaz de elegir los remedios para enfrentar todos los desafíos». Su mantra se ha mantenido sin cambios durante años: “La gente quiere, sabe lo que quiere y logrará lo que quiere.
¿El deseo del líder tunecino de un gran cambio proviene de la ingenuidad, la utopía o la megalomanía? Poco importa. Lo más preocupante es que la aventura solitaria y mesiánica de Kaïs Saïed está dañando a Túnez que, día tras día, se hunde en una crisis socioeconómica cuyo desenlace nadie puede predecir. A pesar de todo el sentido común, un hombre que cree tener la verdad y que se cree investido de una misión sigue imponiendo su proyecto populista y su dogmatismo.
*Chedly Mamoghli es abogado y analista político
Artículo publicado originalmente en Jeune Afrique
Foto de portada: El presidente tunecino Kaïs Saïed (derecha) junto a su esposa, en Túnez, el 25 de julio de 2022, durante el referéndum constitucional. © Presidencia tunecina/APA Imágenes vía ZUMA/REA.