La expresión Jallalla es una palabra quechua-aymara que tiene distintos significados e interpretaciones. Entre ellos encontré uno que me parece muy apropiado para esta coyuntura porque es una llamado perentorio a la unidad, y dice: “lo que nosotros estamos haciendo y diciendo en estos momentos se va a concretar y no se va a concretar solamente por decirlo, sino que se va a concretar porque nosotros vamos a trabajar para que así sea, todo el universo va a confiar para que así sea, porque nuestros abuelos no murieron en vano, porque nuestro trabajo no es en vano y vamos a decir dos veces ¡Jallalla hermanos, Jallalla!”.
Ya es consenso internacional que las izquierdas bolivianas y el movimiento social/ popular, en su cruenta lucha por encabezar la conducción política del movimiento boliviano para obtener una nueva victoria electoral, terminaron por sacrificar la unidad y las posibilidades de triunfo. La disputa por el liderazgo llevó a la división y esta a su vez a la derrota. En el análisis de las causales políticas e ideológicas que llevaron a la catastrófica derrota encontramos poca autocrítica y mucha crítica que apunta sobre todo a subrayar los errores y desaciertos de los que pudieron ser sus aliados. En nuestra opinión, la ausencia de autocrítica constructiva descalifica la crítica y no se trata de un orden de precedencia sino de elemental honestidad y de lógica política.
Por ejemplo, para algunos analistas hay que enfatizar que, en términos cuantitativos, los votos nulos y blancos sumaron 1.543.884 de un total de 6.900.418 votos emitidos. Este resultado coloca al Voto Nulo detrás de Rodrigo Paz (1.717.432 votos) pero por encima de Tuto Quiroga (1.430.176 votos). Valorando el voto nulo, a nivel territorial, de los 343 gobiernos locales (municipios y autonomías indígenas), se señala que “ganó” en 137. Es más, en un audaz cálculo, suman el nulo y el blanco para obtener 179 de ellos, es decir esta singular victoria se elevaría al 52% del total.
En lo que refiere a la hipotética representación legislativa, el Voto Nulo y Blanco sumados habrían asegurado 47 diputados uninominales de los 63 posibles. Otra mayoría desperdiciada que no logra disimular el enorme error del sectarismo con que se manejaron las potenciales candidaturas. No obstante, estas alegres matemáticas de “lo que pudo ser” llevan a otros analistas a concluir que hay que asumirlo autocríticamente como lo que “pudo ser y no fue” por la falta de unidad y para avanzar a nuevas propuestas políticas y organizativas.
Así entonces, cuando se interpreta la derrota como una victoria parcial y se deja a otras fuerzas progresistas y de izquierda el peso de la derrota, todo parece indicar que la lección esencial aún no ha madurado. La unidad, la suma de intereses comunes y no la resta de los intereses individuales, el dar prioridad a los objetivos estratégicos y la recomposición del campo popular en torno a un proyecto renovado y no a una persona, están todavía ausentes en las posturas hasta aquí expresadas.
El retroceso que este fracaso electoral implica para nosotros es una derrota estratégica, ya que la experiencia histórica demuestra que el impacto político y moral que significa no son fáciles de asimilar y suelen producir desaliento en los sectores populares y desmovilización en sus luchas específicas. Es justo decir que para otros compañeros se trataría solamente de una derrota táctica. Quisiéramos estar equivocados y que ellos tengan razón.
Cuando una derrota de la envergadura de la recibida en Bolivia reclama profundas transformaciones políticas e ideológicas de sus principales dirigentes, cuadros y aparato organizativo y partidario, todo indica que los plazos serán largos ya que está en riesgo la supervivencia misma del proceso revolucionario. El camino hacia un cambio de paradigma, para construir otra sociedad posible, que dé respuesta a los retos no resueltos, parece lleno de obstáculos de largo aliento.
Para que la derrota no sea estratégica, es decir acortar los tiempos, serán necesarios cambios de hondo calado en el MAS, incluso tal vez la radical modificación de sus estructuras y métodos de funcionamiento. El paso de movimiento a partido y el funcionamiento de una verdadera democracia interna que se despoje de los remanentes del caudillismo. La experiencia demuestra también que, así como las victorias promueven la politización, las derrotas alientan la despolitización, lo que nos lleva nuevamente a la necesidad de un instrumento político/partidario que, junto con un proyecto político renovado, contribuya re dinamizar a un movimiento derrotado, cuestiones ambas que no aparecen todavía en el horizonte político boliviano pos derrota.
Para Gramsci la derrota estratégica se refiere “a la incomprensión de la dirección revolucionaria del proletariado” y propone como ruta la “guerra de posiciones”. La guerra de posiciones es un concepto gramsciano que se refiere a una estrategia política en la que se busca consolidar el poder a través de la construcción de alianzas y la creación de una hegemonía alternativa, en lugar de un asalto directo al poder. En lenguaje contemporáneo, para que la derrota estratégica boliviana se transforme en derrota táctica se requiere un replanteamiento fundacional que surja de una profunda autocrítica de los revolucionarios bolivianos y una acción decidida contra el gobierno que se avecina.

Corregir y mejorar
El Estado que se tendrá que diseñar deberá reconstruirse sobre nuevas bases, las instancias de mandato de los pueblos y la participación popular. Habrá que retomar la realización de cabildos abiertos y las asambleas provinciales, para escuchar la voz de las organizaciones de base. Un diseño estatal renovado que sea representativo de las nacionalidades, de la ciudadanía.
Habrá que recordar que el Estado Plurinacional en Bolivia fue resultado de un proceso de luchas y reivindicaciones de los pueblos indígenas y movimientos sociales que históricamente habían sido excluidos de la vida política y social del país. La crisis del modelo neoliberal a principios del siglo XXI y la emergencia de un fuerte liderazgo indígena abrieron las puertas a la exigencia de una refundación del Estado. La Constitución Política del Estado, aprobada mediante referéndum en 2009 y que ahora corre serios peligros, resumía las demandas más sentidas de la mayoría, pero poco a poco se fue perdiendo el impulso inicial y la inclusión y la participación de las 36 naciones y pueblos indígenas originarios y campesinos reconocidos en el país se estancó y quedó en muchos casos en lo formal.
Las agrupaciones más orgánicas, como los sindicatos agrupados en la COB, los militantes campesinos y de pueblos originarios agrupados en el llamado pacto de unidad conformado por la Confederación Nacional de Mujeres Campesinas Indígenas Originarias de Bolivia «Bartolina Sisa» (CNMCIOB-BS), la Confederación Sindical de Comunidades Interculturales Originarias de Bolivia (CSCIOB), el Consejo Nacional de Ayllus y Markas del Qullasuyu (CONAMAQ) y la Confederación de Pueblos Indígenas de Bolivia (CIDOB), además de la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB) entre otras, no lograron culminar la democratización de la sociedad desde abajo, tampoco gestionaron las muchas y mayores autonomías anunciadas en los inicios y la vinculación funcionó muy bien desde arriba, no así de abajo hacia arriba que fue en general defectuosa y carente de iniciativa.
Hay que apuntar que la renegociación de contratos de los hidrocarburos, permitieron que Bolivia enfrentara con éxito una crisis que era una permanente amenaza. Asimismo, hubo prioridad en gastos en educación, salud y apoyos sociales que contribuyeron a que se redujeron la pobreza. No obstante, no se concretó la institucionalización del poder soberano popular. Tarea pendiente que se convierte en bandera de las próximas luchas.
En materia de democracia, si bien se arrancó con la deliberación colectiva y consciente del pueblo, se extravió el camino y se reemplazó por los entendimientos entre liderazgos y caudillos. Una práctica que dificultó aún más las posibilidades de una candidatura de alianza que fuera competitiva y representativa de las mayorías. Asumir un nuevo proyecto de nación que se haga cargo de las debilidades mencionadas aparece como el desafío principal de las izquierdas bolivianas y las organizaciones sociales que comparten un ideario común.
La variante internacional
Las principales potencias que están luchando por conseguir los minerales necesarios para la transición energética y América Latina la han convertido en un campo de batalla principal. Más de la mitad del litio del mundo está en Argentina, Bolivia y Chile, un triángulo que ha despertado el interés de gobiernos e inversores por entrar a esos mercados. Como Estados Unidos llegó tarde a la repartición inicial, el actual inquilino de la Casa Blanca aspira a acceder a las mayores reservas del mundo del metal por otras vías.
Con Milei sometido al trumpismo, la derrota del progresismo y la izquierda boliviana abre mayores oportunidades para que la potencia estadounidense se apodere del litio. Bolivia lidera la lista con unas reservas conocidas estimadas en 21 millones de toneladas, seguido por Argentina (19,3 millones) y Chile (9,6 millones), según el Servicio Geológico de EE.UU. No es extraño que EU considere la presencia de China en la región como peligro maligno. En Bolivia, las firmas chinas, CATL, BRUNP y CMOC, comprometieron cerca de US$1.000 millones en proyectos de litio en los departamentos de Potosí y Oruro, según el centro de estudios Atlantic Council.
Estados Unidos está buscando activamente fortalecer su posición en las cadenas de suministro globales de minerales críticos y tecnologías verdes. En ese contexto, el litio está demostrando ser un área cada vez más crítica en la competencia tecnológica y geopolítica entre Estados Unidos y China. Es de temer que, con el estilo de negociación bajo chantaje de Donald Trump, se reviertan acuerdos y compromisos en el llamado Triángulo del Litio y que por la vía de victorias electorales de dudosa raíz democrática sea la potencia del norte la que termine por ser la beneficiada.
El enemigo está en movimiento
Para la segunda vuelta se están enfrentando dos fuerzas políticas con proyectos neoliberales. Por un lado, Jorge “Tuto” Quiroga que se muestra como la alternativa social conservadora dura y radical que busca el retorno del neoliberalismo y la república, que busca la restitución del mercado y la inversión privada como el motor de la economía y del desarrollo de la sociedad. Por el otro lado, Rodrigo Paz Pereira, que disfraza su proyecto neoliberal bajo la tesis de que existe un capitalismo bueno, o capitalismo para todos, pero que busca el poder y la riqueza para el sector más elevado de la sociedad boliviana y donde están excluidos los pobres. Los dos candidatos buscaran imponer medidas que empoderen al mercado, el capital y buscar modernizar el país al precio que sea. Quiroga buscara un crédito del FMI y Paz aplicara un nuevo pacto fiscal que beneficiara a la elite cruceña.
Otro elemento que nos hace pensar en una derrota estratégica es que, cualquiera sea el vencedor, no sólo gobernará desde la derecha sino además hará retroceder una serie de derechos adquiridos por el pueblo. Existe el claro peligro de que los enemigos de clase abusarán de su mayoría parlamentaria para reformar la Constitución implementada en la asamblea plurinacional. Ello no solo legitimará el retroceso al neoliberalismo, sino que generará un cambio en el orden constituido de influencia completamente negativa para el campo popular.
La lucha contra el neoliberalismo y el retorno del proyecto inicial no tendrá mayor efecto ni impacto sino se le reconstruye de manera revolucionaria desde las bases.
¡Jallalla la unidad, porque solo la unidad por intereses superiores permitirá la reconstrucción del campo popular!
Daniel Martínez Cunill* Catedrático, politólogo, asesor parlamentario del Partido del Trabajo de México, PT, coordinador del Grupo de Reflexión de América Latina y el Caribe, GRALyC.
Foto de portada: minsalud.gob.bo/