La nueva revitalización y puesta en marcha de una política industrial sostenida sobre la construcción de una Política Europea de la Defensa debería ser objeto de un mayor debate y escrutinio público. El marco recurrente en la mayor parte de medios de comunicación y repetido hasta la saciedad por, entre otras, la ministra de Defensa española Margarita Robles, es sencillo, y se articula sobre tres ideas que no necesariamente deberían estar vinculadas: «Trabajar para la paz, invertir en defensa, peligro inminente ruso». Así de sencilla es la línea argumental que se ha desplegado desde hace aproximadamente dos semanas.
Una línea argumental que coincide en el tiempo con dos acontecimientos que han llevado a los líderes europeos a un nerviosismo que pocos tratan de ocultar, y esos son las declaraciones de Trump y el fracaso de la ofensiva ucraniana.
El primero, las declaraciones de Donald Trump durante un mitin en Carolina del Norte donde advertía a los aliados de la OTAN que «alentaría a Rusia a hacer lo que quisiera con los países morosos», es decir, aquellos que no hubieran asumido el incremento del PIB 2% en seguridad y defensa aprobado en la Cumbre de Gales de 2014. Nada nuevo, ya en 2016 el presidente Obama reprochaba la ausencia del incremento del gasto en seguridad y defensa. Trump, siempre más directo, en ese mismo año condicionó la defensa de sus socios al incremento del aporte a la organización. A unos meses de unas nuevas presidenciales norteamericanas y, a pesar de las actuales circunstancias, a nadie debería extrañar estas declaraciones, que, por otra parte, no alteran un ápice el espíritu de la política exterior norteamericana desde, al menos, el mandato de Obama.
El segundo acontecimiento relevante ha sido el fracaso de la ofensiva ucraniana de 2023 atribuible tanto a la escasez de armas y munición, como de hombres, pero también a los errores estratégicos y desencuentros en la propia cúpula militar ucraniana que se saldaron con la salida del general Zaluzhny hace unas semanas. La demora en la aprobación de nuevas partidas presupuestarias en el Senado norteamericano, así como su reducción durante los últimos meses han tenido un impacto brutal en el frente ucraniano. De este modo, el ejército ruso avanza en el Donbás donde ya controla en torno al 20% del territorio de Ucrania.
La conjunción de estos dos hechos, ha provocado la explosión de una serie de declaraciones por parte de distintos líderes europeos, empezando por la flamante nueva candidata del PPE a las elecciones al Parlamento Europeo y actual Presidenta de la Comisión Europea, que declaró que «la amenaza de una guerra puede no ser inminente pero no es imposible» así como que «no hay que exagerar los riesgos de una guerra, pero hay que prepararse para ellos». En esta misma línea, pero subiendo un grado más, ha planteado que no era descartable el envío de tropas europeas a Ucrania. Para ello, claro, el incremento del gasto en seguridad y defensa es una de las variables claves.
Lo que se observa es el incremento de una suerte de debate oportunista sobre Ucrania en donde se vincula la potencial amenaza rusa a territorio OTAN, con la necesidad de aumentar el gasto en seguridad y defensa, independientemente de cualquier otra consideración. Así, se asume que los pasos del Kremlin son impredecibles y que estaría dispuesto a continuar una expansión imperial que no se detendría en Ucrania y no se observa en ningún caso la propia estrategia de seguridad rusa ni, por supuesto, la propia cultura política rusa o sus capacidades militares convencionales reales.
En lugar de enmarcar el debate sobre el incremento de las partidas de seguridad y defensa europea en términos de la necesidad de que la UE tenga una auténtica autonomía estratégica que le permita no ser dependiente en defensa, energía y suministros, y hacerlo en términos de consulta democrática a la ciudadanía, lo que se observa es cómo el marco discursivo se ha articulado sobre la base del miedo. Y ello es debido a dos cuestiones, la primera la creciente fatiga de guerra por la que atraviesan las sociedades europeas y su ausencia de conciencia sobre la proximidad de la guerra y de su involucración en la misma; la segunda, la presión por demostrar a los norteamericanos el compromiso europeo con la seguridad y la defensa.
Europa en la actual situación geopolítica no está en condiciones de dar una respuesta al corto y medio plazo a las necesidades que tiene Ucrania sobre el terreno y eso nuestros líderes lo saben. También son conscientes de que la reconstrucción de la defensa de la UE va más allá de Ucrania y que ésta conlleva costos y riesgos inevitables que tendrán que contar a su ciudadanía y que requieren de un debate democrático exhaustivo y políticas que cuenten con una base consistente y bien articulada. Y, por último, pero no menos importante, la ingente presión que la industria armamentística está poniendo sobre la UE para favorecer el incremento de su producción y, sobre todo, mantenerla de manera sostenida en el tiempo, de ahí que el gasto en defensa se quiera mantener alejado de posibles «techos de gasto».
De hecho, lo que desde ya se debería estar exigiendo a los gobiernos es que cesen con el alarmismo, que expliquen cuales son los planes que existen, si los hubiera, más allá del rearme, para la (re) construcción de la arquitectura de seguridad y defensa europea autónoma, así como el papel que jugaría en la misma EEUU, y eventualmente Rusia. Es imprescindible que Europa vaya más allá de prepararse para la guerra, y preguntarle cómo se quiere preparar para la paz.
*Ruth Ferrero-Turrión, profesora de Ciencia Política y Estudios Europeos en la UCM.
Artículo publicado originalmente en Público.es.
Foto de portada: Uniformes de mandos militares en la Academia de Infantería, a 9 de noviembre de 2023, en Toledo.- EP