Los sucesos de la semana pasada deberían borrar cualquier duda de que la guerra contra los palestinos de Gaza es una operación conjunta de Estados Unidos e Israel. El viernes, mientras la administración de Biden se quedaba sola entre las naciones del mundo al vetar una resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que pedía un alto el fuego inmediato, el Secretario de Estado Antony Blinken estaba ocupado eludiendo la revisión del Congreso para apresurar la aprobación de una venta «de emergencia» de 13.000 cartuchos de tanque a Israel. Durante semanas, Blinken ha estado recorriendo Oriente Medio y apareciendo en decenas de cadenas de televisión en una gira de relaciones públicas destinada a vender al mundo la idea de que la Casa Blanca está profundamente preocupada por la suerte de los 2,2 millones de habitantes de Gaza. «Demasiados palestinos han muerto; demasiados han sufrido estas últimas semanas, y queremos hacer todo lo posible para evitar que sufran daños», declaró Blinken el 10 de noviembre. Un mes después, con el número de muertos disparándose y las peticiones de alto el fuego aumentando, Blinken aseguró al mundo que Israel estaba aplicando nuevas medidas para proteger a los civiles y que Estados Unidos estaba haciendo todo lo posible para animar a Israel a emplear un poco más de moderación en su campaña de matanzas generalizadas. Los acontecimientos del viernes hicieron que esos tópicos se convirtieran en un charco de sangre.
En los últimos dos meses, Benjamin Netanyahu ha argumentado, incluso en los canales de noticias estadounidenses, «Nuestra guerra es vuestra guerra». En retrospectiva, esto no era una súplica a la Casa Blanca. Netanyahu estaba constatando un hecho. Desde el momento en que el presidente Joe Biden habló con su «gran, gran amigo» Netanyahu el 7 de octubre, inmediatamente después de las mortíferas incursiones dirigidas por Hamás contra Israel, Estados Unidos no sólo ha suministrado a Israel armas adicionales y apoyo de inteligencia, sino que también ha ofrecido una cobertura política crucial a la campaña de tierra quemada para aniquilar Gaza como territorio palestino. Es irrelevante qué palabras de preocupación y cautela han fluido de la boca de los funcionarios de la administración cuando todas sus acciones han ido encaminadas a aumentar la muerte y la destrucción.
La propaganda de la administración Biden ha sido a veces tan extrema que incluso los militares israelíes les han sugerido que bajen el tono. Biden afirmó falsamente haber visto imágenes de «terroristas decapitando niños» y luego transmitió a sabiendas esa acusación no verificada como un hecho -incluso a pesar de las objeciones de sus asesores- y cuestionó públicamente el número de muertos entre la población civil palestina. Nada de esto es casual, ni puede atribuirse a la propensión del presidente a exagerar o tropezar en meteduras de pata.
Todo lo que sabemos sobre el historial de 50 años de Biden apoyando y facilitando los peores crímenes y abusos de Israel nos lleva a una conclusión: Biden quiere que la destrucción de Gaza por Israel -con más de 7.000 niños muertos- se desarrolle como lo ha hecho.
El distópico espectáculo de juegos de Israel
La naturaleza horripilante de los ataques del 7 de octubre dirigidos por Hamás no justifican en modo alguno -moral o legalmente- lo que Israel ha hecho a la población civil de Gaza, más de 18.000 de los cuales han muerto en un periodo de 60 días. Nada justifica la matanza de niños a escala industrial. Lo que está haciendo el Estado israelí ha superado con creces cualquier principio básico de proporcionalidad o legalidad. Los propios crímenes de Israel eclipsan los de Hamás y los demás grupos que participaron en las operaciones del 7 de octubre. Sin embargo, Biden y otros funcionarios estadounidenses siguen defendiendo lo indefendible sacando a relucir su trillada y retorcida noción del derecho de Israel a la «autodefensa».
Si aplicamos ese razonamiento -promovido tanto por Estados Unidos como por Israel- a los 75 años de historia anteriores al 7 de octubre, ¿cuántas veces a lo largo de ese período habrían estado «justificados» los palestinos para masacrar a miles de niños israelíes, atacando sistemáticamente sus hospitales y escuelas? ¿Cuántas veces habrían actuado en «defensa propia» mientras arrasaban barrios enteros, transformando en tumbas de hormigón los edificios de apartamentos que los civiles israelíes llamaban hogar? Esta justificación sólo funciona para Israel porque los palestinos no pueden decretar tal destrucción sobre Israel y su pueblo. No tiene ejército, ni marina, ni fuerza aérea, ni naciones poderosas que le proporcionen el material militar más moderno y letal. No tiene cientos de armas nucleares. Israel puede quemar Gaza y a su pueblo hasta los cimientos porque Estados Unidos se lo facilita, política y militarmente.
A pesar de todo el tiempo de antena consumido por Blinken y otros funcionarios estadounidenses jugando a maquillar la cuestión de la protección de los civiles palestinos, lo que se ha desarrollado sobre el terreno no es ni más ni menos que un acorralamiento de la población de Gaza en una jaula de muerte cada vez más pequeña. El 1 de diciembre, Israel publicó un mapa interactivo de Gaza dividiéndola en cientos de zonas numeradas. En el sitio web en árabe de las Fuerzas de Defensa de Israel, se animaba a los residentes de Gaza a escanear un código QR para descargar el mapa y a seguir los canales de las FDI para saber cuándo tenían que evacuar a una zona diferente para evitar ser asesinados por las bombas o las operaciones terrestres israelíes. Esto no es ni más ni menos que un programa distópico de Netflix producido por Israel en el que los participantes no tienen opción de salirse y en el que una suposición errónea hará que tú y tus hijos acabéis mutilados o muertos. En un nivel básico, es grotesco decirle a una población atrapada que tiene acceso limitado a alimentos, agua, atención médica o vivienda -y cuyas conexiones a Internet han sido cortadas repetidamente- que se conecte en línea para descargar un mapa de supervivencia de una fuerza militar que los está aterrorizando.
A lo largo del desfile unipersonal de Blinken proclamando que Estados Unidos había dejado claro a Israel que tiene que proteger a los civiles, Israel ha atacado repetidamente zonas de Gaza a las que había dicho a los residentes que huyeran. En algunos casos, las IDF enviaron mensajes SMS a la gente sólo 10 minutos antes de atacar. Uno de esos mensajes decía: «Las FDI iniciarán un aplastante ataque militar en su zona de residencia con el objetivo de eliminar a la organización terrorista Hamás». El Secretario General de la ONU, António Guterres, dijo que los palestinos estaban siendo tratados «como pinballs humanos – rebotando entre zonas cada vez más pequeñas del sur, sin ninguno de los elementos básicos para la supervivencia». Blinken atribuyó el continuo aumento de cadáveres palestinos a «una brecha» entre la intención declarada de Israel de reducir las muertes de civiles y sus operaciones. «Creo que la intención está ahí», dijo. «Pero los resultados no siempre se manifiestan».
El portavoz del Consejo de Seguridad Nacional, John Kirby, se irritó visiblemente cuando le preguntaron el 6 de diciembre sobre la matanza generalizada de civiles por parte de Israel. «No es estrategia de las Fuerzas de Defensa israelíes matar a inocentes. Está ocurriendo. Lo admito. Cada uno es una tragedia», dijo. «Pero no es como si los israelíes se sentaran todas las mañanas y dijeran ‘Eh, ¿cuántos civiles más podemos matar hoy?’ ‘Vamos a bombardear una escuela o un hospital o un edificio residencial y simplemente-y causar víctimas civiles’. No están haciendo eso». Un problema con la perorata de Kirby es que los ataques contra civiles, escuelas y hospitales son exactamente lo que Israel está haciendo -repetidamente. Es irrelevante cuál crea Kirby que es la intención de las IDF. Durante dos meses, numerosos funcionarios y legisladores israelíes han dicho que su intención es estrangular colectivamente a los palestinos de Gaza hasta la sumisión, la muerte o la huida.
Las afirmaciones de Kirby también quedan diezmadas por las revelaciones de un reciente reportaje de investigación de los medios de comunicación israelíes 972 y Local Call. El reportaje, basado en entrevistas con siete fuentes militares y de inteligencia israelíes, describía detalladamente cómo Israel conoce con precisión el número de civiles presentes en los edificios que ataca y, en ocasiones, ha matado a sabiendas a cientos de civiles palestinos para matar a un solo alto mando de Hamás. «Nada ocurre por accidente», dijo una fuente israelí. «Cuando se mata a una niña de 3 años en una casa de Gaza, es porque alguien del ejército decidió que no era un gran problema matarla, que era un precio que merecía la pena pagar para alcanzar [otro] objetivo. No somos Hamás. No son cohetes lanzados al azar. Todo es intencionado. Sabemos exactamente cuántos daños colaterales hay en cada casa».
Mientras Israel intensifica su maquinaria asesina, desmintiendo todas las declaraciones de Blinken, sigue librando una guerra propagandística coherente con su campaña general de matanzas masivas. Ninguna mentira es demasiado obscena para justificar la matanza masiva de personas que el ministro de defensa de Israel ha llamado «animales humanos». Según esta campaña, no hay niños palestinos, ni hospitales palestinos, ni escuelas palestinas. La ONU es Hamás. Los periodistas son Hamás. Los primeros ministros de Bélgica, España e Irlanda son Hamás. Todo y todos los que disienten lo más mínimo de la narrativa genocida son Hamás.
Es comprensible que Israel se haya acostumbrado a que muchos medios de comunicación occidentales acepten sus mentiras -por escandalosas o viles que sean- cuando se refieren a los palestinos. Pero incluso los medios de comunicación con un largo historial de promover la narrativa de Israel sin control se han inclinado hacia la incredulidad. No porque hayan tenido un cambio de conciencia, sino porque la propaganda israelí es tan absurda que sería vergonzoso fingir lo contrario.
Las fuerzas israelíes han distribuido en los últimos días múltiples imágenes y vídeos de hombres palestinos desnudos hasta la ropa interior -a veces con los ojos vendados- y han afirmado que todos ellos son terroristas de Hamás que se rinden. Estas afirmaciones también se vinieron abajo ante el más mínimo escrutinio: Algunos de los hombres han sido identificados como periodistas, propietarios de tiendas o empleados de la ONU. En una pieza de propaganda especialmente ridícula, un vídeo filmado por soldados de las IDF y distribuido en Internet mostraba a cautivos palestinos desnudos dejando sus supuestos rifles.
El portavoz del Gobierno, Mark Regev, defendió la práctica de desnudar a los detenidos. «Recuerden que estamos en Oriente Medio y que aquí hace más calor. Especialmente durante el día, cuando hace sol, que te pidan que te quites la camisa puede no ser agradable, pero no es el fin del mundo», dijo Regev a Sky News. «Buscamos a personas que lleven armas ocultas, especialmente terroristas suicidas con chalecos explosivos». Regev fue preguntado por esta clara violación de la prohibición de los Convenios de Ginebra de publicar vídeos de prisioneros de guerra. «No estoy familiarizado con ese nivel de derecho internacional», dijo, añadiendo (como si importara) que no creía que los vídeos hubieran sido distribuidos por canales oficiales del gobierno israelí. «Se trata de hombres en edad militar que fueron detenidos en una zona de combate», afirmó.
A pesar de las afirmaciones israelíes de rendiciones masivas de combatientes de Hamás, Haaretz informó de que «de los cientos de detenidos palestinos fotografiados esposados en la Franja de Gaza en los últimos días, entre el 10 y el 15 por ciento son operativos de Hamás o están identificados con la organización», según fuentes de seguridad israelíes. Israel no ha presentado ninguna prueba que respalde su afirmación de que incluso este supuesto pequeño grupo de los prisioneros despojados eran guerrilleros de Hamás.
Así que lo que tenemos aquí es tanto una violación de las Convenciones de Ginebra como una producción inmoral en la que civiles palestinos son obligados a punta de pistola a interpretar a combatientes de Hamás en una película de propaganda israelí.
Sin camino de resistencia
Durante estos dos últimos meses ha quedado indiscutiblemente claro que en realidad no hay dos bandos en este espectáculo de horror. Sin duda, los autores de los horrores cometidos contra civiles israelíes el 7 de octubre deben rendir cuentas. Pero no es de eso de lo que trata esta operación de asesinato colectivo. Y los periodistas deberían dejar de fingir que lo es.
Cualquier análisis de la campaña de terror del Estado israelí contra la población de Gaza no puede comenzar con los acontecimientos del 7 de octubre. Un examen honesto de la situación actual debe considerar el 7 de octubre en el contexto de los 75 años de guerra de Israel contra los palestinos y las dos últimas décadas de transformación de Gaza primero en una prisión al aire libre y ahora en una jaula de matanza. Bajo la amenaza de ser tachados de antisemitas, Israel y sus defensores exigen que se acepten como legítimas las razones oficiales de Israel para sus acciones irracionales, aunque sean manifiestamente falsas o pretendan justificar crímenes de guerra. «Miren al Israel de hoy. Es un Estado que ha llegado a tal grado de locura irracional y rabiosa que su gobierno acusa rutinariamente a sus aliados más cercanos de apoyar el terrorismo», dijo recientemente a Intercept el analista palestino Mouin Rabbani. «Es un Estado que se ha vuelto completamente incapaz de cualquier forma de inhibición».
Israel ha impuesto, por la fuerza letal, la norma de que los palestinos no tienen derechos legítimos a ninguna forma de resistencia. Cuando han organizado manifestaciones no violentas, han sido atacados y asesinados. Así ocurrió en 2018-2019, cuando las fuerzas israelíes abrieron fuego contra manifestantes desarmados durante la Gran Marcha del Retorno, matando a 223 e hiriendo a más de 8.000 personas. Francotiradores israelíes se jactaron más tarde de disparar a decenas de manifestantes en la rodilla durante las manifestaciones semanales de los viernes. Cuando los palestinos se defienden de los soldados del apartheid, los matan o los envían a tribunales militares. Los niños que tiran piedras a los tanques o a los soldados son etiquetados de terroristas y sometidos a abusos y violaciones de sus derechos básicos, si es que no mueren de un disparo. Los palestinos viven sus vidas despojados de cualquier contexto o de cualquier recurso para hacer frente a las graves injusticias que se les imponen.
No se puede hablar de los crímenes de Hamás o de la Yihad Islámica o de cualquier otra facción de la resistencia armada sin abordar primero la cuestión de por qué estos grupos existen y cuentan con apoyo. Uno de los aspectos de esta cuestión debería ser, sin duda, el papel de Netanyahu -que se remonta al menos a 2012- en el apoyo a Hamás y en facilitar el flujo de dinero hacia el grupo. «Cualquiera que quiera frustrar la creación de un Estado palestino tiene que apoyar el apuntalamiento de Hamás y la transferencia de dinero a Hamás», dijo Netanyahu a sus compañeros del Likud en 2019.
Pero en un sentido más amplio, un examen sincero de por qué un grupo como Hamás ganó popularidad entre los palestinos o por qué la población de Gaza recurre a la lucha armada debe centrarse en cómo los oprimidos, cuando se ven despojados de toda forma de resistencia legítima, responden al opresor. Debe centrarse en los derechos de las personas que viven bajo la ocupación a afirmar y defender su autodeterminación. Debería permitir a los palestinos situar su lucha en el contexto de otras batallas históricas por la liberación y la independencia, y no relegarla a polémicas racistas sobre cómo todos los actos de resistencia palestinos constituyen terrorismo y no hay realmente ningún inocente en Gaza. El presidente de Israel lo dijo el 13 de octubre. «Es toda una nación la responsable», declaró Isaac Herzog. «No es cierta esta retórica de que los civiles no son conscientes, no están implicados. Es absolutamente falsa. Podrían haberse sublevado. Podrían haber luchado contra ese régimen malvado que se apoderó de Gaza en un golpe de Estado».
La idea de que los palestinos de Gaza podrían poner fin a todo su sufrimiento derrocando a Hamás es tan ahistórica y falsa como las afirmaciones tantas veces repetidas de que la guerra contra Gaza terminaría si Hamás se rindiera y liberara a todos los rehenes israelíes. «Mire, esto podría terminar mañana», dijo Blinken el 10 de diciembre. «Si Hamás se apartara del camino de los civiles en lugar de esconderse detrás de ellos, si depusiera las armas, si se rindiera». Eso, por supuesto, es una burda mentira. Con o sin Hamás, la guerra de Israel contra los palestinos perduraría precisamente por culpa de Blinken y los de su calaña en los círculos bipartidistas de élite de la política exterior estadounidense.
A lo largo de los años de apoyo estadounidense al régimen de apartheid israelí, Estados Unidos ha facilitado sistemáticamente que Israel «corte la hierba» en Gaza. No se trata de una serie de ataques periódicos contra Hamás, sino de una campaña cíclica de bombardeos terroristas dirigidos en gran medida contra civiles e infraestructuras civiles. El gobierno de Biden no es -y Biden personalmente nunca lo ha sido- un observador externo o un amigo que fomente la moderación durante una cruzada por lo demás justa. Ninguna de estas matanzas estaría ocurriendo si Biden valorara las vidas palestinas por encima de las falsas narrativas de Israel y sus sangrientas guerras etnonacionalistas de aniquilación presentadas como autodefensa. Deberíamos poner fin a la farsa de que se trata de una guerra israelí contra Hamás. Deberíamos llamarla como lo que es: una guerra conjunta estadounidense-israelí contra el pueblo de Gaza.
*Jeremy Scahill es corresponsal y redactor jefe de The Intercept, donde fue publicado originalmente este artículo.
FOTO DE PORTADA: NYT.