El Presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva se encuentra actualmente en Pekín con una enorme delegación oficial y empresarial. Sus objetivos son claros: ante todo, llevar oportunidades de crecimiento a Brasil, cuya economía se ha visto golpeada por la pandemia de Covid.
Las exportaciones brasileñas de materias primas a China se han disparado desde el atracón fiscal de Pekín en 2008, que provocó una demanda reprimida de materias primas.
Más recientemente, las grandes reservas de litio de Brasil, junto con otros materiales críticos para la transición energética, explican un renovado alcance de las exportaciones brasileñas y su positiva balanza comercial con China, una de las pocas del mundo, al menos entre las grandes economías.
Más allá de las exportaciones, China es uno de los mayores inversores de Brasil, especialmente en el sector energético. State Grid ha invertido unos 3.000 millones de dólares en la transmisión de energía eléctrica de Brasil, y la china COFCO también ha invertido más de 1.100 millones de dólares en la agroindustria brasileña.
Los elevados tipos de interés a escala mundial dificultan que Brasil atraiga la financiación necesaria para su desarrollo, lo que hace aún más atractiva la inversión potencial de China.
Un poder medio en auge
Pero el crecimiento y el desarrollo no son los únicos objetivos de la visita de Estado de Lula a Pekín. Como segundo presidente de Brasil, Lula quiere marcar la diferencia y llevar a su país al escenario global de las potencias medias.
Las vías tradicionales para lograr este objetivo no están funcionando para Brasil, con un Grupo de los Veinte bastante disfuncional y la ausencia de acuerdos comerciales con Estados Unidos y el Mercosur, que lleva 20 años en preparación, con la Unión Europea.
Es probable que Lula piense que sólo China puede ofrecer resultados rápidos con su Iniciativa Sur Global y ayudar a Brasil a convertirse en un importante líder regional dentro de América Latina.
De hecho, China ha ofrecido astutamente la presidencia del Banco de los BRICS, rebautizado como Nuevo Banco de Desarrollo, a la mano derecha de Lula, Dilma Rousseff, que se convirtió en presidenta de Brasil en 2016 después de que Lula fuera sometido a juicio político y destituido.
En busca de la autonomía
Un tercer y último objetivo que Lula intenta alcanzar con esta visita es mostrar a EE.UU. que Brasil tiene opciones.
Esto probablemente no difiera demasiado del objetivo del presidente francés Emmanuel Macron en su reciente viaje a Pekín. Una gran diferencia entre ambos, sin embargo, se refiere a su posición sobre Ucrania, donde Macron no podría ejercer mucha «autonomía estratégica», atado por la retórica de la OTAN, mientras que Lula ciertamente puede y ya lo ha hecho.
De hecho, desde febrero Lula ha intensificado los esfuerzos diplomáticos para poner fin a la guerra en Ucrania mediante la creación de un llamado «club de la paz», con una posible invitación a Indonesia. Hasta qué punto se trata de un esfuerzo independiente o ensombrecido por China es una gran incógnita, pero muestra claramente que Brasil, bajo Lula, tendrá su propia agenda diplomática y que la influencia de Estados Unidos podría disminuir aún más.
Para el presidente chino, Xi Jinping, Lula no es sólo un jefe de Estado más en peregrinación a Pekín, sino uno muy importante, dado el tamaño y la ubicación estratégica de Brasil, para inclinar la balanza a favor de un Sur Global más unido y dispuesto a seguir el liderazgo mundial de China.
Dos aspectos parecen especialmente importantes para Xi: la internacionalización del renminbi y el papel de China como intermediario de soluciones globales. En cuanto al primero, Brasil anunció la semana pasada el establecimiento de una infraestructura local para la compensación de yuanes, lo que debería impulsar el uso internacional de la moneda china.
Sin embargo, éste es sólo uno más de los 20 centros de compensación de yuanes que existen en todo el mundo, que aún no han hecho mella en el papel del dólar estadounidense como moneda de reserva mundial. Mucho más tendrá que ocurrir en este frente para que Xi vea la desaparición del dólar durante su mandato, por largo que éste acabe siendo.
En cambio, Lula sí puede contribuir apoyando las iniciativas de China, empezando por su plan de paz para la guerra de Ucrania, pero también la Iniciativa de Desarrollo Global, como parte de las diversas narrativas impulsadas por Xi para atraer a los países emergentes y en desarrollo a la esfera de influencia de Pekín.
Aunque hasta ahora Brasil se ha mantenido al margen de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, mejor establecida, Lula ha elogiado personalmente esta iniciativa y ha sido un ferviente partidario de la alianza BRICS desde la primera cumbre celebrada en China en 2011.
Está por ver hasta qué punto Lula estará dispuesto a cambiar la autonomía estratégica de Brasil por una alianza más estrecha con China en el contexto de la cooperación Sur-Sur. La respuesta no solo dependerá de los 20 acuerdos de cooperación que se espera que se firmen durante la actual visita de Estado de Lula, sino, lo que es más importante, del margen que China esté dispuesta a dejar a Brasil como potencia intermedia frente al habitual enfoque de Xi de las relaciones internacionales, basado en el «centro y la punta».
Por mucho que Lula se incline claramente hacia China en detrimento de las relaciones entre Brasil y Estados Unidos, sigue creyendo que Brasil debe impulsar un mundo multipolar en el que las potencias medias como su país tengan voz y voto.
*Alicia García Herrero es economista jefe para Asia-Pacífico en Natixis e investigadora senior en Bruegel.
Este artículo fue publicado por Asia Times.
FOTO DE PORTADA: Rede Brasil Atual.