OTAN A LAS PUERTAS DE RUSIA
Desde noviembre de 2021 han recrudecido las campañas políticas y militares del imperialismo yanqui, con su inseparable batería mediática internacional, tergiversando la realidad a propósito de Ucrania.
Según la administración Biden y la OTAN, brazo militar del imperialismo yanqui y europeo, ese país de Europa oriental gobernado por el presidente Volodimir Zelenski estaría a punto de ser invadido por Rusia. El único argumento es que Vladimir Putin tendría 100.000 soldados en zonas cercanas a Ucrania, entre los apostados en territorio ruso y los efectivos de, Bielorrusia, aliado moscovita y fronterizo con la supuesta víctima.
Esa cercanía militar no significa nada. Los soldados rusos y bielorrusos no han invadido ni un milímetro de Ucrania. Están en sus respectivos países y desde principios de febrero realizan ejercicios militares, varios meses después de comenzada la campaña mundial estadounidense-atlantista en su contra. El argumento ruso es que son ejercicios de dos aliados, que no ponen en riesgo a terceros países. Es su derecho soberano, dijo el gobierno moscovita, y repitió que no tiene ninguna intención en invadir al vecino con capital en Kiev.
Las pruebas de su vocación pacífica han sido reiteradas por el Kremlin. Putin ha tenido diálogos con Biden, Emmanuel Macron y otros líderes europeos. El canciller ruso Serguei Lavrov los mantuvo con el secretario de Estado norteamericano Antony Blinken y los cancilleres de Alemania, Francia y otros de los 27 socios de la Unión Europea presidida por Úrsula von der Leyen.
Como bien se preguntó Putin en un discurso, frente a la ruin campaña en su contra, ¿Cuántas bases militares tenía Rusia en la frontera con EE UU, sea desde el sur, México, o desde el Norte, Canadá? ¿Cuántos portaaviones rusos estaban frente a la bahía de San Francisco o en las inmediaciones de Manhattan? Obviamente ninguno.
En cambio, yanquis y europeos no puede decir lo mismo. Ellos sí tienen militares, bases y armamento ofensivo en las inmediaciones de Rusia y apuntando a blancos importantes. Como bien recordaba Atilio Borón (“La crisis en Ucrania en un par de imágenes”, 27/1), pocos años después del desplome de la URSS, la organización militar OTAN se fue engrosando con 14 países, siguiendo su expansión hacia las fronteras rusas: “en 1999 se sumaron Hungría, Polonia y República Checa. En 2004 tuvo lugar la quinta expansión de la OTAN con la incorporación de Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania y Rumania. En 2009 continúa el proceso con la entrada de Croacia y Albania; en 2017 lo hace Montenegro, en marzo del 2020, ya en plena pandemia, Macedonia del Norte”.
La promesa atlantista de no moverse ni una pulgada hacia el Este se la llevó el viento militarista de un mundo que Washington y aliados querían unipolar. Así la OTAN pasó a tener 30 países miembros y fue cercando militarmente a Rusia por todas partes, desde el Báltico hasta el mar Negro. A ese cerco lo completa con sus bases militares y despliegue en el Pacífico, con eje en Japón, Corea del Sur, Taiwán, Filipinas, etc.
QUIÉN AMENAZA A QUIÉN
Argumentando esta crisis, tanto los EE UU como el Reino Unido y otros jugadores menores como Suecia y España, enviaron tropas, armamento y fondos al gobierno ucraniano, y también a bases cercanas en Polonia, República Checa y Rumania, reforzando destacamentos militares preexistentes de la OTAN. EE UU mandó 3.000 efectivos más a Polonia y Rumania, redondeando casi 6.000 miembros de la 82 División Aerotransportada. En toda Europa el Pentágono admite tener estacionados más de 80.000 militares y una parte estuvo adiestrando en secreto a los militares ucranianos.
Otro que envió efectivos y armas a Ucrania es el más obediente a las órdenes pentagonistas, el primer ministro británico, Boris Johnson.
En eso, además de los motivos políticos, económicos y estratégicos, influyen las necesidades políticas de Biden y Johnson. Atraviesan crisis políticas internas, por malas gestiones económicas y en la pandemia. En Londres eso se agudizó por escándalos de corrupción: los opositores laboristas y muchos miembros del mismo partido conservador están pidiendo la renuncia de Johnson. Eso explica la urgencia por usar una crisis en el exterior para distraer y ocupar a sus respectivos frentes internos con un asunto que genere “unidad nacional” en aquellas metrópolis imperiales.
Por eso los verdaderos agresores en Ucrania aseguraron en noviembre pasado que era “inminente” de invasión rusa a aquel país. En diciembre y enero recrudeció, al punto de mentirle al mundo con que esa invasión, dada por hecha, podía dar lugar al desencadenamiento de una guerra mundial que arrancaría en ese este europeo. Sembraban miedo y terror.
Después las autoridades yanquis y europeas bajaron levemente el tono de sus denuncias: el peligro de agresión rusa seguía siendo muy real pero no tan inmediato. En eso pueden haber influido las tácticas flexibles de Rusia, de no incurrir en provocaciones y al contrario, enfatizar que sus reclamos a la OTAN eran otros y muy válidos. También tiene que haber enfriado en parte las mentes calenturientas del imperialismo el hecho de que algunos países europeos no seguían a pie juntillas a la dupla más agresiva, anglo-estadounidense. En verdad un trío si se cuenta al titular de la OTAN, Jens Stoltenberg.
El gobierno de Olaf Scholz en Alemania, como el anterior de Angela Merkel, más el de Macron de Francia, ocupado en las elecciones presidenciales de abril, y el de Italia, no están en la primera fila de los más guerreristas.
Estos socios franco-germanos tienen mejor relación con Moscú en lo político y sobre todo Alemania que depende en más del 40 por ciento del abastecimiento de gas desde Rusia. Los gasoductos Nord Stream y Nord Stream II, este último terminado, pero aún sin haber entrado en operaciones, proveen de gas a Europa y son buenas razones para seguir negociando con Putin sin que vuelen misiles ni se ordene a tropas invadir otros países.
Por otra parte, el presidente ruso no es ningún principiante. Además de reforzar su accionar con la aliada Bielorrusia, buscó en estos meses soldar su acuerdo político y económico con su colega chino Xi Jinping. Esto se ratificó en la primera semana de febrero con su concurrencia a los Juegos Olímpicos de Invierno en Beijing y la firma de una declaración política de unidad de los dos países que tuvieron en 2021 un comercio bilateral récord de 150.000 millones de dólares. China apoyó a Rusia por el caso de Ucrania y Rusia apoyó a China por su reclamo irrenunciable por Taiwán.
Eso hizo mucho ruido en Washington y Bruselas, pero el plan de agresión estadounidense sigue en pie. Y volvieron sus agorerías sobre que sería inminente la invasión rusa a Kiev. El secretario de Estado, Blinken, incluso le puso fecha a la mentira. Dijo el 11 de febrero en Melbourne que Rusia podría invadir Ucrania “en cualquier momento, incluso durante los Juegos Olímpicos”, que se celebran hasta el 20 de febrero en Beijing. Lo declaró tras reunirse con sus homólogos de la India, Japón y Australia en la alianza militar pro-estadounidense denominada Quad. Eso mismo declaró en Washington el asesor de seguridad nacional de la Casa Blanca, Jake Sullivan: “es probable que comience con bombardeos aéreos y ataques con misiles que obviamente podrían matar a civiles”. Y éstos se dicen pacifistas…
LO QUE PIDE RUSIA
Lo que ha pedido Rusia a EE UU y la OTAN es más seguridad, pues se siente amenazada por fuerzas de ese origen en sus fronteras o muy cerca de ellas. Entonces plantea dos cosas: que las bases militares y armamentos ofensivos de la OTAN vuelvan a sus posiciones originarias de 1997, o sea que se retiren de los 14 miembros donde se implantaron desde entonces, en especial de los países que habían sido socialistas, como Polonia, República Checa, Rumania, etc. Y que en particular la OTAN no acepte el ingreso de Ucrania como miembro número 31, porque sería la gota que rebalse el vaso de la seguridad rusa. El temor de Putin es que la entrada de Ucrania en la OTAN podría llevar a una guerra entre Rusia y la alianza atlántica por el control de la península de Crimea.
Pese a lo justo y sensato del planteo, a Putin y Lavrov no le han llevado el apunte. La OTAN argumenta que no puede cerrarle las puertas a nadie, una forma elegante de decir que quiere admitir a Kiev. Y además de los despliegues militares y envío de armas a Ucrania, ha ratificado sus amenazas de sanciones económicas graves a Rusia, como prohibir el gasoducto Nord Stream II y desconectarla del sistema de pago internacional SWIFT.
Putin no acepta una derrota en Ucrania, nación que se constituyó como tal con la revolución bolchevique de 1917 y la creación de la URSS después de 1922. En 2014 hubo en Kiev un golpe de Estado pro OTAN que derribó al gobierno y se alineó contra Rusia. Así se inició la guerra contra zonas del este, en el Donbass, donde vive población rusa. Moscú recuperó en 2014 la península de Crimea y el puerto-base de Sebastopol, pero no hizo lo propio con el Donbass, donde murieron miles de personas de origen ruso.
Sopesando los factores en pugna no parece que vaya a detonar una III Guerra Mundial, pero el conflicto existe y seguirá como una dura pulseada. El sábado 12 de febrero habrá una comunicación telefónica entre Biden y Putin, un dato de que no terminó la fase de negociación mostrando los dientes.
La Rusia de Putin no es la socialista de Lenin y José Stalin, pero tampoco es la de restauradora del capitalismo y la claudicante de Mijail Gorbachov y Boris Yeltsin. Moscú hoy no cree en lágrimas de cocodrilo y se ha plantado en la frontera de Ucrania, como diciendo “No pasarán”.
Notas:
*Periodista y referente del Partido de la Liberación de Argentina
Fuente: Colaboración