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El Salvador: reyes, guerras y resistencias

Por Raúl Llarull*. Especial para PIA Global. – En 2024, una reportera le preguntó al Papa Francisco si creía posible una tercera guerra mundial, el Pontífice respondió que a su juicio esa guerra hace tiempo había comenzado.

Aclaró que muy posiblemente la guerra actual no se correspondía a las formas habitualmente asociadas al tipo de conflictos del siglo pasado. No parecía faltarle razón al difunto jerarca de la iglesia católica.

Aquella forma tradicional, de considerar el inicio de una guerra mundial en el Siglo XX, cuando los Estados declaraban mutuamente las hostilidades, o tomaban acciones claramente reconocidas como actos de guerra, determinaban que el conflicto se alojara de algún modo en la conciencia colectiva de la sociedad. El país (y una parte del mundo) estaba en guerra, la población lo sabía y actuaba en consecuencia.

Hoy, en medio de la revolución de las comunicaciones, del imperio de las percepciones y de la desinformación, las formas que adoptan los conflictos no siempre resultan evidentes, Batallas cognitivas, contra información, noticias falsas, Inteligencia Artificial usada para generar imágenes fijas o en movimiento que no se corresponden con la realidad, pero se le parecen lo suficiente para sembrar dudas… la sociedad solo comprende que está inmersa en un conflicto bélico cuando ya no hay escapatoria.

Estas reflexiones surgen mientras los misiles vuelan sobre Medio Oriente, y el mundo se pregunta si se trata de la tercera guerra mundial, o si las provocaciones del genocida Netanyahu quedarán circunscriptas a un intercambio de golpes entre el régimen sionista y la legítima defensa de las fuerzas armadas de la República islámica de Irán.

En conflicto permanente

Desde hace meses asistimos a una brutal e interminable ofensiva militar contra un pueblo desarmado y hambriento. Con su inacción ante el horror la humanidad ha perdido una parte importante de su esencia, como cuando el mundo pretendía no saber lo que los nazis hacían con judíos, gitanos, comunistas, y cualquier otro grupo que considerasen indeseable, o cuando la prensa hegemónica presentaba el genocidio en Uganda sin mencionar la complicidad de potencias coloniales europeas.

Hoy presenciamos el exterminio sistemático del pueblo palestino sin que se agiten las conciencias. Desde Naciones Unidas se condena los hechos, pero no se detiene su continuidad. Las buenas palabras no llenan los estómagos de familias que ven morir literalmente de hambre a los más débiles.

Desde los primeros días de junio se registra una agudización, aceleración y profundización de conflictos y agresiones desde el campo de las derechas extremas en diversas partes del mundo, pero con particular énfasis en Nuestra América que, de conjunto, representa una amplia ofensiva anti-popular. Donde gobiernan fuerzas de corte nacional y popular buscan debilitar esos gobiernos, mientras que donde impera la derecha extrema el objetivo es aniquilar toda oposición.

Esta ofensiva adquiere la forma de persecución política, fortalecimiento del autoritarismo, liquidación de opositores vía Lawfare, encarcelamientos arbitrarios, amenazas, violencia y abusos de todo tipo, incluido el acoso coordinado en las redes sociales contra medios, instituciones y personas incómodas para esos regímenes.

Lo vimos en la “auto-proclamación dictatorial” de Bukele, el 1 de junio, en cadena nacional de radio y televisión, frente al cuerpo diplomático acreditado en el país y de todo el aparato del Estado, denostando a la comunidad internacional, criminalizando a la prensa independiente, a la oposición política y al movimiento social.

Lo comprobamos en la condena a la ex presidenta Cristina Fernández en Argentina, cuya inhabilitación de por vida revela las intenciones de estos regímenes; cuando las reglas de la democracia que dicen defender ya no les sirve las desechan sin más.

También al inicio de junio, comenzaba en EEUU la brutal cacería del migrante, criminalizado y bestializado por la administración Trump, que ordena a sus fuerzas de choque del departamento de migración, actuar brutalmente contra humildes familias trabajadoras, perseguirlas como animales, cazarlas hasta en sus puestos de trabajo, humillarlas y encarcelarlas para su deportación.

Las acciones de ICE provocaron indignación en Los Ángeles y el Estado de California en general, cuyo pueblo se lanzó a las calles exigiendo el respeto a la dignidad, en contra de la criminalización y persecución en sus comunidades.

La respuesta de Trump, militarizando Los Ángeles con la Guardia Nacional, sin la autorización del Gobernador californiano, abrió una crisis institucional que no se recordaba desde 1965, y que escala con el despliegue del cuerpo de Marines.

Mientras el humo y el fuego sigue reinando en las calles de Los Ángeles, y las banderas de México y de varios países centroamericanos ondean en las protestas en todo el país, el presidente Trump se muestra ante la prensa orgulloso de sus actos, y sus funcionarios pretenden provocar a México responsabilizando a la presidenta Sheinbaum de incitar las protestas. Un pirómano dirige una nación en llamas.

El presidente argentino visita y rinde honores al responsable del genocidio palestino, mientras las bombas siguen cayendo sobre Gaza. El hambre es usada por los invasores como otro instrumento de muerte, y quienes solidariamente se acercan con ayuda, son ilegalmente abordados por fuerzas del terrorismo sionista en aguas internacionales, secuestran la nave y la tripulación, y en una acción de piratería, confiscan la ayuda y el transporte, mientras deportan a los integrantes de la misión humanitaria, ante los ojos de un mundo que ya no sabe de qué escandalizarse más y primero, porque todo sucede al mismo tiempo.

Es la doctrina del shock impuesta por la derecha más extremista del mundo, las fuerzas neofascistas recargadas de arrogancia que, por un breve lapso de tiempo, vieron en la ofensiva sobre sus pueblos una señal de fortaleza para seguir siendo cada vez más arrogantes y odiosos con los humildes. Una doctrina de muerte que los hacía sentir invulnerables, implementada a nivel planetario. Aquello que Naomi Klein denomina el fascismo del fin de los tiempos.

Lo que vemos en El Salvador, en Argentina o en EEUU lo hemos visto una y otra vez en el Perú dictatorial de Boluarte, a quien nadie condena, o el paramilitarismo mercenario en que se apoya Noboa en Ecuador, de quien el mundo parece haber olvidado que sigue dejando morir en sus cárceles a Jorge Glas, y que su crimen internacional contra la embajada de México continúa impune.

No resulta ajeno a este convulso panorama el atentado criminal contra un líder del uribismo en Colombia, que estaba destinado a crear caos, acusaciones contra el gobierno del presidente Petro, y agitar la posibilidad de un golpe de Estado. “Confiamos en Dios y en las fuerzas armadas”, fue la primera reacción de Álvaro Uribe Vélez al condenar el hecho.

Tampoco parece casual en esta “ofensiva general” continental de fuerzas de derecha extrema, el inicio de gestiones para inscribir en México un nuevo partido “de corte trumpista”, el partido Republicano de México, conformado por lo más granado del fascista grupo Yunque. Sus argumentos para conformar partido: “Los zurdos en México no tienen la oposición que se merecen.”

Mientras los hechos se acumulaban a velocidad vertiginosa en Nuestra América, en Medio Oriente, las fuerzas del sionismo continuaban machacando al diezmado y heroico pueblo palestino, abusando de su poder y mostrando el rostro más odioso de esta otra forma de fascismo, que no deja de agredir naciones; el 5 de junio bombardea zonas densamente pobladas de Beirut, mientras que al amanecer del día 12 invade Siria y secuestra un número indeterminado de personas; por la noche, lanza su irracional ataque sobre ciudades iraníes, al tiempo que fracasa en el intento de dar un golpe mortal sobre la conducción militar de Yemen.

La arrogancia, las agresiones y la violencia, tarde o temprano tienen respuesta

El actual mundo en disputa es también el de los pueblos resistiendo ante la intención manifiesta de la extrema derecha de aplastarlos e imponer sus métodos dictatoriales, que aseguren el poder y la riqueza a las élites nacionales.

Es el nuevo fascismo expresándose con los métodos que solía hacerlo el original, hace ya cien años, pero incorporando nuevas herramientas de dominación, propias de estos tiempos de revolución tecnológica, del reino de las percepciones y las comunicaciones engañosas, el fascismo del siglo XXI que golpea a las puertas de todos.

Pero todo tiene su límite y su final. La arrogancia trumpista, usada como fuerza de choque contra la población migrante y contra quien se oponga a sus proyectos supremacistas, encontró este mismo fin de semana su respuesta en las calles de todo el país, con la campaña No Kings.

La realidad nos está mostrando también el grado de división de la sociedad estadounidense. No son pocos quienes desde hace años especulan con el peligro de una guerra civil en una Unión Americana irreconciliable. Lo actos criminales contra dos senadores y sus familias en Minessota parecerían dar la razón a los pesimistas.  El gobernador de Minnesota, Tim Walz, consideró los atentados como actos de “violencia política”. “El diálogo pacífico es la base de nuestra democracia. No resolvemos nuestras diferencias con violencia ni a punta de pistola”, dijo.

Y mientras tanto, en Medio Oriente, ya los misiles no recorren el firmamento en una sola dirección. La prensa hegemónica occidental encontrará maneras de matizar el impacto, minimizar los daños, justificar lo injustificable, pero la imagen de la Torre Marganit envuelta en humo, a pocos metros del centro de mando del ejército israelí, o el ultramoderno núcleo de desarrollo militar, el Centro Weizmann, en Rehovot, ha modificado las coordenadas simbólicas del conflicto. Resulta que no era lo mismo aplastar a un pueblo sometido al terror y el hambre, pero que ni así abandona su dignidad y su lucha, que enfrentarse a una fuerza armada técnica e ideológicamente fuerte y preparada.

La leyenda de la invencibilidad de los ejércitos de ocupación se cae. Lo mismo sucedió en el siglo pasado, cuando los supremacistas blancos del mundo sostenían el mito de la invencibilidad de las Fuerzas Armadas de Sudáfrica durante el Apartheid. Fueron entonces las fuerzas militares de Angola, de Namibia, de Cuba, las que demostraron que las causas realmente invencibles son las de los pueblos y que la arrogancia, las agresiones y la violencia esgrimida contra estos, tarde o temprano tienen respuesta.

Lo mismo sucede con las autócratas arrogantes que se sienten intocables por la cuota de poder circunstancial que detentan. Ahí tenemos el ejemplo de Donald Trump siendo desafiado con marchas ciudadanas en cada rincón de una nación a la que desprecia con su lenguaje vulgar y sus actitudes propias de un monarca absolutista.

Un poco más al sur, el autoproclamado dictador evoca formas de gobierno despótico con la excusa de su popularidad. Se sentía impune e intocable, pero empieza a ser cuestionado, no solo por sus formas sino por sus actos, tanto desde la comunidad internacional como a nivel local, mientras la oposición da signos de fortalecerse y perseverar, a medida que la dictadura se debilita con cada día que sigue usurpando el poder del Estado.

Raúl Llarull* Periodista y comunicador. Militante internacionalista. Miembro del FMLN. Colaborador de PIA Global

Foto de portada: Caricatura de Donald Trump (GOGUE/Para El Tiempo Latino)

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