En El Salvador, crecidas de ríos causaron devastadoras inundaciones que afectaron a sectores particularmente vulnerables en comunidades que, empujadas por la pobreza, surgieron de manera anárquica a lo largo de los años.
Riveras de ríos, bordes de quebradas, laderas de montañas y orillas marinas se convirtieron una vez más en zonas de muerte y devastación. Al menos 19 muertes y más de 3,000 personas albergadas dan cuenta de la fuerza del embate climático, pero también da lugar a la reflexión acerca de las inútiles políticas de prevención de riesgos y mitigación de daños, y de un inservible Sistema Nacional de Protección Civil.
El régimen imperante en El Salvador muestra una marcada disociación entre discurso y realidad. Se llena la boca hablando de un país de primer mundo, pero ante las primeras contingencias el país real se convierte en un “sálvese quien pueda” (pero no espere nada del gobierno).
Presume una dudosa popularidad, pero gobierna para exclusivas élites que viven de chuparle la sangre al pueblo, concentrando las riquezas en un clan familiar, corrupto e inescrupuloso.
El país de fantasía es puesto en un escaparate para que los grandes especuladores y lavadores de dinero se sirvan a gusto. Antes, como ya lo hemos registrado, eliminan de la foto a todo ser humano que desentone con la fantasía a vender. Así, expulsan vendedoras ambulantes, destruyen edificios antiguos (para ellos, “viejos”) y arrasan manzanas enteras para que sus luces led brillen a gusto.
Desde el primer día, el gobierno de facto ha marcado el estilo que tendrá su administración al juramentar “al pueblo”, es decir a un grupo considerable de la diáspora que llegó para el evento, y a gente que fue obligada a desplazarse a la ceremonia oficial (por tratarse de estudiantes de enseñanza pública y sus familias, o bien por ser empleados públicos); no fue cualquier juramento. La fraseología usada por el dictador se puede resumir así: “juren no pensar; juren no protestar; juren aguantar las políticas de despojo que les vamos a aplicar.”
El curioso clasismo de los aguaceros
La medicina amarga que promete incluye el desprecio y el olvido. Las lluvias torrenciales de estos días ponen una vez más en evidencia esa realidad. Los recursos dilapidados a lo largo de su primer gobierno siguen desapareciendo en el agujero negro de la corrupción oficial y el blindaje informativo que impide al pueblo conocer sus usos.
Sin separación de poderes, el Legislativo aprueba aumentar la deuda de acuerdo a cada orden que recibe desde el Ejecutivo. Ni un centavo de esa deuda fue dirigida a hacer frente a la amenaza que representaban las condiciones meteorológicas anunciadas con anticipación. Ahora, aprovechan la coyuntura para volver a endeudar al país (y aumentar sus fortunas).
Las intensas y prolongadas lluvias de estos días han puesto de manifiesto que, para este régimen, que presume de la seguridad alcanzada, ésta no contempla que la gente coma, que trabaje, que tenga un salario digno, que estudie, que se mantenga sana, o se cure cuando esté enferma, y que todos esos derechos sean garantizados por el Estado; la seguridad dictatorial no incluye derechos de ningún tipo para quien no pertenezca a las élites parasitarias que se adueñaron del país. A esas no les afectan los aguaceros, ni se preocupan por las familias afectadas.
La vulnerabilidad de la población más pobre, que vive en riesgo permanente, sin alternativa, tampoco es atribuible a la naturaleza sino a un medioambiente depredado irresponsablemente, que en los últimos años fue violentado con permisos de construcción en zonas antes protegidas, incrementando las vulnerabilidades de las comunidades, afectando el recurso hídrico y, en general, haciendo más miserable la vida de aquellos que no habitan en las exclusivas zonas de esa burguesía lumpen.
El usurpador salvadoreño no es un líder, es simplemente un actor jugando el papel de estadista sin jamás haberlo sido, sin haber comprendido el concepto de liderazgo, porque solo asume la lógica burguesa de Hollywood, de Netflix y de los videojuegos. Así gobierna, bien alejado de la realidad y de la gente, sin capacidad de mitigar el impacto de la catástrofe natural ni de evitar la consecuente tragedia humana.
Incapaz de ponerse al frente de la tragedia, brilla por su ausencia desde que empezaron las lluvias. Ante la patente incapacidad de su gobierno para enfrentar la crisis, ni siquiera convocó a uno de sus reality shows, también conocidos como conferencias en cadena nacional.
El programa económico de la fantasía y la miseria
El prometido milagro económico a que se refirió el dictador en su discurso inaugural no es más que una huida hacia adelante. Privilegia al clan familiar y a sectores afines al país inventado, mientras abandona a su suerte a la mayoría empobrecida.
Baste preguntarse cuanta desgracia se hubiese podido evitar en estos días, si el dinero dilapidado en concursos de belleza internacionales, en juegos centroamericanos, en parques de atracciones, en bitcoin y luces led, destinados a construir una imagen internacionalmente comercializable, como lo demuestra la última portada de la revista Forbes[1], que incluye un publi-reportaje alabando el país inexistente, lo empleara en prevención para reducir vulnerabilidades.
Para este gobierno los pobres son una incomodidad que abandona a su suerte para concentrarse en los ricos y poderosos. Si esos pobres se mueren en desgracias naturales o en las cárceles de la dictadura, no parece ser un problema para su moral de extremistas neoliberales. Si se suman al más de medio millón de mujeres, hombres y niños que desde 2022 hasta la fecha (según cálculos muy conservadores) han abandonado el país, buscando un destino en el norte del continente, esperan que los expulsados ayuden, a través de las imprescindibles remesas, a sostener el régimen que los expulsó.
La deuda del país entre 2019 y 2023 aumentó más de 10 mil millones de dólares, y ahora El Salvador debe más de 30 mil millones de dólares, según el Banco Central de Reserva. El milagro económico no ha sido pensado para el bienestar de las mayorías sino para atraer inversionistas en el sector financiero, especulativo, turístico, inmobiliario y tecnológico. Un país de servicios, condenado a la dependencia, que contradice el discurso patriotero oficial.
Un gabinete a la medida de la dictadura
A casi un mes del inicio de la dictadura, el gobierno de facto sigue sin poder conformar un gabinete que asuma las tareas de gobierno.
La tardanza apunta varias causas posibles. La más plausible es que, una vez puesta en evidencia la usurpación ilegal del poder, para pocos es ya desconocido el grado de responsabilidad -en este caso, complicidad- que la participación en este tipo de regímenes conlleva y, con ello, las futuras responsabilidades penales que les serán exigidas a quienes conformen el gabinete, o que acepten nombramientos emanados de una autoridad espuria como la del dictador en turno.
Ese factor volverá sin duda a la palestra una vez que el régimen comience a caer en desgracia, a medida que el pueblo salvadoreño retome su papel en la historia. Entonces, los miembros del clan familiar y sus cómplices buscarán países adonde huir de la justicia que, sin duda, los perseguirá.
Hasta entonces, la autocracia debe seguir con el show que ha montado y busca cubrir los puestos en el gabinete. La dictadura anda como en bicicleta, si deja de pedalear se cae. Por eso, aún sigue en activo un grupo numeroso de funcionarios que no han sido renovados ni juramentados y que, por lo tanto, no tienen autoridad para ejercer funciones.
En cualquier país donde imperen las leyes, las decisiones y firmas de estos funcionarios valdrían menos que el papel en que se escribieran, pero en una dictadura de nuevo tipo como el bukelato las leyes son aplicables si resultan de utilidad a sus intereses. El resto resulta irrelevante, desde la Constitución hasta los acuerdos internacionales, las sentencias judiciales o las leyes secundarias
Resulta también de interés observar los «nuevos» personajes que elige, porque con ello revela sus prioridades, sus intereses y sus planes ocultos.
Mientras los gobiernos de la región suelen completar sus gabinetes en estricto apego a las leyes y buscando para cada puesto a la persona más idónea y preparada posible, con sólida formación y experiencia, como sucede en estos mismos días con la presidenta electa de México, en el caso de El Salvador los perfiles no pasan de meros técnicos en informática o en personajes con carreras que no tienen en absoluto que ver con las funciones a desempeñar, aunque sí con el servilismo esperado de cada nombramiento.
Nombrar como Ministro de Cultura a un técnico en sistemas y a un diseñador informático como Viceministro de Agricultura habla de las prioridades e importancia que el gobierno otorga a estos espacios. El Ministro de Educación también es ingeniero en sistemas. El Ministro de Medio Ambiente, que estos desgraciados días revelan su ineptitud para el cargo, es arquitecto.
Entre tanto, en donde se requiere un titulado en arquitectura, para encabezar la Oficina de Planificación del Área Metropolitana de San Salvador (OPAMSS), el dictador nombra a un diseñador gráfico, con la salvedad que éste ya había demostrado su servilismo al frente de la oficina de asuntos estratégicos de la presidencia y, posteriormente, ocupando el sillón salvadoreño en el BCIE.
Al fin y al cabo, un gabinete que solo debe servir para obedecer sin cuestionar no requiere entre sus activos la capacidad de pensar, de decidir, de respetar las leyes o de actuar en favor del pueblo que paga sus salarios. Lejos de ello, basta con aprobar cada medida ordenada, que se ajuste a las necesidades de la nueva burguesía emergente en el poder.
Raúl Llarull* Periodista y comunicador. Militante internacionalista. Miembro del FMLN.
Foto de portada: Prensa Latina
Referencias:
[1] https://www.forbes.com.mx/nayib-bukele-el-presidente-de-el-salvador-que-le-habla-al-mundo-entero/