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El Salvador: la mentira como forma de gobierno

Por Raúl Llarull*. Especial para PIA Global. –
Si algo caracteriza el estilo de producción política de las fuerzas neofascistas que se van expandiendo por América Latina y el Caribe como una mancha de aceite que contamina a nuestros pueblos, es el uso de la mentira como herramienta de control social indirecto.

Junto a la mentira como ejercicio cotidiano se revelan gobiernos ausentes de ética, moral y sentido de la decencia. El clasismo más radical y conservador se encubre en este sentido común reaccionario, que pretende impregnar a toda la sociedad. Lo consigue, sobre todo en clases medias timoratas e individualistas, que aceptan cualquier exceso de parte del Estado a cambio de una sensación de seguridad, aunque limite sus libertades y hunda en la miseria a sectores mucho menos favorecidos. El fascismo de nuestros días se asienta así en sociedades crueles, egoístas e insolidarias, producto de décadas de neoliberalismo salvaje.

Desde el Norte voraz, en manos de un grupo de inescrupulosos fanáticos del supremacismo racial y cultural, de la doctrina del Destino Manifiesto y la convicción de que América Latina y el Caribe constituyen parte esencial de su espacio vital, las acciones orientadas a sostener un control imperial en franca decadencia los lleva a implementar todo tipo de políticas violentas e ilegales contra naciones soberanas.

En Nuestra América, punto de honor del imperio, los métodos de dominación se combinan y dinamizan en equivalencia directa a las dificultades que el propio imperio encuentra en la confrontación con su enemigo estratégico, China; disputa que va perdiendo cada vez más aceleradamente.

La mentira como herramienta política

En estos días encontramos ya no solo amenazas genéricas y bravuconadas sino tambores de guerra, asesinatos a mansalva bajo excusas de combate al narcotráfico, y acciones encubiertas, destinadas a asegurar control político y económico, o provocar desestabilización y caos, según las necesidades. El imperio actúa como si fuese dueño y señor en América Latina y el Caribe; suponiendo que nadie le pondrá un freno a su sadismo y ambiciones.

Sin embargo, más allá de apariencias, los mismos actos del imperio revelan su debilidad. Confundir su narrativa con los hechos sería un error, así como creer que sus amenazas se inspiran en fortalezas y no en debilidades. Necesita aparentar lo que no tiene, y no le importa sacrificar vidas a mansalva. ¿Qué fortaleza representa utilizar buques de guerra y misiles contra pequeñas lanchas pesqueras, incluso si algunas de esas naves transportasen algún tipo de ilícitos?

Son actitudes criminales con el objetivo de imponer el terror en enemigos que el imperio ha definido en función de sus necesidades de despojo y control neocolonial. El eje narrativo de toda esta coreografía es la mentira, que pretende ocultar la mencionada debilidad congénita de un imperio en decadencia.

Pero la verdad se revela en cada acción y, sobre todo, en sus reacciones ante las respuestas de las naciones a las cuales agrede y busca subordinar.

Ante actitudes serviles, de entrega sin condiciones, como el caso de Javier Milei en Argentina o de Daniel Noboa en Ecuador, imponen la diplomacia del dólar, del aparente salvataje que solo engorda cuentas corporativas locales a cambio de la entrega de recursos estratégicos a las transnacionales, o del apoyo paramilitar incondicional -como en Ecuador- para asegurar la continuidad de gobiernos funcionales a las necesidades de Washington.

El Salvador es otro ejemplo, donde el FMI recibió órdenes de liberar fondos que llevaban más de tres años congelados en negociaciones. Con imposición de ajuste estructural y afectaciones directas a programas sociales y soberanía nacional, el acuerdo dio al régimen un respiro temporal. Washington ignoró también la corrupción en los círculos de poder y las violaciones groseras de derechos humanos, en tanto convertía al país en una colonia carcelaria, impropia de un Estado soberano.

En los casos donde la respuesta es altiva, soberana y de orgullo nacional, la amenaza es la guerra, la agresión, la destrucción. Minar la moral de combate, debilitar la decisión del pueblo de mantenerse unido a su gobierno, es parte esencial de las operaciones encubiertas, de los discursos belicosos, del despliegue de fuerzas militares y de las ridículas amenazas que colocan al presidente de los EEUU a la altura de vulgares matones de barrios bajos en cualquier ciudad de su país.

La política de las cañoneras busca imponerse al menos como amenaza en estos casos. Aquí encontramos a Venezuela, a Colombia, pero también a Cuba, víctima simultánea de un huracán devastador y del odio de Washington y sus lacayos, que ignoraron el desastre y dieron la espalda a cualquier apoyo humanitario.

La cancillería de la dictadura salvadoreña hizo gala de la misma miseria humana al anunciar el envío de ayuda material y rescatistas a Jamaica ignorando, igual que sus patrones de Washington, a la mayor de las Antillas, que afronta la reconstrucción con sus medios y el apoyo solidario de otros pueblos.

En cada caso la mentira se erige como una fortaleza; es la estructura sobre la que se asienta la ingeniería de la dominación. Crean la farsa del combate al narcotráfico fuera de sus fronteras, victimizan a la población adicta en las grandes ciudades estadounidenses, sin combatir las corporaciones locales de distribución en los EEUU.

Bajo el paraguas de esa gran mentira pretenden avanzar sobre el petróleo y las riquezas  de Venezuela, reconquistar el control político perdido en Colombia, hasta poco antes “el portaaviones territorial del imperio”; en esa misma lógica de la mentira permanente sigue acusando a México de no hacer lo suficiente contra el narcotráfico y extiende poco a poco sus garras en torno a mares y tierras aztecas, amenazando silenciosamente su soberanía, y condicionando su comercio exterior.

El más reciente caso lo encontramos en Brasil, la mayor economía de América Latina y piedra en el zapato del jefe de MAGA para su redespliegue imperial regional.

Asentado en políticas de criminalización del conflicto social en zonas marginales y favelas, con la elevación arbitraria del crimen organizado de Rio de Janeiro a la categoría de narcoterrorismo, el gobierno bolsonarista del Estado aplicó medidas de confrontación militar brutal sobre zonas populosas, y usó el mismo criterio criminal de sus alter ego del norte; solo consideró víctimas humanas a cuatro policías, despreciando la vida de más de un centenar de asesinados, torturados y mutilados por las fuerzas represivas.

Al interior de EEUU también gobiernan con el discurso de la mentira, que eventualmente se convierte en política de Estado. Las fuerzas antifascistas resultan así, “terroristas”, las manifestaciones de millones de personas contra el desmontaje del Estado de Derecho en la autoproclamada mayor democracia de occidente, se presenta como virtual insurrección, la criminalización del migrante es la excusa para generar empleo en las clases trabajadoras racializadas de los Estados Unidos profundos, que lo llevaron en buena parte al gobierno.

Sin la mentira como escudo su ofensiva sobre Nuestra América y sobre su propio pueblo al interior de la Unión Americana no se sostendría. Mintió descaradamente el representante trumpista ante la ONU cuando pretendió evitar la derrota diplomática en el caso del bloqueo contra Cuba, y lo hizo el propio Trump a todo pulmón, en el mismo escenario, negando la crisis climática como un “fraude” internacional.

Los perros guardianes del imperio

Lo que sucede en EEUU se reproduce en el continente. Los perros guardianes del imperio gobiernan sus territorios como fincas a su servicio; utilizan como patrón de gobierno el método de la mentira sistemática.

La “bukelización” de la seguridad ciudadana en Brasil no es más que expresión de la misma falacia instrumentada con éxito en El Salvador, pero también exportada a la Argentina de Bullrich, al inestable Perú o al Ecuador de Noboa, criminalizando la pobreza, la protesta social y la organización popular.

En cada escenario se vende la mentira como verdad indiscutible. La entrega de recursos naturales como libertad de empresa, la persecución política como lucha contra la corrupción y el crimen; el control de los aparatos de justicia, los ministerios públicos y la férrea lealtad de militares y policías, son elementos comunes que dibujan un esquema de dominación reconocible de Norte a Sur, donde las propuestas extremistas de derecha se van imponiendo.

A esta altura, con más o menos publicidad, con mayor o menor difusión mediática, los mismos métodos avanzan y se implementan en diverso grado de aplicación, desde EEUU pasando por sus vasallos del continente, El Salvador, Costa Rica, Panamá, República Dominicana, Trinidad y Tobago convertida en potencial cabeza de playa para la agresión militar sobre Venezuela y Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia con el nuevo esquema de poder, Argentina, Paraguay, y habrá que ver qué resulta de las elecciones en Chile, donde las probabilidades del fascista Kast parecen crecer al calor de los acontecimientos regionales.

¿Significa esta conformación de fuerzas que el imperio está ganando? En absoluto. Solo indica que controla gobiernos y cierta superestructura del poder desde la dependencia, el chantaje y la violencia. Esto no quiere decir que controle a nuestros pueblos. Lejos de ello, esa será la clave necesaria para organizar la lucha, la resistencia, y las políticas de exitoso desmontaje de las corrientes belicistas, entreguistas y pro-imperialistas.

Hoy más que nunca la lucha social y política desde el campo popular en cada país resulta crucial para bloquear los avances del fascismo y del belicismo; no necesariamente desde las urnas sino desde las calles, donde deberán construirse los nuevos paradigmas que permitan entonces, estructurar la fuerza política electoral de base para desplazar a las fuerzas conservadoras de los Ejecutivos. 

No existen victorias permanentes ni derrotas definitivas en el campo del pueblo. Hoy más que nunca vale la pena recordarlo y subrayar también que las cosas no suceden solas. La organización, la construcción de la unidad y la lucha resultan imprescindibles factores de triunfo. También resultan esenciales para hacer prevalecer la paz sobre la guerra con que nos amenazan los imperialistas.

Prioridades inversas en El Salvador

Si de mentiras hablamos pocos casos resultan tan emblemáticos como el de la dictadura neofascista salvadoreña.

Cada elemento de la política, prácticamente sin excepción, empezando por aquel del país más seguro, se asienta en la mentira revestida de discurso oficial y culto a la personalidad. ¿Qué más mentira que el presupuesto del próximo año? El plan de gastos de la nación presentado recientemente no deja dudas sobre las prioridades del gobierno, que afirma, sin embargo, que su preocupación es el pueblo.

En 2026, el ejército tendrá el presupuesto más alto de su historia: duplica el de 2019, cuando el régimen llegó al poder.

Casa Presidencial acumula fondos mientras sigue concentrando funciones. La gran mentira oficial es que ahora sus presupuestos están equilibrados y no necesitan financiamiento. Desde allí toda la política de Estado es una gran mentira, creída religiosamente por una parte importante de la población a la que parece tener sin cuidado las acciones del gobierno, hasta que vuelva a agudizarse el aguijón del hambre, del desempleo, de la pobreza y de la miseria. Mientras tanto, alegan ser felices con “la dictadura cool”.

La crisis económica afecta cada hogar en el país, y como forma de postergar las reacciones, el régimen decide “adelantar la Navidad”, pagar el aguinaldo anticipado a los empleados públicos y aplicar el poderoso brazo adormecedor de la propaganda.

Lo cierto es que la recaudación no cubre los gastos. Los indicadores anuncian una crisis fiscal severa y más deuda que se seguirá acumulando. Casi la cuarta parte del presupuesto de 2026 se destinará al servicio de una deuda que no disminuirá, pues solo se pagarán intereses.

Raúl Llarull* Periodista y comunicador. Militante internacionalista. Miembro del FMLN. Colaborador de PIA Global

Foto de portada: Comunica

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