La noche de la inauguración los medios oficialistas, explotando una cadena nacional programada como un gran show, se esforzaron en presentar una imagen de modernidad y alegría, como si El Salvador se tratara de un país con un gobierno normal, como si la gente viviese feliz y como si la fiesta, la música y el colorido fuesen características propias y naturales del país en la actualidad.
Los fuegos artificiales, el sonido y las luces, los artistas internacionales de discutible calidad y gusto, pero presentados como máximos exponentes de cultura contemporánea, no lograron sin embargo, hacer olvidar los niveles de improvisación e incapacidad administrativa y de gestión demostrados desde el comité organizador de los juegos hasta las autoridades nacionales, empezando por el jefe del Ejecutivo y sus hermanos a cargo de diversas facetas organizativas de los juegos, que mostraron en los días previos el verdadero país que es hoy El Salvador.
La torrenciales pero habituales lluvias de temporada que azotaron el país la tarde y noche anterior a la inauguración del evento deportivo, pusieron en evidencia no solo la mala calidad de las construcciones (el techo del principal estadio colapsó y el agua caía como una interminable cascada dentro de las instalaciones, como mostraron las imágenes difundidas en redes sociales), sino el incumplimiento de los plazos para tener las obras listas que, por cierto, debían haber estado terminadas en marzo de este año, según el calendario aprobado y difundido por los organizadores.
Días antes de la inauguración y ya con las citas del torneo definidas, varias sedes fueron cambiadas porque las empresas contratadas no cumplieron los plazos de entrega; así veremos competencias en centros comerciales, en espacios abiertos y públicos, en el mismísimo espacio de la Cancillería, y en playas más o menos remotas, cuando originalmente todo estaba planeado para realizarse en la ciudad sede que da nombre a esta edición de los juegos: San Salvador.
Cabe también preguntarse por qué San Salvador fue postulada para desarrollar estos eventos deportivos, dada la falta de instalaciones e infraestructuras adecuadas, y el costo que una organización de este tipo conlleva, especialmente para un país tan pobre y empobrecido por un gobierno que lo ha hundido en el endeudamiento y empujado al borde del abismo del impago. Es de recordar, por ejemplo, que un país con una economía muchísimo más robusta, como Panamá, rechazó organizarlos por el alto costo que esto implicaba.
Por eso, más allá de la improvisación y la incapacidad, más allá de incumplimientos y oscuridad absoluta en cuanto a los fondos invertidos para la organización, desde el punto de vista del pueblo salvadoreño, este evento bien puede calificarse como los Juegos del Hambre. No parece encontrarse otra explicación para su realización que la inagotable egolatría de un gobierno que se empeña cada día en dirigir el país como una campaña publicitaria permanente. Sin duda, pocas ventanas publicitarias resultan más atractivas que unos juegos deportivos internacionales, aunque alejado del alcance de las grandes luces espectaculares, el pueblo que los acoja sufra hambre, miseria, represión, militarismo y desesperanza.
Un país empobrecido que vive de remesas
Según la encuesta “Coyuntural 2023”, del Centro de Estudios de Opinión Pública (CEOP), de la Fundación Dr. Guillermo Manuel Ungo (FUNDAUNGO), en El Salvador, a principios de marzo de 2023, cuatro de cada 10 salvadoreños (42.9%) consideraban que la situación económica de su familia empeoró en los primeros meses de este año. En marzo, el 72.8% de la población consideraba que aspectos relacionados a la economía constituyen el problema más grave del país, un aumento del 10.6% en comparación con noviembre de 2022, cuando esta percepción fue manifestada por el 62.2% de los ciudadanos. Esta misma percepción ha sido ratificada en cada encuesta seria realizada por otras casas a lo largo del año.
Entre los problemas económicos que más preocupan a la población destacan la inflación, el desempleo, la pobreza, el bajo crecimiento económico y la desigualdad. Esta preocupación es más del doble que en 2020, cuando la economía era el principal problema sólo para el 28% de la población.
El país sigue viviendo sobre todo de remesas, y éstas superan la capacidad exportadora nacional, como lo apuntan los datos del Banco Central de Reserva (BCR) que, al comparar los montos acumulados de enero a diciembre de cada año, desde 2019, durante los años 2020, 2021 y 2022, señalan que los montos totales de remesas fueron mayores a los percibidos por ventas al exterior. Así, en 2022, el país generó ingresos por $7,115.1 millones en exportaciones; en ese mismo periodo $7,818.5 millones ingresaron en calidad de remesas, es decir, $703.4 millones más, que fueron enviados por la comunidad salvadoreña en el exterior.
En los primeros cinco meses de 2023, El Salvador obtuvo ingresos de $2,850.3 millones por exportaciones, mientras las remesas ingresadas fueron de $3,331.5 millones, lo que significa $481.2 millones más de dinero que ingresó directamente a la economía familiar de miles de salvadoreños.
Un cambio de tendencia
Podría creerse que esta relación siempre fue así, pero los datos del Banco Central publicados desde 1991 y 1994, para remesas y exportaciones respectivamente, muestran que la cantidad de dinero en exportaciones siempre superó a las remesas. Esta relación se revirtió con el actual gobierno, a partir de 2020, con la pandemia por covid-19 como telón de fondo.
Resulta importante comprender el impacto de las remesas en la población, «La economía salvadoreña, sin duda, depende más de las remesas que de las exportaciones, no tanto por su monto, sino porque las remesas llegan de forma directa a apoyar la economía de los hogares, por lo cual son alivio al costo de la vida y uno de los motores más importantes de consumo y de crecimiento económico«, explicaba esta semana a un medio escrito Tatiana Marroquín.
También importamos más de lo que vendemos al exterior. Según datos del BCR, de enero a mayo de este año, las importaciones sumaron $6,476 millones, más del doble de lo que el país exportó en mercancías.

Endeudamiento perpetuo
Mientras tanto, el endeudamiento del país continúa sin interrupciones, con un órgano legislativo que ha demostrado con creces que asume su papel de oficina de aprobación automática de todo lo que el Ejecutivo presente. Así, el pasado martes se aprobó un nuevo préstamo por $1,000 millones de dólares, destinados a cubrir vencimientos; es decir que el Estado sigue pagando deuda con deuda, como si un ciudadano privado utilizara su tarjeta de crédito para cancelar sus mensualidades de créditos bancarios.
En los últimos cuatro años, la deuda pública total del país aumentó en casi $6,500 millones, una cifra que representa el endeudamiento más alto por período presidencial en comparación con las administraciones anteriores. Sin embargo, esto no se reflejan en inversión pública sino en gastos para el funcionamiento del Estado y para seguir pagando deuda con mayores niveles de endeudamiento.
Esa deuda es contraída ahora en el mercado local, en la medida que El Salvador es internacionalmente considerado un país con alto riesgo de impago; consecuentemente, los dispositivos de créditos internacionales continúan cerrados. Así, son los bancos locales y las administradoras de fondos de pensiones quienes mantienen el flujo de créditos hacia el Estado.
El último préstamo aprobado por las y los diputados servirá para «convertir» deuda de corto plazo en una deuda de mediano plazo. De los $2,600 millones en deuda a través de Letes (Letras del Tesoro) que vencerán en los próximos 12 meses, una parte importante se utilizará para reducir el monto total a $1,600 millones.
Según los cálculos de economistas salvadoreños el Estado utiliza para obra pública una tercera parte de sus créditos, mientras el resto desaparece en la administración estatal. Esto es posible gracias a la política oficial de opacidad implementada desde el establecimiento del actual régimen, lo que impide que la sociedad conozca el uso de los recursos públicos, y de las deudas que, a este paso, terminarán pagando sus nietos.
El ritmo de endeudamiento de este gobierno ha sido tal que el Fondo Monetario Internacional (FMI) considera que se mantiene «en una senda insostenible». Y, como señalan estudiosos de las finanzas públicas salvadoreñas, «En un mes el gobierno toma deuda suficiente como para construir dos hospitales como el Rosales, pero no construye ninguno «, según apuntaba esta semana el economista Rafael Lemus.
Esta situación ya había sido señalada por el Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales (ICEFI) en su informe de abril, donde indicaba que el gobierno prioriza el pago de deuda a costa de sacrificar otras necesidades de la población. En términos numéricos, el ICEFI apuntaba que solo en 2023 se proyecta que la partida presupuestaria destinada para pagar deuda, incluyendo amortizaciones e intereses, ascienda a unos $2,134.9 millones, lo que la convierte en la más alta de todo el Presupuesto, superando a partidas como las de Salud o Educación.
En 15 días las justas deportivas habrán terminado en El Salvador. Habitualmente este tipo de eventos internacionales dejan un flujo de caja producto del turismo que atraen; usualmente también quedan sedes deportivas e infraestructura que podrían ser explotadas con algún beneficio social o económico. El tiempo lo dirá, pero dada la pésima calidad demostrada hasta ahora en relación a las construcciones resulta dudoso que se pueda previsiblemente contar con dichas instalaciones para un futuro de mediano o largo plazo. Del mismo, hasta el momento la asistencia a los eventos refleja escaso público internacional, más allá de las delegaciones y poco público nacional, reflejo de una escasa cultura desarrollada localmente hacia la mayoría de deportes de carácter olímpico.
Pronto se irán los juegos, pero quedará el hambre, reflejado entre muchas otras, en las personas vendedoras informales que abarrotaban las calles de la ciudad y que fueron desplazadas de la zonas céntricas, dejándolas sin opciones de ganarse la vida de otra manera. El hambre puede ocultarse a las cámaras oficiales, pero no se puede ocultar a la vista de los visitantes que recorren, por ejemplo, calles emblemáticas como la Alameda Juan Pablo II, donde encontrarán filas de personas durmiendo en situación de calle quienes, en las mañanas, se alistan para buscar trabajo, y regresar nuevamente a la noche a “su hogar”, en las calles de San Salvador.
Los juegos trajeron circo pero, como de costumbre, a este gobierno insensible a las necesidades del pueblo si estas no le representan puntos de popularidad, no le interesó que también trajeran pan.
Raúl Llarull* Periodista y comunicador. Militante internacionalista. Miembro del FMLN.
Foto de portada: Getty Images