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El proceso revolucionario africano: ¿qué puede hacer nuestra América?

Por Raphael Machado*
Una serie de acontecimientos africanos ha iniciado una ola de excitación internacional entre las filas contrahegemónicas

Podríamos singularizar estos acontecimientos en el golpe militar antioccidental en Níger, la demostración de insubordinación africana patente en la asistencia a la Cumbre África-Rusia y, por supuesto, la carismática personalidad del presidente interino de Burkina Faso, Ibrahim Traoré.

Ibrahim Traoré, que suscita comparaciones con el mártir panafricanista Thomas Sankara, dijo lo siguiente en la cumbre de San Petersburgo:

«Las preguntas que se plantea mi generación son las siguientes. Si puedo resumirlas, es que no entendemos cómo África, con tanta riqueza en nuestro suelo, con una naturaleza generosa, agua y sol en abundancia… cómo África es hoy el continente más pobre. África es un continente hambriento. ¿Y cómo es posible que haya jefes de Estado en todo el mundo pidiendo limosna? Estas son las preguntas que nos hacemos, y hasta ahora no tenemos respuestas.

Mi generación también me pide que diga que, debido a esta pobreza, se ven obligados a cruzar el océano para intentar llegar a Europa. Mueren en el océano, pero pronto ya no tendrán que cruzarlo, porque vendrán a nuestros palacios a buscar el pan de cada día.

En lo que respecta a Burkina Faso hoy, desde hace más de ocho años nos enfrentamos a la forma más bárbara y más violenta del neocolonialismo imperialista. La esclavitud sigue imponiéndose sobre nosotros. Nuestros predecesores nos enseñaron una cosa: un esclavo que no puede asumir su propia revuelta no merece compasión. No nos compadecemos de nosotros mismos, no pedimos a nadie que se compadezca de nosotros. El pueblo de Burkina Faso ha decidido luchar».

Son palabras profundas y demuestran un alto grado de conciencia nacional y civilizatoria.

Desgraciadamente, sin embargo, el proceso revolucionario que se viene desarrollando en el Sahel, con el protagonismo de las fuerzas militares (que parecen constituir, en África, la clase con mayor grado de conciencia histórico-popular, en sí y para sí, en términos hegelianos), tras el triunfo en Níger, ha suscitado una fuerte reacción en contra.

Desviándonos de nuestro curso, explicamos las razones por las que las élites occidentales ignoraron las revueltas en Malí, Burkina Faso y Guinea Conakry, pero no en Níger: 1) Es una de las fuentes de uranio más importantes de Occidente; 2) Es una ruta para el gasoducto transahariano; 3) Si no se revierte el golpe en Níger, el otrora incipiente proceso revolucionario regional tiende a extenderse.

Las reacciones contrarias implican dos ejes diferentes, uno africano y otro occidental.

El eje de reacción occidental implica, hasta el momento, la interrupción de las cooperaciones económicas por parte de varios países como Francia, Alemania y Estados Unidos, lo que puede afectar gravemente a la sostenibilidad del gobierno y al bienestar de la población civil. Además, al negarse a retirar sus tropas aún estacionadas en Níger, Francia amenaza al país con una intervención militar.

Por su parte, los países de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO) han condenado el golpe, impuesto duras sanciones (corte de las relaciones comerciales, así como del suministro eléctrico) y amenazado con una intervención militar. Níger también ha visto congelados sus fondos depositados en bancos de África Occidental.

El impacto de estos ataques contra la soberanía de Níger es inmenso. Níger, país sin salida al mar, extremadamente pobre, con una agricultura primitiva y poco desarrollada, depende de las importaciones. Sus escasos productos de exportación exigen puertos atlánticos.

Incluso si descartamos la intervención militar, ya que el Senado de Nigeria ha rechazado la propuesta de intervención (posiblemente una forma «honorable» de salir de un bochorno inevitable, tras la declaración de apoyo de Argelia a Níger, así como los rumores de contratación del Grupo Wagner), Níger sigue asediado. Los nigerinos son víctimas de una guerra híbrida que intentará doblegar al país por todos los medios posibles.

En estas condiciones, ¿qué pueden hacer nuestros países?

En primer lugar, los países latinoamericanos debemos negarnos a apoyar las condenas y sobre todo las sanciones que se propongan en la ONU y otros organismos transnacionales a los que pertenecemos. Los acontecimientos en Níger y los países vecinos del Sahel son procesos internos que, al parecer, cuentan con un amplio apoyo popular, y no nos corresponde condenar los movimientos de las amplias masas populares que luchan por hacerse cargo de su propia historia.

En segundo lugar, los países de Nuestra América deben movilizarse, destacando Brasil por su favorable posición geográfica, para sustituir los lazos comerciales perdidos por Níger. El camino para ello pasa, en el caso brasileño, por aprovechar que la distancia entre la ciudad portuaria nororiental de Natal y Conakry, capital de Guinea, país que también ha vivido un levantamiento nacional-revolucionario y que apoya a Malí, Burkina Faso y Níger, es igual a la que separa Natal de São Paulo.

Desde Conakry, es posible establecer una ruta comercial que una las capitales de las naciones pertenecientes al Eje de la Resistencia Africana: Conakry-Bamako- Uagadugú-Niamei. Así, Brasil y otros países de Nuestra América que también puedan acceder a Conakry, podrán romper el «cerco» impuesto a Níger, evitando que se vean obligados a doblegarse por el hambre.

Los países de Nuestra América son agroexportadores, además de productores de petróleo y de varios otros recursos importantes. En este sentido, países como Brasil y Venezuela también pueden garantizar combustible barato para la región.

Estos, sin embargo, deberían ser sólo los primeros pasos de una proyección más profunda y a más largo plazo en el continente africano. La ayuda rusa al Sahel es muy positiva, pero tenemos más en común con ellos que los rusos y nuestra ayuda despertará menos sospechas o acusaciones de imperialismo. Recordemos aquí que hace años, Odebrecht (prácticamente destruida por el lawfare dirigido por el DOJ estadounidense) poseía numerosos proyectos de infraestructuras en África.

Nuestros países deberían planificar el refuerzo de la cooperación con estos países de nuevo, centrándose en el Sahel, rico en petróleo, uranio y otros recursos importantes, pero con un espíritu de relaciones en las que todos salgan ganando, cuyo objetivo debería ser la formación de técnicos, ingenieros y especialistas locales para que ellos mismos participen en el desarrollo de las infraestructuras locales con vistas a alcanzar la autonomía regional.

Brasil, insisto, tiene varias ventajas en esta perspectiva. Además de su favorable posición geográfica, tenemos una fuerte herencia africana que facilita el diálogo con los países del continente vecino.

Con audacia, que desgraciadamente hemos estado lejos de tener en los últimos años, podríamos ir más lejos.

¿Por qué es el Grupo Wagner el que lleva a cabo la labor de lucha contra el terrorismo y de refuerzo militar en África? ¿Por qué Brasil y los demás países de Nuestra América no estructuran mecanismos de proyección de influencia a través de empresas militares formalmente privadas, pero orientadas por nuestros Estados?

Lamentablemente, la mayoría de estas ideas y sugerencias (salvo las más básicas) requerirían de nuestros Estados un pensamiento estratégico geopolítico de largo plazo, que o no tienen o, cuando lo tienen, no es puesto en práctica por la clase política.

Las relaciones América-África son esenciales desde el punto de vista geopolítico para contrarrestar el llamado «Océano del Centro» teorizado por Halford Mackinder como contrapartida talasocrática del Heartland euroasiático. A través de estas relaciones, podemos transformar el Atlántico Sur en un área de seguridad estratégica común entre nuestros países, protegiendo los Rimlands de ambos continentes e imponiendo una presión creciente sobre las posesiones occidentales en la región, incluidas las Malvinas.

En resumen, ayudar al proceso de liberación africano acelerará el proceso de liberación latinoamericano.

Lo que falta es voluntad y audacia.

Raphael Machado* Licenciado en Derecho por la Universidad Federal de Río de Janeiro, Presidente de la Associação Nova Resistência, geopolitólogo y politólogo, traductor de la Editora Ars Regia, colaborador de RT, Sputnik y TeleSur.

Foto de portada: Ilustración de saberesafricanos.net/

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