Tras la derrota de Trump en 2020, la ofensiva del Partido Republicano para recuperar la Casa Blanca en 2024 comenzó su marcha. Con denuncias falsas sobre fraudes incomprobables en estados en los cuales en 2016 el ex presidente resultó vencedor y el impulso de proyectos para dificultan el acceso al voto, la estrategia de cara a lo que viene pasó a ser la garantía de una victoria en 2024 a través de medidas que ya fueron aprobadas en 19 estados estadounidenses.
Solo en lo que va de 2021, más de 360 proyectos fueron presentados en 47 de los 50 estados del país con el fin de restringir aún más el acceso al voto. Tanto estas iniciativas como las acusaciones de fraude y el no reconocimiento de la victoria del Partido Demócrata, algo inédito en la historia norteamericana, muestran la opción por el autoritarismo adoptado por los republicanos y simpatizantes del ex presidente Trump.
“Como en un deporte, cuando las personas no aceptan las reglas, no tiene sentido jugar el juego” explica en una entrevista para O Globo el profesor emérito de Ciencia Política de la Universidad de Northwestern Kenneth Janda. “El principal problema es que muchos políticos republicanos están comprando la acusación de Trump de que la elección fue fraudulenta. Un partido no puede ser considerado democrático si no acepta los resultados de las urnas”.
Lo que tras la derrota del ex presidente parecía ser un quiebre hacia dentro del partido, con el tiempo demostró ser un crecimiento de la figura de Trump como líder indiscutido Republicano. Según una encuesta de Morning Consult el ex mandatario cuenta con una aprobación del 82% entre los votantes del partido mientras que dos de cada tres republicanos lo quieren como candidato en 2024. Dicho apoyo se ve reflejado también en la idea sembrada por el propio Trump acerca del fraude en la elección de 2020, ya que el 78% de los votantes del partido no creen que la victoria de Joe Biden haya sido legítima.
Con la radicalización del partido, la persecución a las disidencias se vuelve cada vez más evidente. Es el caso de la congresista Liz Cheney, que fue apartada de su cargo de líder del bloque republicano por oponerse al discurso de fraude y hasta peligra su candidatura a la reelección. Según explica un estudioso del GOP Geoffrey Kabaservice “desde 1980 el partido está crecientemente dispuesto a expulsar a quienes no siguen al líder. Antes se podían acomodar intereses disidentes, ahora lo que se constituye con más fuerza y cada vez más es el culto a la personalidad”.
Por otro lado, mientras algunas figuras del partido sufren las consecuencias de pararse como oposición al ex mandatario, otras aprovechan la popularidad alcanzada por este entre los votantes republicanos para ganar apoyo de cara a las legislativas de 2022. Es el caso del senador por Iowa Chuck Grassley, quien recibió a Trump en un acto en el cual presentó su candidatura: “Si no aceptase el apoyo de una persona que cuenta con el 91% de los republicanos de mi estado no sería muy inteligente” manifestó en el escenario con Trump a su lado.
El camino hacia la radicalización
Si bien el Partido Republicano contó históricamente con el apoyo de las clases medias y medias altas de los suburbios, con el tiempo dejó de contar con esos votantes y pasó a ser la opción de los electores de zonas rurales. Esa migración comenzó a partir de 1964, cuando el entonces candidato presidencial Barry Goldwater impulsó una campaña con la idea de movilizar al electorado conservador del sur que estaba insatisfecho con el fin de la segregación racial.
Desde entonces comenzó a gestarse la idea de una guerra cultural en relación a asuntos como el acceso al aborto y, más adelante, la negativa a discutir cuestiones de género o a impulsar el debate sobre la retirada de los planes de estudio en escuelas y universidad de la teoría crítica de la raza. Si bien ese electorado se ha visto reducido, la apuesta de los republicanos está en la movilización de los votantes de los que aún dispone.
“Para eso apelan a la idea de que estamos frente a amenazas existenciales relacionadas a los valores, como la familia y la religión. Eso sucede mientras la sociedad se mueve como un todo en una dirección cada vez más progresista, lo cual genera una sensación de miedo”, explica Pippa Norris, especialista en Ciencia Política de la Universidad de Harvard.
A su vez, la especialista destaca que la propia constitución de Estados Unidos ofrece incentivos para que los republicanos se concentren en un electorado rural y, en consecuencia, apelar a su radicalización. Según establece la Carta Magna de este país, todos los estados tienen el mismo peso dentro del Senado, lo cual genera que estados poco poblados como Kansas tengan la misma representatividad que California o Nueva York, donde el número de habitantes y consecuentemente de electores es considerablemente mayor.
La forma de incentivar a esos votantes para que se movilicen se expresa en la idea de que la oposición es ilegítima, como sucede desde 2020 con el discurso de fraude. “El partido republicano no tiene más interés en competir en políticas públicas y prefiere dificultar los procesos”, explica Lucan Way, de la Universidad de Toronto.
En consecuencia, el resultado a la vista es un Partido Republicano cada vez más radicalizado. “Hay potencial para una ruptura antidemocrática, lo cual puede significar violencia” sostiene Kabaservice. Por otro lado, mientras los republicanos buscan socavar el acceso al voto en los estados en donde gobiernan, algunos analistas anticipan la posibilidad de una alianza entre miembros o ex miembros del partido que priorizan su compromiso con la democracia con los demócratas. Mientras tanto, desde algunos medios de comunicación se insiste en la idea de mostrar estas dos situaciones como resultado de una polarización en donde ambos lados son iguales y se hace necesario buscar un término medio.
Recientemente el profesor Alfred McCoy publicó un artículo en donde alerta acerca del peligro inminente de una ruptura democrática exitosa de cara a la elección de 2024. Lo que el seis de enero de 2021 resultó en un intento de golpe de estado fracasado con la invasión del capitolio, aparece ahora como una articulación política entre actores influyentes y cada vez más reaccionarios para garantizar que la democracia no impida el proyecto de poder trumpista. Nada de lo que pueda surgir de esa aventura resultará en beneficios concretos para el pueblo norteamericano y, en mucho menor medida, para los pueblos de nuestraamerica.