El 2 de abril, el Señor Trump anunció una serie de aranceles globales, argumentando que permitirían el florecimiento económico de su país, abordarían los desequilibrios comerciales e incrementarían el empleo en la industria manufacturera.
“Nos han estafado durante décadas casi todos los países del mundo, y no permitiremos que eso vuelva a suceder”, declaró el Señor Trump, durante uno de sus recientes discursos. “Otros países han aplicado aranceles en nuestra contra durante décadas, y ahora nos toca a nosotros empezar a aplicarlos contra esos otros países”.
Aunque el Señor Trump sigue insistiendo en que los países extranjeros son quienes “pagarán los aranceles”, esto claro es ilógico, ya que los aranceles los pagan los consumidores del país a los que se les imponen estos, y en este caso, las empresas estadounidenses simplemente pasarán el costo de los aranceles a los consumidores gringos, a través de los aumentos de precios.
Lo que sí causa daño a los exportadores es que sus productos pierden competitividad al ser mucho más caros de lo que ellos mismos los venden a Estados Unidos, por lo cual el consumidor empieza a buscar sustitutos locales que, aunque sean de menor calidad y más caros que los importados, serían más baratos simplemente por no tener el precio agregado de los aranceles.
¿Su razón? Pues de acuerdo con la administración política del Señor Trump, esto hará una serie de milagros, entre estos el que ellos alegan que es el más importante: obligará a regresar la producción de lo que se importa, a los territorios estadounidenses, creando más trabajos locales y así ajustando el déficit de comercio que Estados Unidos posee con el resto del mundo. Uno de los problemas con este plan, es las aspiraciones contradictorias que pretende lograr. Por un lado, los aranceles traerán inmensos ingresos al gobierno federal (¿no es que contrataron a Elon Musk para “reducir” el Estado?), los cuales serían tan elevados, que el gobierno a mediano plazo podría hasta suspender el cobro de impuestos a los ingresos (a nivel federal, claro). A la vez, esta “barita mágica” de los aranceles, obligará a traer la producción a suelo estadounidense.
Ahora bien, cuando regresen por miles – como se alega – los manufactureros y las fábricas del exterior para establecerse en Estados Unidos, eso conllevaría a que se reduzcan las importaciones de manera significativa, entonces, ¿Cómo exactamente podrán seguir obteniendo inmensos dividendos de los aranceles, si la producción regresó a Estados Unidos y las importaciones mermarán a su mínima expresión, supuestamente? Nadie en Washington puede explicar esta pequeña contradicción.
No obstante, el problema de las declaraciones del Señor Trump, se encuentra en que específicamente él plantea que el mundo entero está “robándole” a su precioso país, por eso, ellos como “víctimas” pasivas, poseen un inmenso déficit comercial y la deuda más inmensa del planeta, todo gracias a los “malvados” extranjeros.
Quizás este tipo de argumentos funciona con una población generalmente ignorante (los mismos que eligen a estos mentirosos, en primer lugar), pero cualquier ser que tiene un poco de conocimiento histórico, sabe precisamente quienes fueron los que crearon esta situación que el Señor Trump tanto llora y reclama, en la actualidad.
Muy convenientemente, a los gringos se les olvida que el deterioro de sus capacidades productivas nacionales, fue a raíz de sus propias acciones, durante el periodo del Señor Ronald Reagan (1980 – 1988), y luego William Clinton (1993 – 2001). En los tiempos del auge neoliberal y la sustitución del keynesianismo de Theodore Roosevelt (1933 – 1945), con el monetarismo de Milton Friedman desde 1970 y en adelante, se le otorgó libertad de movimiento irrestricta al capital (lo que no existía durante el Keynesianismo) y, a su vez, se facilitó el traslado de la producción manufacturera estadounidense hacia el Sur Global, manteniendo el consumo de esta producción en los mercados domésticos occidentales, pero con la producción en los países que no poseen regulaciones laborales (para así mejorar la explotación). Con esto, se dedicaron los gringos a la economía financiera (la que es altamente especulativa) y el sector de servicios, ya que este no puede ser importado.
La “desregulación” de Reagan es la razón principal por la cual Estados Unidos se encuentra como está, y lo que ganó de esto fue recolocar su dólar como moneda absoluta de reserva internacional después de descartar el patrón oro en 1971. Para las décadas de 2000 y 2010, ya la moneda estadounidense se hizo tan poderosa, que los gobiernos gringos la transformaron en un arma política y mortal contra todos los gobiernos que ellos odiaban, alcanzando también a unos cuantos aliados.
Claro, el precio de todo ese poder sobre el mundo, es que la producción nacional colapsó, y el déficit comercial se disparó. Pero como siempre, los gringos “want to have their cake and eat it too”: quieren comerse su pastel y tenerlo también, es un dicho anglosajón que significa que quieren tenerlo todo, sin consecuencias y sin pagar precio alguno por tenerlo todo.
Es precisamente este tipo de soberbia y arrogancia, que eventualmente acabará con la hegemonía del dólar, mucho antes de que los BRICS o China lo logren hacer por su cuenta.
Omar José Hassaan Fariñas* Internacionalista y Profesor de relaciones internacionales en la Universidad Bolivariana de Venezuela. Colaborador de PIA Global
Foto de portada: menorca.info/