El 14 de junio se realizó, en el cuartel general de Bruselas, el encuentro cumbre de la OTAN: el Consejo del Atlántico Norte, que se desarrolla al más alto nivel –entre jefes de Estado y/o de gobierno. Presidido formalmente por el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, el verdadero “director de la orquesta” fue el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, quien viajó a Europa para lanzar un llamado a las armas a sus aliados en el conflicto mundial contra Rusia y China.
La cumbre de la OTAN estuvo precedida, y preparada, por dos eventos políticos que tuvieron a Biden como protagonista –la firma de la Nueva Carta Atlántica y la cumbre del G7– y se desarrolló justo antes del encuentro cumbre del presidente Biden con el presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, pactado para el 16 en Ginebra, reunión cuyo resultado ya se vislumbra en la negativa de Biden a ofrecer, como es usual hacerlo, una conferencia de prensa final con Putin.
La Nueva Carta Atlántica [1], firmada el 10 de junio en Londres por el presidente de Estados Unidos y el primer ministro británico Boris Johnson, es un significativo documento político al que los medios de Occidente han dado muy poca difusión.
La Carta Atlántica histórica [2], firmada por el presidente de Estados Unidos Roosevelt y por el primer ministro británico Churchill, enunciaba los valores sobre los cuales iba a basarse el futuro orden mundial, garantizado por las «grandes democracias», ante todo la renuncia al uso de la fuerza, la autodeterminación de los pueblos y la igualdad de derechos de estos al acceso a los recursos. Luego de haber demostrado la Historia lo que realmente pasó con esos valores, la Carta Atlántica «revitalizada» reafirma ahora el compromiso de «defender nuestros valores democráticos contra quienes tratan de socavarlos». Con ese fin, Estados Unidos y Reino Unido aseguran a los demás miembros de la OTAN que siempre podrán contar con «nuestra disuasión nuclear» y que «la OTAN seguirá siendo una alianza nuclear».
La cumbre del G7, que se realizó en Cornouailles del 11 al 13 de junio, conminó a Rusia a «poner fin a su comportamiento desestabilizante y a sus actividades malignas, incluyendo su interferencia en los sistemas democráticos de otros países» y acusó a China de «prácticas comerciales que socavan el funcionamiento equitativo y transparente de la economía mundial». Con esas palabras y otras más, ya formuladas antes en las declaraciones de Washington, las potencias europeas del G7 (Reino Unido, Alemania, Francia e Italia), que son también las mayores potencias europeas de la OTAN, se alinearon tras Estados Unidos, incluso antes de la cumbre de la OTAN.
La cumbre de la alianza bélica atlántica comenzó declarando que «nuestra relación con Rusia está en el punto más bajo desde el fin de la guerra fría: eso se debe a las acciones agresivas de Rusia» y al hecho que «el fortalecimiento militar de China, su creciente influencia y su comportamiento coercitivo plantean desafíos a nuestra seguridad». Una verdadera declaración de guerra que, invirtiendo la realidad, no deja espacio a intentos de disminuir la tensión.
La cumbre de la OTAN declaró abierto un «nuevo capítulo» en la historia de esa alianza [3], basado en la agenda OTAN 2030 [4]. Se refuerza el «lazo transatlántico» entre Estados Unidos y Europa en todos los aspectos –político, militar, económico, tecnológico, espacial, etc.–, con una estrategia que se extiende a escala mundial, de norte a sur, de América a Europa, de Asia a África.
En ese marco, Estados Unidos desplegará dentro de poco en Europa –contra Rusia– y en Asia –contra China– sus nuevas bombas nucleares y nuevos misiles también nucleares de alcance intermedio, con lo cual se justifica la decisión de la cumbre de elevar aún más los gastos militares: Estados Unidos, cuyo gasto en el sector militar se eleva a casi el 70% del gasto total de los 30 países de la OTAN, empuja sus aliados europeos a incrementar sus propios gastos militares. Italia, desde 2015, ha aumentado su gasto militar anual, que era de 10 000 millones, a cerca de 30 000 millones de dólares en 2021 –según los datos de la OTAN–, alcanzando así el 5º lugar entre los 30 países miembros de la alianza, pero el nivel que debería alcanzar sobrepasa los 40 000 millones de dólares al año.
Al mismo tiempo, se refuerza el papel del Consejo del Atlántico Norte. Según las normas de la OTAN, este es el órgano político de la alianza y no toma sus decisiones por mayoría sino siempre «por unanimidad y de común acuerdo»… o sea de acuerdo con lo que se decide en Washington. Eso provoca un debilitamiento de los parlamentos nacionales europeos, ya privados actualmente de verdadero poder de decisión en política exterior y en el sector militar ya que 21 de los 27 países de la Unión Europea pertenecen a la OTAN.
Pero no todos los países europeos están igualdad de condiciones. Reino Unido, Francia y Alemania tratan con Estados Unidos sobre la base de sus propios intereses, mientras que Italia se alinea invariablemente tras las decisiones de Washington, aunque sea en contra de sus propios intereses.
Sin embargo, los desacuerdos económicos, como el que existe entre Alemania y Estados Unidos sobre el gasoducto Nord Stream 2 pasan a un segundo lugar ante el interés superior común: hacer que Occidente mantenga su predominio en un mundo donde surgen, o resurgen, nuevos actores estatales y sociales.
[1] “The New Atlantic Charter”, Voltaire Network, 10 de junio de 2021. [2] “The Atlantic Charter”, por Franklin Delano Roosevelt y Winston Churchill, Voltaire Network, 14 de agosto de 1941. [3] “G7 2021 – Final Communiqué”, Voltaire Network, 13 de junio de 2021. [4] NATO 2030, 25 de noviembre de 2020.*Manlio Dinucci es periodista, geógrafo y analista político.
Este artículo fue publicado por Diario Octubre.