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El hambre como estrategia de limpieza étnica en Gaza

Por Lourdes Hernández* –
La restricción alimentaria actúa como mecanismo de presión que busca doblegar a la población civil, limitar su resistencia y controlar el territorio mediante la expulsión y el exterminio palestino total.

Lo que ocurre en Gaza es el resultado directo de una política de exterminio diseñada y ejecutada por el Estado de Israel bajo el marco ideológico del sionismo. El hambre, la destrucción sistemática de infraestructura y la negación de acceso a la salud y al agua son instrumentos deliberados de limpieza étnica. Se trata de un proyecto político que convierte la vida cotidiana palestina en un campo de batalla, donde el objetivo no es solo controlar un territorio, sino erradicar a su pueblo. La hambruna en Gaza es, por tanto, la expresión más brutal de un genocidio planificado y sostenido.

Israel mantiene un bloqueo total, terrestre y marítimo, sobre la entrada de alimentos y suministros necesarios para la supervivencia —como agua, medicamentos y recursos sanitarios— en la Franja de Gaza. El primer ministro Benjamin Netanyahu finalmente reveló el objetivo de tomar el control total del territorio, aunque según la ONU, las tropas israelíes ya controlan el 87% bajo ocupación militar o constantes órdenes de desalojo.

Miles de palestinos desplazados se refugian en escasos campamentos, atrapados en condiciones de hacinamiento extremo, mientras las tropas de control territorial israelí les disparan y bombardean. El Sistema de Clasificación Integrada de la Seguridad Alimentaria por Fases (IPC) advirtió que los casos de desnutrición severa en menores de cinco años se triplicaron en las últimas dos semanas, mientras el Ministerio de Salud de Gaza reportó más de 235 muertes por hambre, incluidos 106 niños.

El grado de devastación se extiende a lo largo de kilómetros de barrios reducidos a polvo, sin rastro de viviendas habitables. Las calles acumulan montones de escombros donde antes hubo hogares, comercios y escuelas. Los bombardeos y ataques incesantes de los últimos meses por parte del ejército israelí no dejaron techos ni muros en pie; solo un terreno desnudo, gris y seco, marcado por la destrucción sistemática. La bruma —mezcla de polvo y humo— indica que la ofensiva sigue activa, mientras la población sobrevive sin refugio seguro.

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Hambre, violencia y estrategia

El Director General de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), Qu Dongyu, declaró: “Gaza está al borde de una hambruna a gran escala. La gente no se está muriendo de hambre porque no haya alimentos disponibles, sino porque el acceso está bloqueado, los sistemas agroalimentarios locales han colapsado y las familias ya no pueden mantener ni siquiera los medios de subsistencia más básicos”.

En esa rutina de no poder comprar, cosechar ni recibir alimentos, el 81% de los hogares apenas come lo suficiente, y un cuarto vive con hambre severa. Según el IPC: 470.000 personas (22%) viven en Catástrofe (Fase 5), más de un millón (54%) en Emergencia (Fase 4) y medio millón (24%) en Crisis (Fase 3).

Esta estrategia violenta lleva a la población a pasar días enteros sin comer, sufriendo hambre extrema, miseria y muerte, mientras crece la desesperación por ayuda humanitaria.

Rasha Al-Sheikh Khalil, residente de la ciudad de Gaza y madre de cuatro niños, sostuvo para la BBC: “No hemos comido una sola fruta o verdura fresca en cuatro meses. No hay pollo, ni carne, ni huevos. Todo lo que tenemos son alimentos enlatados —muchos vencidos— y harina”.

Gaza se enfrenta a un mercado fantasma donde la harina de trigo se encareció entre un 1.400% y un 5.600% desde febrero, y un saco de lentejas puede costar hasta 12 dólares, cuando es posible encontrarlo. Pero no se trata únicamente de inflación descontrolada, sino de una estrategia económica de asfixia que combina la destrucción de la infraestructura productiva, el bloqueo casi total de mercancías y la desaparición del empleo.

La población gazatí ya no puede comprar ni producir comida, enfrentando largas filas bajo el sol —con ollas en la cabeza para protegerse— esperando una cucharada de legumbres.

Los Puntos de Distribución de Alimentos, además de insuficientes, son peligrosos e injustos. El pediatra Ahmed Yousaf, quien trabajó en hospitales Al-Aqsa y Al-Shifa, declaró a Al Jazeera que las lesiones en solicitantes palestinos sugieren disparos deliberados de fuerzas israelíes “apuntando a partes específicas del cuerpo en días específicos (lunes: piernas y área pélvica; martes: torso y brazos, etc.)”.

Estos puntos están en zonas militarizadas bajo las armas de Estado de Israel, accesibles solo para quienes arriesgan sus vidas, y el sistema de orden de llegada excluye a los más vulnerables, sin contar las amenazas constantes de bombardeos.

Las fuerzas militares israelíes sistemáticamente atacan a gazatíes que buscan provisiones. La ONU denunció el asesinato de al menos 1.000 personas desde mayo en zonas cercanas a puntos de distribución administrados por la “Agencia Humanitaria” respaldada por Israel. Solo el 13 de agosto, la ofensiva dejó 100 personas asesinadas en una jornada: 73 en la ciudad de Gaza mientras esperaban ayuda, 14 en el norte y 16 cerca de Rafah.

Israel suspendió la ayuda humanitaria desde marzo, argumentando presión sobre Hamás para liberar rehenes del 7 de octubre de 2023. Los convoyes jordanos también fueron atacados en agosto: uno de 30 camiones fue bloqueado y apedreado, dañando cuatro vehículos.

Los buques de la Coalición de la Flotilla de la Libertad enfrentaron obstáculos similares. El 2 de mayo, drones atacaron el buque Conscience a 25 km de Malta, hiriendo a cuatro activistas. El 1 de junio, el barco Madleen —con Greta Thunberg a bordo— fue interceptado en aguas internacionales y sus tripulantes detenidos.

En este contexto, Egipto y Jordania resolvieron enviar ayuda por vías aéreas: sobrevolaron la Franja de Gaza y dejaron caer paracaídas con cajas de alimentos como arroz, enlatados, aceite, fórmulas infantiles y paquetes de pasta.

En un cielo despejado, decenas de paracaídas cayeron sobre la ciudad devastada, mientras en el suelo se amontonaban cientos de civiles que recorrían las calles, entre los restos de viviendas y comercios destruidos, dispuestos a enfrentarse entre ellos para quedarse con las cajas.

De Gaza solo quedan extensas áreas donde no se ve ni un solo edificio intacto: montañas de escombros de hormigón pulverizado, estructuras metálicas retorcidas y cables eléctricos colgantes que se extienden por kilómetros sobre terreno árido.

Según la FAO y el Centro de Satélites de la ONU (UNOSAT), en mayo la infraestructura agrícola de Gaza estaba “casi totalmente” destruida: más del 80% de la superficie cultivable fue arrasada y es inaccesible para agricultores. El 82,8% de los pozos agrícolas fueron destruidos, dejando sin agua a cultivos y ganado, mientras que el 71,2% de los invernaderos quedaron inutilizados.

Antes del conflicto, 560.000 personas dependían de la agricultura, pastoreo o pesca para subsistir. La prohibición total de la pesca desde julio cerró este último canal de sustento, completando un colapso planificado de la autosuficiencia alimentaria.

Sin tierra cultivable, acceso al mar ni agua suficiente, Gaza perdió su autonomía alimentaria y depende exclusivamente de ayuda externa insuficiente. Esta carencia imposibilita incluso cocinar, pues la escasez de gas y agua potable obliga a quemar basura para preparar alimentos, exponiendo a la población a enfermedades.

El hambre no solo mata por inanición, sino que facilita enfermedades prevenibles. Según el Ministerio de Salud de Gaza, casos de diarreas acuosas y sanguinolentas se dispararon entre 150% y 302% por falta de agua potable y saneamiento.

Estas enfermedades no pueden tratarse porque hospitales clave como Nasser, Al-Shifa y Kamal Adwan fueron destruidos o cerrados. La Organización Mundial de la Salud advirtió que el 94% de los hospitales fueron dañados; de 36 centros de salud, solo 19 funcionan con atención básica de emergencia debido a la escasez crítica de suministros, personal, combustible y equipos —lo que Médicos Sin Fronteras catalogó como “medicina estrangulada”.

El colapso sanitario y el hambre que azotan al enclave son consecuencia de un régimen de castigo colectivo ejercido por el Estado israelí. El objetivo es actuar como mecanismo de presión que busca doblegar a la población civil, limitar su resistencia y controlar el territorio mediante la expulsión y el exterminio palestino total.

*Lourdes Hernández, miembro del equipo editorial de PIA Global.

Foto de portada: canal de noticias de Telegram Gaza Now

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