El movimiento feminista hace unos cuantos años llegó a nuestra América Latina de forma masiva, pateando la mesa del pacto capitalista y patriarcal y ha sido efectivo para identificar, problematizar y resignificar conflictos sociales, políticos y económicos, así como nutrir revueltas que finalmente lo han convertido en un proceso político de larga duración que es expansivo y radical a la vez, un fenómeno que se da muy poco.
Podemos decir que el movimiento feminista tiene una triple dimensión: su interseccionalidad, su escala geográfica y su gramática común. Esta tridimensionalidad configura la característica fundamental que le ha proporcionado al movimiento la capacidad de elaborar diagnósticos y prácticas concretas confrontando con la condición depredadora del capitalismo patriarcal y (neo)colonial en su fase actual con gran eficacia y capacidad de acumulación política material.
Es por esto que con el feminismo se libra la capacidad de incurrir y exponer el punto de sutura entre neoliberalismo y fascismo, lo cual explica la virulencia de la contraofensiva o reacción del sistema neoliberal, personificado en el resurgir de las ultraderechas neofascistas y sus aliados fundamentalistas religiosos que buscan restaurar la reproducción social en términos capitalistas, recolocar un mandato de género en crisis y retrasar las líneas entre lo humano y lo categorizado como menos-que-humano (feminizado, racializado, desnaturalizado) con un marcado sello colonial.
En este sentido debemos entender al feminismo como un campo, en su acepción Gramsciana, como una correlación de fuerzas históricas en disputa, es decir que existen varios legados feministas en pugna operando a la vez. Entonces el campo feminista que se configura debe entenderse y construirse desde la compresión de su heterogeneidad.
La idea de feminismo como campo coincide con la idea de la tradición populista de pensar que el sujeto es colectivo. Por lo tanto, su construcción debe, necesariamente, concebirse desde la heterogeneidad de ese sujeto colectivo, es decir, desde la diversidad del campo popular. El movimiento feminista debe comprenderse, conformarse e impulsarse desde una cosmovisión interseccional.
Hace no tanto tiempo comenzamos a dimensionar que el primer lugar que debemos conquistar del sistema capitalista es la plusvalía del trabajo de cuidados y reproducción de la clase trabajadora, el cual ha recaído sobre las mujeres y los cuerpos feminizados a lo largo de la historia y la cual se ha naturalizado y convenientemente pasado por alto por el patriarcado, aún en la izquierda, perdiendo de vista que sin esta batalla/conquista nuestra lucha está perdida desde antes de comenzar.
Entonces, ¿cómo podemos repensar las formulaciones teóricas del universo simbólico y material que integre las nuevas formas de organización social que resultan de las luchas y conquistas por derechos igualitarios?
El feminismo como proceso político está conformado por células organizadas que logran el entramado de nuestra lucha y que la sostienen a todas las escalas, son las que promueven la espontaneidad de las acciones que terminan interpelando y siendo multitudinarias resonando y reproduciéndose en todo el mundo. De esta forma hemos podido cortocircuitar con el discurso totalizador y las lógicas de vida naturalizadas por la cultura blanca, cis, heterosexual y patriarcal hasta su imposición sobre los cánones de belleza hegemónica. El feminismo nos ha permitido pensar y repensar nuestras luchas cuando los nombres ya no alcanzaban, resignificar y reapropiar conceptos nos es un acto de empoderamiento.
La conciencia de clase en el feminismo es indiscutible e imprescindible. Las mujeres y los cuerpos feminizados nos encontramos en el último escalafón de la pirámide, somos quienes reflejamos los peores indicadores de pobreza y precarización y estos empeoran si le agregamos la racialización, y la discriminación identitaria.
La consonancia transnacional de nuestras luchas son punto de encuentro que logra unirnos en las diferentes luchas en contra de la violencia machista, racista, capitalista, super extractivista, financiera y moralista (de la mano de los fundamentalismos religiosos) y que acumula desde todos lados en su accionar e impulso. Es desde este accionar del que decanta una sensibilidad que nos une en lo que vivenciamos y entendemos por explotación, por violencia, por racismo, por neoliberalismo.
Al movimiento feminista, como operador político dentro del campo de fuerzas de izquierda más amplio, nos toca repensarnos constantemente y negociar en todas las esferas del campo popular, por tanto, para continuar siendo vanguardia debemos poner de relieve las claves significantes de opresión: la opresión de clase, la opresión de género y la opresión de raza.
Podemos aproximarnos a una comprensión y construcción populista de los feminismos, lo que implica que se puede estar dentro de las instituciones e impugnar el statu quo, es decir tratar de destruir el pacto patriarcal, blanco supremacista y patrimonial de las oligarquías desde dentro de las instituciones, e incluso ser el punto de sutura en la articulación entre éstas y el campo popular.
Cada espacio es un lugar a ocupar y todos estos son espacios de mediación y disputa: las instituciones, las organizaciones, las asambleas, las marchas en las que se constituyen lazos ético-políticos.
Por lo tanto, para que el movimiento feminista ejerza su capacidad como operador político dentro de este campo de fuerzas en tensión simultánea, necesariamente tiene que ser entendido y ejercido desde la transversalidad que la interseccionalidad le otorga.
Audre Lorde decía: “No seré una mujer libre mientras siga habiendo mujeres sometidas”, hemos de trabajar urgentemente en construir un movimiento feminista que nos incluya a todas: mujeres negras, de pueblos originarios, mujeres pobres, mujeres trans, mujeres en situación de discapacidad, mujeres gordas, flacas, que profesen cualquier religión o ninguna, lesbianas, queer, prostitutas, mujeres privadas de libertad, de todas las edades, todas juntas.
Por último, desde las juventudes no queremos ni debemos permitirnos quedar fuera de la discusión política, somos presente y construimos futuro desde la integración.
Debemos repensar y resignificar nuestras instituciones y construir un campo popular fuerte para cimentar la transformación de la realidad, haciéndonos cargo de todos los problemas contemporáneos que tenemos después de la pandemia, con las consecuencias de los conflictos armados, las corporaciones desatadas y las extremas derechas articulándose de manera global operando en favor del intervencionismo de un occidente decadente, con discursos que buscan apropiarse y resignificar conceptos como la libertad y la democracia .
Tenemos que asumir la tarea de trabajar todos estos frentes que están operando al mismo tiempo aprovechando la crisis de occidente y la reconfiguración en las relaciones de poder que implican las alianzas del Sur Global, aprovechando lo que esto supone en todos los niveles de la vida política de nuestras sociedades.
Por las nuevas generaciones y por las que históricamente lucharon construyendo feminismo debemos desenterrar el pasado y reconocer en él las demandas que continúan siendo presentes para pensarnos feministas a partir de todas las cuestiones ya planteadas que siguen vivas y están operando a la vez.
Las feministas tenemos que cuestionar todas las lógicas y dinámicas de poder, así como el ejercicio del poder en las instituciones, tanto político partidarias como estatales. Nuestra apuesta requiere del compromiso por un feminismo que sí se haga cargo del Antagonismo, del Estado y de las Instituciones.
Es imperante la necesidad de construir nuestras identidades y afianzar nuestras relaciones, desde lo discursivo y lo afectivo ya que las ideas cobran fuerza cuando se hacen carne. Los movimientos feministas, antirracistas y LGBTIQ + nos han brindado los elementos para comprender que lo que nos impulsa, lo que nos aporta el empuje o las tensiones necesarias para actuar en la militancia política y social es que es preciso encontrarnos con la empatía y el afecto para perseverar.
Levantemos las banderas de nuestra lucha, que es interseccional y se enriquece de nuestra diversidad, que tiene como fin último la liberación y la emancipación del pueblo. Tenemos la certeza y la seguridad de que toda la humanidad debe pulsar porque este es el deseo más puro, el de vivir y convivir con dignidad, respeto y derecho a ser feliz. Cada acto de insubordinación al sistema cuenta porque se va acumulando celularmente, y ello hace que todas y todos, hasta quienes quizás aún no lo sepan, puedan ser parte de nuestra causa. Todas son fronteras de batalla y cada acto de insurrección corre la línea en esta guerra de posición.
La revolución será feminista e interseccional o no será.
Agustina Alejandro Figueroa* Lic en Relaciones Internacionales IR Frente Amplio Uruguay
Este trabajo fue presentado como ponencia en el Seminario Nº27 “los Partidos y una Nueva Sociedad” organizado por el Partido del Trabajo de México
Foto de portada: sursiendo.org