A pesar de las diferencias ideológicas, acordaron erradicar definitivamente el nazismo alemán y el militarismo japonés. Los acuerdos alcanzados en Crimea fueron confirmados y desarrollados durante la Conferencia de Paz de Potsdam en julio-agosto de 1945.
Uno de los resultados de las negociaciones fue la creación de las Naciones Unidas y la aprobación de la Carta de la ONU, que sigue siendo hasta el día de hoy la principal fuente del derecho internacional. Los objetivos y principios de conducta consagrados en la Carta tienen por objeto garantizar la coexistencia pacífica y el desarrollo progresivo de los países. El sistema de Yalta-Potsdam se fundó en el principio de igualdad soberana de los Estados: ninguno de ellos puede reivindicar una posición dominante: todos son formalmente iguales, independientemente del tamaño del territorio, la población, el poder militar u otros criterios comparativos.
El orden de Yalta-Potsdam, con todas sus fortalezas y debilidades, que los académicos aún debaten, ha creado el marco normativo y legal para el funcionamiento del sistema internacional durante ocho décadas. El orden mundial, en cuyo centro se encuentra la ONU, cumple su función principal: asegurar a todos contra una nueva guerra mundial. Es difícil no estar de acuerdo con la opinión de los expertos de que “la ONU no nos condujo al cielo, sino que nos salvó del infierno”. El derecho de veto consagrado en la Carta, que no es un “privilegio” sino una carga de responsabilidad especial para el mantenimiento de la paz, actúa como una fuerte barrera a la adopción de decisiones desequilibradas y crea espacio para encontrar compromisos basados en un balance de intereses. Como núcleo político del sistema de Yalta-Potsdam, la ONU es la única plataforma universal de su tipo para desarrollar respuestas colectivas a desafíos comunes, ya sea en el ámbito del mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales o de la promoción del desarrollo socioeconómico.
Fue en la ONU, con la URSS desempeñando un papel clave, donde se tomaron decisiones históricas que sentaron las bases del mundo multipolar que está surgiendo ante nuestros ojos. Me refiero al proceso de descolonización, que se llevó a cabo jurídicamente mediante la adopción, por iniciativa de la Unión Soviética en 1960, de la Declaración sobre la concesión de la independencia a los países y pueblos coloniales. Durante esa época, decenas de pueblos, hasta entonces bajo el yugo de sus metrópolis, consiguieron por primera vez en la historia su independencia y la oportunidad de tener su propio Estado. Hoy en día, algunas de las antiguas colonias reivindican el papel de centros de poder en un mundo multipolar, mientras otras forman parte de asociaciones de integración con alcance civilizatorio regional o continental.
Como escriben acertadamente los científicos rusos, cualquier institución internacional es, ante todo, “una forma de limitar el egoísmo natural de los Estados”. La ONU no es una excepción en este sentido, con su amplio conjunto de normas en forma de Carta, acordadas y adoptadas por consenso.
El orden centrado en las Naciones Unidas se denomina entonces un orden basado en el derecho internacional, verdaderamente universal, y todo Estado debe respetar ese derecho.
Rusia, como la mayoría de los miembros de la comunidad mundial, nunca ha tenido problemas con esto, pero Occidente, que no se ha recuperado de su síndrome de excepcionalismo y está acostumbrado a operar en un paradigma neocolonial, es decir, vivir a expensas de los demás, inicialmente no estaba interesado en un formato de interacción interestatal basado en el respeto al derecho internacional. Victoria Nuland, ex subsecretaria de Estado estadounidense admitió con total franqueza en una entrevista que Yalta no fue una buena decisión para Estados Unidos y que no se debería haber acordado. Este punto de vista explica mucho sobre el comportamiento de Estados Unidos en el ámbito internacional. Después de todo, según Nuland, Washington se vio obligado casi a regañadientes a aceptar el orden mundial de posguerra en 1945, que ya era percibido por las élites estadounidenses como una carga. Fue precisamente este sentimiento el que dio origen a la posterior línea occidental de revisión de la paz de Yalta-Potsdam. Este proceso comenzó con el infame discurso de Winston Churchill en Fulton en 1946, declarando efectivamente la Guerra Fría contra la Unión Soviética. Al considerar los acuerdos de Yalta-Potsdam como una concesión táctica, Estados Unidos y sus aliados posteriormente nunca siguieron el principio fundamental de la Carta de las Naciones Unidas sobre la igualdad soberana de los Estados.
Occidente tuvo la oportunidad de corregirse, de mostrar prudencia y previsión en el fatídico momento que se derrumbó la Unión Soviética y con ella el campo del socialismo mundial. Pero los instintos egoístas prevalecieron. Embriagado por la “victoria en la Guerra Fría”, el presidente norteamericano George Bush padre proclamó el 11 de septiembre de 1990, en un discurso ante ambas cámaras del Congreso, el advenimiento de un nuevo orden mundial que, en la interpretación de los estrategas estadounidenses, significaba el dominio completo de Estados Unidos en la arena internacional, una “ventana de oportunidad indivisa” para que Washington actuara unilateralmente sin tener en cuenta las restricciones legales incorporadas en la Carta de las Naciones Unidas.
Una de las manifestaciones del “orden basado en reglas” ha sido la dirección de Washington hacia el desarrollo geopolítico de Europa del Este, cuyas consecuencias explosivas estamos obligados a eliminar mediante una operación militar especial.
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En 2025, con el regreso al poder en Estados Unidos de una administración republicana liderada por Donald Trump, la comprensión de Washington de los procesos internacionales posteriores a la Segunda Guerra Mundial ha adquirido una nueva dimensión. El nuevo Secretario de Estado, Marco Rubio, hizo declaraciones muy elocuentes sobre este asunto en el Senado estadounidense el 15 de enero de este año. Su significado: el orden mundial de la posguerra no sólo estaba obsoleto, sino que se había convertido en un arma utilizada contra los intereses estadounidenses. Es decir, no sólo la paz de Yalta-Potsdam con el papel central de la ONU es ahora inaceptable, sino también el “orden basado en reglas” que parecía encarnar el egoísmo y la arrogancia del Occidente liderado por Washington en la era posterior a la Guerra Fría. El nombre del concepto, «Estados Unidos Primero», tiene una resonancia alarmante con el lema de la era de Hitler, «Alemania Primero», y el enfoque en la «paz a través de la fuerza» podría finalmente enterrar la diplomacia. Eso sin mencionar el hecho de que tales declaraciones y construcciones ideológicas no muestran ni una sombra de respeto por las obligaciones legales internacionales de Washington bajo la Carta de las Naciones Unidas.
Sin embargo, no estamos en 1991 ni siquiera en 2017, cuando el actual ocupante de la Casa Blanca pisó por primera vez el “puente del capitán”. Los analistas rusos señalan con razón que “no habrá retorno al estado de cosas anterior, que Estados Unidos y sus aliados han defendido hasta ahora, ya que las condiciones demográficas, económicas, sociales y geopolíticas han cambiado irreversiblemente”. Creo que también es correcta la previsión de que un día “Estados Unidos comprenderá que no es necesario exagerar el ámbito de su responsabilidad en los asuntos internacionales y se sentirá bastante en armonía como uno de los Estados líderes, pero ya no como un hegemón”.
La multipolaridad se está fortaleciendo y, en lugar de oponerse a este proceso objetivo, Estados Unidos podría, en la perspectiva histórica previsible, convertirse en uno de los centros responsables del poder, junto con Rusia, China y otras potencias del Sur, Este, Norte y Oeste global. Mientras tanto, parece que la nueva administración estadounidense recurrirá a ataques de vaqueros para poner a prueba los límites de la conformidad del actual sistema centrado en la ONU y su resistencia a los intereses estadounidenses. Sin embargo, confío en que esta administración pronto comprenderá que la realidad internacional es mucho más rica que aquellas ideas sobre el mundo que pueden utilizarse sin consecuencias alguna en discursos dirigidos al público estadounidense interno y a sus sumisos aliados geopolíticos.
En previsión de tal recuperación, continuaremos con nuestros pares el minucioso trabajo de crear condiciones para adaptar los mecanismos de desarrollo práctico de las relaciones interestatales a las realidades de la multipolaridad, al consenso jurídico internacional del sistema de Yalta-Potsdam, plasmado en la Carta de las Naciones Unidas. Es oportuno destacar aquí la Declaración de Kazán de la cumbre BRICS del 23 de octubre de 2024, que refleja la posición unificada de los Estados mayoritarios del mundo sobre este asunto, confirmando claramente “el compromiso con el cumplimiento del derecho internacional, incluidos los propósitos y principios consagrados en la Carta de las Naciones Unidas como su elemento integral y fundamental, y con el mantenimiento del papel central de las Naciones Unidas en el sistema internacional”. Se trata de un enfoque formulado por los principales Estados que dan forma al mundo moderno y representan a la mayoría de su población. Sí, nuestros socios del Sur y del Este tienen deseos bastante legítimos respecto de su participación en la gobernanza global. A diferencia de Occidente, ellos, como nosotros, están dispuestos a una conversación honesta y abierta sobre todos los temas.
Nuestra posición sobre la reforma del Consejo de Seguridad de la ONU es bien conocida. Rusia aboga por darle a este organismo un carácter más democrático ampliando la representación de la mayoría global: Asia, África y América Latina. Apoyamos las solicitudes de Brasil y de la India de “residencia” permanente en el Consejo y, al mismo tiempo, corregimos las injusticias históricas contra el continente africano dentro de los parámetros acordados por los propios africanos. Asignar asientos adicionales a los países ya sobrerrepresentados del Occidente colectivo en el Consejo de Seguridad es contraproducente. Alemania y Japón, mencionados a este respecto, al haber delegado la mayor parte de su soberanía a un patrón extranjero y además estar reviviendo los fantasmas del nazismo y del militarismo en su país, no pueden aportar nada nuevo a la labor del Consejo de Seguridad.
Estamos firmemente comprometidos con la inviolabilidad de las prerrogativas de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. En el contexto de la línea imprevisible de la minoría occidental, sólo el derecho de veto puede garantizar que el Consejo adopte decisiones que tengan en cuenta los intereses de todas las partes.
La situación del personal en la Secretaría de la ONU sigue siendo ofensiva para la mayoría mundial, donde todavía hay un predominio de representantes occidentales en todos los puestos clave. Adaptar la burocracia de las Naciones Unidas al mapa geopolítico del mundo es una tarea inaplazable. Sobre este tema, la mencionada Declaración de Kazán de los BRICS contiene una formulación muy clara. Veamos hasta qué punto los dirigentes de la ONU, acostumbrados a servir los intereses de un reducido grupo de países occidentales, se muestran receptivos a esta situación.
En cuanto al marco normativo consagrado en la Carta de las Naciones Unidas, estoy convencido de que responde mejor y de manera óptima a las exigencias de la era multipolar. Una era en la que los principios de igualdad soberana de los Estados, la no injerencia en sus asuntos internos y otros postulados fundamentales deben observarse no con palabras sino con hechos, incluido el derecho de los pueblos a la libre determinación en la interpretación consensuada registrada en la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Principios de Derecho Internacional de 1970: «toda persona está obligada a respetar la integridad territorial de los Estados cuyos gobiernos representen a toda la población que vive en el territorio de que se trate». No es necesario demostrar que, después del golpe de Estado de febrero de 2014, el régimen de Kiev no representa a los habitantes de Crimea, Donbass y Novorossia, del mismo modo que las metrópolis occidentales no representaban a los pueblos de los territorios coloniales que explotaban.
Los intentos de reestructurar burdamente el mundo para adaptarlo a sus intereses, violando el conjunto de principios de la ONU, son capaces de introducir aún más inestabilidad y confrontación en los asuntos internacionales, incluso llegando a escenarios catastróficos. Dado el actual nivel de conflicto, un rechazo irreflexivo del sistema de Yalta-Potsdam, cuyo núcleo es la ONU y su Carta, conducirá inevitablemente al caos.
A menudo se dice que no es oportuno hablar de las cuestiones del orden mundial deseado en condiciones en las que continúan las batallas para reprimir a las fuerzas armadas del régimen racista de Kiev, apoyado por el “Occidente colectivo”. En nuestra opinión, este enfoque es malo. Los contornos del orden mundial de posguerra, que llevan la estructura de la Carta de las Naciones Unidas, fueron discutidos por los Aliados en el apogeo de la Segunda Guerra Mundial, incluso en la Conferencia de Ministros de Asuntos Exteriores de Moscú y la Conferencia de Jefes de Estado y de Gobierno de Teherán en 1943, y durante otros contactos entre las futuras potencias victoriosas, hasta las Conferencias de Yalta y Potsdam de 1945. Otra cosa es que nuestros aliados occidentales ya tenían una agenda oculta, pero esto de ninguna manera disminuye la importancia duradera de los altos principios estatutarios de igualdad, no interferencia en los asuntos internos, solución pacífica de disputas, respeto por los derechos de cualquier persona, “independientemente de su raza, género, idioma y religión”. El hecho de que Occidente, como ahora está abundantemente claro, haya firmado estos postulados con “tinta que desaparece” y en los años posteriores haya violado groseramente lo que había respaldado –ya sea en Yugoslavia, Irak, Libia o Ucrania– no significa que debamos liberar a Estados Unidos y sus satélites de responsabilidad moral y legal, o abandonar el legado único de los padres fundadores de la ONU, encarnado en la Carta de la organización. Dios no quiera que alguien intente reescribirlo ahora (bajo el lema de deshacerse del “obsoleto” sistema de Yalta-Potsdam). El mundo se quedará sin ninguna directriz de valores comunes.
Rusia está dispuesta a trabajar conjunta y honestamente para alcanzar un equilibrio de intereses y fortalecer las bases jurídicas de las relaciones internacionales.
La iniciativa del presidente Vladimir Putin de celebrar en 2020 una reunión de los jefes de Estado de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, que tienen “una responsabilidad especial en la preservación de la civilización”, tenía como objetivo establecer un diálogo igualitario sobre toda la gama de estas cuestiones. Por razones bien conocidas, ajenas a la voluntad de Rusia, esa reunión no se concretó. Pero no perdemos la esperanza, aunque la composición de los participantes y el formato de dichas reuniones puedan ser diferentes. Lo principal, según el presidente ruso, es “volver a comprender por qué se creó la ONU y seguir los principios establecidos en los documentos fundadores”. Éste es precisamente el que debería ser el hilo conductor para regular las relaciones internacionales en la actual era de la multipolaridad.
Serguei Lavrov* Ministro de Asuntos Internacionales de la Federación de Rusia
Este artículo ha sido publicado como especial para la revista “Rusia en la política global”/ Traducción y adaptación Hernando Kleimans
Foto de portada: UN