Pero dijo que no tenía intención de hacerlo y, en su lugar, dio a «Sueño Georgiano» y a su líder, Bidzine Ivanišvili, siete días para indicar la celebración de nuevas elecciones parlamentarias. En respuesta, el Primer Ministro Iraklij Kobakhidze ha amenazado con llevarla a juicio si ella misma decide convocar elecciones parlamentarias o si no abandona a tiempo su cargo, ahora no electo.
Kobakhidze aclaró que en Georgia se convocan elecciones parlamentarias cuando expira el mandato de cuatro años, o si la Comisión Electoral o el Tribunal Constitucional anulan los resultados de la votación, o si el Parlamento retira la confianza al Gobierno. Punto.
Sin embargo, Zurabišvili, para evitar la cárcel, no convoca ella misma nuevas elecciones, sino que invita al partido en el poder a hacerlo, y éste ni siquiera piensa en aceptar la invitación, igual que el que pronto será ex presidente no piensa en dejar el cargo el 29 de diciembre. Entonces, ¿qué ocurrirá dentro de siete días?
Absolutamente nada, predicen los observadores de Moskovskij komsomolets, aunque sólo sea porque Zurabišvili y la oposición lanzan las últimas proclamas desde posiciones de perfecta debilidad y no tienen nada que «imponer» al Gobierno. Es difícil pensar en una «revolución»: la habrían desencadenado hace tiempo si tuvieran fuerzas.
Está claro que, dada la intensa labor de las «democracias» proeuropeas en suelo georgiano, no hay que restar importancia al peligro de un golpe de Estado, pero tampoco hay que exagerarlo, señala Marina Perevozkina, y mucho menos imaginar que lo encabece el ex oficial de inteligencia francés Zurabišvili, de 72 años, que ya en 2009, cuando había intentado marchar a la cabeza de la oposición al aunque criminal Mijaíl Saakashvili, sólo había conseguido levantar un par de tiendas de campaña en el centro de Tiflis, que pronto se disolvieron. Su propia candidatura al sillón presidencial había surgido en virtud de su mínimo potencial político, como figura lo suficientemente segura como para representar internacionalmente la «cara europea» de Georgia.
De hecho, señala Stanislav Tarasov, la Comisión Europea ha propuesto repentinamente reactivar los visados para los funcionarios georgianos, para quienes se habían decidido restricciones tan recientemente como el 16 de diciembre.
No sólo eso. El Secretario General del Consejo de Europa, Alain Berset, declaró que el gobierno georgiano estaba dispuesto a crear un grupo de trabajo para debatir las enmiendas a la ley «Sobre la transparencia de la influencia extranjera» -la que había provocado el escándalo de la «Putinización» de Georgia- al que se uniría la Comisión de Venecia. Al respecto, Irakli Kobakhidze precisó que «sólo se aceptarán comentarios bien fundados» y que Tiflis está dispuesta «a debatir en caso de que las críticas a los puntos negativos de la ley estén bien argumentadas». Además», dijo el primer ministro georgiano, “estamos dispuestos a cooperar con las estructuras pertinentes del Consejo de Europa”. Todo ello ya había sido reiterado antes de las elecciones parlamentarias, pero rechazado por Occidente.
En aquel momento, desde Bruselas se dijo que la ley sobre agentes extranjeros «impide la integración euroatlántica de Georgia y viola los principios democráticos»: esto, a pesar de que Tiflis se había movido según el llamado paradigma occidental y el «Sueño Georgiano» había expresado en repetidas ocasiones sus aspiraciones hacia la UE y la OTAN. El rechazo de las sanciones antirrusas y la apertura del llamado «segundo frente» contra Rusia en Georgia tampoco se entendieron nunca en Tiflis como una vía de acercamiento a Moscú, sino «simplemente» como la expresión georgiana de una mayor soberanía: un concepto ajeno a los belicosos silabarios de los carteros de Bruselas.
En cualquier caso, las cancillerías proeuropeas se habían alarmado ante las declaraciones realizadas por Kobakhidze al presentar su programa de gobierno en el parlamento, según las cuales Georgia suspendería las negociaciones de adhesión a la UE hasta 2028 y también rechazaría cualquier subvención europea.
En esencia, parece que ahora alguien en Bruselas empieza a darse cuenta de que la UE «no sólo está perdiendo a Georgia, sino que también la está empujando hacia Rusia» y, tal vez, a darse cuenta de que la cuestión es, en cualquier caso, más amplia que el mero ámbito georgiano: en opinión de expertos de la Universidad de Oxford, «la decisión de Georgia de abandonar la senda de adhesión a la UE tendrá consecuencias no sólo para el país, sino también para el proceso de ampliación de la UE hacia el Este en su conjunto». Sobre todo porque Tiflis mostró un «flagrante desprecio por Bruselas, reiterando sí que reanudaría las negociaciones, pero con dignidad, equidad y sin chantajes». De este modo, se dice, Georgia podría crear un modelo semiindependiente en el que podría disfrutar de los beneficios de la UE «sin tener que emprender las reformas de “alta intensidad” necesarias para la adhesión».
También existe la posibilidad de que Donald Trump se convierta en el nuevo «socio» de Georgia, lo que daría a Tiflis aún más margen de maniobra, accediendo a las exigencias europeas, pero trabajando al mismo tiempo para reforzar las relaciones con Estados Unidos. Así que aquí Bruselas está (quizás) empezando a «entrar en razón», iniciando el abandono de Zurabišvili a su suerte. Lo está haciendo, pero muy de puntillas. Cinco o seis días más y veremos cuál será el destino de Madame Salomé.
*Fabrizio Poggi, ha colaborado con «Novoe Vremja» («Nuevos Tiempos»), Radio Moscú, «il manifesto», «Avvenimenti», «Liberazione». Actualmente escribe para L’Antidiplomatico, Contropiano y la revista Nuova Unità. Autor de «Falsi storici» (L.A.D Gruppo editoriale)
Artículo publicado originalmente en lAntidiplomatico.
Foto de portada: La presidenta de Georgia, Salomé Zourabichvili, habla durante una mini sesión plenaria del Parlamento Europeo en Bruselas, Bélgica, el 31 de mayo de 2023. [EPA-EFE/OLIVIER HOSLET]