Egipto no solo es el mayor importador de trigo del mundo, sino que, en la campaña de 2020/2021, en torno al 80 % de sus importaciones procedieron de Rusia y Ucrania. De ahí que, con el inicio de la guerra ruso-ucraniana, volvió a sobrevolar sobre Egipto, además de en las cancillerías occidentales y los palacios de las monarquías del Golfo, el fantasma de los sucesos de 2008 y 2011. La inminencia de una revuelta en Egipto provocada por la escasez de trigo y la subida del precio del pan forma parte ya de un cierto empirismo geopolítico.
A finales de mayo de 2022, el ministro de Desarrollo Local de Egipto, general Mahmoud Shaarawy, anunció que el país había alcanzado la pobreza de agua según los patrones fijados por la ONU: si el suministro anual de agua se sitúa por debajo de los mil metros cúbicos por persona, un país sufre escasez. De acuerdo con el ministro Shaarawy, Egipto, actualmente, tan solo es capaz de suministrar entre 550 y 580 metros cúbicos por persona, enfrentándose a un déficit anual de agua de unos siete mil millones de metros cúbicos. Según la ONU, podría quedarse sin agua en 2025.
La falta de agua en Egipto es un problema antiguo y recurrente, cuyas causas son tan diversas como una infraestructura de riego obsoleta e ineficiente -abastecida, principalmente, a partir de la presa de Asuán, en el Nilo, y formada por casi 29.000 kilómetros de canales y subcanales que pierden hasta 3.000 millones de metros cúbicos de agua al año-, el elevado crecimiento demográfico y, principalmente, porque el 97% de sus recursos hídricos proceden de fuera de sus fronteras, lo que hace que el suministro sea muy vulnerable y sensible a cualquier desarrollo no coordinado aguas arriba del Nilo. Entiéndase: la Gran Presa del Renacimiento Etíope (GERD, por sus siglas en inglés). El gobierno de Adís Abeba empezó a construir la Gran Presa del Renacimiento en 2011, precisamente, el año de la revuelta egipcia que acabó con 30 años de poder de Ḥosni Mubarak.
Pese a que el sistema fluvial del Nilo atraviese 11 países –República Democrática del Congo, Sudán del Sur, Tanzania, Etiopía, Uganda, Burundi, Ruanda, Kenia, Eritrea, Sudán y Egipto–, tan solo estos dos últimos países, a partir del Acuerdo sobre las Aguas del Nilo de 1959, tienen derecho de asignación y reparto de esas aguas: 55,5 mil millones de metros cúbicos anuales para Egipto y 18,5 mil millones de metros cúbicos por año destinados a Sudán. Si los demás países ribereños quieren que se les asigne agua, la cantidad aceptada se deducirá de las cuotas de Egipto y Sudán en partes iguales. Fue, exactamente, este sistema de reparto que Etiopía impugnó con la construcción de la Gran Presa del Renacimiento, generando una disputa que sigue sin resolverse tras casi una década de negociaciones. Se estima que la Gran Presa del Renacimiento haya privado a Egipto del 25% de su suministro de agua procedente del Nilo. Los gobiernos de Egipto, Etiopía y Sudán alcanzaron en enero de 2020 un principio de acuerdo sobre los principales puntos en disputa, pero el documento final no llegó a ser firmado por las tres partes.
Para alcanzar la autosuficiencia en cuanto al suministro de agua y, consecuentemente, aumentar la producción nacional de cultivos agrícolas, Egipto tiene previsto, dentro de su programa de más de 2.700 proyectos de inversión gestionados por la Autoridad General de Inversiones y Zonas Francas (GAFI, por sus siglas en inglés), llevar a cabo el denominado “1.5 Million Feddan Project”, consistente en convertir, en una primera fase, más de 600.000 hectáreas de desierto en tierra cultivable. Para ello, se pretende abrir hasta 1.500 nuevos pozos que integrarán una nueva red de irrigación. El proyecto está supervisado, como no puede dejar de ser en Egipto, por las Fuerzas Armadas.
Programa de subvención del pan y la importancia del trigo
Abdulfatah al Sisi, el actual presidente egipcio, llegó al poder en 2014 después de liderar el golpe de Estado de 2013 que derrocó al entonces presidente, Mohamed Morsi, el primer presidente civil en la historia del país, elegido un año antes en las elecciones celebradas en junio de 2012. Cuando el pasado mes de mayo de 2022 la inflación alcanzó un 13,5 %, el valor más elevado de los últimos tres años –pero bastante lejos de los niveles registrados en 2017 (más de un 30 % en abril)–, Al Sisi recomendó que los egipcios comiesen hojas de los árboles, siguiendo el ejemplo del Profeta.
En agosto de 2021, Al Sisi amenazó con reordenar y remodelar el programa de subvención del pan, un tema sensible que puede derrumbar gobiernos. En 1977, el presidente Sadat intentó hacerlo, recortando las subvenciones a los alimentos básicos, lo que provocó violentos disturbios de los que culpó a los comunistas egipcios. Pero no tuvo más remedio que restablecer las subvenciones -pese a las insistencias del FMI para que las redujera- para garantizar su propia supervivencia política. De igual modo, durante las protestas de 2011, la consigna de los manifestantes fue “pan, libertad y justicia social”. Los egipcios consumen por año entre 150 y 180 kilos de pan por persona, más del doble de la media mundial de 70-80 kilos. Mantener el pan al alcance de los pobres ha sido durante 60 años una especie de contrato social informal entre los ciudadanos egipcios y las autoridades políticas. El subsidio del pan no llegó a ser reducido del todo, como lo fue, por primera vez, en 2014 y, posteriormente, en 2016, en el marco del acuerdo con el FMI, pero, en 2020-2021, el gobierno no utilizó la totalidad de la asignación presupuestaria destinada a subvenciones.
El sistema alimentario egipcio tiene una característica muy particular: el pan es subvencionado. El aish baladi se vende a un precio diez veces inferior a su precio real. Para el año fiscal de 2021/2022 el gobierno egipcio destinó 3.2 mil millones de dólares para su programa de subvención del pan –del cual se benefician 71 millones de personas–, además de otros 2.3 mil millones de dólares destinados a ayudas para la adquisición de productos alimentarios básicos, como el arroz, aceite de cocina, azúcar, pollo y carne de vacuno. Sin embargo, estas cantidades no serán suficientes: el Ministerio de Finanzas egipcio ha calculado un coste adicional de entre 761 millones de dólares y 952 millones de dólares por encima de las estimaciones presupuestarias iniciales. Corroborando lo anterior, a mediados de marzo de 2022, el Ministerio de Finanzas anunció la aplicación de medidas de emergencia por 7.000 millones de dólares para mitigar las consecuencias de la crisis alimentaria y energética. Entre las medidas anunciadas se encontraba la asignación de 148 millones de dólares adicionales a los programas “Takaful” y “Karama” (Solidaridad y Dignidad) –dos programas de transferencias monetarias lanzados en abril de 2015 destinados a las familias más pobres– para incluir 450.000 nuevas familias en situación de pobreza.
En los últimos cinco años, el 59.7 % de las importaciones egipcias de trigo procedieron de Rusia y el 22.3 % de Ucrania. Por eso, es evidente que, como consecuencia de la guerra ruso-ucraniana, las importaciones de trigo se reduzcan: el USDA estima, para la campaña de 2022/2023, un descenso del 9.1 % respecto a la previsión para 2021/2022, la cual, a su vez, ha sido revisada a la baja en un 4%. Hasta mayo de 2022, Egipto había importado un total de 3.32 millones de toneladas de trigo, un millón de toneladas menos que durante el mismo período de 2021. Obviamente, las principales diferencias se registran en relación con las importaciones procedentes de Rusia y Ucrania: entre enero y mayo de 2022 Egipto importó menos 740.000 y 352.000 toneladas de trigo de Rusia y Ucrania, respectivamente, que en igual periodo del año anterior. La mayor parte de estas importaciones se destinaron al sector privado (en torno al 70 %), mientras que las compras de la Autoridad General para el Suministro de Productos Básicos (GASC, por sus siglas en inglés) –la agencia gubernamental que ejecuta las licitaciones de trigo para el programa de subvención del pan– supusieron tan solo un 28% del total de las importaciones.
El principal proveedor de la GASC en la campaña 2021/2022 fue, curiosamente, Rumanía, uno de los países que, hasta mayo de 2022, más compensó la reducción de las importaciones de trigo procedentes de Rusia y Ucrania. Lo anterior corroboraría la principal conclusión del último informe del Servicio Exterior Agrícola del USDA, publicado el 12 de junio de 2022: en los últimos tres meses, Egipto ha podido asegurar un suministro estable de trigo de diversos mercados para su programa de subvención del pan a través de licitaciones internacionales. Además, el USDA no ha observado escasez de trigo, harina o pan en las panaderías, los mercados locales o en las tiendas comerciales.
A mediados de marzo de 2022, el primer ministro egipcio afirmó que el país tenía suficientes reservas de trigo para el programa de subvención del pan hasta finales de 2022. En marzo de 2022, según declaraciones del ministro de Abastecimiento, las reservas estratégicas de trigo de Egipto serían suficientes para 6 meses y medio, esperándose que la producción local de trigo pudiese cubrir las necesidades hasta finales del año. También por ello, a mediados de mayo de 2022, el primer ministro egipcio anunció que el país no realizaría ninguna licitación para comprar trigo en el mercado mundial hasta finales de 2022. Sin embargo, entre junio y la primera semana de julio de 2022, Egipto -y, especialmente, la GASC- aprovechando el descenso de los precios del trigo en el mercado mundial- reservó, a través de una serie de licitaciones internacionales y negociaciones directas con traders, un total de 1,3 millones de toneladas de trigo, la mayoría con origen en Francia, Rusia, Rumanía y Alemania.
Dada la proximidad de las fechas, es probable que estas compras de la GASC se enmarquen en el programa de seguridad alimentaria proyectado por el Banco Mundial -revelado el pasado 2 de junio de 2022-, mediante el cual Egipto recibiría 380 millones de dólares en concepto de ayuda a la GASC para importar hasta 700.000 toneladas de trigo. Dentro del mismo plan de ayudas se contemplaba la asignación de otros 117,5 millones de dólares destinados a aumentar la capacidad de los silos de trigo (para asegurar las tan importantes reservas estratégicas), financiar el desarrollo de variedades de trigo de alto rendimiento y mejorar la resiliencia climática.
En idéntico sentido, la Unión Europea asignó a Egipto, dentro del paquete de 225 millones de euros destinados al apoyo a la seguridad alimentaria en los países de Oriente Medio y Norte de África afectados por la invasión rusa de Ucrania, la cantidad de 75 millones de euros para la ampliación de la capacidad de almacenamiento de trigo, y 25 millones de euros para las pequeñas y medianas empresas del sector agrícola. Lo anterior es la reiteración de lo afirmado por la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, en el último Foro Económico Mundial de Davos: la UE y Egipto trabajarían estrechamente para abordar el impacto de la guerra de Ucrania en la seguridad alimentaria, cuyo objetivo es acabar con las “dependencias poco saludables”.
Tanta inversión exterior de emergencia solo puede entenderse como un intento de evitar ese empirismo geopolítico basado en la premisa de que, cuando el precio del pan sube, es casi inevitable algún tipo de convulsión social en Egipto. En este punto coinciden la UE y las monarquías de la península arábiga. Para todos, la prioridad es la misma: estabilizar al país, pese a Abdulfatah al Sisi.
*Jose Matos es Licenciado en arquitectura por la Universidad de Lisboa y con el curso en análisis de inteligencia del Instituto de Ciencias Forenses y de la Seguridad de la Universidad Autónoma de Madrid. Interesado en historia y geopolítica. En el ámbito de la seguridad, atraído por la seguridad alimentaria.
Artículo publicado en Descifrando la Guerra, editado por el equipo de PIA Global