Un artículo del recién fallecido periodista, escritor y caricaturista, el colombiano Antonio Caballero, publicado bajo el título “Invadir a Venezuela” en la Revista Semana en junio del 2020, es una llamarada de ideas para despejar incógnitas. Comienza Caballero haciendo referencia a la libreta del Consejero de Seguridad de Donald Trump, John Bolton, en la cual se apreciaban dos notas escritas; la primera, “5.000 soldados para Colombia” y la segunda, “Afganistán: bienvenidas las negociaciones”. ¿Tremendismo, descuido, accidente o aviso de la puesta en escena de Washington?
En el 2019 mientras Trump negociaba con los talibanes la salida de las tropas estadounidenses de Afganistán, ante la derrota sufrida y la desolación producida en territorio afgano por la ocupación de las tropas y empresas de la guerra por 20 años, sobre Latinoamérica se asomaba la llegada de tropas estadounidenses a territorio colombiano. “No se sabe bien si son 53 o si son 800. Ni tampoco si vienen solo de paso o para quedarse”, expresaba Antonio Caballero sin encontrar eco entre los responsables de trazar los planes de seguridad y defensa de la nación neogranadina, incluso se fue al pasado en búsqueda de respuesta y recordó la escuelita de Juanchaco, corregimiento del puerto más importante del Pacifico colombiano, Buenaventura, donde en tiempos de César Gaviria, una “fuerza humanitaria” representada en los marines gringos fue a medio construir “obras para el bien de la nación”.
Más adelante el ilustre Caballero señala ante la falta de información clara y veraz por parte del entonces “despalomado” ministro de Defensa, Carlos Holmes: “Por eso no es raro que muchos hayan interpretado la llegada de la llamada Brigada de Asistencia de Fuerza de Seguridad (SFAB), de no se sabe si 53 u 800 hombres, como la primera cuota de esa otra fuerza largamente anunciada, destinada a presionar el derrocamiento de Nicolás Maduro en Venezuela.
A eso se suman los mercenarios privados norteamericanos contratados para las fumigaciones con glifosato de los sembradíos de coca, más los otros mercenarios clandestinos de la fallida Operación Gedeón que se entrenaron en La Guajira colombiana, llevaron armas desde Barranquilla y a continuación se embarcaron en varias lanchas rumbo a Venezuela…”. Y cierra con esta interrogante: “¿Será que el ejército de Colombia, por instrucciones de sus jefes del Comando Sur de los Estados Unidos, se dispone a invadir a Venezuela a espaldas del cegato ministro? ¿Y a espaldas de la Constitución, por supuesto?”.
A su sensible e irreparable pérdida, en este trabajo, buscaremos precisar algunos elementos que permitan despejar la incógnita dejada por Antonio Caballero. En primer lugar, seguramente como hipótesis teórica o de un ejercicio de simulación de los centros de adoctrinamiento y entrenamiento de oficiales, suboficiales, cadetes y tropa colombianos ante un eventual conflicto regional, Venezuela debe formar parte de ella. Ya las elites políticas conservadoras se han adelantado al solicitar ante organismos multilaterales como lo son la ONU y la OEA, la implementación de la Doctrina Responsabilidad de Proteger (R2P) “para restablecer la democracia” en Venezuela “con ayuda de la comunidad internacional”. El R2P, tiene su punto culminante en el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), invocado ante la OEA en el 2019 por iniciativa del narcoestado colombiano, apoyada por el gobierno de Bolsonaro y la administración de Trump.
Sí el escenario hubiese contado con la participación del actual inquilino de la Casa Blanca, Joe Biden, el apoyo de Washington hubiese sido el mismo. Venezuela es una agenda común del bipartidismo que rige la política de Seguridad y Defensa de los Estados Unidos. En aquella ocasión, Argentina, Chile, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, Paraguay y República Dominicana se plegaban al plan intervencionista bajo las falsas banderas de la “ayuda humanitaria”, la “libertad” y la “democracia”. La correlación de fuerzas en la región estaba a favor del bloque de la “restauración conservadora” llamado “Grupo de Lima”, situación que ha variado un poco ante la inoperatividad de este grupo de mandatarios de corte conservador.
El artículo 6 de aquel documento presentado por Colombia, Brasil y los Estados Unidos, señalaba: «La crisis en Venezuela tiene un impacto desestabilizador, representando una clara amenaza a la paz y a la seguridad en el Hemisferio (…)»si la inviolabilidad o la integridad del territorio o la soberanía o la independencia política de cualquier Estado americano fueren afectadas por una agresión que no sea ataque armado, o por un conflicto extracontinental o intracontinental, o por cualquier otro hecho o situación que pueda poner en peligro la paz de América, el órgano de consulta se reunirá inmediatamente».
Colombia a través de la vocería, del hoy fallecido Canciller y posterior ministro de la Defensa, Carlos Holmes Trujillo, colocaba sobre la opinión pública nuevamente la denuncia; citamos: «Queda claro que el régimen de Chávez y de Maduro han considerado a las organizaciones terroristas que delinquen en Colombia, que han hecho daño a Colombia, que han ensangrentado a mi país, como organizaciones políticas».
Las declaraciones de Holmes Trujillo se daban además en el marco del empuje de la oposición venezolana que había abandonado la vía electoral por lograr establecer la masa crítica necesaria que diera lugar a un frente interno militar que hiciera armas contra el gobierno constitucionalmente electo del presidente Nicolás Maduro Moros. Las declaraciones, no por coincidencia, ni por capricho, deben atarse a las últimas declaraciones del presidente Iván Duque y Jefe de las Fuerzas Armadas de Colombia en su cuenta Twitter sobre Venezuela: La primera, “Lamentamos y condenamos el cobarde ataque terrorista contra un pelotón de nuestro @COL_EJERCITO en Arauca. Nos duele el asesinato y lesión de varios de nuestros héroes. Esto, claramente, se trata de un acto entre Eln y las disidencias de las Farc planificado desde Venezuela”. Y la segunda, un torpedo directo a la paz regional: “Frente a los diálogos entre Gobierno interino de Venezuela y la Dictadura de Maduro es importante tener claro el camino para el bienestar del pueblo hermano: el fin de la Dictadura a través de una elección presidencial lo antes posible, democrática y con observancia internacional”.
No cabe duda, Venezuela es una hipótesis postconflicto interno colombiano (aun no resuelto) en el marco de futuras guerras que van entrelazadas con la nueva doctrina militar colombiana, la “Doctrina Damasco”, surgida al calor de la firma de los Acuerdos de Paz entre las FARC y el Estado de Colombia representado por Juan Manuel Santos, quien fuese ministro de Defensa del último gobierno de Álvaro Uribe Vélez.
Sobre la hipótesis, en un foro virtual en el portal americamilitar.com en el 2005, un forista apuntaba: “Para empezar hay que definir bien cuales son los objetivos estratégicos de las hipótesis y es que pueden ser varios, ya sea anexionarse territorio, una guerra de castigo (represalia) o apoyar a un grupo interno que opera en el país contendor por poner algunos ejemplos, pero como este es un foro Colombiano en general se parte desde la premisa de que Venezuela es el país agresor, pero también deberíamos tener en cuenta que la cosa puede partir de nuestro lado, tal como sucedió con la Crisis de la Caldas que es el hecho más reciente que casi nos lleva a una guerra”.
¿Qué se discute hoy en las escuelas de formación militar? ¿Cuál es la hipótesis de guerra que están debatiendo actualmente en la Escuela de Cadetes de Policía General Santander, la Escuela Militar de Aviación, la Escuela Militar de Cadetes General José María Córdova, la Escuela Naval de Cadetes Almirante Padilla, ¿la Escuela Naval de Suboficiales A.R.C. Barranquilla o la Escuela Superior de Guerra? Lo que si estamos seguros que el ideal bolivariano ha pasado a ser una materia optativa que sucumbe ante la sombra en los cuarteles de Santander.
No nos debe extrañar con lo anteriormente expuesto que la Fuerza Armada colombiana sea utilizada para aventuras militares en conflictos regionales y que la hipótesis planteada en sus escuelas deje de ser un “ejercicio mental o de entrenamiento” para convertirse en una fuerza ideológica doctrinaria.
La historia contemporánea colombiana está marcada por pasajes de oficiales, tropa alistada y profesional en tierras lejanas a la cordillera andina o al llano colombiano en busca de la “Guerra Justa”. Rememoremos la participación del Batallón Colombia comandado por el entonces Capitán Álvaro Valencia Tovar en la agresión imperialista al pueblo coreano a principios de la década de los 50, el primer conflicto armado después de la Segunda Guerra Mundial. La Guerra Fría hacia su aparición y con ella, la participación de Colombia como protagonista y aliado de los Estados Unidos en el Hemisferio Occidental bajo la bandera de la ONU. La amenaza comunista de la Unión Soviética, otrora aliada contra el nazismo, era la fuerza a combatir.
Hoy a la “amenaza comunista” se ha sumado la “amenaza del ideario bolivariano”. Monroe vs Bolívar es la nueva guerra fría con un lastre histórico en la región de nuestro presente y futuro. Pero no solo es este ejemplo de la participación de Colombia en escenarios de conflicto mundiales, a Corea se le suma la intervención del Batallón Colombia en la lucha por el control del Canal de Suez (1956) ante la “amenaza” nacionalista de Gamal Abdel Nasser Hussein, presidente para entonces de Egipto. Otras intervenciones de las fuerzas militares colombianas bajo la bandera de la ONU como “Fuerza Multinacional de Paz y Observadores” en Malí (2013-2014), el Líbano (2017), El Salvador, Honduras y Guatemala (2017). Pero la participación de Colombia en conflictos fuera de sus fronteras no se limita solo a la institucionalidad militar, un ejército “invisible” ha tenido su bautismo de fuego en Irak, Afganistán, Libia, Sudán, México y Yemen. Recientemente este ejército “invisible” compuesto por mercenarios, todos exmilitares colombianos, llevó a cabo el asesinato del presidente de Haiti, Jovenel Moïse.
Otro aspecto a tomar en cuenta es la visión atlantista que aporta la Doctrina “Damasco”. Colombia hace parte de la Organización del Atlántico Norte (OTAN o NATO, por sus siglas en ingles) en calidad de miembro cooperativo, bajo la premisa de “Partners across the Globe”. La alianza surge en el marco de la lucha o competencia de los EE.UU., y sus aliados europeos contra la presencia de China y Rusia en un mundo que cada vez más se inclina hacia el multilateralismo. Un comunicado por parte de la OTAN publicado en el 2012 nos permite tener un alcance de las dimensiones en las cuales pueden desplegarse las fuerzas armadas colombianas:
“Entre sus características clave, las fuerzas de los Aliados deben ser modernas, flexibles e interoperables, capaces de satisfacer una amplia gama de circunstancias, incluyendo, si es necesario, operaciones de combate de alta intensidad. Tales fuerzas deben ser capaces de conducir y sostener con éxito una serie de operaciones de defensa colectiva y respuesta a las crisis, incluso a distancia estratégica. Deben ser rápidamente desplegables y sostenibles; Capaz de operar junto a otras naciones y organizaciones; Y ser lo suficientemente adaptables para responder a la evolución imprevista de las circunstancias. También deben contribuir a afrontar los futuros desafíos de seguridad, como los ataques cibernéticos, el terrorismo, la interrupción de las líneas críticas de suministro y la proliferación de armas de destrucción en masa. Los aliados se comprometen a aumentar las oportunidades de sus fuerzas convencionales, especialmente las de la Fuerza de Respuesta de la OTAN, de entrenar y ejercitar juntos y, entre otras, fortalecer su capacidad para operar en concierto en cualquier parte del territorio de la Alianza y más allá”. (Disuasión y Revisión de Postura de Defensa, Comunicado de prensa (2012) 063 Publicado 20 de mayo 2012, [1]
La Doctrina Damasco.
El Manual de operaciones de Damasco, bajo la denominación MFE 3-0, establece:
Primero, las operaciones ofensivas se llevan a cabo para derrotar y destruir las fuerzas enemigas y capturar terreno, recursos y localidades. Incluyen el movimiento al contacto, el ataque, la explotación y la persecución.
Segundo, las operaciones defensivas se realizan para derrotar un ataque enemigo, ganar tiempo, economizar fuerzas y desarrollar condiciones favorables para las tareas ofensivas y de estabilidad. Incluyen la defensa móvil, la defensa de área y los movimientos retrógrados.
Tercero, las operaciones de estabilidad abarcan misiones, tareas y actividades militares llevadas a cabo dentro o fuera del territorio nacional, en coordinación con otros elementos del poder nacional, con el fin de mantener o restablecer un ambiente seguro, la prestación de servicios gubernamentales esenciales, la reconstrucción de infraestructura de emergencia y la ayuda humanitaria.
Cuarto, las operaciones de Apoyo de la Defensa a la Autoridad Civil (ADAC) se desarrollan exclusivamente dentro del territorio propio para proteger a la población, las propias tropas, la infraestructura, los activos estratégicos y otras actividades importantes que requieran la presencia de la fuerza terrestre en emergencias nacionales, restablecimiento del orden público y otras actividades domésticas o entidades que exijan participación calificada para eventos especiales. Estas pueden incluir el apoyo a las agencias gubernamentales y no gubernamentales en relación con la atención humanitaria ante los desastres nacionales o los incidentes de alto alcance con explosivos (químicos, biológicos, radiológicos o nucleares)”.
Aunque la Doctrina Militar establece un parámetro para la participación de Colombia más allá de sus fronteras bajo la premisa que describimos anteriormente, “Partners across the Globe”, debemos señalar que su visión va por orden dispuesta a la Doctrina de Seguridad y Defensa de los Estados Unidos, que está bajo profundo debate en el seno del Pentágono, y que seguramente con la derrota propinada por los Talibanes a las fuerzas militares estadounidenses en Afganistán, sus detractores tendrán nuevos elementos para incorporarlos a este debate. Además, la Doctrina Damasco y su visión intervencionista extraterritorial encuentra un vacío jurídico en la normativa constitucional colombiana.
La Doctrina Damasco introduce elementos claros para identificar el motor que mueve al Ejército colombiano en la conducción de sus operaciones fuera de sus fronteras; ofensivas, defensivas, de estabilidad y de apoyo a la autoridad civil. Las operaciones en especial las asociadas a estabilidad en ocasiones requieren el desarrollo de tareas ofensivas y defensivas contra fuerzas enemigas para capturar, retener o explotar la iniciativa, mantener la ventaja y crear condiciones para resolver favorablemente el conflicto en el que se interviene, y en combinación de ellas se desarrollan tareas de estabilidad. Este punto resulta interesante tomando en cuenta que desde Colombia y con el apoyo de sus autoridades nacionales, policiales y militares, son constantes las acciones para desestabilizar al Gobierno Bolivariano de Venezuela, con la agresión al pueblo venezolano bajo fuerzas irregulares asociadas al narcotráfico y al paramilitarismo.
En síntesis, pudiéramos decir que quien está llamado a propiciar “estabilidad” es el propio verdugo bajo la bandera de la “ayuda humanitaria”; vemos lo señalado en el Manual en su glosario de términos: “Tareas de estabilidad: aquellas que se conducen dentro o fuera del territorio nacional, en coordinación con otros instrumentos del poder nacional, para mantener o restablecer un ambiente seguro y proporcionar servicios esenciales de gobierno, reconstrucción de infraestructura de emergencia y ayuda humanitaria”. ¿Quién determina quien ejerce un “ambiente seguro”? ¿Seguro para quienes? Así mismo encontramos este otro concepto sobre “Operaciones de Estabilidad”: “término general que abarca misiones, tareas y actividades militares llevadas a cabo dentro o fuera del territorio nacional, en coordinación con otros elementos del poder nacional, con el fin de mantener o restablecer un ambiente seguro, la prestación de servicios gubernamentales esenciales, la reconstrucción de infraestructura de emergencia y la ayuda humanitaria”.
Pero como si fuese poco, el propio Manual nos deja este otro conjunto de conceptos que motorizan a las fuerzas militares colombianas en su búsqueda junto al agente decisor, en este caso, quienes habitan los espacios de la Casa Blanca y del Pentágono:
• Imponer la voluntad de la nación ante un enemigo, dado el caso, por la fuerza, en el marco del DIH y/o el DIDH.
• Configurar la Fuerza para enfrentar, influir, prevenir y disuadir en cualquier ambiente operacional.
• Establecer y mantener un ambiente estable que fije las condiciones necesarias para generar gobernabilidad y desarrollo económico.
• Atender consecuencias de eventos catastróficos naturales, para restablecer bienes civiles públicos y servicios básicos (en coordinación con las autoridades civiles).
• Atender amenazas o eventos antrópicos (causados por el hombre), como incendios, atentados y daños contra bienes civiles, toma de rehenes, minería ilegal, deforestación, etc.
• Asegurar y apoyar las bases militares desde donde las fuerzas conjuntas pueden controlar los dominios terrestre, marítimo, aéreo, espacial y ciberespacial en un ambiente operacional.
Imponer, disuadir, gobernanza global, son solo tres elementos de una larga lista arraigada en el alma profunda del estadounidense, en su elite y sus fuerzas militares desde los tiempos de los padres fundadores, Adams, Monroe y compañía. “América para los americanos” o más recientemente aquella consigna desempolvada por Trump y Biden de “América Primero”, son ideas doctrinarias que se filtran en la Doctrina Damasco que actúa como un cuerpo poroso, llevando oculto su carácter intervencionista.
Finalmente, al hurgar en la literatura a fin de la Doctrina Damasco, tal vez el investigador o el lector curioso pueda encontrar algunos elementos que pudieran servir de agente distractor en cuanto a la resistencia que ha encontrado esta Doctrina al interior de las propias fuerzas armadas, ejemplo claro, uno de sus principales detractores el propio Jefe del Ejercito Colombiano, el General Eduardo Zapateiro. El “debate” interno de los cuarteles llevo incluso a la renuncia de uno de los máximos exponentes de la Doctrina Damasco, el coronel Pedro Rojas Guevara, quien fungía como, director del Centro de Doctrina del Ejército Nacional.
En su momento y través de una carta Rojas Guevara manifestaba: “Debo manifestarle de manera respetuosa pero enfática que he perdido absolutamente la confianza en el Alto Mando institucional, encabezada por el señor general Eduardo Zapateiro, comandante del Ejército, lo que me impide continuar bajo sus órdenes”. Pero la diatriba no estaba enfocaba en que Zapateiro se opusiese al concepto intervencionista de la Doctrina, nada más alejado de la realidad. Un artículo del diario colombiano El Tiempo publicado en diciembre del 2020 da cuenta del eje de dicha diatriba al citar un oficial que solicitaba su anonimato: “Nadie quiere arriesgarse para ser judicializado después de haber combatido al terrorismo, al narcotráfico y a la delincuencia”. El fantasma de los Acuerdos de La Habana pesa toneladas en el pensamiento de personajes militares vinculados al uribismo, como el General Zapateiro.
Pero por si las dudas persisten en el principio oculto de la Doctrina Damasco que encierra una amenaza real y concreta para la paz de la región, tan solo dejemos esta conclusión a la que llega la Escuela Superior de Guerra de la nación neogranadina:
“Colombia puede ser un actor más activo en el sistema internacional por medio de la participación de sus Fuerzas Militares en las OMP de la ONU. Es indiscutible que las Fuerzas Militares ganaron mucha experiencia en el marco del conflicto armado interno, en temas como lucha contra el terrorismo; armas explosivas no convencionales; operaciones de rescate etc. Dicha experiencia puede ser exportada a todo el globo y en especial a aquellas regiones que viven o han vivido un conflicto parecido al colombiano. Finalmente, se destaca que la Doctrina Damasco contempla la participación de las Fuerzas Militares en las misiones de paz, las cuales son llamadas misiones para el mantenimiento de la estabilidad”.
Un proverbio chino, de Lao Tse, encaja como anillo al dedo a la intencionalidad manifiesta de la elite conservadora y militar colombiana, en su afán por no perder el tutelaje de Washington sobre su quehacer cotidiano; “Quien pretende el dominio del mundo y mejorar éste, se encamina al fracaso. El mundo es tan sagrado y vasto que no puede ser dominado. Quien lo domina lo empeora, quien lo tiene lo pierde”.
Notas:
*@SalazarErEspia) Profesor en Ciencias Sociales del Instituto Pedagógico de Caracas (IPC).
Miembro del equipo editorial de la revista digital puebloenarmas.com de Venezuela
Fuente: Revista Pueblo en Armas
Referencias:
[1]http://www.nato.int/cps/en/natohq/official_texts_87597.htm?selectedLocale=en)